Iván de la Nuez (La Habana, 1964) vive en Barcelona, dedicado al análisis del mundo de la cultura a través del ensayo o de la organización de exposiciones. En su último libro, El comunista manifiesto (Galaxia Gutenberg), sostiene que el comunismo fue políticamente derrotado, pero su fantasma revive hoy y se impone en la cultura.
Pregunta. Dice usted en su último libro que el arte es un don, ¿en qué sentido?
Respuesta. En esa frase hay dos cosas: la mirada tradicional del arte como un don, es decir, como talento del genio; pero también el don en el sentido de donar: la transacción al margen del Estado, del mercado y de la ley de propiedad intelectual. Después de todo, no todos los artistas hacen mercancías. El problema es que luego hay que vender el arte y ahí se ha concentrado el debate. Yo quería llamar la atención sobre el intercambio de emociones y de formación.
P. Sostiene que el capitalismo venció al comunismo, pero éste reaparece hoy imponiéndose en el ámbito de la cultura.
R. El capitalismo dio al comunismo por muerto y enterrado. Celebró el multipartidismo en el Este, la invasión del mercado. Pero lo que se estaba produciendo era el reciclado de los activos comunistas. Marx habla del fantasma del comunismo. Lo habitual es que los fantasmas aparezcan después de la muerte no antes. Por eso planteo si no es ahora, una vez muerto el sistema comunista, cuando ese fantasma empieza a tener un cierto sentido. Siempre referido a Occidente, claro. En la medida en que me dedico a la cultura, veo el fenómeno desde esa perspectiva: el arte, las películas, la iconografía, la ostalgia (nostalgia del Este), incluso en el autoritarismo, que también se filtra hacia las sociedades occidentales desde el derribo del muro en 1989. De modo que hubo una victoria sobre el comunismo, sí, pero luego vino la conquista y la colonización a través de un reciclaje de activos culturales que resultaban útiles y rentables al capitalismo.
P. El fenómeno más llamativo sería la conversión del Tea Party al realismo socialista.
R. La estética del Tea Party viene a ser la sublimación del macartismo en la era global. Ahí está Jon McNaughton, cuyas pinturas parecen salidas del realismo socialista, o la defensa de que el mercado es incontestable, lo que viene a ser una especie de estalinismo de mercado.
P. Una derecha que rechaza el ensayo y opta por el panfleto: la consigna frente al pensamiento, que potencia la duda.
R. La duda no puede asumida por el Tea Party, que vive en la certeza absoluta. Su gran pintor, que es de segunda o tercera fila, hace algo propio del frentismo pero que se extiende a otros ámbitos de la cultura, de la política, incluso del periodismo: hablar sólo para la propia tribu. También hay pensadores así. No me parece nada interesante porque rompe con la autocrítica. De hecho, el fenómeno Stalin, más allá de la criminalidad y sin olvidarla, está claro que es también la demolición de la diversidad.
P. Y es el Tea Party el que recupera el debate sobre función social del arte que emerge de las primeras vanguardias, más bien vinculadas al pensamiento de izquierdas.
R. Sí, pero con diferencias. En las primeras vanguardias la agitación y propaganda pasaban por el arte. El arte llevaba a ellas. En el Tea Party es la propaganda la que se impone al arte. Es lo mismo que ocurre con el comunismo: el mercado, las ferias internacionales del arte, la disposición museística que hace del arte un proceso de incubación de la ideología comunista, pero desde su iconografía.
P. ¿Por qué?
R. La iconografía comunista funciona muy bien entre los jóvenes. Ahí está el mensaje de Ikea o Richard Branson, el directivo de Virgin, disfrazado de Che Guevara. Reciclan incluso el lenguaje: la república independiente, la revolución. Es un uso de las propuestas de las vanguardias sin su contenido. Como el uso del alfabeto cirílico, que no se comprende, más allá de que viene de Rusia. Sirve su componente pictórico, sin necesidad de entender más.
P. ¿Sólo por motivos estéticos?
R. También hay que ver que el comunismo ofrece algo que no tiene esta sociedad. Y, además, el capitalismo está convencido de que puede reconvertirlo todo y hacer que sea útil incluso su máximo enemigo. La protesta, la revuelta, la disidencia dentro del capitalismo terminan fagocitadas por el mercado.
P. Los personajes de que usted habla tienen aristas, salvo Stalin que sólo es maldad.
R. En efecto, es el fetiche del mal. Por dos motivos: la criminalidad que comportaba y porque es muy fácil focalizar en él el mal del comunismo. De ahí que me interese confrontar la idea que tiene de Stalin un occidental como Martin Amis con la de Boris Groys, que intenta descifrar desde el interior de la Unión Soviética lo que esa figura representa. Amis no deja de preocuparse por qué pasó aquello allí. Groys pegunta a Occidente si aquello puede pasar hoy aquí. De modo que el estalinismo no sería un fenómeno acotado al comunismo, su máxima perversión, sino una manera de actuar desde el poder.
P. En el lado contrario, usted ve raíces ácratas en Ronald Reagan.
R. Reagan decía que él no tenía problemas con el Estado, que el problema era el Estado. Pero conviene no olvidar que el autoritarismo de la sociedad no siempre está en el Estado. Lo estamos viendo: se desmonta lo estatal a favor de un autoritarismo económico y posiblemente policial. El presidente tiene menos autoridad que la banca. Creo que Reagan hubiera sido coherente y no hubiera salvado a la banca con dinero público. Hoy el Estado está funcionando como un notario de su propia demolición. Algunos anarquistas me han criticado la incorporación de Reagan al anarquismo, pero es que hay un anarcocapitalismo que consiste en desmontar el Estado, también en sus funciones protectoras.
P. Hubo, dice usted, una tercera vía, Checoslovaquia.
R. Digamos que en Checoslovaquia se dio una tercera vía, con una contracultura muy interesante que culminó en la primavera de Praga aplastada por los tanques soviéticos. Más tarde, la contracultura que tuvo lugar bajo el comunismo no sobrevivió en las transiciones y acabó barrida por el capitalismo. Esa paradoja se ve muy bien en la ostalgia berlinesa, donde abunda gente que no estaba de acuerdo con el comunismo, pero a los que el capitalismo no ha resuelto demasiado. Hoy viven en una tierra de nadie, en una especie de disidencia frente a ambos bandos, atrapados en una cierta melancolía por el viejo Este. Freud diría que están viviendo el malestar de la cultura poscomunista. Lo que planteó Gorbachov también puede ser visto como una tercera vía, pidiendo más democracia, más transparencia, más solidaridad, la búsqueda de una combinación entre socialismo y democracia. Pero eso no funcionó y hemos llegado a lo que hay ahora: que un politburó como Yeltsin termina metiendo a Rusia en la terapia de choque, en el Fondo Monetario Internacional y de paso prohibiendo el partido comunista, y que un ex KGB como Putin pasa a dirigir la Rusia de los oligarcas. Esto hace que aquella tercera vía siga ahí colgando. No sé si como un futuro, pero desde luego sí como un pasado interrumpido.
Imagen tomada por Massimiliano Minocri.
Hay 2 Comentarios
iván: ...la propia dominación de la banca sobre la protección del estado estimula la creación de nuevos íconos sociales cuyas células provienen de la iconografía comunista de la guerra fría...eso es lo que amplifica el mercado, porque se lo apropia y lo devuelve, cuando menos, como dibujos animados...
Publicado por: juan pin vilar | 17/02/2014 18:54:03
Stalin es un icono con museo, estatuas y avenidas con su nombre en su ciudad natal, mirad: http://losmundosdehachero.blogspot.com.es/2011/11/afinales-de-1936-yekaterina.html Todo depende del cristal con que se mira
Publicado por: jose | 17/02/2014 9:32:16