Jordi Llovet. En defensa de la educación, el lenguaje y la ciudadanía

Por: | 24 de mayo de 2012

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Pregunta. Usted propone que la formación haga hincapié en el lenguaje, base de todo lo demás.

Respuesta. Dada la actual crisis universitaria, la mayoría de rectores, de decanos de Filología, de quienes conocen el problema de la enseñanza en la Universidad y en la secundaria, cree que lo mejor sería que la gente que va a las carreras de Humanidades saliera de la facultad sabiendo leer y escribir. Hoy los bachilleratos están muy segmentados y eso es una tontería. Hay un bachillerato humanístico y otro artístico y otro tecnológico, y unos cuantos más. Tendría que haber un único bachillerato y, como máximo, una división general en ciencias y letras. Y potenciar un elemento que parece mentira que se haya pasado por alto: hay que dar a la gente una buena formación en materia de lenguaje. Ortografía sí hay que dar, que es muy importante, pero menos teoría y más conseguir que los estudiantes puedan leer un texto y explicarlo, que entiendan lo que dice. Hoy los chavales saben literatura de memoria y, más o menos, ortografía. Sintaxis, no saben. Y organizar el discurso, nada. Es patética la incapacidad que tienen algunos para escribir una carta o redactar un texto de tres o cuatro páginas. Hay que potenciar el lenguaje entendido como universal. Claro, los lenguajes se trasladan a un terreno concreto, el castellano, el catalán, el inglés o el chino, pero hay que tomárselo menos patrióticamente, sabiendo que es un instrumento, el instrumento básico de expresión del ser humano. Es lo que nos diferencia de los animales, que “enraonem”, una palabra que no podrás traducir al castellano. Y yo veo que hoy ocupa un papel secundario en el conjunto de la enseñanza.

P. Es cierto que resulta difícil traducir “enraonar”, palabra catalana que engloba la noción de hablar y la de razonar. Quizás lo más cercano sería “dialogar”.

R. Dialogar. Este es otro asunto a corregir, Los muchachos están poco preparados para mantener conversaciones dialógicas. En esto hay una gran diferencia con otros países. Vas a Alemania, y cuesta trabajo terminar una discusión. Se abre un tema y se le da vueltas, por un lado y por otro. Se produce un despliegue retórico y elocuente extraordinario. Es una cultura del diálogo, de la conversación. De la tertulia, dicho de un modo más banal. Pero esto es importantísimo. En Cataluña, bueno, en toda España, la tertulia había tenido una tradición extraordinaria. Es la cultura de la conversación que me parece previa a la cultura literaria. Muchos de los grandes autores catalanes novecentistas y modernistas se formaron en las tertulias del Continental, del Colón. Unas tertulias que configuraron un mundo simbólico compartido y contrastado, con diferentes voces, todas ellas al servicio de una causa común: llegar a una formulación idónea sobre cualquier asunto. Eso enseña mucho, pero yo no veo que en los colegios se enseñe a los estudiantes a discutir, entre sí o con el profesor. Y se podría hacer perfectamente. Una cosa que no se da en nuestra educación secundaria, y tampoco en la universitaria, es la discusión política. No hablo de formar en los valores constitucionales ni de la educación para la ciudadanía. No. Hablo de discusiones políticas sobre asuntos candentes. Hay muchos y podrían dar lugar a formular opiniones contrastadas y diversas en la clase. Y eso es el fundamento de la educación del futuro ciudadano. Éste se debería educar en las aulas a través de la discusión inteligente sobre los temas políticos, los que preocupan a la polis, la ciudad. En vez de eso, se dan solo enseñanzas que no están vinculadas a la marcha real de la sociedad.

P. Esto enlaza con la crítica que usted hace a que en algunas facultades, sobre todo filológicas, en vez de hacer política se haga patria.

R. Sí. Se hace patriotismo. La actual consejera de Educación, Irene Rigau, dijo el pasado verano en la Universidad Catalana de Verano, en Prada de Conflent, que estaba elaborando un programa para hacer patriotismo a través de la literatura. Me quedé atónito, horrorizado. No hay que hacer patriotismo ni con la lengua ni con la literatura. Lo que hay que hacer es dar formación política. Partir de la idea de que en la escuela, en la Universidad, no se forman sólo profesionales. La idea de formar profesionales en el bachillerato es una aberración. Y se está haciendo, porque hay varios diferentes. En función de si alguien estudiará medicina o derecho o biotecnología. ¡No hombre, no! Es más, toda la formación universitaria, teniendo en cuenta el poco tiempo que los alumnos pasan hoy en el bachillerato, tendría que estar dirigida a la creación de buenos ciudadanos. Ilustrados y virtuosos. La idea de Diderot me parece espléndida. Pero no se hace, se tiende a formar personas hábiles en cosillas. ¿Es esto más rentable de cara al mercado de trabajo? Seguramente, pero da muy poco rendimiento, incluso nulo o negativo, en la formación de una sociedad con discernimiento político. Y esto me parece cada día más importante.

P. ¿Tiene que ver con una sociedad que no aprecia la figura del intelectual?

R. No sólo eso. Tiene que ver con el descrédito de las personas que tienen más conocimientos que las demás. Es un problema, en cierta medida, consecuencia de la democracia. La democracia lo iguala todo por abajo. Es una pena, pero no puede igualarlo todo por el medio y menos por arriba. De ahí que yo sea un gran defensor de la importancia de las élites. Una idea que han sostenido no pocos intelectuales europeos (Eliot, Valéry) desde hace tiempo. Es decir, desde que se ha visto cómo funcionan las democracias parlamentarias, con la aparición de grupos de presión y de opinión completamente manipulados. Flaubert ya se quejaba de eso. Yo defiendo una educación que permita aflorar a las personas con mayor valor y que se les reconozca. ¿Cómo conseguir dar valor a la palabra de los intelectuales? Eso es muy difícil. Me conformaría con que se diera valor a la palabra del maestro. Y la cosa ya falla por ahí. En la Universidad, no. La universidad es un espacio arquitectónico que impresiona mucho. Los estudiantes tienen un comportamiento muy correcto y no hay problemas de disciplina. Ninguno. Pero en la primaria y la secundaria hay muchísimos y eso está arruinando la educación del país. Los muchachos consideran la figura del maestro como inferior a la de cualquier oficio con el que tengan trato cotidiano. Lo ven como un profesional que les da información y no entienden que es la persona que los está formando. No como futuros profesionales, los forma como futuros ciudadanos.

P. Los estudiantes no lo entienden. ¿Lo hacen los profesores?

R. No acaban de entenderlo. En la educación de este país hay un problema muy grave y es que los sindicatos tienen mucho poder. Y también los pedagogos. Los pedagogos, que nunca han ensañado y que no saben hacerlo, están dando consignas sobre cómo hacer las cosas, sin tener ni idea de la práctica cotidiana en la enseñanza. No hay que hacerles caso. Hay que hacer caso a los maestros que son los que enseñan y saben. El poder de los sindicatos también es un problema. Cuando publiqué Adiós a la universidad, hace ahora un año, el entonces ministro Ángel Gabilondo lo leyó y me llamó. Tuvimos una interesante conversación y acabó reconociendo que parte de las propuestas le gustaban pero no podía aplicarlas a causa del poder de los sindicatos. ¿Qué está pasando? Pues pasa que los sindicatos de la enseñanza se preocupan de que no les hagan hacer más horas, de que no les metan más alumnos en el aula, de que tengan los elementos tecnológicos oportunos. Y eso es otra falacia. Alguien se dio cuenta de que si se le daba un ordenador a cada niño, éste se callaba. Pero era porque se quedaba como hipnotizado por el ordenador. Esto ha sido una tontería enorme de parvenu. Hay países muy sólidos, pienso en Finlandia, que tienen uno por clase. Se les enseña informática, que es muy útil, pero no permiten que los críos estén en la clase jugando con la herramienta que garantiza su diversión. Resumiendo, que los sindicatos se preocupan por asuntos de tipo laboral y cuando entras a fondo en cuestiones sobre la figura del maestro, cómo prestigiarlo, lo único que se logra es que se diga que a la figura del maestro hay que darle carácter de autoridad y que si alguien le pega es como si lo hiciera a un policía. No creo que estas medidas disciplinarias sean el remedio. El remedio pasa por una buena escuela de Magisterio y pagar como se debe a una persona que realiza un oficio tan noble. Hay países que esto lo han mimado. La educación republicana francesa es aún superior a la nuestra. La educación por clases de Inglaterra va muy bien de la clase media para arriba, aunque hacia abajo es una catástrofe. Sin embargo, al menos garantiza que una parte salga de bachillerato con buena educación. En España, en cambio, da la impresión de que no se le concede ningún valor. Ahora se empieza a ver que un estudiante termina el bachillerato y no sabe ni lengua ni matemáticas, dos de los puntos fuertes del Informe Pisa. Escribir un folio o una frase larga exige una cierta capacidad de síntesis, una operación mental. Igual que las matemáticas. Y si los estudiantes salen flojos en estos dos campos, el resultado es que ni siquiera obtienen una educación de tipo pragmático que les permita ir por el mundo. Porque un día tendrán que redactar un currículo y una carta pidiendo trabajo y quedarán mal si no dominan esas dos herramientas. Yo creo que tampoco saben Física o Química. La prueba es que muchas facultades han puesto un llamado “curso cero” que ponga a los estudiantes del bachillerato al nivel que se necesita para estudiar una carrera universitaria, porque no están preparados. Y, sin embargo, lo estaban hace 30 años, cuando había una reválida de cuarto y una de sexto y un preuniversitario muy serio. Y este sistema iba cribando a los que no estudiaban. Esto no es una arbitrariedad, porque no es arbitrario decirle a alguien que no sirve para determinada actividad. Alguien puede ser un gran ebanista, un excelente artista y no dársele bien el estudio. Y ahora ¡hace falta tan poco para empezar una carrera universitaria! Hay centros que piden una nota alta, pero en otros se entra con un cinco. Y se bajará más la nota. Si suben las matrículas, una parte de la población no podrá entrar en la Universidad y las universidades viven también de los alumnos inscritos, de forma que bajará la nota de entrada. Paradójicamente, ésta será una de las consecuencias del aumento del precio de las matrículas: entrará gente que no está preparada si sus padres tienen dinero.

P. Hay profesores que sostienen que, en determinadas facultades, es más difícil entrar que salir licenciado.

R. Yo creo que no es así. Lo que ocurre es que es muy fácil entrar y también es muy fácil salir. Una vez un estudiante consigue matricularse, casi puede considerarse licenciado. A pesar de eso, hay un porcentaje que abandona entre primero y segundo. En las facultades de letras, cuando alguien comete varias faltas de ortografía hay que decirle que eso no puede ser. No cabe aducir que eso no tiene importancia. ¡Claro que la tiene! Esto, en parte, es culpa de las nuevas tecnologías. Los estudiantes se acostumbran a funcionar por la vía rápida, sin los procesos de mediatización que la educación conlleva. Y no es sólo algo que tenga que ver con la moral del esfuerzo. No. Los estudiantes tienen que entender que las cosas van despacio. Felipe González y Jordi Pujol, que gobernaron muchos años. hubieran podido hacer una buena reforma de la primaria y la secundaria, lo que hubiera redundado en la mejora de la enseñanza universitaria. No lo hicieron. Ahora empieza a ser urgente.

P. Propone usted recuperar la formación basada en los clásicos que son atemporales.

R. Los clásicos propiamente dichos son los autores que van del siglo V antes de Cristo, del VIII, si incluimos a Homero, hasta el periodo helenístico, pero en sentido general, son también todos los autores importantes hasta Proust, Joyce o Thomas Mann. Se ha demostrado que los clásicos son valores que perduran y que —hablo del campo de las humanidades, no del científico— no se ha dicho apenas nada nuevo después de los grandes clásicos antiguos. La única novedad real en literatura, después de Grecia y Roma, es la invención de la novela. Luciano de Samósata, como el resto de narradores griegos y latinos, no dieron nada igual al Tirant o al Quijote y de éste hacia adelante: un despliegue fastuoso. Se trata de un invento relacionado con el desarrollo de la clase burguesa. En Filosofía también ha habido algunas cosas de importancia: Descartes, por ejemplo. O Kant. En ciencia, no. En ciencia ha sido un continuo: un progreso que reconozco y del que sí soy partidario. Cuando yo critico el progreso, lo que critico es la idea de que la historia avanza hacia algo mejor. Eso no lo creo. Y se ha demostrado: cuando creíamos que las democracias parlamentarias llevaban inevitablemente hacia el estado del bienestar, hemos visto cómo retrocedemos hacia formas de gobierno y servicios públicos rudimentarios y que priman a las clases poderosas. Vamos hacia una división social entre una clase poderosa y un lumpenproletariado muy abundante al que no se le ha dado la capacidad de reaccionar contra este estado de cosas. Y eso se ve en las manifestaciones: va mucha menos gente, lo que significa que la clase obrera ya no está para reivindicar nada, pese a estar más maltratada que nunca. ¿Por qué? Por una falta de formación política. No hace falta reescribir manuales de marxismo para darse cuenta de que al estudiante no se le dota de instrumentos para que asuma que es él quien debe actuar para decidir la marcha de la historia. Porque la historia la hacen los hombres. No cae del cielo, deriva de lo que la gente hace o no hace. Hoy se impone la idea de que la historia se hace sola, de que lo que ocurre es inevitable.

P. Hace usted un gran elogio de sus maestros.

R. Siento gran respeto por mis maestros porque me han enseñado muchas cosas. Hoy parece haberse pervertido la situación. Por una parte, quizás no hay maestros de su categoría. Un día se lo dije a Martí de Riquer y me respondió que ahora los maestros somos nosotros. Pero no es lo mismo. Ellos tenían una sabiduría absoluta: Joan Vernet, Miquel Batllori, José María Valverde, Antoni Vilanova. Por citar sólo los de Barcelona. Gente muy sabia. Y hay otro problema: ahora no se concede autoridad a una persona. Sepa mucho o sepa poco. No hablo de los estudiantes, que sí que muestran respeto por las personas con conocimientos. Hablo de los profesores jóvenes. Éstos no se pegan a las faldas de un profesor mayor para que los oriente y guíe. No. Es una idea feudal que está dentro de un orden que había mantenido la Universidad hasta hace 20 o 30 años y que ya ha desaparecido. En algunas instituciones aún aguantan, como es el caso de las monarquías o del papado. La primera menos, el papado aguanta mejor. Pero en las estructuras que son los epígonos de este orden jerárquico, herencia de la noble edad media, la autoridad está del todo desprestigiada. En la Universidad ya no se reconoce la auctoritas, que es algo que implica al mismo tiempo saber y moralidad. Los profesores jóvenes han tenido que especializarse y ya no creen que nadie les pueda enseñar nada. La consecuencia es que se ha perdido la transmisión del saber. Yo aprendí a enseñar viendo cómo lo hacían Valverde o Blecua. Dos profesores extraordinarios. Pero este procedimiento puede darse por desaparecido.

P. Reivindica el canon.

R. El canon está hoy totalmente desacreditado por culpa de los cultural studies. Lo inventaron los ingleses y empezaron a estudiar la literatura colonial, la de los negros, etcétera. Una tontería, porque en todas partes hay de todo: literatura buena y mala. Los cultural studies promueven el estudio de cosas menores desde el punto de vista de la calidad literaria. Yo creo que un canon se define por la calidad del artefacto estético. Lingüístico. Luego, claro, hay más, por ejemplo, el contenido. Hay ciertas obras que tienen una gran calidad estética y moral o política: Edipo Rey, Antígona, la Política de Aristóteles. Y hay que colocarlas, por fuerza, en un lugar superior. Antes, hay que ponerse de acuerdo en cuáles son. Durante siglos, la gente no ha tenido dudas sobre la importancia de Dante, Sófocles, Homero, Virgilio, Dante o Shakespeare. Ni una sola duda. Quizás opinaban que Ovidio no era tan bueno como Horacio y que éste no era tan bueno como Virgilio (y es verdad), pero todos merecen figurar en el canon. Y ha llegado un momento en el que la gente ya no ha leído lo suficiente y no distingue entre un valor de primera categoría y uno de cuarta. Hablo desde el punto de vista estético. Y entonces se fijan en el mensaje. Y perciben cosas interesantes en la literatura gay o en los discursos feministas. A partir de esto, que es importante en sí, elevan a una enorme categoría a autores que no tienen talla estética. Permutan las categorías éticas y las estéticas. El canon da importancia a la suma, no sólo a los valores éticos o sociológicos. Hay una segunda cuestión: los autores canónicos son difíciles. No todos: Melville puede ser leído perfectamente. Y Homero. Pero el Fausto de Goethe es un libro difícil. Y Cervantes no puede ser leído hasta los 25 o 30 años. Proust también cuesta. Y como en la formación universitaria se busca una literatura que anime a los estudiantes a leer y a comentar, han entrado autores de valor relativo, comparados con los grandes. Se podría aducir: quién ha decidido qué autores figuran en el canon. De hecho, a todos los que defendemos el canon nos acusan de elitistas, de estar vendidos a los poderes fácticos. En esto cayó hasta Michel Foucault. No me líe: la Eneida es buenísima, la Odisea es buenísima y la Ilíada más aún. Y esto no lo ha decidido ningún académico. Lo han decidido siglos de lectura, de comentarios, de relecturas y de presencia en el mundo. Lo que ha pasado es que se ha perdido de vista la dignidad estética del objeto literario. Sobre los problemas sociales, un buen reportaje es más útil que algunos libros, eso es cierto; pero en un buen Balzac hay problemas sociales y buena literatura al mismo tiempo, aunque sea más difícil o más largo. Ocurre que en la Universidad se enseñan estas cosas y contaminan incluso los premios literarios, por falta de contacto con valores literariamente sólidos. He citado la literatura, pero habría que añadir a Maquiavelo y a Descartes, en fin… Hay autores que hay que conocer. Y ahora parece que no haya nada que sea imprescindible conocer para licenciarte en Humanidades. Y otra cosa: empieza a haber gente que no cree que haya que leer libros durante una carrera de letras. Se leen manuales que contienen resúmenes y eso permite hablar de la obra en un examen. Nadie se plantea leer unos 70 libros al año. Y se puede. Eso sí, hay que dedicarse a ello. Yo he vuelto este año a la Universidad y he decidido pedir la lectura de sólo tres libros y muy generales: Civilización de Kenneth Clark; La literatura en peligro, de Todorov, y una antología de textos. Eso lo leerán. Prefiero ser práctico a proponer una decena de libros y que no lean ninguno. Tampoco tienen dinero para comprar muchos libros. Las carreras de letras se han proletarizado mucho. En un 90% son gente con pocos recursos económicos y esto dificulta comprar libros, ir al teatro, a conciertos, lo que les daría la formación global que necesitan. Aquí es donde entra la urgencia de una buena política de becas para estudiantes universitarios: un escaso 0,01% del PIB en España, contra un 0,25 de media en Europa.

 

Biografia:

Jordi Llovet ha sido catedrático de Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona, donde ahora imparte algunas clases, pese a haberse jubilado. El pasado año publicó Adiós a la universidad (Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores) que acaba de ser reeditado al tiempo que salía, en la misma editorial, Brins de literatura universal, una selección de notas publicadas previamente en el suplemento Quadern, de la edición catalana de El país. Se define a sí mismo como un profesor, amante de la educación y del lenguaje. Alguien que, a lo largo de su vida, sólo ha sabido estudiar, aprender y enseñar.

Imagen tomada por Tejederas.

Hay 3 Comentarios


No te olvides del como hemos llegado hasta aqui: la voluntad humana a traves de la racionalidad y UN REVOLVER (en sus multiples y cambiantes avatares). La FUERZA,VIOLENCIA y SUBORDINACIÓN DE UNOS SOBRE OTROS. Dais mas y mas vueltas para olividaros de eso, y eso ES PELIGROSO, el que se finja que no haya sido asi.

Publicado por: Seth Knight | 24/05/2012 20:44:16


THE MAN IN HIM
Y una vez que te acostumbres a la idea de que un ser humano opto por morir por ti (a renunciar a la vida por ti), en tu mente y alma empieza a racionalizarse la idea de que ESTE BIEN QUE OTROS TAMBIEN MUERAN POR TI (o por Jesus). Y hay una sola cosa que puedO decir a eso:
KISS MY ASS

Publicado por: Seth Knight | 24/05/2012 20:22:46

Asi que te digo que antes de morir por ti, de tirar me vida por ti, TE MATARE...
Eso de que una persona sacrifique su vida por otro surge en algunas circumstancias pero nunca es un proposito suicida, salvo que hay un calculo que normalmente HACE OTRA PERSONA, no es individuo, el o ella misma; otra cosa el "calor" del momento que te puede empujar a todo si sigues tu corazon; pero no debes olvidar la mente-que asi es como TE ACABAN MATANDO O MUEREN OTROS POR TU CULPA.

Publicado por: Seth Knight | 24/05/2012 20:16:02


Publicado por: ¿me amenazas de muerte? A la policía de cabeza con vuestra página y los virus | 26/05/2012 3:10:08

Muy estimulante la entrevista: enhorabuena. Pero me temo que el "asunto" de la enseñanza se halla en una decadencia ineluctable. Me explico: regresé como alumno (ya treintañero) a la universidad Autónoma de Madrid a estudiar Historia hace unos años y constaté hasta el hastío que el alumnado no participa, no debate, no pregunta, no reacciona. Y eso que hubo propuestas pedagógicas de gran interés: como suprimir los exámenes sustituidos por lecturas comentadas en clase y la proliferación de debates y retos dialécticos. Nada de nada.
La masa estudiantil no levantaba la cabeza de la transcripción gregaria de apuntes en el pupitre; no salía de las colas para fotocopiar los temas y, cómo no, apuntes de clase (incluso reproduciendo los de años anteriores), etc.
Por parte del profesorado (no todos, por fortuna) hay una indolencia funcionarial propia de quien ha obtenido la plaza y la considera una "propiedad privada". No hay estímulo para innovar, los claustros son burocráticos hasta la saturación y los debates básicamente son producidos por la oposición de camarillas y corrientes del mandarinazgo general de los "cátedros". La investigación en Humanidades (los proyectos de becarios en formación del profesorado) son una lotería que, una vez acreditada la excelencia del alumno (vía expediente académico), depende del grado, paciencia y resignación a decir constantemente: "Sí, bwana" al director-tutor (ojo, con la terminología).
En fin, no quiero alargarme más, pero el fracaso es grandioso y generalizado. Ya decía el gran Josep Pla, haciendo alusión al Xenius (Eugenio D'Ors), y refiriéndose en concreto a la universidad (la de Barcelona de primeros de siglo XX, pero de España toda, en realidad): que el problema radicaba en la tarima.
Mucho habrá que cambiar, desde luego, y ya en las enseñanzas previas, pero lo que no cabe la menor duda es que a la universidad se debe ir a estudiar, a obtener los mejores resultados y no a zanganear (las becas deben premiar los méritos y las buenas calificaciones). Y el profesorado debe estar sujeto a evaluaciones continuas por comisiones lo más imparciales e independientes posibles. Y no, claro está, mantener esta estructura funcionarial para los restos.
Malos enseñantes, docentes e investigadores a la calle y que no entren estudiantes lerdos, indolentes y vagos.
Saludos cordiales.

Gran entrevista! Subscric moltes opinions de Llovet.

D'un professor en aprenentatge.

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