Tormenta de Ideas

Sobre el blog

Dedicado al pensamiento desde todas las perspectivas posibles –la ética y la estética; la antropología y la sociología; la física y la metafísica-, este blog es un espacio para razonar. Y para debatir.

Sobre los autores

Tormenta de ideas es un blog colectivo de información y opinión. La primera toma forma en la redacción de EL PAÍS. La segunda, en el cerebro de sus expertos y colaboradores.

La materia es la belleza

Por: | 30 de enero de 2012

Chardin-Water-Glass-and-Jug

 

[La muestra dedicada a Chardin en el Museo del Prado fue elegida mejor exposición de 2011 por Babelia, suplemento cultural de EL PAÍS. En este texto, el filósofo Isidoro Reguera analiza un libro dedicado al pintor francés que reúne textos de André Comte-Sponville, Denis Diderot, Edmond y Jules de Goncourt y Marcel Proust]


Por ISIDORO REGUERA


Después de la magnífica exposición sobre Jean Siméon Chardin (1699-1799) que presentó el Museo del Prado hasta finales de mayo el año pasado, nada mejor para rememorar las vivencias que haya podido suscitar que leer este espléndido libro sobre el pintor. Un libro inteligente, sincero, de fácil e impactante lectura, que hace pensar y que manifiesta claramente lo que la filosofía puede aportar, modestamente, en la interpretación del arte.

Las 120 primeras páginas del estudio de André Comte-Sponville se completan con otras 100 donde se recogen tres famosos textos sobre Chardin: de su amigo Diderot, de los hermanos Goncourt y de Proust. A pesar de la brillantez de éstos, me quedo con el primero. A Comte-Sponville le cambió la vida a sus veintisiete años la visita de la gran exposición de Chardin que se hizo en el Grand Palais de París en 1977. Resulta de una delicadeza extrema cómo cuenta este suceso autobiográfico y cómo tras él va recorriendo el camino hacia lo simple y eterno de Chardin, que no fue un niño prodigio pero sí un anciano brillantísimo.

ChardinAutorretratoCALWK23CPara un filósofo materialista e ilustrado como Comte-Sponville la materialidad de la pintura de Chardin resulta tan afortunada ella misma en su facticidad, como esplendente su presentación en un lienzo, lleno de pintura sin más, sin historias, mitos, ideologías, subjetivismos, retóricas, anécdotas. "Como si bastara con mostrar el mundo tal cual es, con desvelarlo, con revelarlo, para que de repente todo cambie. Como si lo real, que nos contiene, fuera una verdad suficiente, una bendición suficiente. Como si el tiempo y la eternidad fuesen una sola cosa. Como si la materia fuera ya un acierto". ¿Por qué? ¿Cómo? Bastaría con mirar, pero... ¿Por qué? Por el sin porqué de la rosa de Silesius, que florece porque florece. ¿Cómo? Por la "magia" del artista: ese claroscuro de Chardin que suscita milagrosamente la presencia silenciosa de una materia, mundo, cosas, que parecen su propia substancia; que engloba todo en un halo tan realista como poético. A ahondar en ese porqué sin porqué y en ese cómo milagroso dedica sus páginas Comte-Sponville. A desentrañar ese mirar que bastaría... Si "la atención absolutamente pura es plegaria" (Simone Weil), la mirada atenta genera un campo visual de espiritualidad monista, laica, panteista, inmanente: "como un recogimiento ante el ser o la materia", algo absoluto. ¿Absoluto? Sí, pero "mejor que hablemos de lo que conocemos, de esa liebre, de ese caldero, de esa cesta de ciruelas, de ese vaso de agua, de esas flores, de esa mujer que regresa del mercado: mejor que hablemos de todo eso; es el único absoluto.

Chardinpeache¿Por qué buscar otra cosa si todo está ahí? ¿Por qué rezar cuando basta con mirar?" Y es que hemos convertido el mundo en un obstáculo o un simulacro, como si fuera un problema o una mentira. "Todos idealistas, todos supersticiosos, todos creyentes, todos sedientos de otra cosa, de un más allá, de un significado, de una trascendencia, convencidos de que hay una realidad escondida detrás del mundo". Pero luego se mira un conejo muerto, una perdiz, una naranja amarga, un niño jugando a la peonza... "y de repente se deja de buscar. La verdad está allí, delante de nosotros. Presente. Revelada. Ofrecida. ¿En el cuadro? En el cuadro, sí. Y en el mundo entero".

Chardin, como Vermeer o como Corot (la "trilogía de pintores del silencio"), convierte a sus contemporáneos en decoradores. Chardin parece pintar la eternidad de cada cosa, de cada ser, de cada momento; en sus cuadros el tiempo está como detenido, inmovilizado, en suspenso. "Es que estamos ya en la eternidad." Todo es necesario, eterno y perfecto, ya que todo es; todo es presente, ya que no hay nada más que lo que existe, dura. Además, nadie puede durar o existir a medias. "¿Cómo esa pera o ese caldero podrían no ser lo que son? ¿Cómo podrían ser otra cosa o serlo de otro modo?"

Como escribe Diderot, no son colores lo que mezcla Chardin en su paleta: "es la substancia misma de los objetos, es el aire y la luz lo que moja en la punta de su pincel y fija sobre la tela". Sólo algo así explicaría esa sensación de unidad total, profundidad, armonía que producen sus cuadros. La sensación de que todo es uno, ya que todo es material. La de que materia y belleza son una y la misma cosa.


ChardinCubiertaAfortunada_bAndré Comte-Sponville, Chardin o la materia afortunada. Traducción de Marta y  Rosa Bertrán Alcázar, Elisenda Julibert y María Teresa Gallego Urrutia. Editorial Nortesur. Barcelona, 2011. 248 páginas. 20 euros.

ISIDORO REGUERA es Catedrático de Filosofía en la Universidad de Extremadura. Traductor de Wittgenstein, es autor de libros como La miseria de la razón (Taurus), El feliz absurdo de la ética (Tecnos), Ludwig Wittgenstein  (Edaf) y Jacob Böhme (Siruela).

Tecnoempacho

Por: | 28 de enero de 2012

MoraGoogle

Presentación de Google Earth en San Francisco en mayo de 2011. Foto: D. P. Morris / Getty

por ENRIQUE LYNCH

La impresión inicial que produce El lectoespectador es de franco desconcierto. El autor promete un ensayo que tome posición equidistante entre –para decirlo con la fórmula de Umberto Eco– apocalípticos e integrados, o sea, entre los que abominan de las llamadas “nuevas tecnologías” y los que ven Internet y su cultura como la panacea, pero enseguida se nota que Mora, o no entiende qué quiere decir el mesotes aristotélico que invoca o simplemente su tecnofilia puede más que sus propios argumentos. El ensayo no es tal sino una recopilación deslavazada de entradas que el autor ha reescrito tras haberlas colgado de su blog, pero el resultado es tan fragmentario y desarticulado, que mejor hubiese sido dejarlas en el blog. En ellas, casi sin excepción, se canta una loa tediosa y repetitiva a las innumerables posibilidades expresivas, estilísticas, artísticas, imaginativas, cognoscitivas, etc. que la neocultura cibernética ofrece a los usuarios, sobre todo si se trata de escritores y demás miembros de la peña “creativa” ultramoderna.

Morael-lectoespectador_9788432214080Ya al comienzo (pág. 20) Mora define su obra como un “artefacto visual, mecanismo de óptica para mirar de forma sincrética, sinérgica y sintética el mundo actual y algunas manifestaciones estéticas del mismo” pese a que, salvo un puñado de ilustraciones borrosas, no hay en el libro ni una sola imagen significativa. En cambio encontramos una versión lo más al día que pueda imaginarse de la cultura contemporánea, descrita tras la revolución técnica de marras, expuesta como una utopía de la comunicación absoluta y elogiada como obra de arte total, el no-va-más de la interrelación completa: un magma de flujos, bytes, pixeles y pulsos eléctricos que han producido una cultura-esponja a cuyo interior se puede acceder por cualquier poro, como en el Sea of Holes del Submarino Amarillo (aunque, claro, no se puede salir). Pero a Mora esto no le parece una pesadilla sino el signo de que hemos llegado a la era de Pangea: una nueva configuración del mundo donde, como es previsible, no hay ni jerarquías ni pertinencias y todo se relaciona con todo, como el Uno-Todo de los románticos, pero más parecido a “la Biblia y el calefón” de Discépolo. El ideal de Pangea es una suerte de visión de Sirio que tiene a Google Earth como modelo, cuyo discurso es: “narrativa que intenta la mimesis simulacral mediante un simulacro visual de la realidad icónica, del mediascape”(pág.101).

(No, muchas gracias, me quedo con La isla del tesoro, aunque tenga que leerlo en PDF.)

Inútil intentar poner orden en este libro puesto que su modelo es Google y ya se sabe que el célebre buscador no informa de manera ordenada y racional sino que establece jerarquías procesando frecuencias de acceso a la red, así que el lector de este libro no tiene más remedio que aceptar el abordaje puramente episódico del asunto y dedicarse a recorrer largos pasajes donde el autor se cita una y otra vez a sí mismo o bien glosa a científicos, filósofos, semiólogos, poetas o narradores afines a sus ideas, que invoca sin orden ni concierto, mientras redacta listas de obras y de novelistas ganados por la nueva tecnología y que, como él, han aprendido a explotar sus recursos y las mezcla con consejos acerca de cómo revolucionar la narrativa, sacar partido de los links y la comunicación visual, explotar las ventajas de las redes sociales y gozar de la instantaneidad del tiempo cibernético y el espacio virtual deslocalizado en que nos instalan Internet, los ordenadores y los móviles. Como instrucciones de uso y vademécum Mora ofrece una batería de categorías pseudotécnicas y neologismos tales como: conmixtión, lit(art)ure, narrativa ecfrástica, internexo, blognovelas, pantpágina, intermedial, transfronterizo, cibercepción, etc., en las que, como en el título, toda hermenéutica queda reducida a fusión de palabros.

MoraBauman1318808156_278372_1318808641_noticia_normalEl entusiasmo de Mora por la época en que le ha tocado vivir es tan vertiginoso que lo lleva a veces a  traicionar a quienes cita. Resulta asombroso ver mencionados en su texto como adalides de su utopismo tecnológico a algunos de sus críticos más feroces, como Paul Virilio o Zygmunt Bauman, cuyo sombrío concepto de sociedad líquida sirve a Mora para desarrollar una especie de modelo de las comunicaciones interpersonales mediadas por la red como incesante torrente de flujos y reflujos.

Lo más notable de este ejercicio fallido es que ejemplifica justamente el grave perjuicio que la nueva cultura tecnológica acarrea sobre lectores y espectadores: para unos la consciencia fragmentada; y, para otros, de la película ver solo los efectos especiales. Y, para todos, “una noche en la que todos los gatos son pardos”, que decía el viejo Hegel.

Zygmunt Bauman fotografiado por Cristóbal Manuel

Vicente Luis Mora. El lectoespectador. Seix Barral. Barcelona, 2012. 269 páginas. 18 euros (electrónico: 12, 49)

(Artículo publicado en Babelia, suplemento cultural de EL PAÍS, el 28/1/2012).

Enrique Lynch (Buenos Aires, 1948) es profesor de Estética en el Departamento de Historia de la Filosofía, Estética y Filosofía de la Cultura de la Universidad de Barcelona. Traductor de Michel Foucault, Jean-François Lyotard y Paul de Man, es autor de ensayos como La lección de Seherezade (Anagrama), La televisión: el espejo del reino (Debolsillo) o Filosofía y/o literatura: identidad y/o diferencia (Fondo de Cultura Económica). www.lasnubes.net

Sartre responde

Por: | 25 de enero de 2012


Sartremicro1971

Jean-Paul Sartre en los años setenta.

Por JOHN GERASSI

GerassiSartreEntre 1970 y 1974, John Gerassi (París, 1931), editor de Time, corresponsal para The New York Times SartreCubierta y autor de Jean-Paul Sartre: La conciencia odiada de su siglo, entrevistó por extenso al filósofo francés (1905-1980) con la intención de escribir su biografía. Los padres del periodista eran íntimos del  pensardor, de ahí el ambiente distendido pero no complaciente de unos encuentros en los que el autor de El ser y la nada habla de vida y su obra sin dejar de poner de manifiesto sus contradicciones y las de su época. El resultado de aquellas charlas es Conversaciones con Sartre, un volumen de 500 páginas traducidas por Palmira Feixas y publicadas por la editorial Sexto Piso que estos días llega a las librerías. En los fragmentos que siguen el filósofo habla de la muerte, de mayo del 68 y de los autores que le influyeron.


LA MUERTE. “Leer es ser optimista”

Jean-Paul Sartre: Morir de cierta manera significa que uno aún existe.
John Gerassi : Entonces, ¿por qué suprimió la agonía —no la muerte, sino la agonía— de El ser y la nada?
S.: Fue un error. Por aquel entonces no estaba de acuerdo con Heidegger, quien afirmaba que la vida es un simple aplazamiento, una prórroga antes de la muerte. Trataba de explicar que la vida es una sucesión de proyectos, y que los proyectos no incluyen la muerte, así que ¿por qué hablar de ella? Basta con pensar en la muerte y el proyecto se desmorona. La filosofía imita la vida, como dijo Spinoza, y no al contrario.
G.: Entonces, como escribió usted, si los libros no mueren, ¿leer es ser optimista?
S.: Exactamente.
G.: Así que, como usted escribe libros, no morirá.
S.: Eso es.
G.: De modo que la soledad, o la conciencia de la soledad, la depresión, el hecho de ser rechazado, todo eso desaparece al escribir.
S.: Exacto. Y su fruto es una rareza. Por eso su supervivencia es una cuestión de vida. Todo es raro. El aire, la tierra, el agua, la producción, el consumo, la materia, el espacio, todo es raro. De ahí que el libro, que es tan inmortal como la materia o el aire, simbolice la vida. 

 G.: Pues si escribir es eso, copiar la vida, entonces la vida es absurda.

 S.: Claro que la vida es absurda, porque está hecha de rarezas.

G.: Entonces, cuanto más absurda es la vida, más intolerable es la muerte.
S.: Pues ignórela. Emprenda otro proyecto, cosa que, por definición,
excluye la muerte.

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Pensar en español es pensar con memoria

Por: | 23 de enero de 2012

ZambranoCubieraInglésdelirium-destiny-spaniard-in-her-twenties-maria-zambrano-paperback-cover-artPor REYES MATE

Un francés, un inglés o un alemán no se harían esa pregunta porque lo tienen claro. El hispanohablante, sí, por dos razones: porque pensar, pensar se hace en griego o en alemán, como dejó dicho Heidegger. La cosa no tendría mayor importancia si no fuera porque nosotros nos lo hemos creído. Cuando decimos  que el español piensa narrando, es decir, haciendo literatura, estamos reconocimiento que lo nuestro es una forma de pensar menor. La segunda razón es la invasión de una industria cultural que se escribe en inglés, y eso tiene un inconveniente. Nos pasa lo que a aquel joven cubano que estudiaba  economía con libros traducidos del ruso,  pensados para problemas  que no existían en la pequeña Cuba.

No se trata de reivindicar el pensamiento castizo, sino de pensar nuestro tiempo con instrumentos que expresen lo que nos ocurre, huyendo de conceptos abstractos que nada dicen o de categorías colonizadoras que tanto deforman. Durante más de veinte años hemos dispuesto de un laboratorio excepcional para calcular el punto en que se encuentra el pensar en español. Ha sido la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, que está a punto de concluir. Para que la ingente masa de proyectos y publicaciones ahí reunidos de salto cualitativo, necesita identificar referentes cognitivos específicos que confieran personalidad al pensar en nuestra lengua.

Los principales son éstos. En primer lugar, la naturaleza de una lengua, el español, hablado por vencedores y vencidos; conquistadores y conquistados. Estamos ante una lengua que encierra experiencias enfrentadas de una historia común. Explicitar esas experiencias dará un colorido específico al pensamiento. Al pensar teniendo en cuenta la memoria, no tendrá cabida, por ejemplo, una teoría de la verdad que legitime algún tipo de injusticia.

En segundo lugar, el exilio. El pensar como exilio. Hay un antecedente en el judaísmo que durante siglos hizo de la diáspora una forma de vida y de pensamiento. El exilio, tantas veces padecido en nuestra historia, debería ser elegido como  estructura cognitiva. El camino abierto por María Zambrano está por recorrer.

En tercer lugar, el barroco como figura cultural en la que cristaliza una forma de representación del EspañolCubierta mundo en la que encuentra acomodo nuestro modo de ser. Opción clara de la imagen sobre el concepto, con un añadido de gran actualidad: en la vida ocultada en las calaveras y escombros reside la posibilidad de un futuro diferente.

En cuarto lugar, el marranismo, esa experiencia que nos es tan familiar y que consiste en pensar nuestro presente desde un lugar ajeno. Como en el caso de Spinoza, "el marrano de la razón", se trata de superar el tiempo y el espacio sin refugiarse en la abstracción y sin renunciar al compromiso con nuestro tiempo.

Y, finalmente, el ensayo como forma de expresión. La filosofía, tiene por tarea "elevar su tiempo a conceptos"; el ensayo añade un matiz: eso hay que hacerlo desde el compromiso estético y ético. Estético, ya que se le exige belleza formal, capacidad representativa; y ético pues se pide al autor que ejerza de intelectual. El ensayista no puede ser sólo un académico ni un mero erudito: es un pensador comprometido con las angustias y esperanzas  de las que habla.

La creación de una comunidad cultural iberoamericana debería tener como núcleo orgánico la pregunta por el pensar en español, una pregunta que se articula en torno a ejes como los aquí descritos.

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Reyes Mate es profesor de investigación del CSIC/Instituto de Filosofía. Fue Premio Nacional de Ensayo en 2009 por La herencia del olvido (Errata Naturae). Su libro más reciente es Tratado de la injusticia (Anthropos).

Todorov denuncia las amenazas para la democracia

Por: | 19 de enero de 2012

Todorov_02

Cuenta Herodoto, y lo ha recordado esta semana en Barcelona el pensador Tzvetan Todorov (Sofía, 1932), que cuando el rey persa Jerjes se aprestaba para atacar a los atenienses, Artabano le aconsejó que no lo hiciera. Adujo que aquello era una “desmesura” y le recordó que los dioses no la toleran en los mortales. Los griegos, amantes de la democracia, evocó Todorov, eran partidarios de la “moderación” frente a la hybris (el exceso). Todorov ha cultivado la historia, pero no hablaba del pasado. Para que no quedaran dudas, hizo un guiño a los presentes y, cuando citó al rey de los persas, se preguntó si la anécdota serviría para el presidente de Irán. El pensador búlgaro afincado en Francia inauguraba un ciclo dedicado a las virtudes. Virtudes cívicas: la fortaleza, la dignidad, la paciencia, la justicia, la honestidad, el coraje, la sabiduría, la autoestima (de todas ellas hablarán otros en próximos días) y la moderación, de la que se ocupó Tzvetan Todorov.

La moderación, insistió, es una virtud democrática. Más aún, la democracia supone la moderación: el equilibrio entre los diversos factores que configuran la convivencia. Cuando un elemento se impone sobre los demás, aparecen los totalitarismos. Las sociedades comunistas imponían lo colectivo sobre lo individual. El ultraliberalismo, al llevar la defensa de la libertad, sobre todo la libertad de empresa, a sus últimas consecuencias, acaba por someter las libertades individuales. La democracia se basa en la limitación entre los diversos valores. Hay que aceptar la existencia de un bien colectivo, pero éste no puede liquidar el derecho del individuo. Hay que reconocer la libertad individual, pero ésta no puede evitar las medidas que generan el bienestar de los más. Sin limitaciones mutuas no hay democracia.

La democracia es una forma de organización social caracterizada por la soberanía popular y la acción política. Las normas no derivan de la voluntad de los dioses ni de imposiciones heredadas: ni teocracias ni absolutismos monárquicos, con o sin corona. Tampoco promete paraísos en la tierra. Pero esto no implica la asunción de un fatalismo resignado. Al contrario, la democracia supone la idea de la posible mejora del orden social, de su perfeccionamiento. La idea de progreso es hoy sospechosa, pero es inherente al régimen democrático.

La garantía del pluralismo exige que el poder no esté en manos de unas pocas personas. Es decir, la división de poderes. No dejó claro Todorov si distinguía entre el poder legislativo y el ejecutivo, en una Europa donde ambos están tan imbricados. Pero sí reseñó la exigible independencia del poder judicial y añadió otros dos cuya existencia no resulta enfatizada ni en Montesquieu ni en su claro antecedente, John Locke: el poder mediático y el poder económico. El primero, dijo, “no debe ponerse al servicio del gobierno”. La economía debe respetar la autonomía del poder político y no imponer soluciones a través de las agencias de calificación de riesgo.

La democracia está amenazada. Y los principales riesgos para la convivencia democrática son tres: el mesianismo político, el ultraliberalismo y el populismo. Tres actitudes que derivan de la desmesura.

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Los aforismos de Savater

Por: | 18 de enero de 2012

 

 

FilósofosSciammarella 

Voltaire, Wittgenstein, Ortega y Gasset, Séneca y Maquiavelo. Debajo: Nietzsche y Marx. Vistos por Sciammarella

 

ARTE DE DISCREPAR. Una selección de aforimos involuntarios de Fernando Savater a cargo de Andrés Neuman

El aforismo no es solamente una forma de escribir, sino también una estrategia de lectura. Cada lector que subraya un libro se aproxima a su instrumental sintáctico, a su síntesis conceptual, postulándose como aforista implícito. Eso mismo hizo Fernando Savater con su venerado Voltaire, a quien dedicó una novela epistolar y una colección de sentencias titulada Sarcasmos y agudezas. Aquella serie de sentencias volterianas, que tenían la peculiaridad de haber sido extraídas por el lápiz del propio antólogo, nos confirmó algo que su prosa llevaba décadas insinuando: Savater piensa y redacta de manera aforística. Pero en él esa disposición se camufla y se engarza a través de un mecanismo asociativo. Filósofo de apariencia caudalosa, una lectura microscópica de su estilo revela que las máximas breves son el núcleo, las células de su lógica. En otras palabras, el autor jamás ha eludido los aforismos: los ha integrado en otra arquitectura. Un Savater sentencioso y sinóptico se afila debajo del Savater verboso y elocuente que creíamos conocer, tal como las pequeñas y redondas oraciones subordinadas se alojan en el tejido de una frase compleja.
    Le gusta discrepar, a Savater. Y le gusta, casi nos invita a que discrepemos de él. Dudo que la inteligencia ajena pueda proponernos tarea más fértil que esa. Tenaz oponente de las certezas absolutas, las contundentes declaraciones públicas del filósofo nos han distraído, a veces, de su extraordinaria aportación al pensamiento español: su inagotable obra escrita. Desde los primeros títulos juveniles hasta la actualidad, el autor no ha dejado de acreditar una asombrosa capacidad para pensar lo complejo en términos sencillos, para pulir ideas en palabras exactas. De ahí al aforista de ley mediaba apenas un paso. Si me he atrevido a espigar, provocar estos aforismos de Fernando Savater, lo he hecho por dos razones ojalá complementarias. El perverso placer de detectarlos. Y la sincera esperanza de que, al compartirlos, sus lectores disfruten tanto como el lápiz que los subrayó. A. N.  

 


La filosofía es un género literario. [AS]


La divisa del que piensa poco o mal suele ser: «¿Qué pensarán de mí?». [DF]


La preocupación prioritaria por la coherencia es a la filosofía lo que la obsesión por la respetabilidad a la vida social, y padece idénticas limitaciones. [TH]


Formularse preguntas en apariencia chocantes pero destinadas a explorar lo que consideramos más evidente, al modo de quien da tirones a la cuerda que debe sostenerle, para saber si está bien segura antes de ponerse a trepar. [PV]


No concibo que el pensamiento facilite la vida; la arriesga, la compromete. [AS]


Es preciso que la palabra siga siendo problema. [AS]


La lucidez no respeta nuestra seguridad ni nuestra cordura, no nos respeta. [AS]


En la ciencia, la razón es aún pequeña: no vive la contradicción como algo real, sino que la excusa por motivos técnicos. [AS]


La crítica de la ciencia no puede partir del campo del irracionalismo, sino de la racionalidad más exigente; no se trata de recurrir a instancias transcendentes, sino de apelar a una razón no mutilada. [AS]


¿Qué ateísmo es ese que sigue respetando la causalidad? [AS]


No se trata tanto de incluir el cuerpo en el texto, sino más bien de hacer del texto mismo parte de nuestro cuerpo por medio de esa operación llamada estilo. [AS]


El estilo es lo indebido, lo que nunca se nos regala, lo que tenemos que arrebatar. [AS]


A Marx, como a Nietzsche, lo que le interesaba de la masa era la posibilidad que ésta tiene de dejar de serlo. [AS]


Cuando digo masa me refiero a la multitud unida por el deseo de escapar de los males individuales cometiendo atrocidades colectivas. [MPD]


La fatiga del filósofo se llama pesimismo. Es una intoxicación grave, mortal en todos los casos en que el filósofo trata de remediarla obteniendo una cátedra de Universidad. [AS]


En las conversaciones entre colegas, rara vez se plantean temas filosóficos −parece como si quien está en el ajo tuviera ya poco que decir. En cambio las convocatorias del BOE, los tribunales, los temarios, etc, se debaten con un angustioso patetismo que para sí hubieran Kierkegaard o Pascal. [AS]


La cultura no es algo estable, como la administración y la manipulación quisieran: o se transforma o se convierte en barbarie. [AS]

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El País

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