Manifestantes palestinos protestan en Ramala el pasado septiembre. / EFE / ATEF SAFADI
Hace ahora un mes, el presidente palestino, Mahmud Abbas
declaraba ante la Liga Árabe el nacimiento de la primavera palestina. Tras el
pistoletazo de salida, los manifestantes obedientes salieron a la calle, quemaron
neumáticos, protestaron por al subida del precio de la gasolina, los alimentos
y pidieron a gritos la dimisión del primer ministro palestino, Salam Fayad. Aquella
sucesión de eventos tuvo un tufillo a coreografía orquestada desde los despachos
oficiales. En Ramala, muchos tenían claro que se trataba de sucias maniobras
políticas del partido gubernamental Al Fatah para desprestigiar a Fayad,
político independiente y niño bonito de Occidente. Las sospechas se vieron
alimentadas ante el ejemplar comportamiento de la policía palestina, que
rompiendo con sus costumbres, trató con guante de seda a los manifestantes.
En cualquier caso, resultaba bastante marciano que fuera el
propio presidente palestino el que alentara una revuelta en contra de su
autoridad. Era desde luego la primera primavera árabe declarada y alentada por los
propios gobernantes.
Así estaban las cosas cuando la situación sobre el terreno,
empezó a desmadrarse. En Hebrón y en Nablus los manifestantes se liaron a
pedradas con la policía palestina y sembraron el caos en medio de la noche. Incluso
en la balsámica ciudad de Belén ardieron barricadas. Los gritos en contra de Fayad
se extendieron. Los manifestantes empezaron a pedir la salida de Abbas y el fin
del Protocolo de París –el que regula las desiguales relaciones económicas con Israel- e
incluso la anulación de los acuerdos de Oslo, los que crearon la Autoridad
Palestina y debían culminar en el nacimiento de un Estado palestino
independiente.
Las alarmas sonaron entonces a uno y otro lado de línea
verde. La cosa podía complicarse mucho más. Aquí todos son conscientes de las toneladas de frustración que acarrean
a sus espaldas los jóvenes palestinos. Unos jóvenes que nacieron con unos
acuerdos de Oslo ya firmados y que a pesar de las promesas y el optimismo
inicial siguen viviendo bajo una ocupación militar que de facto a muchos les dicta si pueden o no viajar, dónde pueden estudiar,
trabajar o vivir.
Protesta en Ramala el apsado septiembre por la situación económica y la carestía de la vida. / EFE / ATEF SAFADI
A las restricciones propias y ya históricas de la ocupación
se le añade la actual coyuntura económica; el verdadero detonante de las
protestas. El Banco Mundial ha advertido recientemente que el déficit
presupuestario de la Autoridad Palestina es insostenible y ha pedido a la
comunidad internacional que apoye a los palestinos. Uno de los problemas es que
los países donantes ya no donan como antes. Los europeos se encuentran inmersos en una
crisis económica que no les permite desembolsos más allá de lo imprescindible.
Los estadounidenses andan enzarzados en un boicoteo que nació como respuesta a
la estrategia palestina de lograr cierto reconocimiento en Naciones Unidas. Y
los países árabes tampoco pagan ya como antes. El dinero lo destinan a a las
verdaderas primaveras árabes y además, de acuerdo con su lógica, invertir en el
Gobierno palestino significa de alguna manera perpetuar la ocupación israelí. En
definitiva, la respiración asistida con la que la Autoridad Palestina ha funcionado hasta ahora, está fallando.
Los políticos palestinos e israelíes se dieron cuenta de que
había que actuar y rápido. Hacía falta oxígeno. Había que contener unas
protestas que nadie tenía muy claro en qué podían desembocar, pero que todos
temían que en nada bueno. Así que sin titubeos sepultaron las protestas con
inéditas concesiones económicas. Israel ha concedido miles de permisos a
trabajadores de Cisjordania, ha permitido la exportación de una partida de muebles
de Gaza a Cisjordania y sobre todo ha adelantado 250 millones de shékels –unos
50 de euros- de los impuestos que recauda Israel y que corresponden a los
palestinos. Mientras, el Gobierno de Ramala se ha apresurado a aprobar medidas
de urgencia, incluida una bajada del precio de la gasolina, un recorte del IVA y
de los viajes y gastos de los políticos de la Autoridad Palestina.
La calle se ha calmado. De momento. Las protestas han
amainado, pero la preocupación persiste en los despachos oficiales palestinos e
israelíes. Hay un mar de fondo que podría reactivarse en cualquier momento. Un
diplomático occidental comentaba el otro día que estaba asustado tras escuchar
la determinación y la renovada asertividad con la que ahora exigían mejoras los
sindicatos palestinos. También hace poco, un alto mando militar, durante una
conversación de cerca de una hora, dedicó casi todo el tiempo del encuentro al
tema. “Hasta ahora lo tratábamos como una cuestión interna palestina. La
principal motivación [de las protestas] es económica, pero hay muchas otras
capas que no podemos ignorar. Pueden volverse en contra de Israel”, decía. La
estrategia militar israelí, explicó pasa por mantener un perfil bajo para
tratar de que la situación se estabilice. Temores parecidos expresó el vice
primer ministro israelí Dan Meridor durante un encuentro reciente con
periodistas internacionales, en el que mostró su preocupación ante la situación financiera de la Autoridad Palestina. “Les estamos dando a los palestinos más de lo
acordado. Nuestro interés es que la Autoridad Palestina siga funcionando”. Y Abbas lo dijo claro
ante la Asamblea General de la ONU la semana pasada: la Autoridad Palestina se
encuentra “al borde del colapso”, “su existencia peligra”.
En Washintgon, andan también evidentemente preocupados con
el tema. Sin Autoridad Palestina la ya casi quimera de los dos Estados es directamente
impensable. Barajan incluso los estadounidenses la posibilidad de liberar
fondos de ayuda de forma excepcional para que el Gobierno de Ramala pueda pagar
a los salarios de los funcionarios y calmar los ánimos.
De momento, unos y otros aplican tratamientos paliativos.
Todo lo que haga falta con tal de contener la marea. Saben que una verdadera primavera
palestina, o lo que es lo mismo, una tercera Intifada serían palabras mayores.