Imagen de Meah Sharim el viernes por al mañana. / A.C.
Meah Sharim, el barrio-epicentro del judaísmo ultraorotodoxo era un hervidero esta mañana. Los haredim -temerosos de dios- se preparaban para una las grandes fiestas del calendario judío: sucot. Se conoce también como la fiesta de los tabernáculos o las cabañas y recuerda la travesía del desierto tras la huida de Egipto (Levítico 23:40). Muchos israelíes construyen casetas de madera o de lona en los balcones y los patios de su casa, donde comen e incluso duermen. Los niños evidentemente, se lo pasan en grande.
Una infinidad de reglas regulan las características de las cabañas en cuestión. En Jerusalén Oeste, la proliferación de sucas es tal, que algunos barrios es como si los hubieran tapizado de planchas de madera de un día para otro.
Construcción de una de las cabañas de sucot en Jerusalén. / A. C.
Además de las casetas, los judíos observantes deben hacerse con las cuatro especies, que se bendicen durante estos días. Citrón o limón, hoja de palma, mirto y sauce. En Meah Sharim, la adquisición de las especies es todo un espectáculo.
Para empezar, porque son solo hombres los encargados de las compras. Todos vestidos de negro, con sus atuendos tradicionales examinan con lupa -literal- las especies, en los mil y un recovecos del barrio. Es algo así como un mercado de diamantes frutales.
En uno de los callejones del barrio, un abogado palestino llamado Mohamed Ali hacía su septiembre esta mañana con la venta de hojas de mirto. El vendedor explica que no todas las ramitas cuestan lo mismo. Las hay de 50 shekels (unos 10 euros) y las hay de 150, el triple. La diferencia la marca entre otras cosas, el nacimiento de las hojas. Si tres hojas nacen a la misma altura del tallo, entonces la rama se vende cara. Pero si nacen con unos milímetros de separación, el precio de la rama se desploma en el mercado de hadas, como se conoce en hebreo a la rama.
Un limón examinado con lupa en Meah Sharim. / A.C.
Si la miniatura cuenta a la hora de comprar los ramilletes de mirto, lo de los citrones es ya capítulo aparte. Uno de estos limones rugosos puede costar unos 200 euros, si cumple los requisitos necesarios para convertirse en un buen etrog. Me lo explica un judío ultraortodoxo que examina una de las piezas expuestas y que ha viajado desde Estados Unidos con su familia para la ocasión. La idea es que el citrón tenga el menor número de imperfecciones posibles. El problema es que el concepto de imperfección es complicado y subjetivo, de ahí que se valore la presencia de autoridades rabínicas en los puntos de venta y que las negociaciones en torno al precio y la calidad constituyan una actividad en sí misma de la festividad. Está claro que un citrón con marcas o dañado no es bueno. Como tampoco lo es uno que tenga pintitas negras. El tamaño y el color importan. También la forma y la suavidad.
Ushpizin es probablemente la película israelí que más me ha gustado de las que he visto hasta ahora. Cuenta la historia de Moshe, un antiguo delincuente de medio pelo convertido al judaísmo ultraortodoxo, que recibe la visita de unos amigos de su vida anterior, que acaban de salir de la cárcel. Moshe, que es pobre, se gasta casi 300 euros en comprar el mercedes de los citrones, deseoso de ganarse el cielo en la tierra y de expiar sus pecados del pasado. No cuento más. Solo diré que a partir de ahí todo se enreda de forma hilarante y que la película es una forma estupenda de acercarse al judaísmo ultraortodoxo.