Ana Carbajosa

Sobre la autora

Ana Carbajosa es corresponsal para Oriente Próximo de EL PAÍS. Empezó su carrera en la sección de Internacional y de allí saltó a la corresponsalía de Bruselas. Es autora de Las tribus de Israel. La batalla interna por el Estado judío

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La fiebre del citrón

Por: | 28 de septiembre de 2012

 

La foto
Imagen de Meah Sharim el viernes por al mañana. / A.C.

Meah Sharim, el barrio-epicentro del judaísmo ultraorotodoxo era un hervidero esta mañana. Los haredim -temerosos de dios- se preparaban para una las grandes fiestas del calendario judío: sucot. Se conoce también como la fiesta de los tabernáculos o las cabañas y recuerda la travesía del desierto tras la huida de Egipto (Levítico 23:40). Muchos israelíes construyen casetas de madera o de lona en los balcones y los patios de su casa, donde comen e incluso duermen. Los niños evidentemente, se lo pasan en grande.

Una infinidad de reglas regulan las características de las cabañas en cuestión. En Jerusalén Oeste, la proliferación de sucas es tal, que algunos barrios es como si los hubieran tapizado de planchas de madera de un día para otro.

 

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Construcción de una de las cabañas de sucot en Jerusalén. / A. C.

Además de las casetas, los judíos observantes deben hacerse con las cuatro especies, que se bendicen durante estos días. Citrón o limón, hoja de palma, mirto y sauce. En Meah Sharim, la adquisición de las especies es todo un espectáculo.

Para empezar, porque son solo hombres los encargados de las compras. Todos vestidos de negro, con sus atuendos tradicionales examinan con lupa -literal- las especies, en los mil y un recovecos del barrio. Es algo así como un mercado de diamantes frutales.

En uno de los callejones del barrio, un abogado palestino llamado Mohamed Ali hacía su septiembre esta mañana con la venta de hojas de mirto. El vendedor explica que no todas las ramitas cuestan lo mismo. Las hay de 50 shekels (unos 10 euros) y las hay de 150, el triple. La diferencia la marca entre otras cosas, el nacimiento de las hojas. Si tres hojas nacen a la misma altura del tallo, entonces la rama se vende cara. Pero si nacen con unos milímetros de separación, el precio de la rama se desploma en el mercado de hadas, como se conoce en hebreo a la rama.

Limón
 Un limón examinado con lupa en Meah Sharim. / A.C.

Si la miniatura cuenta a la hora de comprar los ramilletes de mirto, lo de los citrones es ya capítulo aparte. Uno de estos limones rugosos puede costar unos 200 euros, si cumple los requisitos necesarios para convertirse en un buen etrog. Me lo explica un judío ultraortodoxo que examina una de las piezas expuestas y que ha viajado desde Estados Unidos con su familia para la ocasión. La idea es que el citrón tenga el menor número de imperfecciones posibles. El problema es que el concepto de imperfección es  complicado y subjetivo, de ahí que se valore la presencia de autoridades rabínicas en los puntos de venta y que las negociaciones en torno al precio y la calidad constituyan una actividad en sí misma de la festividad. Está claro que un citrón con marcas o dañado no es bueno. Como tampoco lo es uno que tenga pintitas negras. El tamaño y el color importan. También la forma y la suavidad.

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Ushpizin es probablemente la película israelí que más me ha gustado de las que he visto hasta ahora. Cuenta la historia de Moshe, un antiguo delincuente de medio pelo convertido al judaísmo ultraortodoxo, que recibe la visita de unos amigos de su vida anterior, que acaban de salir de la cárcel. Moshe, que es pobre, se gasta casi 300 euros en comprar el mercedes de los citrones, deseoso de ganarse el cielo en la tierra y de expiar sus pecados del pasado. No cuento más. Solo diré que a partir de ahí todo se enreda de forma hilarante y que la película es una forma estupenda de acercarse al judaísmo ultraortodoxo.

 

 

Un cierto despertar laico

Por: | 23 de septiembre de 2012

 

Que los sectores ultra religiosos ganan en asertividad y poder en Israel, no es ningún secreto. Sí resulta algo más novedoso un cierto despertar de los sectores más laicos de la población, que dicen estar hartos de la dictadura que imponen las minorías religiosas en el día a día del país.

Iniciativas las ha habido de todos los colores. Un grupo de mujeres ha puesto la foto de sus caras en los anuncios de los autobuses para desafiar la presión religiosa, que de facto ha borrado la impresión de rostros femeninos del espacio público. De lo contrario, consideran los ultras, incurrirían en una violación de las reglas del recato y del judaísmo ultra ortodoxo.

 

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Protesta en Tel Aviv en una foto que publica el diario Yedioth Ahronoth.

Hay otros luchadores laicos, que se han lanzado a la calle cuchillo en mano y han cortado los eruv, los precintos rabínicos que acordonan los barrios religiosos. La instalación de estos cordoncillos quiere decir que los rabinos dan el visto bueno al barrio y que a partir de entonces empezarán a mudarse familias ultra ortodoxas. Luego, argumentan lso activistas laicos, los religiosos empiezan a montar guarderías ilegales y a llamar la atención por la calle a las mujeres que no vistan los suficientemente recatadas o a los vecinos que violen las reglas del shabat, el día de descanso en el que no se puede trabajar, circular en coche, o utilizar aparatos eléctricos entre otras muchas prohibiciones.

La última protesta, la de este fin de semana ha sido como las demás. Minoritaria, imaginativa y peregrina en cuanto a su motivación. Esta madruga, en Israel, los relojes han cambiado la hora. Hemos entrado en el llamado horario de invierno. El cambio, que en cualquier otro país sería un acuestión de darle uan vuelta a las manecilla del reloj –ya ni eso, el móvil lo hace sólo contribuyendo por cierto a una mayor confusión ¿lo ha cambiado solo? ¿no lo ha cambiado?- aquí,es motivo de gresca política.

Cientos de manifestantes han salido a la calle en Tel Aviv y Jerusalén a protestar, porque el horario de invierno se introduce cuando aquí todavía es verano –del de verdad, con piscina y sol abrasador de mediodía- y no quieren que anochezca una hora antes. Calculan que supone un dispendio innecesario, además de un trastorno para los niños, los viajes y un sin fin de actividades que enumeran los activistas. Pero protestan sobre todo, porque saben que es un político ultra religioso el responsable del adelanto horario. La de adelantar los relojes es la batalla que ha ganado Eli Yishai, ministro de Interior israelí, del partido ultra ortodoxo sefardí Shas. Su empeño responde, evidentemente, a motivaciones religiosas. Esta semana, el miércoles, se celebra el Yom Kipur, el gran día sagrado para los judíos, el del arrepentimiento, el ayuno y la oración. Adelantar el reloj una hora, se supone que facilita la tarea a los que ayunan y a los que rezan con la salida del sol.

En Tel Aviv hubo una manifestación. En Jerusalén, algunos activistas se acercaron a la casa del ministro Yishai, armados con despertadores. Y en la Red, proliferaron las campañas en Facebook y las recogidas de firmas en contra del adelanto horario y a favor de un boicot, que según el diario Haaretz alcanzaron las 400.000.

Para los sectores más laicos de la población el cambio horario significa simplemente que el Gobierno de Benyamín Netanyahu ha vuelto a claudicar ante los mandatos de los más rigoristas. Significa en palabras de los activistas “el regreso a las tinieblas” o “la vuelta a la oscuridad de la edad media”.

 

 

 

 

 

 

El País

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