Es tal el desconcierto que padece la fiesta de los toros en estos momentos, que todo el sector -empresarios, ganaderos, toreros, apoderados y periodistas incluídos- está dando palos de ciego a la búsqueda desesperada de una luz al final de ese túnel oscuro en el que parece atrapado el espectáculo
Lo cierto es que ha vuelto a descender el número de festejos respecto al año pasado -según el portal Mundotoro, cien menos hasta finales del mes de junio-, y las plazas, a excepción de la de Pamplona, no se llenan sea cual sea el cartel que se anuncie. Andan desquiciados los empresarios, que no saben qué hacer para cuadrar las cuentas y obtener un legítimo beneficio; muchos ganaderos se ven obligados a destinar las reses bravas al matadero; y, mientras tanto, los toreros con más renombre han bajado a la calle para darse un baño de popularidad con los más pequeños, a los que inician en el manejo de los engaños.
Algo de todo esto sucede mientras este país sufre un proceso creciente de 'destaurinización' causado por múltiples factores, entre los que destacan una sorprendente sensibilidad hacia la 'humanización' del mundo animal -cada vez son más los programas televisivos dedicados a estos seres vivos, y los vertebrados e invertebrados animados que hablan, lloran, ríen, aman y se enfadan como cualquiera de nosotros-, una preocupante ausencia de liderazgo entre quienes se visten de luces, y, por encima de todo, la pérdida de la casta y la fortaleza del toro que determina, y de qué manera, que la emoción, inherente a la tauromaquia, sea un bien tan imprescindible como escaso.
Y ante tanta animalada televisiva, que conseguirá, a la postre, que todos nos convirtamos en veganos; el sillón vacío de quien nació para ser el redentor de la fiesta en el siglo XXI y prefiere la comodidad de la playa y el chiringuito, y la decadencia absoluta del otrora poderoso y desafiante toro bravo, a algunos empresarios se les ocurre la atractiva idea de anunciar en sus ferias carteles de dos diestros de postín, en un 'emocionante espectáculo de rivalidad' al objeto de revitalizar la depauperada taquilla.
Así ha ocurrido, por ejemplo, recientemente, en la feria de julio de Valencia, en la que se han visto las caras -porque de rivalidad, nada de nada- El Juli y Manzanares, una tarde, y Talavante y Morante, en otra; y ha quedado manifiestamente claro, primero, que las figuras actuales nada saben ni quieren saber de competencia; y, segundo, que no tienen empacho alguno en tomarle el pelo a los osados que decidan pasar por taquilla.
Es una auténtica desvergüenza que los señores Juli y Manzanares se anunciaran en Valencia con una corrida impresentable, como no lo es menos que Talavante y Morante acudiera cada uno con sus toretes bajo el brazo en una demostración colectiva y pública de que la fiesta les importa un pimiento, y que siguen sin entender que gran parte del futuro de la fiesta reside en el compromiso de las figuras por la autenticidad y la integridaddel del espectáculo.
No es extraño, ni lo más grave, que ninguna de la dos tardes se llenara la plaza; lo peor es la legión de desesperanzados que entre los cuatro toreros han dejado en Valencia y su comarca.
Y no pasa nada. Los cuatro seguirán hablando del arte, de la sensibilidad, de lo que sienten o dejan de sentir, y arremetarán contra los enemigos de la fiesta, sin querer ver que la paja que critican en el ojo ajeno es viga en los suyos.
Si alguna vez esta fiesta entra en coma, -que con actitudes como las de El Juli, Manzanares, Talavante y Morante, puede no tardar mucho- habrá que buscar responsabilidades en lo alto del escalafón. Ahí es donde, hoy por hoy, reina la desvergüenza y la comodidad gana siempre a la responsabilidad.