Melting Wit (2006) (detalle), obra de N. S. Harscha.
Trivializar y desvirtuar. La economía del ansia es la tercera y última entrega de La India globalizada: ¿quién gana y quién pierde?, una serie que trata de explicar el reverso cultural y social del rápido desarrollo económico de uno de los llamados países emergentes.
por CHANTAL MAILLARD
A diferencia de las conquistas bélicas, la globalización tiene a su favor que el conquistado accede a serlo y, aún más, quiere serlo. ¿Tiene sentido, en tal caso, hablar de conquista? Cómo no. La sociedad de mercado utiliza un arma extremadamente efectiva y mucho más sutil que otras; en realidad la violencia de sangre pertenece al pasado, la que se ejerce ahora tiene que ver con el deseo. Lo que introducimos es el mito de la felicidad; nadie se puede resistir a esto. Felicidad al alcance de todos. ¿Cómo? Rebajando su coste, por supuesto. No sólo su coste monetario, sino su coste real: lo que uno tiene que entregar para conseguir algo, lo que uno tiene que dar de sí. No hay felicidad que no provenga de una entrega. Cuanto mayor sea la entrega, mayor será el valor de lo adquirido a los ojos de quien lo adquiere. Pero la felicidad –o el bienestar– a bajo coste no exige tal entrega, por lo que la satisfacción disminuye o se anula. Y no exige entrega porque el producto que se adquiere tampoco lo merece ya que, para ponerse al alcance de todos, ha tenido que desvirtuarse, rebajarse, como la leche.
Es fácil, cuando los productos han sido desvirtuados, convertir a los individuos en adictos al consumo. Y eso han hecho las naciones occidentales con todas las demás: les hemos exportado nuestros valores, nuestro modo de vida, de pensar, nuestros intereses, hasta nuestro ideal de felicidad, nos hemos apropiado de su cultura y, para convertirla en valor mercante, la hemos tergiversado, trivializado, desvirtuado: la hemos despojado de su virtud: de su fuerza y, una vez hecho esto, se la hemos devuelto para ser consumida por quienes nos la entregaron. Ahora, ellos son quienes nos la venden desvirtuada.
Algo desvirtuado no sólo es fácilmente consumible sino que es también un estímulo para el consumo. Los productos desvirtuados, en efecto, dejan en quienes los consumen una tasa de insatisfacción que les lleva a consumir más con intención de saciarla y, dado que no obtienen resultados, seguirán consumiendo.
Sin el deseo, la sociedad de mercado no funcionaría, por lo que conviene, ante todo, alentarlo.
Es curioso constatar que el deseo ha sido precisamente la piedra angular de todas las doctrinas que el hinduismo ha ido elaborando a lo largo de los siglos, incluyendo a sus heterodoxias, el jainismo y el budismo. Que el deseo es la causa del sufrimiento es el punto de partida del método que el Buddha enseñó. Erradiquemos el deseo y dejaremos de padecer. Lograr la ecuanimidad del ánimo es procurar la paz. De allí la necesidad de observar la mente, pues el deseo se manifiesta en pensamientos y, si agarramos un pensamiento, si nos identificamos con él, no tardaremos en actuar de acuerdo con su dictado. No era otra tampoco la enseñanza del autor de los Yogasutras, uno de los textos más relevantes del hinduismo ortodoxo. Sin agitación, la mente reposa tranquila. ¿Cómo ha podido, esa sabiduría milenaria, perder su impronta en quienes se supone debían protegerla? ¿Cómo ha podido ser neutralizada de manera tan drástica?
El ansia es fuerte y sus dioses son poderosos; actúan de muchas maneras y no siempre se les ve venir.
Las doctrinas hindúes no responden a las necesidades del mercado, salvo, por supuesto, que se conviertan en productos de consumo. Y la demanda, en los países occidentales, de doctrinas espirituales ha sido grande. Aunque, claro –y ahí está el truco– ¡desvirtuadas! Nos han sido importadas las doctrinas del espíritu como gimnasias terapéuticas a las que pronto se apuntaron los científicos del alma para contrarrestar con terapias “humanísticas” las variantes del conductismo, que tenían como meta reconducir a los individuos descarriados, improductivos, y reciclarlos para que pudiesen seguir produciendo, cada uno en su puesto, con los pies bien asentados en un eslabón de la cadena. Pero ¿han hecho otra cosa, acaso, los nuevos terapeutas? ¿Se salieron de la rueda o, más bien, hicieron que girase más aprisa?
Causa de un efecto que a su vez se convierte en causa de otro efecto que, a su vez... Ésta es la cadena kármica, la de los actos (karman). Nadie se libra de ella, a no ser que se aquiete, que mentalmente se aquiete; todos la empujamos. Nunca ha tenido esta metáfora védica mejor aplicación que la que le brinda el sistema global. La cadena industrial, productiva, y la cadena de los actos mentales, bien concertadas, hacen que todo funcione y que la plaga siga propagándose con éxito.
Cultura de ida y vuelta
Lo curioso de la situación –y puede que éste sea un logro añadido que los creadores de la estrategia no hayan previsto– es que estos “productos” culturales desvirtuados y reconvertidos en valores mercantes fáciles de adquirir y fáciles de querer ser adquiridos por la mayor parte de los consumidores son a su vez vueltos a adquirir por sus países de origen para ser utilizados con el mismo fin. De este modo, vemos a los distintos países del lejano Oriente ofrecernos y ofrecerse a sí mismos su propia cultura desvirtuada, entendida, vista y confeccionada según nuestros propios patrones, es decir, según los patrones estudiados por el mercado para que sea apta para todos los públicos. La última vuelta de tuerca es que, con el tiempo, aquellos pueblos llegan a entenderse y a contarse de la manera en que nosotros los hemos contado.
Los inicios de este proceso son bastante fácilmente rastreables en el ámbito del pensamiento. Siempre me ha producido curiosidad esa ambivalencia entre admiración y rechazo que los indios han demostrado para con sus opresores británicos. De la misma manera que hicieron traer muebles europeos para adornar sus casas, así también introdujeron en su Historia la metodología europea. A principios del XIX, los británicos exportaron a India su sistema de enseñanza y las familias adineradas indias enviaron a sus hijos a las escuelas británicas. La recepción de lo europeo se fomentó sobre todo en Calcuta, que fue un centro de gran actividad intelectual. A mediados del XIX, concretamente a partir de 1857, se fundaron las universidades de Calcuta, Bombay y Madrás, un perfecto triángulo de Norte a Sur pasando por la costa oeste, en las que profesores europeos impartieron una enseñanza europea. La admiración que los intelectuales indios profesaron hacia los británicos tendría graves consecuencias para el legado tradicional hindú que, interpretado y traducido dentro de los parámetros de las lenguas cristianas, se encontró, de repente, volcado en otros moldes e impregnado de teología monoteísta. A inicios del XX, para europeizar la cultura india, se empezaron a editar extensas Historias de la Filosofía india, empezando por la de Surendranath Dasgupta, en cinco volúmenes, en 1922, y la conocida Indian Philosophy de Sarvepalli Radhakrishnan, en 1923. Radhakrishnan, que llegaría a ser presidente de la India en 1962, tenía como prioridad demostrar a Europa que el pensamiento indio era tan merecedor como el europeo de llamarse “filosofía”. Pero, para ello, era preciso someterlo a una metodología (la de los “manuales” al uso) y a un vocabulario que, entre otras cosas, reducía a teoría sistemas de conocimiento que no tenían sentido alguno sin su praxis, la cual, evidentemente, no tenía forma de ser vertida a escritura. Sin embargo, así se hizo y, desde entonces, pueden estudiarse, teórica y sistemáticamente, los distintos sistemas ortodoxos (ni shivaísmo, ni jainismo, ni budismo) en las facultades indias.
No sería correcto, sin embargo, mantener una visión unívoca de las influencias. Es muy probable que éstas fuesen bastante más endebles en India de lo que lo fueron a la inversa, y ya sería hora de que reconozcamos, le pese a quien le pese y con todas las consecuencias, que el conocimiento de los textos indios consiguió alterar por completo el rumbo de la filosofía europea. Es un hecho que movimientos como el idealismo filosófico (a partir de Fichte) o el romanticismo, que consideramos modalidades de la conciencia europea y que forman parte de su historia habrían sido impensables sin la introducción del vedanta y del budismo con la traducción de algunos de sus textos a idiomas europeos. Esta presencia de la India en nuestra cultura es algo que no ha sido suficientemente investigado. No se ha abordado con suficiente claridad cómo, a través de Schopenhauer, Fichte, Schelling y, por supuesto, Hegel (que supo ocultar estratégicamente, con un odio manifiesto, lo que su sistema dialéctico a todas luces le debía a India), sin olvidar a Nietzsche, recuperamos aquello que nuestro propio pensamiento, en sus orígenes presocráticos, tenían de común con el de la India antigua.
Pero una cosa son las influencias, que siempre han contribuido a la versatilidad y la riqueza cultural de los pueblos, y otra cosa son las fusiones y las confusiones. En la fusión suele creerse que ambos lados ganan con el aporte del otro, pero ocurre exactamente lo contrario: ambos lados pierden lo que les pertenece y les hace ser especial a los ojos del otro. En el terreno musical, tanto René Daumal como Alain Daniélou, ambos buenos conocedores de la música tradicional india, advirtieron de ello hace ya más de medio siglo, y no andaban descaminados. A la vista de la desnaturalización que ya se veía venir entre 1940 y 1960, Daniélou tomó partido por al movimiento independentista y se entregó con pasión a sus trabajos de musicología con el fin de preservar las músicas tradicionales. “La folklorización”, escribía, “es uno de los métodos más perversos de despersonalización de las culturas nacionales. (…) Es importante recordar que estos préstamos, una vez fuera del sistema sonoro al que pertenecen, pierden completamente su significado original, y que el efecto que producen en su nuevo contexto no tiene nada que ver con su finalidad originaria. Aquellos que actúan así lo hacen como quienes se pusieran a imitar los sonidos de un lenguaje que no comprenden” (Origines et pouvoirs de la musique). Ocurre en los demás ámbitos lo mismo que en el de la música. Extraer un rasgo cultural de su contexto y recontextualizarlo en el propio supone apropiarse de él. Es, entre otras cosas, la mejor manera de que lo extraño, o lo diferente, deje de ser una amenaza, y esto, por supuesto, lo tienen muy claro los poderes de la globalización. Folklorizar significa reducir una cultura a producto turístico: lo suficientemente exótico como para atraer pero lo suficientemente común como para no inquietar. El folklore es una de las manifestaciones del kitsch: una forma de devaluación, de degradación de los elementos culturales para su consumo masivo.
Llegados a este punto, me pregunto: ahora ¿qué haremos? Yo pondré punto final a este artículo, usted a su lectura, y ambos pondremos en otras cosas nuestra mente. Nada habrá cambiado salvo, en nuestro interior, algo de desasosiego añadido. A unos cuantos miles de kilómetros, alguien será violentado. ¿Demasiado lejos? No, ya no. Todo lo que ocurre en este instante ocurre aquí y ahora. Y no puedo dejar de saberme aquí, yo también, en este instante. Por eso hablo, por eso escribo.
Sin duda, todo cambia, y no quisiera pecar de ingenua pretendiendo que una parte del mundo se preserve bajo una urna de cristal a la que unos cuantos nostálgicos pudiésemos acudir cuando nos asaltase la añoranza de algo “puro”, “original” o “genuino”. No. Esto iría en contra de la propia voz de la India, de su antigua cosmología que tan espléndidamente ha sabido enseñarnos la evolución de los ciclos. Pero importa ver a dónde nos llevan los cambios que se efectúan y procurar que no sean para mal. Me resisto a pensar que no haya parcelas que debieran respetarse por el bien de todos, ciertas formas antiguas de tratar con lo que hemos denominado “el entorno” y de utilizarlo con arte: con sabiduría. Quizá fuese conveniente volver a pensar por qué fueron necesarias, en estos ámbitos, las formas tradicionales y qué se ha perdido en el proceso de transformación al que han sido sometidas, al contacto con Occidente, primero, y con el mercado global, ahora.
Muchos de los que viajamos allí volvimos, de alguna manera, transformados, y no nos pasa desapercibida la transformación inversa que ha sufrido aquel continente desde entonces. No podemos evitar una mirada desencantada ante aquello que se perdió en el camino. Si me preguntan qué es ese algo, yo diría que son muchas cosas a la vez que, entre todas, forman un gran entramado. Si tuviese que darle un nombre diría un ritmo, el de un pueblo vivo que cuando nos mira desde sus infinitos ojos nos pone en jaque, nos traspasa –porque mirar, mirar al otro de verdad, sin ese velo protector que acostumbramos a correr sobre nuestros ojos, es algo que también hemos perdido, por miedo, por respeto, o por conveniencia–. Por lo que a mí respecta, es el ritmo del remo hendiendo las aguas, el del arrastre de las chanclas, el de los búfalos dirigiéndose al río, el de los sutras recitados por los niños en las escuelas de sánscrito, todo esto y mucho más. Es un tiempo para la convivencia, un tiempo ensanchado que no marcan los relojes. Por lo que a mí respecta es, en mi memoria, el de la vida en los ghats de Benarés, algo sin duda demasiado particular y remoto como para venir a formar parte de una declaración de principios. No obstante, me basta como ejemplo para tener la certeza de que la vida es algo más y mejor que aquello en lo que la hemos convertido en las ciudades del mercado global. Por eso pienso que algo así merece recordarse y que, renovado, reencontrado, ofrecido, tal vez pudiese haber sido el punto inicial para la realización de un cambio hacia la recuperación del equilibrio. Creo que ese fue mi empeño, y creo que por eso miro hacia India, ahora, con nostalgia.
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CHANTAL MAILLARD (Bruselas, 1951) se especializó en Filosofía y Religión India en la Universidad de Benarés y ejerció como profesora de Estética y Teoría del Arte en la Universidad de Málaga. Es autora de libros como El crimen perfecto. Aproximación a la estética india (Tecnos), Rasa. El placer estético en la tradición india (Olañeta), Diarios indios y Filosofía en los días críticos (Pre-Textos). En 2004 fue Premio Nacional de Literatura por Matar a Platón (Tusquets).
Hay 1 Comentarios
¿Hacia un nuevo crash bursatil mundial? http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2012/04/hacia-un-nuevo-crash-bursatil-mundial.html
Publicado por: Marat | 15/04/2012 9:25:32