Tormenta de Ideas

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Dedicado al pensamiento desde todas las perspectivas posibles –la ética y la estética; la antropología y la sociología; la física y la metafísica-, este blog es un espacio para razonar. Y para debatir.

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Tormenta de ideas es un blog colectivo de información y opinión. La primera toma forma en la redacción de EL PAÍS. La segunda, en el cerebro de sus expertos y colaboradores.

Sociología de las microrrevoluciones

Por: | 04 de diciembre de 2013

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Hace un tiempo, las propuesta de organización de la convivencia eran globales. El capitalismo o el socialismo proponían sistemas de organización para la totalidad de los ciudadanos de un determinado territorio. La crisis actual afecta también a esta visión social. Surgen aquí y allá propuestas de ámbito menor: desde movimientos cooperativos más o menos amplios, hasta movimientos vecinales o de asistencia. Han perdido su voluntad de universalidad y, sin embargo, no dejan de poner en cuestión (incluso sin pretenderlo) el esquema general social. Los médicos voluntarios que asisten a enfermos en riesgo de exclusión o quienes practican sistemas de comercio alternativo, al margen de los canales de distribución establecidos, quienes cuestionan que el derecho a la propiedad sea superior al derecho a la alimentación o a la vivienda se unen en células que no pretenden una revolución general, pero coinciden en el rechazo a un presente que, opinan, crea excesivo malestar en no pocos individuos. Ana Basanta y Silvia Torralba, periodistas ambas en Barcelona, han rastreado estos movimientos en un libro (Inconformistes. Cròniques socials a la Barcelona de la crisi, Angle editorial), y el resultado es una especie de estudio sociológico de las microrrevoluciones que anidan en la ciudad. En Barcelona, localmente, pero en conexión con el mundo entero. Hace años, Sartre espetó a Camus: “La mejor forma de luchar por los esclavos de allá es tomar partido por los esclavos de aquí”. Basanta y Torralba sostienen hoy que ambos combates son paralelos.

Pregunta. Vuestro libro es un reportaje sobre los movimientos que propugnan transformaciones sociales sin proponer un cambio global. Se diría que proponen microrrevoluciones a escala individual o de barrio, pero a la vez cuestionan por completo el sistema dominante.

Respuesta: En realidad nosotras partimos, sobre todo, de las transformaciones que se viven en los barrios. Son locales, pero pueden ser vividas en otras partes. Por ejemplo, Radio Nikosia (una emisora vecinal barcelonesa) es un proyecto heredero de otra emisora local que nació en Argentina. Son proyectos que nacen a pequeña escala, pero tienen un punto de universalidad. Es verdad que nosotras hemos buscado especialmente microproyectos, porque la intención es mostrar que quizás no se cambie el todo, pero hay posibilidades de cambio que empiezan en uno mismo y en su entorno. La revolución global es muy complicada, pero se puede actuar en nuestra propia vecindad tratando de mejorar las cosas. Además, hay personas que pueden sentir miedo ante la idea de integrarse en un movimiento amplio, global, pero no lo sienten si se plantean acciones de barrio.

P. Soluciones locales, pero cuestionamiento global. Por ejemplo, el  movimiento cooperativo.

R. Muchas cooperativas no sólo cuestionan la situación, también fomentan la participación y son más respetuosas con los derechos de los trabajadores. De todas formas, a veces sus integrantes no buscan tanto presentar un combate como apartarse de los caminos trillados. Salirse del sistema sin más. De hecho, hay un poco de todo. Algunos no se plantean que su práctica cuestiona el capitalismo, otros sí lo hacen. La diferencia es que no se proponen como modelo para los demás y, mucho menos, pretenden juzgar a quienes actúan de modo diferente. Lo más notable es que la actividad tiene aspectos contagiosos. Hay gente que se acerca a la agricultura de cooperativas por motivos de salud y acaba dándose cuenta de lo que tiene de actividad política y pasa a militar contra el falso ecologismo que se vende en los supermercados, el llamado “capitalismo teñido de verde”. El componente político del movimiento cooperativista me parece claro. No en todos, claro, hay quien se hace de una cooperativa agraria sólo para comer más sano. De ahí que muchas cooperativas estén vinculadas a la red de comercio solidario o a la vía campesina. No sé hasta qué punto muchos de los protagonistas del libro son conscientes de que su comportamiento tiene no poco de político. Quizás si fueran conscientes el movimiento ganaría en fuerza.

P. Buena parte de estas actitudes coinciden en el movimiento del 15-M.

R. Muchas de estas pequeñas historias están entrelazadas y coincidieron en la eclosión que representó el 15-M. Es muy probable que hoy los grandes movimientos de protesta se nutran de múltiples pequeñas actitudes de rechazo que un día coinciden con un aglutinante: sea el rechazo a la guerra de Irak, o el 15-M, o las mareas blanca o verde.

P. Estos grupos se enmarcan, dice el libro, en una triple crisis: económica, política y de las instituciones. ¿Qué queda?

R. La gente.

P. Pero esa gente acaba participando, de una manera u otra, en esa economía, asumiendo una política existente e integrada en las instituciones que hay.

R. Mucha gente actúa al margen de las instituciones, pero aprovecha la información que éstas generan.

P. ¿Por ejemplo?

R. Los psiquiatras de calle. Atienden a personas en situación de marginalidad, a veces en las escaleras del metro. Saben si la Guardia Urbana recoge las pertenencias de alguien que duerme en la calle y acumula cosas en un banco. Reciben la información y acuden a prestar su atención. Por suerte, las instituciones están formadas por personas y las conexiones se mantienen. No está todo perdido.

P. ¿Seguro?

R. Hay una cosa clara: al margen de los discursos genéricos sobre la crisis, la gente sale a la calle y, en la puerta de casa, se encuentra a alguien sin techo o conoce a un desahuciado. Luego están los discursos políticos, pero la experiencia diaria hace que sea muy difícil engañarnos. El Parlamento puede actuar como crea, pero la calle te muestra lo que hay. Puede salir un ministro diciendo que los sueldos no han bajado, pero tú y tus vecinos sabéis que cobráis menos cada mes y que hay servicios que antes eran gratuitos y ya no lo son. Y eso hace que, al final, te fíes más del vecino y que contactes con aquel que sabes que lleva años luchando por un semáforo o por la mejora de la calle y del barrio. La nueva red se forja a partir de pequeñas confianzas. Luego hay que ir a pedir las subvenciones a los poderes públicos, pero es que la gente tiene derecho a esas cosas. Se podría decir que la crisis no se ha convertido en la hecatombe gracias a estos pequeños movimientos solidarios.

P. El libro recoge un dato llamativo: el porcentaje de mujeres indigentes es muy inferior al de los hombres.

R. En Barcelona el 10% de los indigentes son mujeres, aunque en el conjunto de España suponen el 20%. Por regla general, la mujer tiene más recursos que el hombre. Cuando una mujer intuye que puede acabar en la calle se mueve mucho más para evitarlo. Puede que el hombre tenga menos habilidades o que se sienta más avergonzado a la hora de pedir ayuda, per cae antes en la indigencia. Ese es el aspecto positivo para las mujeres, pero también hay la cruz: la mujer que acaba en la calle está peor que los hombres, sobre todo mentalmente. Una vez en la calle, el hombre dispone de más recursos para buscarse la vida, la mujer parece exhausta. Eso sí, la mayoría de las mujeres está dispuesta a cualquier cosa, y quiero decir exactamente eso, antes que acabar en la calle. Luego, hay un aspecto que tiene que ver con la Administración: si la mujer tiene hijos a cargo o ha sufrido violencia doméstica, las administraciones responden con mayor facilidad y rapidez. Esos casos difícilmente se dan entre los hombres.

P. A veces, se dice en el texto, falta información y eso genera miedo.

R. Hay mucho miedo. En Barcelona hay diversos asentamientos de gente que vive en camiones, en barracas, en naves industriales abandonadas. No piden ayuda por falta de información y por miedo. Incluso se niegan a llamar a la prensa cuando las amenazan con echarlas por puro miedo.  Te dicen que pueden perder la custodia de sus hijos. Son gente con escasa formación y pocos recursos para acceder a la información. Eso se ve muy bien en las asambleas de la PAH; los que acuden necesitan mucha información. Muchos llegan con miedo a decir que carecen de medios porque temen que les quiten a los hijos. Y, claro, ése es uno de los peores dramas que uno puede imaginar. Normalmente no es cierto, pero sus fuentes de información no siempre son fiables.

P. ¿Hay relación directa entre marginalidad e inmigración?

R. Depende del problema y del tipo de marginalidad. Hay asociaciones con hasta un 20% de catalanes entre la población atendida. Lo que ayuda mucho a que acabes siendo un marginal es que seas inmigrante sin regularizar. Esta gente se halla en una situación de vulnerabilidad total: no tienen derecho a nada, casi ni existen y no tienen modo de mejorar. En los asentamientos hay gente de procedencia muy diversa. Hay unos casi íntegramente formados por familias que llevan en Barcelona 20 años. Hay algunos de Portugal, pero la mayoría procede de Galicia. Luego, desde hace unos seis o siete años, hay un asentamiento de subsaharianos y otros de rumanos.

P. Sin vivienda y sin posibilidades de acceso.

R. Es terrorífico, porque incluso las viviendas protegidas, que teóricamente son para los que no tienen recursos, se les niegan. No pueden acceder por falta de recursos, ya que no llegan al mínimo exigido. Además es imprescindible una nómina. Vamos, es que es casi de risa.

P. Y todo eso, aunque estén en un grupo, lo viven como una cuestión individual, en soledad.

R. La soledad lo hace todo más difícil. Hay que darse cuenta de la necesidad de asociarse. Muchas veces, lo que se te ocurre, ya lo está haciendo otro. La asociación hace que se aprovechen todas las capacidades. Nadie es bueno en todo. Eso se ve muy bien entre el movimiento vecinal. Primero son pocos, pero salen a la calle y muchos otros se dan cuenta de los problemas comunes.

P. Se habla mucho de la coordinación de las protestas a través de la red, pero al final, la gente acaba encontrándose en la calle y ahí consigue la fuerza.

R. Por supuesto: ahí te encuentras al otro, pones en común. La red es un instrumento, útil y rápido, pero luego necesitas reunirte con los otros, verles la cara y escuchar su voz.

P. Unión y necesidad de vencer el miedo, ¿no recuerda aquello de ‘uníos, no tenéis más que perder que vuestras cadenas’?

R. El contexto es otro, pero las ideas resuenan. Claro, para la clase dominante, lo mejor es que la gente trabaje y obedezca. Pero siempre habrá quien levante la cabeza y diga que eso no le gusta. De muchas maneras. Nosotras hemos mirado una: la que no implica la violencia. Son personas que discrepan y que se unen en la discrepancia. De todas formas, no perdamos de vista que a veces se sufre violencia estructural y que eso también es violencia. Hay gente que lo pasa muy mal y si las cosas no estallan es por los apoyos de las familias. De hecho, hoy el mejor banco es la familia.

P. El libro termina con una especie de canto al optimismo al afirmar:

todo es imposible hasta que se hace.

R. Este no es un libro para cortarse las venas. La realidad es dura, pero no hay que esperar que vengan a resolverte los problemas. Es cosa nuestra. También nuestra. Lo importante es darte cuenta de que puedes cambiar las cosas. No hay gestos inocentes. Cuando vas a comprar una camiseta y coges la más barata, sin importarte que se haya hecho en Asia en condiciones de explotación, no sólo contribuyes a esa explotación, es que puedes estar dejando en el paro al vecino que aún no trabaja en esas condiciones de miseria. Es una simplificación, pero basada en hechos reales.

Imagen tomada por Massimiliano Minocri.

El País

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