Todorov denuncia las amenazas para la democracia

Por: | 19 de enero de 2012

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Cuenta Herodoto, y lo ha recordado esta semana en Barcelona el pensador Tzvetan Todorov (Sofía, 1932), que cuando el rey persa Jerjes se aprestaba para atacar a los atenienses, Artabano le aconsejó que no lo hiciera. Adujo que aquello era una “desmesura” y le recordó que los dioses no la toleran en los mortales. Los griegos, amantes de la democracia, evocó Todorov, eran partidarios de la “moderación” frente a la hybris (el exceso). Todorov ha cultivado la historia, pero no hablaba del pasado. Para que no quedaran dudas, hizo un guiño a los presentes y, cuando citó al rey de los persas, se preguntó si la anécdota serviría para el presidente de Irán. El pensador búlgaro afincado en Francia inauguraba un ciclo dedicado a las virtudes. Virtudes cívicas: la fortaleza, la dignidad, la paciencia, la justicia, la honestidad, el coraje, la sabiduría, la autoestima (de todas ellas hablarán otros en próximos días) y la moderación, de la que se ocupó Tzvetan Todorov.

La moderación, insistió, es una virtud democrática. Más aún, la democracia supone la moderación: el equilibrio entre los diversos factores que configuran la convivencia. Cuando un elemento se impone sobre los demás, aparecen los totalitarismos. Las sociedades comunistas imponían lo colectivo sobre lo individual. El ultraliberalismo, al llevar la defensa de la libertad, sobre todo la libertad de empresa, a sus últimas consecuencias, acaba por someter las libertades individuales. La democracia se basa en la limitación entre los diversos valores. Hay que aceptar la existencia de un bien colectivo, pero éste no puede liquidar el derecho del individuo. Hay que reconocer la libertad individual, pero ésta no puede evitar las medidas que generan el bienestar de los más. Sin limitaciones mutuas no hay democracia.

La democracia es una forma de organización social caracterizada por la soberanía popular y la acción política. Las normas no derivan de la voluntad de los dioses ni de imposiciones heredadas: ni teocracias ni absolutismos monárquicos, con o sin corona. Tampoco promete paraísos en la tierra. Pero esto no implica la asunción de un fatalismo resignado. Al contrario, la democracia supone la idea de la posible mejora del orden social, de su perfeccionamiento. La idea de progreso es hoy sospechosa, pero es inherente al régimen democrático.

La garantía del pluralismo exige que el poder no esté en manos de unas pocas personas. Es decir, la división de poderes. No dejó claro Todorov si distinguía entre el poder legislativo y el ejecutivo, en una Europa donde ambos están tan imbricados. Pero sí reseñó la exigible independencia del poder judicial y añadió otros dos cuya existencia no resulta enfatizada ni en Montesquieu ni en su claro antecedente, John Locke: el poder mediático y el poder económico. El primero, dijo, “no debe ponerse al servicio del gobierno”. La economía debe respetar la autonomía del poder político y no imponer soluciones a través de las agencias de calificación de riesgo.

La democracia está amenazada. Y los principales riesgos para la convivencia democrática son tres: el mesianismo político, el ultraliberalismo y el populismo. Tres actitudes que derivan de la desmesura.

El mesianismo político

El mesianismo político consiste en el derecho que se arroga Occidente, y muy especialmente Estados Unidos, a imponer la democracia y los derechos humanos por la fuerza a otras sociedades.

Entre 1989 y 1991 se produce la quiebra de las sociedades llamadas comunistas y Estados Unidos se convierte en la única potencia hegemónica. A partir de ese momento, roto el equilibrio mundial que suponía la existencia de la Unión Soviética, los estadounidenses asumen su papel de garantes de la libertad (sobre todo de comercio) y la seguridad mundial. Hasta ese momento, las relaciones internacionales se basaban, sobre todo, en el reconocimiento de la soberanía de los diversos estados. La guerra, como último recurso, se producía cuando la propia seguridad estaba amenazada. Ya no es así y Libia lo demuestra. La intervención de Estados Unidos ayudando a derrocar a Gadafi no puede explicarse por amenazas a la seguridad en Norteamérica. Tampoco era ése el caso en la intervención en Irak entre 2003 y 2011, señaló Todorov. Primero fue una “respuesta” a una amenaza que resultó inexistente. Luego, George Bush justificó la intervención con que se iba a imponer la democracia en Irak. Y una vez abandonado este objetivo, los ejércitos se quedaron. Hoy no puede decirse que Irak sea una democracia.

La tortura

Lo mismo ocurre con la lucha contra el terrorismo internacional. Una actividad que parece justificarlo todo, incluso la tortura, lo que acarrea consecuencias nefastas. La práctica de la tortura era antes condenada y combatida, legal y moralmente. Era una vergüenza. Hoy los juristas buscan como legalizarla y se practica con la presencia de psicólogos, psiquiatras y médicos, mientras que los filósofos se afanan en justificarla moralmente.

La tortura, por supuesto, destroza al torturado. Pero también corroe al torturador. Un Estado que legaliza la tortura deja de ser democrático. Es un Estado sin freno, con sus dirigentes entregados a la desmesura.

Una actitud que se percibe en el presidente Barak Obama, quien ha defendido su derecho a intervenir cuando se producen desastres naturales, cuando se debe garantizar la seguridad y para defender la libertad en el mundo. Aparentemente, todas son causas humanitarias. Se trata de paliar las desgracias y las injusticias y garantizar la libertad (de comercio). Un derecho a intervenir que no es, sin embargo, ilimitado. Quedan excluidos los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y sus protegidos. He ahí la consecuencia de la rotura del equilibrio tras la caída del muro. Se impone como absoluto una única potencia vestida con los colores del bien.

El ultraliberalismo contra la libertad

La defensa de la libertad encubre que, en Occidente, lo que está amenazado es, precisamente, la libertad del individuo, por la actuación de las fuerzas ultraliberales. La economía ultraliberal está debilitando a los poderes políticos. Un gobierno que intente resistir a las fuerzas de los mercados puede verse atacado por deslocalizaciones o por movimientos especulativos contra su moneda o su deuda. Deslocalizaciones llevadas a cabo por “empresarios marxistas”, ironizó Todorov, que están unificando a los obreros de todo el mundo, mientras los Estados se someten a la economía y, a su vez, las agencias de calificación viven si estar sometidas a ningún poder. Fuera de control. El poder pasa del pueblo soberano a los propietarios del dinero. Y el dinero no reconoce fronteras.

El pensamiento dominante sostiene, y nade parece discutirlo, que fuera del mercado no hay salvación, que no se puede cuestionar la lógica del consumo, que la tarea de los Estados es abstenerse de casi todo y limitarse a mantener el orden público y facilitar la libertad del poder económico.

En este punto, Todorov volvió a citar a Montesquieu: “Un poder sin límites es un poder ilegítimo”.  Ahí está, en Estados Unidos, la permisividad en las donaciones de dinero a los candidatos. ¿Tiene algo de extraño que, después, se regulen los seguros médicos privados y se desregule la acción de la banca. El resultado es la libertad individual aplastada por la libertad de empresa. Porque ¿dónde queda el derecho del pobre, desahuciado porque no puede pagar la hipoteca o condenado porque no puede pagar el tratamiento de su enfermedad?

Frente a estas desmesuras, el humanismo exige afirmar el carácter social del individuo. El hombre no se reconoce, dijo Todorov, si no es en la mirada de los otros. La libertad no puede ser un absoluto que aniquile la igualdad y la fraternidad.

Populismo y xenofobia

El tercer riesgo para las democracias es el populismo. El pueblo es soberano, pero esa idea puede convertirse en una amenaza. La actitud populista enfatiza el aquí y el ahora, lo concreto y el presente frente a la idea de futuro y la abstracción que permite la comprensión de las cosas. Frente a ello propone recetas milagrosas. El demócrata se mira en el futuro, el populista sólo mira a un presente efímero, aseguró.

El populismo crece ante el cambio progresivo, y a veces acelerado, de las sociedades actuales, vivido como una pérdida de privilegios. El populismo lleva aparejada la xenofobia, como puede verse en Holanda o en Egipto, entre cristianos y entre musulmanes. En ambos casos se ve al extranjero como una amenaza para una estabilidad perdida. Pasando por alto que “todos somos extranjeros. Si no lo somos hoy, lo seremos mañana”. Garantizar el bienestar colectivo es deseable, pero no debe hacerse a costa de exclusiones. De hecho, puede darse el caso de que aumente la riqueza de un país, aunque disminuya la del conjunto de sus habitantes, aunque aumenten las desigualdades. Basta con que una élite se enriquezca, aunque el resto sea más pobre. Las sociedades mediáticas potencian los discursos populistas, en cuyo centro anida la xenofobia, una forma más de desmesura.

La democracia está amenazada pero no hay que caer en el desespero. No hay motivo para el fatalismo, defendió Todorov con vehemencia. Y terminó con una reflexión humanista: “Siempre hay esperanza”. Contra quienes creen que los jóvenes prefieren la inmediatez del presente, conviene recordar que no se ha producido una mutación en la especie, de modo que una nueva generación ya no tenga en cuenta el futuro. Ahí está los indignados. Pero cuidado: la indignación no es una virtud, aunque los indignados sean un grito de alarma ante lo que no funciona. Una invitación a pensar en las respuestas adecuadas. Y, a continuación, una llamada a “confiar en el ser humano”. Y esto no implica un roussonianismo ciego porque “no somos ángeles. Somos vulnerables al egoísmo” y, para controlarlo, conviene no olvidar el papel moderador de las instituciones.

 

Todorov_01Nota biográfica

Tzvetan Todorov nació en Sofía (Bulgaria, en 1932. Desde 1963 reside en Francia. Ha publicado una treintena de libros y en 2008 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Aunque sus primeros textos estaban muy pegados a la semiótica y la literatura, a lo largo de su vida ha cultivado casi todas las áreas de la cultura humanística, buscando siempre una mejor comprensión del presente. Su conferencia en el CCCB de Barcelona en el ciclo sobre las virtudes fue presentada por el editor Joan Tarrida, quien resaltó que ese mismo día había parecido una nueva obra de Todorov: Los enemigos íntimos de la democracia.

Imágenes del pensador, arriba, y junto a Joan Tarrida,  tomadas por Carles Ribas.

Hay 1 Comentarios

Este individio es el que defendio en las paginas de El Pais la dictadura de Videla en Argentina (30.000 muertos de nada, entre ellos un primo mío) que ahora pretenda dar lecciones de democracia es vomitivo, que se las meta donde le quepan

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