No hace ni un mes que finalizó en Telemadrid y Castilla la Mancha TV el programa 'Quiero ser torero', un reality en el que seis jóvenes aspirantes a la gloria taurina compitieron durante cuatro semanas para ganar conocimientos, aprender de figuras consagradas, obtener la efímera popularidad que ofrece la pequeña pantalla, y alcanzar, finalmente, el título de triunfador, lo que llevaba consigo la participación en una novillada.
Para quien no haya podido verlo, 'Quiero ser torero' estaba basado en el famoso 'Operación Triunfo'. Cambien a Rosa y a Bisbal por alumnos de la heroicidad; añádanle el respeto que producen las cámaras, la timidez de quien sale por vez primera del seno familiar, unos profesores excesivamente circunspectos, unas variantes formativas a veces noñas y cursis, y, sobre todo, una buena dosis de ilusión, otra de vocación, una más de responsabilidad y una maleta de sueños, y surge un programa estupendo, divertido, interesante, sentimental a veces, emocionante casi siempre, y gratificante de principio a fin.
Lo más sorprendente, quizá, es que dos televisiones autonómicas decidan romper amarras, tiren por la borda los complejos y se arriesguen con un proyecto sobre la promoción de los toros entre la juventud. No es fácil hacer ese paseíllo en un país como este en el que hay que pedir perdón por ser aficionado. Ya era hora de que dos medios de comunicación públicos echaran la 'pata alante' y mostraran a la audiencia cómo son, qué piensan, qué hacen y como viven los jóvenes que quieren ser toreros.
Y lo que se vio en la televisión mostró a lo largo de los cuatro programas fue un grupo de veinteañeros con una pinta ejemplar, chavales de hoy, serios, esforzados y comprometidos de verdad con una vocación como si en ello les fuera la vida. Todos procedían de diversas escuelas taurinas y ya habían tenido contacto con capote y muleta, pero conocieron secretos de la lidia, escucharon con atención los consejos de sus profesores, conocieron a figuras y asumieron con caras de asombrada veneración sus consignas (Joselito: 'Esto es querer, querer y querer'; Espartaco: 'En esta lucha se pierde la juventud, pero se hace para cumplir un sueño'; El Juli: 'Ser torero es para elegidos'.)
También les enseñaron (he aquí las noñerias) a ser ordenados en sus habitaciones, a utilizar los cubiertos en una mesa, a andar por una pasarela o a saludar correctamente a una señorita, que no es que sean prácticas noñas, sino que poco tienen que ver con el sueño torero.
En fin, que el programa supo a poco. Muy pronto llegó la final, en la que los tres finalistas se vistieron de luces, lidiaron tres erales y se sometieron al veredicto de un jurado que eligió como ganador a Fernando Rey, un novillero malagueño ávido de triunfo, bullidor, valiente, que dio toda una lección de entrega y corazón torero.
Muy bonito todo. Bueno, todo, todo, no.
Los mismos directivos televisivos que triunfaron con un proyecto políticamente incorrecto se arrugaron cuando vieron una gota de sangre. Todo muy limpio y pulcro, todo dispuesto para no herir la sensibilidad de nadie,para que no molestar a los anti; y se ocultó cómo había caído un par de banderillas o si la media estocada había sido suficiente para acabar con la vida del novillo.
Eso es un engaño y una cobardía. La fiesta de los toros es cruenta y no hay que avergonzarse por ello. La fiesta entraña riesgo y no hay que ocultarlo. La fiesta es dura. Y de esa sangre derramada del toro y, a veces, también del torero, del riesgo y de la dureza nace la gloria de los protagonistas del espectáculo.
El hecho de que haya personas a quienes no le guste la fiesta de los toros no significa que haya que esconder su realidad. Porque lo que subyace detrás de esa decisión de los directivos televisivos es que podría estar fraguándose un espectáculo nuevo, diferente y moderno, en el que la sangre quedara eliminada, lo que supondría la supresión de la lidia actual y el nacimiento de un sucedáneo sin nombre.
A pesar de todo, enhorabuena a Telemadrid y Castilla la Mancha TV por su entrañable valentía; y pitos a las dos porque, a la hora de la verdad, se arrugaron.
PD. A mí tampoco me gusta la sangre, que conste. Ni siquiera la de pollo recién frita que, en mi pueblo del sur, que no es taurino, se degusta como un manjar.