Mundos paralelos (2)
Repaso por la creación cultural taurina y adyacente a la Feria de San Isidro 2014
El pasado lunes, 19 de mayo, se conmemoraba el primer año de ausencia del maestro sevillano Pepe Luis Vázquez Garcés (1921-2013) y en la plaza de toros de Las Ventas se organizaba un recuerdo a su extraordinaria figura humana y torera. Este soporte digital, una temporada más, se une al homenaje buscando en la memoria la gloria del toreo. Si evocábamos entonces como par irrepetible a Pepe Luis y Miura, hoy vamos camino de Sevilla. A continuación se ofrece un extracto de las entrevistas que realizara Marino Gómez-Santos para Pueblo, publicadas en el diario en 1959, año de la reaparición fugaz del diestro del barrio de San Bernardo, y recopiladas en Mi ruedo Ibérico, en la colección Tauromaquia de la editorial Espasa Calpe. La fotografía que se adjunta está incluida en el libro Pepe Luis. Meditaciones sobre una biografía, de Santiago Araúz de Robles, también dentro de este excepcional compendio de buenos ejemplares de temática taurina.
(Habla Pepe Luis. En el otoño de 1936. La Guerra Civil ya había comenzado)
- Fui admitido en el Matadero. Tenía que esperar a que hubiese una vacante para que me pusieran un sueldo. De la oficina del Matadero me iba a los corrales para dar la puntilla a los toros. Estaba ya en contacto con lo que iba a ser, andando el tiempo, lo definitivo de mi vida. Pero te diré (se dirige al entrevistador Gómez-Santos) que esto lo llevaba en secreto. Salvo mis compinches, nadie sabía que yo quería ser torero.
En la dehesa del Quintillo, que pertenecía al ganadero sevillano don José Anastasio Martín, dejaban algunas veces novillos destinados para el sacrificio.
- Fue entonces cuando se organizó una encerrona para un muchacho que iba a torear a los pocos días en Sevilla. Nosotros, los aficionados, nos enteramos y fuimos. El que organizó la encerrona fue un gran aficionado llamado don Manuel Murube, que me conocía mucho como oficinista, de verme en el Matadero. Empezaron a soltar novillos para que toreasen los muchachos que estaban invitados, hasta que yo, no pudiendo resistir más, pedí permiso para que me dejasen. Don Manuel Murube y don José Anastasio Martín se echaron las manos a la cabeza, porque eran unos novillos grandes, de media sangre, con doscientos cincuenta kilos. Dijeron que no que me retirase, que los novillos eran muy grandes; pero me puse tan pesado, insistiendo, sin quererme ir, hasta que cogí la muleta y me tiré a la plaza. Me dejaron por imposible. Pronto se sorprendieron al ver que me desenvolvía bien con ellos.
Al día siguiente se supo la noticia en el Matadero y circuló por las tertulias taurinas de Sevilla.
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