Intelectuales y politólogos

Por: | 06 de abril de 2013

J_accuse-crop

por RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ

En un artículo publicado en El País hace algo más de un año, Ignacio Sánchez-Cuenca se quejaba de que, con mucha frecuencia, sean escritores de ficción quienes se dediquen, en las páginas de opinión de los periódicos, a hablar de política y economía. El artículo señalaba particularmente a dos de ellos, Félix de Azúa y Mario Vargas Llosa -especialmente críticos, entonces, con el socialismo recién salido del poder- y apuntaba a un rasgo peculiar de nuestra cultura: ¿por qué razón los medios y el público lector tienden a pensar que un novelista, un filósofo o un poeta tienen conocimientos superiores a los del ciudadano medio sobre temas políticos específicos? Ciertamente, reconocía Sánchez-Cuenca, es probable que un escritor profesional escriba mejor que uno que no lo sea, pero ¿le da eso una autoridad especial a la hora de hablar de aspectos técnicos de la política?

Los intelectuales, digamos, clásicos llevan mucho tiempo escribiendo en los periódicos, y no siempre sobre cosas relacionadas con su trabajo o sus conocimientos específicos. Y aunque en España esta tradición está particularmente asentada, se da también en otros países. (Es probable que sea un invento francés que cobró su forma actual con el “J'accuse” de Zola, y que ha seguido vigente en los países más influidos culturalmente por Francia; quizá la mayoría, con la excepción de los  anglosajones). Sin embargo, tanto tiempo después, resulta curioso que hoy, cuando la mayor parte de las profesiones se han especializado enormemente, los intelectuales clásicos formados básicamente en
las humanidades sigan siendo considerados voces autorizadas sobre casi cualquier tema.

Aunque, si bien se mira, no solo los intelectuales clásicos. Hay algo raro en el modo en el que  actualmente otorgamos credibilidad intelectual. Es curioso que muchas veces las voces más escuchadas sobre asuntos de política internacional sean las de actores de cine; mientras que sacerdotes célibes sean considerados autoridades en materia sexual y familiar; por no hablar de la repentina reputación que un buen cómico metido a reportero tiene en asuntos económicos. Comparar a los escritores españoles que escriben sobre política en los periódicos con esta otra clase de activistas puede ser injusto, puesto que muchos autores de ficción y filósofos son grandes  observadores de la realidad y tienen una concepción compleja del mundo. Pero a pesar de ello, ¿tiene alguna lógica concederles tanta autoridad sobre asuntos de enorme sofisticación técnica? ¿Sabe realmente algo de legislación bancaria un novelista? ¿Comprende las complejidades de un banco central un filósofo metafísico? ¿Puede un fino sonetista iluminarnos sobre las administraciones descentralizadas y sus inercias?

SartreHay una respuesta inmediata y lógica: no esperamos de los autores de ficción que escriben en los periódicos una explicación detallada de los conflictos técnicos de la vida política, sino una referencia moral. No queremos, por ejemplo, que nos expliquen qué es un tipo de interés, sino los dramas que sufre quien no puede pagarlo cuando se comprometió a hacerlo y la responsabilidad ética de quien espera cobrarlo. Y para eso sí sirven las armas retóricas de una novelista o un poeta. A Ignacio Sánchez-Cuenca le parecía, a juzgar por el artículo al que hacía referencia antes, que este liderazgo moral o retórico es inútil o hasta peligroso, y hay argumentos de su parte: basta con ver el historial de muchos intelectuales durante el siglo XX para advertir que sus ideas pueden ser igual de espantosas que las de cualquier otro ciudadano. Pero Sánchez-Cuenca olvidaba algo muy importante: también pueden serlo las de los científicos sociales, porque estos no suelen estar más despojados de sesgos ideológicos que los intelectuales clásicos. Pese a su acumulación de datos -cuando deciden recurrir a ellos, cosa que ni siquiera suelen molestarse en hacer cuando colaboran en medios generalistas-, tienden a estar tan marcados ideológicamente como los escritores.

Con esto no quiero decir, por supuesto, que los científicos sociales no deban estar en los periódicos. De hecho, creo que deberían estar mucho más. Sin embargo, para que eso sirviera de algo,  politólogos, sociólogos y demás deberían tratar de estar a la altura de las aspiraciones de objetividad de sus disciplinas, y por el momento -al menos, insisto, cuando escriben en la prensa- esto no es así. No pretendo que escriban textos de opinión sin opinión, pero sí sería agradable ver que los académicos sociales que acostumbran a estar en los medios fueran menos partidistas y menos rehenes de  apriorismos ideológicos. Amando de Miguel, Juan Carlos Monedero, Vicenç Navarro, Salvador Cardús o Edurne Uriarte -o, con todas las diferencias imaginables, el propio Sánchez-Cuenca- son académicos de la ciencia política o la sociología, pero sean cuales sean sus méritos científicos, parece evidente que sus textos periodísticos no siempre son análisis desapasionados u observaciones imparciales. Sea con mayor o menor moderación y elegancia, sus colaboraciones periodísticas no se diferencian, muchas veces, de las de escritores, intelectuales o periodistas en su claro posicionamiento ideológico o incluso partidista -y en su disponibilidad a ignorar datos que desmientan sus posiciones. Si la máxima aspiración del intelectual clásico consistía en contarle la verdad al poder, pero en muchos casos traicionó esa noble aspiración cada vez que su partido conseguía el poder, la de los científicos sociales debería ser simplemente describir nuestras tendencias y ver cuáles son los incentivos que las alimentan (y, quizá, señalar cómo corregir ambas cosas cuando, como ellos dirían, son subóptimas). Tal vez lo hagan en sus papers, pero no parece que sea eso lo que deciden hacer cuando se dirigen al gran público. Entonces quieren, simplemente, opinar. Y no tiene nada de malo que un científico tenga opiniones, pero eso no hace que sus opiniones sean ciencia.

Soy consciente de que en los párrafos anteriores no he dado ni media solución al problema que recogía Sánchez-Cuenca: ¿quién  tiene o debería tener autoridad para hablar de asuntos públicos? La verdad es que no tengo respuesta: leo constantemente a intelectuales clásicos -incluidos Azúa y Vargas Llosa, dos de mis preferidos- y a científicos sociales -incluido Sánchez-Cuenca, que casi siempre despierta en mí dudas que no sabía que tenía-, y aprendo de ellos cosas distintas. Pero mientras todos -lectores,
directivos de medios, periodistas, escritores, colaboradores en prensa- sigamos convencidos de que los espacios de opinión mayoritarios deben estar dedicados, básicamente, a descargar a diario toneladas de ideología, eso es lo que obtendremos. Muchos intelectuales clásicos creen que compreder a Goethe les permite comprender el mundo actual. Muchos científicos sociales creen que guardar un Excel con estadísticas en su ordenador les hace imparciales. Ambas cosas ayudan. Ambas cosas tienden a ser insuficientes.

El problema no es quién tiene derecho a hablar -estamos de acuerdo en que todos lo tenemos-, sino quién merece ser escuchado. Los grandes medios nos ayudan a dirimir este problema con sus líneas editoriales y nóminas de colaboradores. Pero aunque sea poco menos que pedir un superhombre sintetizado, quizá valdría la pena aspirar a un opinador con un pie en la ciencia y otro en las humanidades, con una mano en las estadisticas y otro en la tradición cultural. De lo contrario,  corremos el riesgo de seguir teniendo dos mandarinatos en competición por sustentar las buenas razones de sus posturas ideológicas, y por encima de todo una cultura basada mucho más en el activismo que en la información. Lo primero es importante para mantener la democracia. Lo segundo lo es aún más para que la democracia sea de calidad.

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Ramón González Férriz es editor de la revista Letras Libres en España y autor de La revolución divertida (Debate).

Hay 22 Comentarios

Dice González Férriz que hay numerosos académicos sociales cuyos textos periodísticos no siempre son “análisis desapasionados u observaciones imparciales”. Al contrario, a menudo traslucen en exceso “su claro posicionamiento ideológico o incluso partidista”. Tales científicos sociales, sugiere el autor, deberían concentrarse no tanto en opinar como en “describir nuestras tendencias y ver cuáles son los incentivos que las alimentan”, pues solo así se mostrarán “a la altura de las aspiraciones de objetividad de sus disciplinas”.


Puede que González Férriz tenga razón. Sorprende, sin embargo, que mencione entre los aludidos por su crítica a Vicenç Navarro, un politólogo que si algo hace es colmar sus artículos de cifras, porcentajes, estadísticas, etcétera, del ámbito de su competencia. Seguro que algunos de esos datos son discutibles, pero desde luego no lo son con un texto que no aporte ningún otro dato y se limite a señalar el nombre de quienes supuestamente han cometido faltas de lesa cientificidad.


Aún así, González Férriz puede tener razón en los casos que menciona. En lo que no está nada claro que la tenga es en la separación tajante entre “ciencia” e “ideología”. Sabemos, desde Nietzsche, de la imposibilidad de sustraerse a una perspectiva. Todos somos sujetos, no objetos, y por eso la objetividad en las ciencias humanas es solo un ‘noble sueño’, como escribiera Peter Novick. Lo único que en buena lid puede pedirse a la expresión de toda subjetividad es honestidad y rigor, nada más. Por eso, la demanda de neutralidad axiológica, de inocencia ideológica, o bien es ingenua, o bien está cargada de tanta ideología como la que pretende denunciar.

El argumento de Sánchez-Cuenca llevado al extremo solo permitiría hablar de arquitectura al arquitecto. Así que si una casa se me cae encima no me puedo quejar. A lo sumo le podré preguntar al arquitecto (única voz autorizada en la materia) si la casa está mal hecha o es una sensación mía.

O si me falla la red del trabajo no le podré decir al ingeniero que el sistema es una porquería. A lo sumo podré sugerirle que en mi humilde opinión (de profano) algo va mal. Por no hablar de economía. Si en el banco me cobran una comisión no pactada de antemano o me cobran un interés hipotecario distinto al que registra la escritura notarial, yo no me callaré por no tener conocimientos contables o de economía sino que les diré que son unos sinvergüenzas.

¿Y de política? No hace falta tener una tesis en la materia para darse cuenta de que las comparecencias en diferido de Rajoy son un atentado contra los más elementales principios democráticos.

Y así sucesivamente.

El argumento de Sánchez-Cuenca llevado al extremo solo permitiría hablar de arquitectura al arquitecto. Así que si una casa se me cae encima no me puedo quejar. A lo sumo le podré preguntar al arquitecto (única voz autorizada en la materia) si la casa está mal hecha o es una sensación mía.

O si me falla la red del trabajo no le podré decir al ingeniero que el sistema es una porquería. A lo sumo podré sugerirle que en mi humilde opinión (de profano) algo va mal. Por no hablar de economía. Si en el banco me cobran una comisión no pactada de antemano o me cobran un interés hipotecario distinto al que registra la escritura notarial, yo no me callaré por no tener conocimientos contables o de economía sino que les diré que son unos sinvergüenzas.

¿Y de política? No hace falta tener una tesis en la materia para darse cuenta de que las comparecencias en diferido de Rajoy son un atentado contra los más elementales principios democráticos.

Y así sucesivamente.

El argumento de Sánchez-Cuenca llevado al extremo solo permitiría hablar de arquitectura al arquitecto. Así que si una casa se me cae encima no me puedo quejar. A lo sumo le podré preguntar al arquitecto (única voz autorizada en la materia) si la casa está mal hecha o es una sensación mía.

O si me falla la red del trabajo no le podré decir al ingeniero que el sistema es una porquería. A lo sumo podré sugerirle que en mi humilde opinión (de profano) algo va mal. Por no hablar de economía. Si en el banco me cobran una comisión no pactada de antemano o me cobran un interés hipotecario distinto al que registra la escritura notarial, yo no me callaré por no tener conocimientos contables o de economía sino que les diré que son unos sinvergüenzas.

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Desde una perspectiva multidisciplinar, integral (integradora de múltiples puntos de vista) y multidimensional, puede colegirse sin mucho esfuerzo, pero con profundo dolor, la inconmensurable y secular pérdida de tiempo (por problemas de mera metodología y falta de ética) que constituyen los infinitos foros y medios de comunicación donde millones de seres humanos dan vueltas y revueltas a las mismas obtusas, parciales, superficiales e insoportablemente leves ideas. Tal pérdida de tiempo, puede tener consecuencias. Por ejemplo, un día cualquiera, un aficionado a la astronomía podría detectará un meteorito que se aproxima a nuestro planeta. Las autoridades competentes(¿?) y con más medios al respecto, dictaminarían una peligrosa trayectoria de colisión con la Tierra en dos semanas, por ejemplo. Y, posiblemente, nuestra respuesta como sociedad global y tecnológica, no será más eficaz que la de los Dinosaurios, hace 65 millones de años. Esta situación tiene una probabilidad de ocurrencia cuyos valores y métodos de cálculo tienen la misma calidad, eticidad y nivel de compromiso que las de cualquier organización política humana. Como en la época de los Brujos, en realidad, dejamos en manos del Destino, cuando nos interesa individual o colectivamente, aquellas empresas que competen a toda la Humanidad.

Nuestro derecho en anticuado, romano, diría yo. Nuestras teorías económicas versan en realidad sobre deseconomías a largo plazo. La visión superficial en las complejas áreas de lo social, de lo humano, es explicable, si, cuando vemos que en áreas más fáciles de observar y concluir, tales como en física, tardamos diez mil años de civilización para que Galileo se diera cuenta de que un pequeño guijarro y un pedrusco, llegan al suelo al mismo tiempo. Y otros diez mil años, para aceptar la evidencia de la hermandad de todos los seres vivos, desde las bacterias y plantas, hasta el hombre. Como la vejez, la estupidez humana, esa capacidad de apartar de nuestra visión las evidencias, tiene cura. Posiblemente, no sea más que la consecuencia del desdén hacia la realidad conque los adultos de todas las culturas, vienen educando a sus infantes. Una tradición que conduce a un ciclo vicioso que ha resultado indestructible hasta nuestros días. Aquellos pseudosicópatas (en tanto que sujetos de los traumas infringidos por el mundo adulto) que hayan logrado trascender los atropellos cognitivos durante el proceso de constitución y desarrollo de las bases de su consciencia e inteligencia, y que no estén malheridos, por favor, ayudad a la Humanidad.

Llega nuestra civiliz. a una encruci. más, en la que culminan los procesos de contradicción y minusvalía sociocultural. Hay que desarrollar un nuevo contrato social a la vista del actual desmadre, insostenible a medio plazo. Y hay que organizar el trabajo para construir también una nueva ética: de la tecnología, del derecho, de la economía... Con sentido de trascendencia, con visión multidisciplinar, para conquistar el Edén, aquí, en 100 años, en nuestra nave nodriza, laTierra. ¡A por ello, intelectuales!...

¡Muy buen artículo, bien razonado!

"mientras que sacerdotes célibes sean considerados autoridades en materia sexual y familiar"

No es muy distinto a que abstinentes de todo placer químico se presenten como expertos en drogas

Pero, en cuestiones de política, siempre es mejor - sobre todo para él - que el intelectual opine que no que actúe:
http://antoniopriante.wordpress.com/2013/03/11/intelectual-devorado-por-la-politica-i/

No hace falta ser un científico o técnico para opinar en ciertos temas. Por ejemplo, en economía, la mayoría de las decisiones son cuestiones "intuitivas" más que técnicas. Siempre puedes encontrar a catedráticos (técnicos o "científicos") a favor de hacer algo, por ejemplo estimular la economía, y catedráticos que estén en contra. Suele ocurrir con las materias que no son ciencias "exactas". La realidad es que nadie sabe si estimular la economía es bueno o malo a largo plazo, seguramente depende de las circunstancias de cada país, de la cultura, etc... En casos así la opinión de "sentido común" vale tanto como la del técnico. Y esto ocurre más a menudo de lo que nos imaginamos.

Esta noticia es interesante, pero no he visto nada relaccionado con la noticia de que el blog http://nolosabiasya.blogspot.com han publicado COMO ESPIAR EL LAS CONVERSACIONES DE WHATSAPP DE TUS CONTACTOS.. donde se debe publicar esto? lo digo porque todos deberian estar informados de la pesima seguridad de whatsapp.. que todo el mundo usa.. Os dejo el enlace donde han publicado este mensaje.. queda bajo vuestra responsabilidad su uso, es solo para informacion!: http://goo.gl/qGYhD

Nessie da en el clavo: "...Lo que sí es imprescindible es tener una gran cultura, un magnífico sentido ético, una gran curiosidad para observar la realidad (¡ sin gafas!) y un espíritu crítico bien desarrollado. El que tenga esto,sea artista, profesional, catedrático o lo que sea, que escriba."

no se ha publicado mi comentario anterior, es desalentador.
Venía a decir Guillermo de la Dehesa que el estado de bienestar es insostenible y que hay que trabajar más horas, por menos salario y apuntarse a planes de pensiones privados.
Su supuesta capacidad y autoridad en la materia quedan automáticamente puestas en entredicho cuando comprobamos que es vicepresidente de Goldman Sachs en su división europea y consejero del Santander.
Utiliza su prestigio científico no para defender una ideología, sino algo más burdo, defender los enormes honorarios que recibe de compañías financieras privadas por utilizar su prestigio al servicio de los negocios privados.
Un estado de bienestar que sería posible con una fiscalidad justa y la desaparición de los paraísos fiscales.
Defender lo que defiende no es por ideología es por dinero.

Quitar el Fernández, Es Gullermo de la Dehesa Romero.
Su artículo del otro día debería confrontarse con lo que aparece hoy sobre fraude fiscal y paraísos fiscales, para comprender por qué el estado de bienestar es insostenible.

¿Que es un especialista? Una persona que cada vez sabe más de menos cosas así que llegará un momento en que lo sepa todo de nada. Para publicar en columnas de opinión, lo más importante es decir cosas que resulten interesantes. Para los que las vamos a leer, no creo que haga falta ser un ultraespecialista, de hecho, casi siempre los conocimientos técnicos requeridos son siempre bastante básicos.Nada sería más aburrido y estúpido que una columna en la que en base a los datos publicados en revistas especializadas nos explicara alguien si este año el pescado azul es bueno, malo regular o despacio. Lo que sí es imprescindible es tener una gran cultura, un magnífico sentido ético, una gran curiosidad para observar la realidad (¡ sin gafas!) y un espíritu crítico bien desarrollado. El que tenga esto,sea artista, profesional, catedrático o lo que sea, que escriba.

Donde estan ahora los intelectuales españoles? Esta es mi opinión:- http://0z.fr/lrV_s

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