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Blog de Tomás Delclós desde Barcelona

Tomás Delclos

SOBRE EL AUTOR

Subdirector de EL PAÍS y responsable de Ciberpaís

marzo 2008

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05 marzo, 2008 - 01:00

El catalán, un sablista

Manuel Pizarro carece, como mínimo, de experiencia política y modula poco sus frases. No las acomoda al contexto. Esto lo hace un virtuoso de la sinceridad, pero también un imprudente, sobretodo cuando esta transparencia mental no evita nadar en el error.

    El gran gurú que el PP presenta para sostener su discurso económico está transitando por jardines preocupantes, incluso para los suyos. Su atipicidad y pasión por la mezcla de géneros quedó clara cuando, al frente de Endesa, enarboló el texto constitucional en una rueda de prensa para defender su posición en contra de la opa de Gas Natural. ¿La suya era una postura gerencial o, sobretodo, política, dominada por un resquemor territorial? ¿Qué quería amparar con la Carta Magna?.

  Hace unos días, en un mítin donde reinó José María Aznar, Pizarro, en funciones de ilustre telonero, se embarcó en una teorización sobre los peajes que pagan los mentirosos. “Los peor es la mentira”, dijo, “el gobernante que miente se va”. Pablo Ordaz explicó la escena en este diario con una imagen certera: mentar la soga en casa del ahorcado.

  La trayectoria de Pizarro ha proseguido con afirmaciones como que en España hay suelo de sobras porque sólo hace falta viajar en avión para ver los páramos disponibles. Un remedio a los problema de la vivienda que sugieren la multiplicación de seseñas hasta el enladrillamiento absoluto del territorio.

Y la última ha trascendido tarde. Fue en Girona, en un encuentro, sin periodistas, con empresarios locales.Les recriminó su talante quejica y sablista. Lo que seguramente era una exposición de los déficits en infraestructura por parte de los empresarios lo leyó Pizarro como el incordio de una patronal pedigüeña (vocablo, por otra parte muy aznarista). Lo más preocupante es comprobar cómo de instalada está la idea de que los catalanes están en España para sacarle el jugo que puedan. O sea, que no se utiliza solo como arma demagógica para solazar electorados de otros territorios, al precio de azuzar la enemistad territorial, sino que, incluso, se creen que es verdad. Ya casi parece inútil intentar desmentirlo.

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