Morante de la Puebla mientras ve torear a Talavante en la Feria de Abril de 2013. / JULIAN ROJAS
Los carteles no son ni buenos ni malos; mejorables siempre, pero la viva expresión de la realidad torera actual. Bien es cierto que podrían estar otros toreros que han hecho méritos para ello, aunque su presencia hubiera hecho honor a la justicia, pero no a la calidad final del producto.
Ojalá tengan razón los empresarios y las figuras del mañana estén en los carteles presentados; y ojalá la feria sea un éxito para bien, sobre todo, de la fiesta de los toros.
Pero mientras sí y mientras no, conviene poner las cosas en su sitio, quizá porque algún aficionado -este que escribe es uno de ellos- pueda tener la sensación de que unos y otros nos están engañando como a chinos. Parece que tanto los toreros -las cinco figuras del veto- como los empresarios -Eduardo Canorea y Ramón Valencia- mienten descaradamente; parece que todos tienen mucho que ocultar, y lo que está claro en que ambas partes están protagonizando una gravísima agresión a la fiesta en unos momentos en los que la vida se le escapa en mil frentes abiertos.
¿Tienen razón los toreros cuando reclaman dignidad y respeto de la empresa sevillana y denuncian incumplimientos económicos y trato poco elegante? Seguro que sí. Pero la pierden, primero, cuando ellos han hecho de la opacidad moneda de cambio. Todo a su alrededor es un misterio calculado: los dineros que perciben, que podría entenderse, el contenido de sus negociaciones con las empresas, sus exigencias en las ganaderías, en los despachos y en los corrales, y, especialmente, sus supuestas relaciones con la manifiesta manipulación que sufre la mayoría de las reses que se lidian. Ahí está el caso de El Juli, reconocidisíma figura, que no ha tenido empacho en imponer el toro impresentable en plazas como Madrid o lidiar becerros vergonzosos en la feria de Huelva, por poner solo dos ejemplos. ¿Acaso no es esa una falta de respeto a la afición? Que hable su apoderado, Roberto Domínguez, que mucho podría contar sobre el asunto. Y lo que hace El Juli es lo mismo que imitan sus compañeros, pues todos están convencidos de que su condición de figura equivale a una patente de corso para imponer sus caprichos. En una palabra, las figuras callan mucho y, aparentemente, mienten.
Es de justicia exigir dignidad y respeto, del mismo modo que a ellos se les debe exigir igual trato con los aficionados, que sufren las consecuencias de actitudes y decisiones lamentables.
Y un detalle más: hay que saber medir las fuerzas. El enfado y la exigencia, por muy justos que sean, no pueden cerrar la puerta a la negociación cuando se vislumbra un grave daño a terceros. En este caso, a los aficionados sevillanos y a la propia tauromaquia. Es decir, que las figuras han dado una patada a los empresarios en el trasero de los clientes. Y eso está muy feo. Y es muy serio porque más de uno, cansado de esta fiesta anodina y carente de emoción, encontrará en lo sucedido en Sevilla la excusa perfecta para decir adiós a su afición.
¿Y los empresarios de la Maestranza?
Es comentario general que se han ganado a pulso esta triste y penosa situación por su falta de tacto, su lenguaje inapropiado, su soberbia y sus métodos destemplados a hora de negociar con los toreros.
Tan opacos o más que los toreros (piden que estos se rebajen los honorarios, pero ellos no ponen sobre la mesa las cuentas de facturación, gastos, pérdidas y beneficios), no han sido capaces de gestionar la crisis con la inteligencia que se les supone a los rectores de una de las primeras plazas del mundo. En ausencia de las figuras, la única ocurrencia ha sido cambiar de fecha la corrida de Miura, y aumentar la nómina de toreros injustamente olvidados. No es eso, no es eso.
Sevilla y su afición exigían un derroche de imaginación, alguna iniciativa innovadora, algún gesto, alguna gesta, una sorpresa... Nada. Parece inaudito que ni a los empresarios ni a sus asesores se les haya ocurrido una idea novedosa.
Todo lo han reducido a una rebaja en el precio del abono de algo más de un 15 por ciento, y argumentan que hacen un enorme esfuerzo porque el veto de las figuras solo afecta un 9 por ciento al presupuesto general. ¿Solo un 9 por ciento? El dato será verdad, pero no es creíble. Es más, suena a broma. Y más inexplicable es que para evitar la estampita del abonado se penalice al cliente espontáneo que deberá pagar una entrada suelta en taquilla al mismo precio del año pasado por un producto de menor interés.
Se les debe reconocer, no obstante, que en el acto de presentación de los carteles tuvieron un detalle inteligente: no hablar sobre los ausentes, porque cualquier palabra hubiera sido utilizada en su contra y enfangadoaún más el problema.
La conclusión es que en Sevilla existe la impresión de que los toreros y los empresarios callan y ocultan, y eso no es propio de gente digna y con categoría.
Pues que sepan los toreros y los empresarios que ellos, y solo ellos, están haciendo más contra la fiesta de los toros que todo el antitaurinismo andante. Y que no tengan duda de que la historia, más pronto que tarde, les pasará factura por su manifiesta irresponsabilidad. Porque la mentira tiene las patitas muy cortas. Y la fiesta está necesitada de transparencia, honorabilidad, integridad, verdad y emoción, conceptos que no parece que se hayan barajado en esta crisis.
Mientras tanto, la impresión generalizada es que unos y otros nos toman el pelo y pretenden engañarnos como a chinos... Una verdadera pena.