Primer Aviso

Sobre el blog

El mundo de los toros visto por los periodistas de EL PAÍS. Rigor, exigencia y sensibilidad para analizar un arte que vive uno de los momentos más complejos de su historia.

Sobre los autores

Antonio Lorca es crítico taurino en El País. Amante del toro en el campo, en la plaza y en el plato. Hijo del Capitán Trueno, venera a los héroes de carne y hueso ya vistan de oro o plata, vayan a pie o a caballo. Por favor, no le digáis a mi madre que soy periodista; ella, orgullosa de mí, cree que soy banderillero...

Rosa Jiménez Cano. Periodista de EL PAíS especializada en Tecnología, aficionada a los toros desde su niñez. Como cualquier abonado de Las Ventas reparte su corazón entre Chenel, Esplá y los hierros más duros. Se derrite cuando a Morante le da por torear.

Quino Petit es periodista de EL PAÍS. Desde 2006 escribe reportajes en El País Semanal. Durante la adolescencia sufrió un shock leyendo la biografía de Chaves Nogales sobre Juan Belmonte y persiguió a Curro Romero y a Rafael de Paula hasta que ambos se cortaron la coleta. Desde entonces no persigue a nadie. Tampoco ha vuelto a ver torear tan despacio.

Paz Domingo, periodista de El País y admiradora de la portentosa belleza que atesora el toro de lidia, cuando se da con toda la integridad física y temperamental, con la fuerza descomunal que representa su genio, acometividad, defensa, y resistencia al sometimiento.

'Quiero ser torero'

Por: | 20 de junio de 2012

No hace ni un mes que finalizó en Telemadrid y Castilla la Mancha TV el programa 'Quiero ser torero', un reality en el que seis jóvenes aspirantes a la gloria taurina compitieron durante cuatro semanas para ganar conocimientos, aprender de figuras consagradas, obtener la efímera popularidad que ofrece la pequeña pantalla, y alcanzar, finalmente, el título de triunfador, lo que llevaba consigo la participación en una novillada.

Para quien no haya podido verlo, 'Quiero ser torero' estaba basado en el famoso 'Operación Triunfo'. Cambien a Rosa y a Bisbal por alumnos de la heroicidad; añádanle el respeto que producen las cámaras, la timidez de quien sale por vez primera del seno familiar, unos profesores excesivamente circunspectos, unas variantes formativas a veces noñas y cursis, y, sobre todo, una buena dosis de ilusión, otra de vocación, una más de responsabilidad y una maleta de sueños, y surge un programa estupendo, divertido, interesante, sentimental a veces, emocionante casi siempre, y gratificante de principio a fin.

Lo más sorprendente, quizá, es que dos televisiones autonómicas decidan romper amarras, tiren por la borda los complejos y se arriesguen con un proyecto sobre la promoción de los toros entre la juventud. No es fácil hacer ese paseíllo en un país como este en el que hay que pedir perdón por ser aficionado. Ya era hora de que dos medios de comunicación públicos echaran la 'pata alante' y mostraran a la audiencia cómo son, qué piensan, qué hacen y como viven los jóvenes que quieren ser toreros.

Y lo que se vio en la televisión mostró a lo largo de los cuatro programas fue un grupo de veinteañeros con una pinta ejemplar, chavales de hoy, serios, esforzados y comprometidos de verdad con una vocación como si en ello les fuera la vida. Todos procedían de diversas escuelas taurinas y ya habían tenido contacto con capote y muleta, pero conocieron secretos de la lidia, escucharon con atención los consejos de sus profesores, conocieron a figuras y asumieron con caras de asombrada veneración sus consignas (Joselito: 'Esto es querer, querer y querer'; Espartaco: 'En esta lucha se pierde la juventud, pero se hace para cumplir un sueño'; El Juli: 'Ser torero es para elegidos'.)

También les enseñaron (he aquí las noñerias) a ser ordenados en sus habitaciones, a utilizar los cubiertos en una mesa, a andar por una pasarela o a saludar correctamente a una señorita, que no es que sean prácticas noñas, sino que poco tienen que ver con el sueño torero.

En fin, que el programa supo a poco. Muy pronto llegó la final, en la que los tres finalistas se vistieron de luces, lidiaron tres erales y se sometieron al veredicto de un jurado que eligió como ganador a Fernando Rey, un novillero malagueño ávido de triunfo, bullidor, valiente, que dio toda una lección de entrega y corazón torero.

Muy bonito todo. Bueno, todo, todo, no.

Los mismos directivos televisivos que triunfaron con un proyecto políticamente incorrecto se arrugaron cuando vieron una gota de sangre. Todo muy limpio y pulcro, todo dispuesto para no herir la sensibilidad de nadie,para que no molestar a los anti; y se ocultó cómo había caído un par de banderillas o si la media estocada había sido suficiente para acabar con la vida del novillo.

Eso es un engaño y una cobardía. La fiesta de los toros es cruenta y no hay que avergonzarse por ello. La fiesta entraña riesgo y no hay que ocultarlo. La fiesta es dura. Y de esa sangre derramada del toro y, a veces, también del torero, del riesgo y de la dureza nace la gloria de los protagonistas del espectáculo.

El hecho de que haya personas a quienes no le guste la fiesta de los toros no significa que haya que esconder su realidad. Porque lo que subyace detrás de esa decisión de los directivos televisivos es que podría estar fraguándose un espectáculo nuevo, diferente y moderno, en el que la sangre quedara eliminada, lo que supondría la supresión de la lidia actual y el nacimiento de un sucedáneo sin nombre.

A pesar de todo, enhorabuena a Telemadrid y Castilla la Mancha TV por su entrañable valentía; y pitos a las dos porque, a la hora de la verdad, se arrugaron.

PD. A mí tampoco me gusta la sangre, que conste. Ni siquiera la de pollo recién frita que, en mi pueblo del sur, que no es taurino, se degusta como un manjar.

 

 

 

 

 

 

 

El Bloomsday, Ulises y los toros

Por: | 16 de junio de 2012

 

BloomsdayLeopold Bloom es el nombre del personaje principal de la famosa novela Ulises, del irlandés James Joyce. El Bloomsday es un evento anual que se celebra todos los días 16 de junio desde 1954 para homenajear a este protagonista de ficción.

El 16 de junio es el día en el que transcurre la acción -ficticia- del Ulises. Con tal motivo, los incondicionales de la novela la recuerdan siguiendo el itinerario de la acción de los personajes por las calles de Dublín, comen y cenan los mismos menús y realizan actos relacionados con los que detalla Joyce en las páginas de su obra.

En el entorno de esta fecha, dos profesores de instituto andaluces, Francisco Javier Quintana Álvarez, licenciado en Geografía e Historia, y Rafael I. García León, doctor en Literatura Inglesa, y ambos miembros de la Spanish James Joyce Society, han publicado un ensayo en el que analizan las tres citas taurinas que aparecen en la novela, que ‘se corresponden con hechos reales que, de algún modo, llegó a conocer Joyce’: la trayectoria taurina de un torero irlandés llamado John O’Hara, la oreja que cortó en la plaza de La Línea un matador apellidado Gómez y que, según los autores, pudiera tratarse de Joselito el Gallo, y una tarjeta postal taurino-pornográfica que Joyce compró en París y que aparece descrita en los capítulos 15 y 17.

El trabajo completo ha sido publicado en Portal Taurino, una página web taurina pionera, nacida en Sevilla a escasos metros de la plaza de la Real Maestranza, fundada por el periodista Francisco Gallardo, y dirigida por el también compañero de profesión Santiago Sánchez Traver.

Los autores del ensayo señalan que la primera cita taurina aparece en el capítulo 17, el penúltimo, cuando el protagonista considera la posibilidad de abandonar Dublín y enumera los lugares que le gustaría visitar: ‘las plantaciones de té de Ceilán, la mezquita de Omar y la puerta de Damasco en Jerusalén, el Partenón, la Bolsa de Wall Street, las cataratas del Niágara, la bahía de Nápoles, el país prohibido del Tíbet, el estrecho de Gibraltar, el Mar Muerto y la plaza de toros de La Línea, España, (donde O’Hara el de los Camerons había matado el toro)’.

Según cuentan Quintana y García León, ‘John O’Hara fue un militar británico que estuvo destinado en Gibraltar en el último cuarto del siglo XIX, abandonó la carrera militar y se hizo torero. Debió nacer a mediados de los cuarenta del siglo XIX, y en su propósito de probar suerte como torero, se dirigió a Sevilla, donde entró en el círculo de Antonio Carmona El Gordito, al que pidió que le enseñara el oficio y le ofreciera una oportunidad’.

Con la ayuda de su maestro, se presentó en Sevilla el 6 de agosto de 1876, lo que causó la lógica expectación entre los lugareños, no tanto por los méritos taurinos del irlandés como por su exótica procedencia. Continuó su carrera en Málaga, San Fernando, San Roque, Cádiz, Algeciras, Barcelona y Madrid, donde tras una actuación poco afortunada inició el camino del olvido.

John O’Hara -‘guapo y muy valiente, pero no entiende nada del toreo’, según un cronista de la época- regresó a Irlanda en 1877, donde fue un personaje tan excéntrico ‘que no es difícil que Joyce hubiera oído hablar de él en Dublín’.

De todos modos, según los autores del trabajo, ‘el torero irlandés nunca mató un toro en la plaza de La Línea, pues su carrera taurómaca comienza y acaba cinco años antes de que se inaugurara el coso linense’, que abrió sus puertas el 16 de junio de 1881.

La segunda cita taurina de Ulises figura en el último capítulo, el 18, en el monólogo en el que Molly Bloom -esposa del protagonista- recuerda su adolescencia en Gibraltar y hace alusión a una corrida de toros: ‘En la corrida de La Línea cuando le dieron la oreja a aquel matador Gómez. Aquel otro toro fiero comenzó a embestir a los banderilleros con las fajas y las dos cosas en los gorros y aquellos pedazos de brutos gritando bravo toro’.

¿Quién fue aquel matador Gómez que cortó una oreja?, se preguntan los autores; y aseguran que las fuentes de Joyce sobre tal torero se aproximan a 1920 y proceden casi con seguridad de los cotilleos que su tía Josephine le suministró sobre unos amigos que estuvieron en Gibraltar y que habrían asistido a una corrida de toros en La Línea.

‘Si fue así, -añaden-, resultaría inevitable identificar al matador Gómez con José Gómez Ortega Gallito, quien toreó en esa plaza todos los años entre 1915 y 1919. Fue, asimismo, el torero que más trofeos obtuvo, -diez orejas, cuatro rabos y una pata-, en esos años de escritura de la novela, y durante los cuales se había convertido en un ídolo nacional’.

Y queda la tercera cita. En París, James Joyce había comprado una postal taurino-pornográfica que aparece detalladamente descrita en los capítulos 15 y 17:

‘Este don Juan plebeyo me observaba detrás de un coche de alquiler y me envió en doble envoltura una fotografía obscena de París, insultante para cualquier señora. Aún la tengo. Representa a una ‘señorita’ parcialmente desnuda, frágil y preciosa (su mujer, me aseguró solemnemente, tomada por él del natural), practicando trato carnal ilícito con un torero musculoso, evidentemente un canalla’.

Hoy, 16 de junio, el bloomsday, es una buena fecha para recordar una novela que, desde su aparición en 1922, estuvo llamada a revolucionar la narrativa contemporánea; y, con ella, la presencia de la fiesta de los toros de la mano de un escritor irlandés.

Por Claude Casteran
(Escritor y periodista francés)
Castella

Sebastián Castella en San Isidro de 2009. Desde entonces, el diestro francés, es uno de los más destacados en cada feria. Foto: EFE.
En Las Ventas, un francés acostumbrado a corridas a menudo coloristas de los largos fines de semana festivos de la primavera o de las vacaciones de verano, tiene la impresión de que al público madrileño le gusta frenar su placer. ¿Es porque en San Isidro a los aficionados madrileños les cuesta olvidar su jornada de trabajo? ¿Es porque están cansados, al final, de haber visto a lo largo de las décadas demasiados combates, demasiados triunfos, demasiados fiascos?
Este 24 de mayo de 2012, entre puro y gintonic, mi vecino, sentado sobre una impecable almohadilla roja y amarilla, me transmite su opinión:
-¡Mire las manos de los toros! ¡Debiluchos! ¡Y esos toreros sin personalidad! ¡Qué decadencia! ¡Es así desde hace años, lo peor es que nos acostumbramos!
-Es usted desesperante. Espero no doparme jamás con el discurso de la decadencia.
No hace falta explicar que, en una plaza, me contento con poco, aunque ese poco es a veces mucho: un juego de muñeca con la muleta, la calma un poco estirado del torero cuando todo va bien o incluso cuando todo va mal, unas banderillas posadas por un ángel. ¿Mi identidad taurina? Aficionado, tendencia hedonista. Sin duda, una falta de exigencia, lo sé.
Decadencia es una de las palabras más perezosas del arte taurino. Una figura compartida que tiene el mérito de unir a las generaciones impulsando la transmisión. Es una palabra que pronunciaba mi padre en Bayona, ese día de julio de 1964, a cuenta de unos toros cojos. Al día siguiente, Paco Camino triunfó y se olvidó del declive… durante 24 horas.
Ofendido, mi vecino continúa:
-¿Está usted ciego? La corrida vive una desafección, ha perdido la batalla de la modernidad, los antis de todos los sectores se movilizan. En 20 años, esto se acaba.
Tal vez tenga razón. O no.
En Francia, la cadena pública France 2 ofreció el 28 de mayo un reportaje sobre este tema en su telediario de mayor audiencia de la noche: primero, nos enteramos de que el declive está ahí, ha sido localizado, certificado, confirmado, las cifras son indudables. Pero, al final, estamos menos seguros de su existencia: el responsable de la plaza de Nîmes, Simon Casas, no parece pesimista y el público responde con su presencia en la tradicional Feria de Pentecostés.
De forma sorprendente, unos días antes, más de seis millones de franceses habían seguido en la cadena privada TF1, un telefilme policiaco titulado Matador, en el que los anti no son los buenos.
Ahora, me he puesto nervioso de dejarme distraer por mis propios pensamientos.
-Guarde silencio, por favor, Sebastián Castella se dispone a matar a su toro. Quizás vaya a recibir una oreja, la merece sin duda.
-Solidaridad entre franceses, se burla mi vecino.
Un intenso silencio sube por los tendidos, como diríamos de una música. Se prolonga durante un minuto largo y su magia borra con los sempiternos debates taurinos, los movimientos de los vendedores de bebidas, los gritos de entusiasmo o de asco de los turistas (estaba sentado junto a unos rusos).
Las Ventas mantiene el aliento: Castella fracasa en su primera tentativa y sólo mata en la segunda estocada. Ovación pero no hay oreja. Madrid siempre ha sido una plaza severa. Aquí uno no viene a hacer tonterías, pero seamos justos: si el éxito es indudable, el público sabe relajarse y esta alegría, que surge del rigor, es muy emocionante.
Al salir, hablo de todo ello con un profesor, al que conozco poco. Con aire alegre, me dice:
- El espectáculo hoy no fue muy bueno, pero la plaza estaba llena. La corrida no está en decadencia, a diferencia de lo que dicen. Justamente porque hay una crisis la gente necesita la fiesta más que nunca. ¿Que piensa usted?
- Desolado, pero no soy ni un experto ni un político, ni un ganadero, ni un apoderado. Ignoro si este declive es real o no.
Parece decepcionado. Me apiado y prosigo:
-En cualquier caso, sería absurdo hablar de declive solo porque el número de corridas está en baja desde hace cinco años. La calidad es más importante que la cantidad.
En un bar cercano a la plaza, un grupo de aficionados me acoge con calidez. Ven en mí al digno representante de un país que podría, según ellos, dar lecciones a España en materia de gestión taurina.
Me piden que evoque Nîmes y su anfiteatro romano. Digo con prudencia que se cortan muchas orejas. Un joven, cuya enorme sonrisa contrasta con su discurso fúnebre, estima que esta generosidad es un signo de ocaso. Sin duda.
Desde entonces, esta alegre banda debe tomarme por un adivino porque ignoraba el diluvio de recompensas que iba a producirse en la Feria de Nîmes. Javier Castaño iba a llevarse cinco orejas, sólo frente a seis toros. Además 11 orejas y tres rabos fueron cortadas durante una corrida de rejones y cuatro orejas en el cierre.
A mi pesar, el declive ocupó mis sueños. Me obligaban a decir si había decadencia o no. No era agradable. Pero rápidamente cambió a algo más dulce y me puse a soñar con una larga, muy larga, edad de oro que se prolongaba durante toda mi vida: comenzaba con las historias de mi padre sobre Manolete, al que vio torear en la España de la posguerra, seguía con mis recuerdos de Joselito, solo frente a seis toros en 1993 y 1996 en Madrid y luego mis relatos de otras tardes memorables que transmitía a aquellos que querían escucharme. Un sueño bonito, fluido.
Al despertar, me dije que nuestros hijos transmitirán sin duda, ellos también, una idea de la decadencia de la tauromaquia. Espero que lo hagan con ironía, porque predecir su propia muerte –sobre todo cuando uno está bien vivo, fuma y bebe gintonic–  proporciona unos escalofríos deliciosos.
Traducción de Guillermo Altares, redactor jefe de Internacional en EL PAíS.

¿Qué leen los toreros?

Por: | 08 de junio de 2012

LOS PERSONAJES DE LA FIESTA
LA EXPOSICIÓN. PASEÍLLO LITERARIO

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Enrique Ponce fotografiado por Javier Arroyo en la Biblioteca de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Esta imagen forma parte de la exposición Paseíllo Literario.  

Javier Arroyo y Noelia Jiménez no se han conformado con los tópicos que señalan a los toreros como personajes de escasa sabiduría en letras. El fotógrafo y la periodista han realizado sus averiguaciones; han sorprendido con esta propuesta sencilla; se han planteado acercar las preferencias literarias de las consagradas figuras del toreo de ayer y hoy; contarlas en los escenarios grandiosos de bibliotecas y librerías; dotarlas de magia colorista con imágenes en blanco y negro; recrear el acto intimista a través de los textos de los autores “que marcaron sus vidas”; para luego exponerlas en la Sala Antoñete de la Plaza de Toros de Las Ventas de Madrid. Un dato más que aportan los autores de esta original muestra llamada Paseíllo literario: “Por ser torero no eres ni más ni menos lector, pero sí te das cuenta que tienen momentos de soledad que llenan con la lectura”. 

  

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La saga torerísima de los Saugar

Por: | 06 de junio de 2012

LOS PERSONAJES DE LA FIESTA
LOS HOMBRES DE PLATA. LA SAGA DE LOS PIRRIS

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Los Pirris fotografíados en la puerta de cuadrillas de la Plaza de Las Ventas. Los hermanos Pablo, a la izquierda, y Víctor Hugo, a la derecha. En el centro, David. La imagen es de Paloma Aguilar y está recogida en el resumen que la Unión Nacional de Picadores y Banderilleros Españoles (UNPBE) ha hecho de esta última feria de San isidro 2012.

 

Van por la tercera generación torera. Son muchos. Son toreros de plata. Son Saugar de apellido y Pirris de apodo. La saga empezó a gestarse en el barrio de Lavapiés (Madrid), donde Emilio, matarife de profesión y subalterno, trasmitió el ímpetu torero a sus siete hijos, todos varones, y casi todos herederos de la genética torera -cuatro banderilleros, un puntillero de la plaza de Vistalegre, un sastre taurino y un jockey profesional-. “Nos hacíamos en los corrales del matadero”, dice El Pali, que junto a sus hermanos también tuvieron que afrontar las ilusiones taurinas de sus descendientes. De veintitantos, únicamente tres –Pablo, David y Víctor Hugo- fueron capaces de superar las trabas que la familia imponía para reconducirlos en otros oficios. Ni la dureza de los tentaderos, ni “las añojas toreás”, pudieron conseguirlo.   

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Fandiño, torero al gusto de Madrid

Por: | 02 de junio de 2012

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Iván Fandiño posa en el coso de Bilbao. Fotografía de Domingo Aldama.

Iván Fandiño hace el paseíllo en Las Ventas por tercera vez en este ciclo de San Isidro que ha resultado demasiado pobre en resultados ganaderos y toreros. Él será el encargado de cerrarlo con gloria o con fracaso, para bien o para mal, y quién sabe si de alcanzar la Puerta Grande, que ha dejado entreabierta en sus últimas actuaciones en el coso madrileño. Este torero, nacido Orduña (Vizcaya), de 31 años, sabe de la expectativa que genera entre la afición de Madrid, un cortejo correspondido con gratitud por el diestro que define sus maneras toreras “según el concepto puro que se tiene en esta plaza”. Es impetuoso, categórico, vehemente cuando habla de su “hoja de ruta” trazada desde el inicio en su “voluntad en ser torero al gusto de Madrid”, a la cual le ha dedicado pensamientos, preparación, arrojo, esfuerzo y método. Añade que es independiente en este mundo interrelacionado del estamento taurino y habla de sí mismo en tercera persona para decirlo todo: “Fandiño no es como los demás”.

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El ganadero que no 'enfunda'

Por: | 01 de junio de 2012

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El ganadero Fernando Cuadri. Fotografía de Iván Bouza.

LOS PERSONAJES DE LA FIESTA
EL GANADERO. FERNANDO CUADRI

No es una película de vaqueros, aunque lo parezca. El enfundado de pitones de los toros de lidia es una técnica muy extendida en la cabaña brava y consiste en colocar unos artilugios protectores en las defensas, presuntamente para evitar lesiones en las astas y bajas entre los animales. Esta práctica ha enfrentado a los ganaderos, que la utilizan con el argumento de la rentabilidad económica, y a los aficionados, que la consideran fraudulenta por la manipulación artificial de los animales durante su crianza, y que afectaría posteriormente el comportamiento en la lidia. En medio, se sitúan el desconocimiento de esta materia por el gran público de las corridas, el vacío de la normativa taurina al respecto y la falta de estudios técnicos, amplios e independientes que pudieran aprobar, o no, su uso. Fernando Cuadri es uno de los escasos ganaderos que no enfunda. Sus razones son firmes: no le conviene; no lo necesita; no lo aprueba -ni ética y estéticamente-; y no lo hace porque “afecta a la libertad del toro”. “Es una cuestión de respeto”, concluye Cuadri, uno de los últimos vaqueros románticos en la crianza del toro bravo.

 

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