[La muestra dedicada a Chardin en el Museo del Prado fue elegida mejor exposición de 2011 por Babelia, suplemento cultural de EL PAÍS. En este texto, el filósofo Isidoro Reguera analiza un libro dedicado al pintor francés que reúne textos de André Comte-Sponville, Denis Diderot, Edmond y Jules de Goncourt y Marcel Proust]
Por ISIDORO REGUERA
Después de la magnífica exposición sobre Jean Siméon Chardin (1699-1799) que presentó el Museo del Prado hasta finales de mayo el año pasado, nada mejor para rememorar las vivencias que haya podido suscitar que leer este espléndido libro sobre el pintor. Un libro inteligente, sincero, de fácil e impactante lectura, que hace pensar y que manifiesta claramente lo que la filosofía puede aportar, modestamente, en la interpretación del arte.
Las 120 primeras páginas del estudio de André Comte-Sponville se completan con otras 100 donde se recogen tres famosos textos sobre Chardin: de su amigo Diderot, de los hermanos Goncourt y de Proust. A pesar de la brillantez de éstos, me quedo con el primero. A Comte-Sponville le cambió la vida a sus veintisiete años la visita de la gran exposición de Chardin que se hizo en el Grand Palais de París en 1977. Resulta de una delicadeza extrema cómo cuenta este suceso autobiográfico y cómo tras él va recorriendo el camino hacia lo simple y eterno de Chardin, que no fue un niño prodigio pero sí un anciano brillantísimo.
Para un filósofo materialista e ilustrado como Comte-Sponville la materialidad de la pintura de Chardin resulta tan afortunada ella misma en su facticidad, como esplendente su presentación en un lienzo, lleno de pintura sin más, sin historias, mitos, ideologías, subjetivismos, retóricas, anécdotas. "Como si bastara con mostrar el mundo tal cual es, con desvelarlo, con revelarlo, para que de repente todo cambie. Como si lo real, que nos contiene, fuera una verdad suficiente, una bendición suficiente. Como si el tiempo y la eternidad fuesen una sola cosa. Como si la materia fuera ya un acierto". ¿Por qué? ¿Cómo? Bastaría con mirar, pero... ¿Por qué? Por el sin porqué de la rosa de Silesius, que florece porque florece. ¿Cómo? Por la "magia" del artista: ese claroscuro de Chardin que suscita milagrosamente la presencia silenciosa de una materia, mundo, cosas, que parecen su propia substancia; que engloba todo en un halo tan realista como poético. A ahondar en ese porqué sin porqué y en ese cómo milagroso dedica sus páginas Comte-Sponville. A desentrañar ese mirar que bastaría... Si "la atención absolutamente pura es plegaria" (Simone Weil), la mirada atenta genera un campo visual de espiritualidad monista, laica, panteista, inmanente: "como un recogimiento ante el ser o la materia", algo absoluto. ¿Absoluto? Sí, pero "mejor que hablemos de lo que conocemos, de esa liebre, de ese caldero, de esa cesta de ciruelas, de ese vaso de agua, de esas flores, de esa mujer que regresa del mercado: mejor que hablemos de todo eso; es el único absoluto.
¿Por qué buscar otra cosa si todo está ahí? ¿Por qué rezar cuando basta con mirar?" Y es que hemos convertido el mundo en un obstáculo o un simulacro, como si fuera un problema o una mentira. "Todos idealistas, todos supersticiosos, todos creyentes, todos sedientos de otra cosa, de un más allá, de un significado, de una trascendencia, convencidos de que hay una realidad escondida detrás del mundo". Pero luego se mira un conejo muerto, una perdiz, una naranja amarga, un niño jugando a la peonza... "y de repente se deja de buscar. La verdad está allí, delante de nosotros. Presente. Revelada. Ofrecida. ¿En el cuadro? En el cuadro, sí. Y en el mundo entero".
Chardin, como Vermeer o como Corot (la "trilogía de pintores del silencio"), convierte a sus contemporáneos en decoradores. Chardin parece pintar la eternidad de cada cosa, de cada ser, de cada momento; en sus cuadros el tiempo está como detenido, inmovilizado, en suspenso. "Es que estamos ya en la eternidad." Todo es necesario, eterno y perfecto, ya que todo es; todo es presente, ya que no hay nada más que lo que existe, dura. Además, nadie puede durar o existir a medias. "¿Cómo esa pera o ese caldero podrían no ser lo que son? ¿Cómo podrían ser otra cosa o serlo de otro modo?"
Como escribe Diderot, no son colores lo que mezcla Chardin en su paleta: "es la substancia misma de los objetos, es el aire y la luz lo que moja en la punta de su pincel y fija sobre la tela". Sólo algo así explicaría esa sensación de unidad total, profundidad, armonía que producen sus cuadros. La sensación de que todo es uno, ya que todo es material. La de que materia y belleza son una y la misma cosa.
André Comte-Sponville, Chardin o la materia afortunada. Traducción de Marta y Rosa Bertrán Alcázar, Elisenda Julibert y María Teresa Gallego Urrutia. Editorial Nortesur. Barcelona, 2011. 248 páginas. 20 euros.
ISIDORO REGUERA es Catedrático de Filosofía en la Universidad de Extremadura. Traductor de Wittgenstein, es autor de libros como La miseria de la razón (Taurus), El feliz absurdo de la ética (Tecnos), Ludwig Wittgenstein (Edaf) y Jacob Böhme (Siruela).