Elogio de la quietud

Por: | 24 de enero de 2013

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Paco Ojeda, en 1997. Foto: Rodríguez Aparicio.

Ahora que suena en los mentideros del ruedo ibérico el nombre, entre otros, de Paco Ojeda como posible candidato a la Medalla al Mérito en las Bellas Artes o bien al Primer Premio Nacional de Tauromaquia, no está de más rememorar la lección que el maestro de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) impartió para la historia de la lidia en la segunda mitad del siglo XX. Si alguna huella dejó imborrable en los tendidos fue la de sus pisadas en la arena cargadas de honestidad brutal. Quieto como un estatua, demostró que el arribismo y la distancia corta en el toreo pueden no estar reñidos con la hondura ni con la más depurada estética. Fue a José Miguel Arroyo, Joselito, a quien tuve la suerte una vez de escuchar al teléfono decir aquello de "Belmonte ya empezó quedándose quieto; Manolete acortó distancias; Ojeda, más todavía...".

Ojeda tomó la maldita senda de vivir a muerte. El camino de los que se plantan en los medios para bailar con las bestias sin trampa ni cartón. Su entrega le pasó factura. ¡Vaya que sí le rindió cuentas! Alguien que conoció a Ojeda durante sus años de figura del escalafón contaba que horas antes de un duro compromiso en Las Ventas entró en la habitación del matador para saludarle y lo encontró desnudo, con la mirada perdida junto a las ventanas abiertas que inundaban la estancia del desapacible viento isidril de mayo en Madrid. Imposible saber qué pasaría por la cabeza de aquel hombre antes de asumir el peso de vestirse de luces para no defraudar a su singular concepción del toreo ante el respetable de la primera plaza del mundo.

Sanluqueño del 55, nunca renunció a sus principios, basados en un canon que surgió del toreo en el campo y por el que no existían más terrenos que los del torero, siendo estos los que el toro debía de pisar y a los que habría de plegarse. Tomó la alternativa el 22 de julio en El Puerto de Santa María (Cádiz), de manos de Su Majestad, El Viti. Se presentó en Madrid en el 82 y abrió ese mismo año los candados de la Puerta del Príncipe sevillana el día de la Hispanidad. Ya al año siguiente dominaba el escalafón y arrasaba en San Isidro. Primera retirada en 1988. Regresa en el 91. Luego volverá a largarse. Más adelante entenderemos por que no podría estar siempre en activo. 

Regresó a los ruedos a lomos de los caballos, para años más tarde reaparecer en Lima toreando a pie. Había vuelto a enfundarse el vestido luminoso con el cambio de milenio, tras ejercer de caballero rejoneador. Con el mismo empaque, pero con más kilos en la taleguilla. En una de sus retiradas afirmó que había abandonado el toreo a pie en el momento cumbre de su carrera. Cierto es que derrochó facultades hasta la cuarentena. Inteligente por su parte fue entender que ni el pelazo moreno ni las hechuras de gladiador con las que paseó cual Espartaco por los cosos durarían siempre. En este video aparece en sus años mozos, dejando patente su amor por la vida al límite a lomos de una moto campera (impagable el momento en que la manda a tomar viento con un desplante de lo más torero...):

 

En 'El Cossío' reza sobre él la siguiente cita: "La gran personalidad que ha aportado al toreo de hoy está basada en su quietud, el inverosímil terreno que pisa y en la ligazón de los pases, difíciles facetas en las que este torero es un auténtico maestro". Pero son las propias reflexiones de Ojeda sobre la lidia las que desvelan la soledad del hombre ante sus propios miedos. En sus palabras encontramos el verdadero valor de su compromiso con este oficio de vida y muerte. Acaso la mejor prueba escrita (pues sobre la arena ya dejó sobradas pruebas de lo cierto de ese compromiso) para entender por qué sería digno merecedor de los galardones en cuyas quinielas su nombre ha sonado estos días. En el libro Todas las suertes, por sus maestros (Espasa), el maestro de Sanlúcar confesó al periodista José Luis Ramón las claves de su particular concepción de la quietud: "Mi filosofía del toreo siempre ha tenido una idea muy clara: El toro debía ser el que girase en torno a mí, y no al revés. Yo era un pilar incrustado en la arena, y el animal un movimiento continuo que se desplazaba por donde yo le estaba marcando".

 

Ojeda pétreo en los medios. Una batalla contra la razón. Cierta como una catedral. "Yo entraba en trance cuando los pitones del toro rodaban por las taleguillas; en ese momento era cuando más a gusto me encontraba. Si a una faena le faltaba esto, pisar ese sitio, todo mi toreo no había tenido sentido". Contó Ojeda a José Luis Ramón que uno de los momentos más importantes de su vida torera acaeció una tarde en Sevilla, en compañía del toro Dédalo. Después de la corrida, volvió a torear. Ese mismo día. Un desasosiego nublaba su razón. Le faltaba algo y no dudó en fajarse a las pocas horas con tres vacas. A Ojeda le había faltado sentir en La Maestranza "el vajío del toro, su vahído, su bufido, ese aire caliente que sueltan cuando están entregados".

Y así prosigue su Evangelio: "Este concepto del toreo que yo tenía desde siempre estaba basado en la ruptura del sitio: cuanto más cerca estuviese yo del toro, más había vencido aquello. Pasaba más miedo estando entre los pitones, desde luego, pero también mi toreo me llenaba más. La satisfacción, de todas maneras, nada tenía que ver con el volumen del animal: sentía lo mismo con una becerra o con un toro, lo que importaba no era el animal o sus pitones, o su posibilidad de herirme, sino el hecho de haberme puesto en mi sitio, y de haberme realizado. (...) Cuando conseguía hacer esto, siempre sentía que el toro me miraba diciéndome: 'Me has podido'. Yo he visto muchísimos toros que al entrar en esto que antes llamé trance, empezaban a llorar. (...) Te mira diciéndote: 'Aquí estoy, hazme lo que quieras. (...) Por eso era imposible que yo durase veinticinco años en activo. Siempre, después de cada corrida, me hacía un poco más mayor. Este toreo suponía un riesgo constante. El giro de cuello del toro a muy escasos centímetros del torero, sabiendo que puede pasar o también que puede no hacerlo, desgasta mucho. Yo sabía que al girarse podía encontrarse conmigo, y que ahí lo más fácil era que me metiese el pitón".

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Paco Ojeda, al toreo de capa en La Maestranza, en 1994. Foto: Pérez Cabo

Feliciano Fidalgo le preguntó una vez en este periódico, al hilo de uno de sus sonados regresos a los ruedos, cómo decidió volver, a lo que el sanluqueño respondió con una larga cambiada de este porte: "Decidí volver cuando dejaron de proponérmelo los demás". Personalidad e independencia. Paco Ojeda representa uno de los más honestos y espeluznantes elogios de la quietud que han pisado los ruedos durante los últimos años. Harían bien los premios nacionales y medallas en centrar el foco en personajes que, como él, están verdaderamente a la altura de su leyenda.

Hay 8 Comentarios

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abolicion de las corridas.

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Grande el genio de Sanlúcar.

Paco Ojeda revolucionó el mundo del toreo con su verticalidad y estatismo tan sobrecogedores (de los de antaño) y a veces tremendista. En aquel momento representó una forma novedosa y personal de desvelar el enigma de los toros bravos, por eso ya pisa el suelo del olimpo, al lado de los grandes toreros de la historia, los pioneros que abrieron nuevas vías al toreo, sin enmendarse.

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Sobre el blog

El mundo de los toros visto por los periodistas de EL PAÍS. Rigor, exigencia y sensibilidad para analizar un arte que vive uno de los momentos más complejos de su historia.

Sobre los autores

Antonio Lorca es crítico taurino en El País. Amante del toro en el campo, en la plaza y en el plato. Hijo del Capitán Trueno, venera a los héroes de carne y hueso ya vistan de oro o plata, vayan a pie o a caballo. Por favor, no le digáis a mi madre que soy periodista; ella, orgullosa de mí, cree que soy banderillero...

Rosa Jiménez Cano. Periodista de EL PAíS especializada en Tecnología, aficionada a los toros desde su niñez. Como cualquier abonado de Las Ventas reparte su corazón entre Chenel, Esplá y los hierros más duros. Se derrite cuando a Morante le da por torear.

Quino Petit es periodista de EL PAÍS. Desde 2006 escribe reportajes en El País Semanal. Durante la adolescencia sufrió un shock leyendo la biografía de Chaves Nogales sobre Juan Belmonte y persiguió a Curro Romero y a Rafael de Paula hasta que ambos se cortaron la coleta. Desde entonces no persigue a nadie. Tampoco ha vuelto a ver torear tan despacio.

Paz Domingo, periodista de El País y admiradora de la portentosa belleza que atesora el toro de lidia, cuando se da con toda la integridad física y temperamental, con la fuerza descomunal que representa su genio, acometividad, defensa, y resistencia al sometimiento.

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