Primer Aviso

Sobre el blog

El mundo de los toros visto por los periodistas de EL PAÍS. Rigor, exigencia y sensibilidad para analizar un arte que vive uno de los momentos más complejos de su historia.

Sobre los autores

Antonio Lorca es crítico taurino en El País. Amante del toro en el campo, en la plaza y en el plato. Hijo del Capitán Trueno, venera a los héroes de carne y hueso ya vistan de oro o plata, vayan a pie o a caballo. Por favor, no le digáis a mi madre que soy periodista; ella, orgullosa de mí, cree que soy banderillero...

Rosa Jiménez Cano. Periodista de EL PAíS especializada en Tecnología, aficionada a los toros desde su niñez. Como cualquier abonado de Las Ventas reparte su corazón entre Chenel, Esplá y los hierros más duros. Se derrite cuando a Morante le da por torear.

Quino Petit es periodista de EL PAÍS. Desde 2006 escribe reportajes en El País Semanal. Durante la adolescencia sufrió un shock leyendo la biografía de Chaves Nogales sobre Juan Belmonte y persiguió a Curro Romero y a Rafael de Paula hasta que ambos se cortaron la coleta. Desde entonces no persigue a nadie. Tampoco ha vuelto a ver torear tan despacio.

Paz Domingo, periodista de El País y admiradora de la portentosa belleza que atesora el toro de lidia, cuando se da con toda la integridad física y temperamental, con la fuerza descomunal que representa su genio, acometividad, defensa, y resistencia al sometimiento.

Los Tablas de la Ley Belmonte (I)

Por: | 25 de octubre de 2013

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El joven novillero Juan Belmonte, en el verano de 1913, durante un almuerzo en la terraza del estudio que el escultor Sebastián Miranda tenía en la calle Montalbán, esquina con Alfonso XII, de Madrid. De izquierda a derecha, Sebastián Miranda, Ramón Pérez de Ayala, Ramón del Valle Inclán y Juan Belmonte. Al fondo se puede apreciar el Parque del Retiro. Esta fotografía se incluye en el libro El tiempo de Sebastián Miranda. Una España insólita, de Marino Gómez-Santos. 

 

Los aposentos del Pasmo de Triana en Madrid

De cómo y dónde vivió en la capital Juan Belmonte en los primeros años de esplendor torero y de su nostalgia por la calle Alfonso XII 

El pasado 16 de octubre se conmemoró el centenario de la alternativa de Juan Belmonte. Aquel año de 1913 fue en la vida del torero sevillano delirante. Desde su presentación en Madrid como novillero el 26 de marzo hasta la conclusión al séptimo mes de este advenimiento glorioso al mundo de los toros como matador, Belmonte llegó, triunfó, simpatizó con la intelectualidad del momento y se transformó en el fenómeno taurino con la rapidez de un meteorito que revolucionó los cánones del toreo establecido hasta el momento y lo hizo con la solidez imprescindible para que pasado un siglo aún se hable de aquellas intuiciones que convirtieron el arte taurómaco en mandamientos de ley.

Es abundantísimo el volumen de escritos, en forma de libros, biografías, artículos, crónicas taurinas y sociales, sobre la figura de Juan Belmonte. Nuevos y viejos. Extraordinarios algunos, anecdóticos otros, y pocos olvidados, porque la figura del torero sevillano es revisada continuamente desde todos los pareceres posibles. Por tanto, no se hace necesario condensar la singularidad de su vida, ni de su toreo, ni de su leyenda, aunque sí se pretende a través de este imaginario decálogo belmontiano, que da comienzo en este soporte digital, poner recuerdos a la vida y obra de un personaje sobresaliente.

Esta andadura romántica la iniciamos a pie de calle, al borde mismo del Parque del Retiro, en la calle Alfonso XII, número 42, donde el Ayuntamiento de Madrid ha colocado una plaza conmemorativa para recordar a los caminantes que en este casa vivió el torero Juan Belmonte desde el año 1940 hasta la fecha de su fallecimiento en 1962. Sin embargo, el torero sevillano ya había elegido esta calle madrileña para vivir el año de su llegada a la capital, en estos mismos meses de 1913 en que se convertiría en la revelación taurina del momento. ¿Por qué eligió Juan Belmonte esta calle para vivir, tan aristocrática también entonces? ¿Por qué en los posibles traslados de vivienda nunca se alejó de sus límites? Demos un paseo por el viejo Madrid de principios de siglo; por las maravillosas interviús que Parmeno realizara al Pasmo de Triana; por los elevados retratos de Chaves Nogales y Antonio de la Villa al matador de toros y amigo; por los recuerdos del escultor Sebastián Miranda, en definitiva, el personaje que más y mejor se acercó a la vida y obra del torero convertido en fenómeno de gentíos muy a su pesar. Recordemos cómo y dónde vivió Juan Belmonte en Madrid aquellos maravillosos años de esplendor.

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Toros, ¿cultura o tortura?

Por: | 22 de octubre de 2013

Hace unos días, Canal Sur Televisión organizó un debate titulado '¿Cultura o tortura?', referido a las corridas de toros. Entre los antis, una profesora de instituto, una portavoz del Partido Animalista y un antropólogo; entre los defensores, el director del programa 'Toros para todos', de la cadena andaluza, el diestro José Luis Moreno y un expolítico municipal. Y el resultado, un auténtico bochorno.

El moderador no supo o no pudo cumplir con su labor, y aquello quedó reducido a un gritón corral de vecinos, que produjo más sonrojo que interés. Personalmente, sentí un rechazo incontrolable al comprobar que, una vez más, una agria y vacía discusión sobre los toros hacía un flaco favor a la fiesta.

 Para empezar, dio la impresión de que solo la portavoz de los animalistas había preparado el debate. Los demás se presentaron allí 'chungos' de papeles, con esa actitud tan jactanciosa como española de 'esto es pan comido para mí'. Los de enfrente -los antis, se entiende- acudieron a los conocidos argumentos del maltrato, la tortura y las dichosas subvenciones. ¿Y los taurinos? A excepción del torero cordobés, callado, comedido y sensato, los taurinos prefirieron interrumpir a todo el que osaba abrir la boca, abusar de tópicos y hacer gala de una absurda prepotencia inexplicable en personas inteligentes.

Total, que lo quedó claro es que los 'taurinos' carecían de argumentos contundentes para defender la fiesta de los ataques inmisericordes de los contrarios; y algo más: que los aficionados solemos confundir nuestro amor a la tauromaquia con una actitud apasionada que raya en la falta de educación.

Quedó claro, además, que los debates sobre la existencia de los toros en el siglo XXI son inútiles y vanos. La sociedad actual es más sensible, ha humanizado a los animales por la persistente influencia de Walt Disney, y una parte de ella considera que el ritual taurino es patrimonio de un grupo de morbosos desalmados que goza con el sufrimiento de los toros. Y esta opinión la tienen, primero, porque les asiste un perfecto derecho para ello; segundo, porque el toreo es un misterio y no es fácil descubrirlo en un espectáculo cruento; tercero, porque se empeñan en no conocer la vida del toro bravo; y porque 'se equivocan creyendo -en palabras de Vargas Llosa- que la fiesta es un puro ejercicio de maldad en el que unas masas irracionales vuelcan un odio atávico sobre la bestia'. Pero hay más: hay quien considera la fiesta una tortura y se empecina en no reconocer que el toro bravo ha nacido para la lucha, del mismo modo que la gallina para poner huevos y hacer un buen caldo, o el cerdo para deleitarnos con un buen jamón. ¿Acaso -el argumento es de Fernando Savater- alguien ha preguntado a la gallina si desea vivir estabulada y hervir en la olla, o al cerdo que lo cuelguen de un pincho cuando está gozando en la montonera?

 'Entiendo el toreo como una caricia', decía hace algún tiempo Curro Romero. 'Y hacer feliz a la gente con mi toreo', añadía. ¿Quién es capaz de afirmar que Curro ha sido un torturador de toros, un amante de la violencia contra los animales, que ha cimentado su gloria en los estertores agónicos de uno de los seres vivos más bellos de la naturaleza?

A pesar de todo, cada cual seguirá pensando lo que su educación y sensibilidad le dicte. Pero no hay que reñir por ello, ni interrumpir, ni dejarse envolver por la soberbia del supuesto entendido. Basta con defender la cultura del toro y la libertad de elección.

Por cierto, que nadie crea ver en estas letras una crítica al compañero que dirige 'Toros para todos'. Allá los cainitas con sus conciencias. Es un periodista muy respetable que desarrolla una magnífica labor de divulgación del toro bravo desde la pantalla de Canal Sur. Solo tuvo un mal día, como cualquiera. Quizá, un exceso de confianza en sus muchos conocimientos. Le honra, no obstante, que, al final, pidiera perdón por su apasionada defensa del toro, que, por momentos, le hizo perder la razón.

Por cierto, ¿cultura o tortura? A mí también me repugna la sangre y el sufrimiento ajeno; y no creo que pertenezca por mi afición a un grupo de enfermos morbosos. Por el contrario, me siguen conmoviendo un animal bravo y un héroe artista. Rechazo todo tipo de violencia del mismo modo que me emocionan la gracia y el sentimiento de un torero y la raza y la casta de un toro. Y nada puedo hacer por evitarlo...

 

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Los miembros de la cuadrilla de Javier Castaño -de izquierda a derecha, Marco Galán, Tito Sandoval, David Adalid y Fernando Sánchez- dan la vuelta al ruedo al término del segundo tercio al quinto toro de la ganadería de Celestino Cuadri en pasado 1 de junio en la plaza de toros de Madrid. Nunca se había producido un acontecimiento torero igual. Fotografía de Kote Rodrigo (EFE)

Anotaciones reglamentarias (7)

La vuelta triunfal que protagonizara la cuadrilla del diestro Javier Castaño en Madrid provocó el entusiasmo de la afición y la suspicacia de una parte de la jerarquía taurina. Se trata de un hecho excepcional que no está regulado ni prohibido por la normativa vigente. 


El pasado día 1 de junio se produjo un acontecimiento extraordinario en la plaza de toros de Madrid y posiblemente en la historia de la tauromaquia. Por primera vez, cuatro miembros de una misma cuadrilla –en este caso de Javier Castaño- daban una vuelta al ruedo al terminar el segundo tercio de la lidia al quinto toro perteneciente a la ganadería de Celestino Cuadri. La petición de la vuelta al ruedo surgió en un acto espontáneo por parte de la mayoría del público que pedía el trofeo para los toreros David Adalid, Fernando Sánchez, Marco Galán y Tito Sandoval, que habían protagonizado los dos tercios bien ejecutados: el toreo a caballo en la suerte de las varas; la técnica de los subalternos que colocaron cuatro pares de banderillas con gracia y perfección; junto a la demostración de una brega tan inusual como dogmática. No hay un acontecimiento que se recuerde de estas características en la Plaza de Las Ventas, en la cual se habían concedido trofeos para algunos miembros de las cuadrillas, como la vuelta del picador Anderson Murillo junto al diestro Luis Francisco Esplá el 5 de junio de 2001, pero jamás se había producido en el transcurso de la lidia del animal, la cual fue interrumpida hasta que los toreros recibieron las aclamaciones en el recorrido del albero. 

Han pasado cuatro meses y Javier Castaño junto a su cuadrilla regresan a Las Ventas -este próximo domingo 6 de octubre-, durante el ciclo ferial de otoño para aspirar a esta sobresaliente eventualidad que provocó en la afición madrileña como si se tratara de un perfume de rosas. Lo que pudo ser para estos hombres la temporada abierta a la gloria se ha convertido en un camino de espinas por las insistentes críticas que han recibido de la jerarquía taurina que premeditadamente rebajan la excepcionalidad de dichos toreros y cuestionan la autorización por el presidente del festejo de la vuelta al ruedo. En este periplo por el recordatorio de la normativa taurina se pone el punto de mira en la concesión de trofeos, que unas ocasiones concede el público y en todas es el presidente del festejo quien permite. El escritor Víctor Pérez es el encargado de exponerlo: “si el reglamento nacional no precisa cualquier excepcionalidad no queda el hecho ni regulado ni prohibido y, por tanto si están de acuerdo el matador y público, no hay razón ni motivos para no dar dicha vuelta al ruedo”. El peligro pudiera estar en la estandarización de la singularidad como en otra ocasión ocurriera con la concesión de las orejas a los matadores cuando ningún reglamento las calificaba.

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