Tercio de varas el pasado viernes 20 de abril. Foto: García Cordero
Cuando esta noche -lunes, 23 de abril- se encienda el ‘alumbrao’ de la Feria de Abril de Sevilla, nacerá la semana de farolillos en la que tienen cabida los carteles más postineros -siete en total- que se anuncian en la plaza de la Maestranza.
Cuando ya se han celebrado once festejos -nueve corridas, un espectáculo de rejoneo y una novillada- se impone una parada en el camino para volver la vista atrás, recordar lo vivido, analizar lo escrito y reflexionar sobre el desencanto que tiene atrapado al crítico.
¿Por qué esta frustración? ¿Por qué esos titulares, un día y otro, que expresan el infortunio de un sentimiento de impotencia, desilusión, desengaño…? ¿Es el crítico un pesimista enfermizo? ¿Es su actitud el fruto de un desgraciado trauma infantil? ¿Está resentido contra la fiesta?
El crítico es, ante todo, un periodista que pretende contar lo que ve, y analizarlo a la luz de lo que sus mayores le han contado, sus lecturas le han enseñado y con su experiencia ha contrastado. Y todo ello, en la firme convicción de que la base de la tauromaquia es un toro poderoso, fiero, bravo, encastado y noble y un torero heroico y artista. Uno y otro son los protagonistas de un espectáculo que solo tiene sentido si es capaz de producir emoción. Y ésta es consustancial a la exigencia. Este es el evangelio; y no hay otro, sean cuales fueren las modas de cada época.
La fiesta vive hoy un momento especialmente crucial para su futuro. El toro bravo es una especie en extinción. La manipulación genética que ejecutan los ganaderos bajo las directrices y la presión constante de las figuras ha conseguido un animal de comportamiento enfermizo, blando de remos, carente de bravura y de casta y de acaramelado temperamento. Una caricatura que produce desazón, fastidio, lástima, aburrimiento y una profunda decepción.
Añádasele a la coctelera el fraude imperante en el sector, ante la desidia incomprensible de la autoridad. La impresión comúnmente aceptada es que se ‘afeita’ más que nunca, y ningún presidente hace uso del reglamento para analizar astas sospechosas, ni las vísceras de los animales cuyo extraño comportamiento en el ruedo ofrecen dudas razonables de un posible dopaje.
Once festejos ya se han celebrado en Sevilla y aún no ha salido un toro bravo. Así de cierto y así de triste. Han predominado los anovillados, los inválidos, los mansos y los descastados, y algunos, -los menos- han desarrollado una nobleza cercana a la beatificación; una docilidad perruna que permite que el artista de turno se luzca con su condición estética e innata elegancia.
Que no haya, además, lugar al equívoco: el arte del toreo es posible gracias a la nobleza del toro, pero lo que lo hace grandioso es el toro de poder, encastado y fiero; con trapío, serio, bien armado, vibrante, encastado y codicioso.
Dicen los taurinos que el toro artista es el que gusta ahora. No. Esa es la ceniza que han dejado sus corruptelas, y la causa principal de que los aficionados sabios, exigentes y generosos hayan desaparecido.
No ha salido un toro bravo en Sevilla; pero si hay algún aficionado, que alguno quedará, estará escondido, en silencio, y si le preguntan dirá que él se limita a tocar el piano en un burdel. La actitud del público que acude a la Maestranza es sencillamente vergonzosa. No es que desconozca las normas mínimas sin las cuales esta fiesta carece de sentido, sino que comete la ordinariez de aplaudir todas las herejías de toros y toreros que imaginarse pueda.
¿Qué debe hacer el crítico ante tan crítica situación? Hay quien prefiere cerrar los ojos y subirse al carro del triunfalismo imperante que oculta las enfermedades de la fiesta como si ese fuera el bálsamo para su curación. ¡Ay, dichosa y malvada dictadura de lo políticamente correcto…! ¡Qué buena técnica para granjear amistades, ser invitado a bodas y bautizos y no molestar a toreros, apoderados, empresarios, ganaderos…! Ya se sabe el dicho: ‘Aquello que te da de comer, ni tocarlo’.
Creo, por el contrario, que lo que se debe contar es la verdad de lo que se ve; cada cual con su prisma subjetivo; con rigor, conocimiento, valentía y seriedad; sin trauma infantil ni resentimiento. ¡Qué culpa tiene el crítico de que la realidad sea un puro desencanto…!
Ojalá esta tarde salga un toro deslumbrante y se encuentre en su camino con un torero eterno. Mientras tanto,…
‘Escribir es muy serio, y la independencia para contar lo que cada cual entiende por verdad exige muchas renuncias y no poca soledad’. La frase es de un crítico taurino tan eminente como Antonio Díaz Cañabate.
El periodismo, casi siempre, es así de desagradecido.
Hay 17 Comentarios
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Si escribir sobre toros es de valientes y torturarlos hasta morir también, va a haber que redefinir el término valentía.
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Si escribir sobre toros es de valientes y torturarlos hasta morir también, va a haber que redefinir el término valentía.
Publicado por: Mayte | 27/04/2012 21:18:31
Palabras valientes en estos tiempos en los que el G10 y compañía amenazan al que no pasa por aro. Un placer poder seguir con periodistas como usted que se ampara en la libertad para dar contenido a folios en blanco que tan chaqueteros y peseteros se vuelven. Un abrazo sincero.
Publicado por: José Daniel Rojo | 23/04/2012 23:09:04
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Publicado por: asd197315 | 23/04/2012 22:35:46
Como siempre don Antonio un artículo suyo que no tiene desperdicio. Gracias por estos regalos que nos hace.
Un cordial saludo
Pepe Pastor, "uno que toca el piano en el burdel de Málaga"
Publicado por: Pepe Pastor | 23/04/2012 21:27:46
De aquellos polvos vienen estos lodos, como Vd., bien sabe hace muchos años que empezó la debacle. En la actualidad el kantiano deber moral brilla por su ausencia, la mediocridad unida a la corruptela ahogan la Fiesta.
Yo, fuí aficionado que frecuentaba la Maestranza, tuve la suerte de ver verónicas y naturales maravillosos en la época final de Curro Romero. Disfruté muchísimo con los denonimados" El arte de birlibirloque" y"La música callada del toreo", títulos de dos libros preciosos de Bergamín, desplegados en el coso sevillano. Pero, dimití hace años, hastiado del estado de la Fiesta: toros, toreros y la creciente ignorancia del público. Creo que lo peor es lo señalado en último lugar, el público es el que paga , es decir es el sostén principal del espectáculo. Pero, se ha instalado, fruto de la incultura, en un "panglossianismo"(de Pangloss, el personaje de la novela Cándido de Voltaire),que como al referido perso-naje literario le hace creer en un"buenismo", que aleja a la Fiesta del análisis justo que debería sufrir.
Desde mi recuerdo a su antecesor como crítico de El País, Sr.Vidal, al que veía, cada tarde, sentado, con sus gafas oscuras, en su localidad del coso del Baratillo, reciba mi admiración por su independencia.
Publicado por: antonio fuentes | 23/04/2012 20:40:24
Yo le felicito a Ud por la valentía que tiene al escribir. Primero por hacerlo de toros en esta sociedad que ha dado la espalda a todo lo que venga del mundo rural y hacerlo en El País-el periódico que leo desde su nacimiento en mayo de 1976- . También por su independencia, sin plegarse a las modas y darnos una visión distinta en las crónicas. De toros no saben ni las vacas que los han parido. Los ganaderos intentan llevar lo mejor que tienen a Madrid y Sevilla y algo se ha mejorado con relación a hace diez años, ahora los toros ya se caen mucho menos en la plaza. El tema es muy complejo como Ud bien sabe. Los ganaderos tienen que criar toros para vender y ningún torero quiere esos mastodontes que no tienen ni un pase. El toreo está en crisis como todo en este país. Ni más ni menos.
Publicado por: Celestino Miguel | 23/04/2012 17:49:21