por LUIS FERNANDO MORENO CLAROS
Günther Stern (más adelante adoptaría el pseudónimo de “Anders”) se declaró a la joven Hannah Arendt en un baile de máscaras. Fue en Berlín, en 1929. Él era doctor en filosofía desde 1924, y ella —también filósofa— preparaba su tesis doctoral sobre el amor en San Agustín. Como buen kantiano, Stern la “conquistó” formulando un pensamiento enigmático para los no iniciados, le dijo que “amar es el acto por el que convertimos algo a posteriori —a saber: ese otro al que conocemos accidentalmente— en un a priori de nuestra propia vida”. Poco después se casaron por sorpresa en una ceremonia civil, sin la asistencia de padres ni invitados. Los dos estaban enamorados: él, de ella; ella, de su antiguo profesor Martin Heidegger.
Arendt no podía olvidar al célebre “filósofo del ser” que había sido su amante durante los años de estudio en Marburgo. Heidegger, el excéntrico que con su verbo embobaba a alumnos y alumnas, casado y con dos hijos, había dejado morir la relación con Hannah. Ésta, despechada, decidió casarse “como quiera y con cualquiera” puesto que no podía tener a Heidegger. En esto llegó Stern, también exalumno del autor de Ser y tiempo, con quien no se llevaba bien.
El matrimonio Stern fracasó. Se quebró definitivamente en 1937, durante las vicisitudes del exilio parisino. Muchos años después, solitario en Viena, Günther Anders, ya un pensador conocido gracias a libros como La obsolescencia del hombre, se entera de la muerte de Hannah, “primer y único amor de mi vida”, en 1975. En homenaje a ella y para acallar en algo su profunda melancolía se le ocurrió refrescar unas notas tomadas al vuelo durante el primer año de su matrimonio con la joven. Entonces, ambos creían sólo en la filosofía y en que algún día llegarían a interpretar el mundo y a descubrir los misterios del ser. Sentados en un minúsculo balcón, deshuesaban cerezas para hacer mermelada. Entre cereza y cereza, se entregaban a orgías filosóficas: ¿son las mónadas de Leibniz de verdad tan estancas como parece? ¿Somos nosotros como ellas, incapaces de comunicarnos de verdad? De ahí pasaban a tratar otros asuntos tan trascendentes como la esencia del Dasein para terminar refiriéndose a Heidegger y su fárrago ontológico, pero también a la situación que comenzaba a vivir Alemania en aquella época: el acusado nacionalismo y el ascenso político de la ultraderecha.
Las conversaciones que recreó Anders de memoria dan idea del ambiente en el que vivía aquella pareja de intelectuales noveles, rodeados de libros y conversando sin cesar. Se ve, no obstante, que Anders, aunque admira a Hannah y elogia su belleza, su inteligencia y autonomía, parece ser quien
llevaba la voz cantante: cuatro años mayor que ella, ya doctor y enfrascado en la elaboración de arduos estudios de antropología filosófica, se crecía delante de su esposa, a la que también parece reprocharle en secreto su amor por Heidegger y el empleo de su jerga. No sabía entonces que ella volaría de su lado para seguir su propio camino como pensadora: la llegada de los nazis contribuyó a ello en unos años en los que la supervivencia intelectual se volvió tan necesaria como la física.
Pero si las conversaciones parecen más bien anecdóticas, el ensayo de Christian Dries que las compaña —y que da cuerpo a este libro estupendo y muy bien traducido— es utilísimo para cualquiera que desee ahondar en la relación de Stern y Arendt, poco tratada en las conocidas biografías de la autora de La condición humana. Situándose más en el punto de vista de Anders que en el de Arendt, el biógrafo nos relata algunos pormenores de la frustrada relación sentimental, y el relato es melancólico y hace reflexionar sobre la vida, sus ilusiones y sus fracasos: Günther Anders fue sólo un episodio en la existencia de Arendt, lo mismo que ella lo había sido en la de Heidegger; pero dichos “episodios” tuvieron consecuencias inesperadas en ambos casos y cimentaron uniones que sólo la muerte finalmente separó.
Günther Anders. La batalla de las cerezas. Mi historia de amor con Hannah Arendt. Con un ensayo de Christian Dries. Günther Anders y Hannah Arendt: esbozo de una relación. Editado por Gerhard Oberschlick. Traducción de Alicia Valero Martín. Paidós, Barcelona, 2013, 158 páginas, 18,90 euros.
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LUIS FERNANDO MORENO CLAROS se doctoró en Filosofía con la tesis Platonismo en la filosofía del joven Schopenhauer. Traductor de E.T.A. Hoffmann, Nietzsche o Goethe, fue coordinador de la Biblioteca de Grandes Pensadores de la editorial Gredos. Es autor de las biografias Schopenhauer. Vida del filósofo pesimista (Algaba) y Martin Heidegger. El filósofo del ser (Edaf). Ejerce la crítica literaria en Babelia, el suplemento cultural de EL PAÍS.
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Artículo publicado en Babelia, suplemento cultural de EL PAÍS, el 27 de abril de 2013.
Hay 5 Comentarios
Adiós, Maruja Torres, adiós Enric González, adiós calidad, adiós criticismo. El País es un medio mafioso más, como los que se reproducen en el Estado español a medida que la política y los negocios se tornan también más y más mafiosos. Adiós, El País. Ya nunca lo compraba, pero leía el digital porque me resultaba cómodo y ya me cabreaba bastante, entre la mala redacción y el mal periodismo (salvando algunos pedazos, claro), pasando por la línea economoliberalista sensacionalista colorinesca mafiosocapitalista que lo caracteriza crecientemente. Prensa rosa mezclada con divagación informativa. Adiós, El País. No sé qué firmas vas a traer, pero pareces una empresa yanki moralmente cutre dirigida por alumnos de máster que en dos días pasará de moda.
Publicado por: Matesa | 18/05/2013 17:24:24
Coincido con el anónimo, no me interesan las vidas privadas de los autores, sí sus obras.
Publicado por: rita | 18/05/2013 0:02:59
Coincido con el anónimo, no me interesan las vidas privadas de los autores, sí sus obras.
Publicado por: rita | 18/05/2013 0:02:56
Aquí os dejo este relato. Espero vuestra benevolencia.
Publicado por: José Fernández Belmonte | 05/05/2013 23:07:08
No creo que a nadie le interese la vida privada de grandes intelectuales como a los que se refiere el artículo, tampoco creo que Heidegger embobara con su verbo, basta leerlo para darte cuenta de que es un filósofo muy complicado, no tenía un don para comunicar, a pesar de ser el gran filósofo del siglo XX.
Demasiados tópicos en el texto que no aportan nada de lo que realmente interesa de estos intelectuales, su filosofía sí y no su vida privada.
Publicado por: Anónimo | 04/05/2013 12:06:57