Conocí a Juan Manuel Albendea (diputado del PP, presidente de la Comisión de Cultura del Congreso y acérrimo defensor de la fiesta de los toros) en la década de los años ochenta cuando él
era director regional de Banco de Bilbao en Andalucía y yo dedicaba mi
ilusión profesional al periódico sevillano El Correo de Andalucía, que
lo dirigía entonces el cura José María Javierre. Albendea debía saber
mucho de dineros, pero también sabía de toros. Por su amistad con el director y por alguna que otra importante ayuda financiera a la maltrecha economía del periódico, Juan Manuel consiguió hacer realidad una ilusión: ser crítico taurino. Y así, bajo el seudónimo de Gonzalo Argote, cubrió el abono sevillano durante varios años, y demostró que tenía soltura con las palabras y que era uno de esos locos que había soñado toda su vida con ser torero y se conformaba con matar el gusanillo con unos pases en un tentadero, con desmesurado interés por la lectura de libros taurinos (posee una fantástica biblioteca), con su habitual presencia en las plazas de toros y su interés por el atinado análisis sobre la técnica y el arte del toreo. Juan Manuel se destapó como un profundo conocedor de la tauromaquia en labores de crítico en una época en la que no se conocía el correo electrónico y había que esperar a que un taxista recogiera en su casa la crónica escrita a mano y con premura.
Después, Gonzalo Argote trasladaría su firma a El País, como corresponsal taurino en Sevilla y estrecho colaborador de Joaquín Vidal, y, posteriormente, estamparía su nombre en ABC y El Mundo. En este último periódico continúa colaborando cuando llega la Feria de Sevilla y su trabajo parlamentario en Madrid le permite alcanzar el AVE con la antelación suficiente para estar en la Maestranza a las seis y media de la tarde.
Las vicisitudes de la vida lo llevaron al Congreso de los Diputados, incluido en la lista del Partido Popular por Sevilla. Y debe hacerlo bien porque esta es su quinta legislatura, y ya ostenta el título de ser el parlamentario más veterano.
Pues, bien. Este antiguo banquero reconvertido en crítico taurino, aficionado de los pies a la cabeza, una auténtico intelectual de la fiesta de los toros, es el único defensor que tiene la tauromaquia en la Carrera de San Jerónimo madrileña. Habrá más aficionados entre quienes ocupan los escaños, pero el único que ha dado la cara cuando la ocasión lo ha requerido ha sido Juan Manuel Albendea.
Innumerables han sido sus intervenciones parlamentarias en las que ha demostrado que su afición taurina va más allá de la extendida costumbre de figurar en los callejones, que nunca ha pisado, por otra parte. Ha puesto contra la pared a los últimos responsables de TVE en su afán constante por reivindicar la vuelta de las corridas a la pequeña pantalla y de la información taurina a los telediarios. Se ha batido el cobre con las huestes antitaurinas del Parlamento, que son legión; presentó una proposición no de ley en la pasada legislatura en la que instaba al gobierno socialista a declarar Bien de Interés Cultural (BIC) el mundo de los toros y fue rechazada; y trabajó junto al senador Pío García Escuredo, otro buen aficionado comprometido, en la proposición de ley de la Cámara Baja que perseguía el mismo objetivo y que tampoco prosperó gracias a los votos del partido de Rodríguez Zapatero.
Y, andando el tiempo, se le presentó su momento de gloria: defender ante el pleno del Congreso la Iniciativa Legislativa Popular, avalada por más de 500.000 firmas para declarar BIC la tauromaquia. Era su día más importante, como ese torero que se presenta en Las Ventas en pleno San Isidro, firmemente decidido a cumplir su sueño. Y la plaza estaba a rebosar, expectante ante el torero Albendea, que llegaba para refrendar sus reconocidos éxitos.
Salió el toro. Comenzó la sesión. Albendea tomó los engaños y se dispuso a demostrar su conocimientos y habilidades. Pero no se le vio suelto, ni se acopló con su oponente. A la faena le faltó ángel, y el éxito anunciado supo a muy poco. Estuvo profesional, pero no consiguió emocionar. ¡Ohhh...!
Pero los aficionados de verdad no olvidan, saben lo que es el respeto, y reconocen la trayectoria de un maestro, del mismo modo que disculpan una mala tarde.
Pero algunos no han perdonado a Albendea que el pasado 12 de febrero no estuviera a la altura de lo esperado. Y lo han criticado sin piedad, sin gracia, sin consideración... Con mucho malage. Allá cada cual con su conciencia.
Juan Manuel Albendea, antes y después de su comparecencia en la tribuna del Congreso de los Diputados, es el único parlamentario de la Cámara Alta que se juega el tipo por la fiesta de los toros. Un mirlo blanco al que hay que respetar y cuidar. Un hombre serio, que no es poca cosa. Un buen aficionbado, que no es especie que abunde. Y el mejor representante de los que disfrutamos con la fiesta de los toros.
Por todo ello, este que lo es se desmontera y le espeta en voz alta: 'Gracias, maestro; ¡va por usted, señor Albendea!