La inolvidable Feria de Abril

Por: | 14 de mayo de 2014

La Feria de Abril de 2014 será inolvidable. No hay la menor duda; por las despectivas alusiones a las figuras del empresario Eduardo Canorea en aquella famosa comida de noviembre; por la airada respuesta de los 'cinco grandes', negándose a actuar mientras dirija el negocio la actual empresa; por los deficientes carteles, carentes de imaginación; por la contundente respuesta de la afición, que les ha dado la espalda; por el fracaso ganadero; porque no ha habido un triunfo contundente entre los toreros, y, sobre todo, porque la fiesta de los toros, tan demacrada y con tantos achaques, ha sufrido un embestida impetuosa y descompuesta de los suyos, quienes debieran cuidarla y protegerla de los ataques externos, que no son pocos. Tanto es así, que, tras la feria sevillana, la tauromaquia está un poco más sola, con menos pulso, con semblante entristecido.

La imagen de los tendidos de la Maestranza vacíos tarde tras tarde ha sido una puntilla mortífera para el prestigio de este espectáculo. La empresa Pagés arriesgó por un lema -'una apuesta por el futuro'- que ha sido un rotundo fracaso. Los abonados, primero, y los espectadores, después, dijeron no, que prefieren lo malo conocido que lo bueno por conocer, y decidieron quedarse en la caseta del real.

Y ahora, qué. Si preocupante ha sido el curso de la feria, más, mucho más, puede ser el futuro. ¿Persistirán El Juli, Morante, Manzanares, Talavante y Perera en su decisión de no pisar la Maestranza mientras continue la familia Pagés? ¿Conseguirán que se marche la empresa de la plaza? ¿Moverá alguna ficha la Real Maestranza de Caballería, propietaria del coso? ¿Será posible una negociación entre la dos partes en litigio? Y si no hablan y los maestrantes respetan el contrato con la empresa Pagés, ¿es posible que los toreros no vuelvan nunca más a Sevilla? Y si así ocurriera, ¿cómo reaccionaría la afición?

La cuestión es peliaguda, y más grave de lo pudiera parecer.

De momento, el cliente ha decidido dar la espalda al conflicto e invertir el dinero de la entrada en manzanilla. Pero, cuidado, porque esa elección puede encerrar otras lecturas más peligrosas. Es verdad, por un lado, que la crisis económica es una aplastante realidad y los festejos taurinos siguen siendo un espectáculo caro al alcance de unos pocos. Pero el verdadero problema será que muchos aficionados utilicen -muchos ya lo han hecho- el enfrentamiento como excusa para huir definitivamente de la plaza, cansados y desilusionados por el rumbo anodino que ha tomado la fiesta y los nuevos usos sociales.

Y esos nuevos usos no solo están enlazados con la relación, cada vez más cercana y estrecha, que todos mantenemos con los animales, sino con la creciente destaurinización de la sociedad española. Además, ser aficionado en Sevilla está dejando de ser un signo de distinción, al igual que ha perdido caché y valía la propiedad de un abono. (Hasta hace pocos años, ser abonado de la Maestranza era un tesoro familiar cuya herencia constaba en testamento, y un símbolo de prestigio sevillano. Ahora, no).

Los toreros y la empresa parecen haber olvidado que la consistencia de la fiesta de los toros está cogida  con alfileres, y padece con inusitado desgaste cualquier ataque. Unos y otros parecen olvidar, además, que el aficionado está cansado de aburrimiento, y que aquel que decide decir adiós, no vuelve.

Lo extraño, después de todo, es que nadie haya dado aún la voz de alarma; que después del fiasco sevillano, el mundo del toro permanezca impasible, como si nada hubiera sucedido. Y esta puede ser la antesala de una situación irreversible para la fiesta. He aquí el verdadero problema.

A pesar de todo, hubo toros, toreros y poco público; algunos momentos para el recuerdo y muchos para olvidar. Los de luces cortaron seis orejas -una cada uno Padilla, Joselito Adame, David Mora, Javier Jiménez, Esaú Fernández y Antonio Ferrera-, y ocho los rejoneadores -Diego Ventura, cinco; dos, Andrés Romero, y una, Rui Fernandes. Muchos toros potables, algunos de los cuales se llevaron las orejas al otro mundo, y dos sobresalientes: 'Disparate', de Victorino Martín, al que toreó con primor Ferrera, lo que le ha grangeado numerosos premios, y 'Niñito', triunfador de la feria, de la ganadería del Pilar, con el que destacó David Mora.

El tercio de varas fue un simulacro toda la feria, y hubo subalternos de a pie que destacaron con el capote y las garapullos; tal fue el caso de Javier Ambel, José Chacón, Vicente Herrera, David Adalid, Fernando Sánchez, Marcos Galán, Miguel Martín, Abraham Neiro, y otros que no saludaron al respetable, pero dejaron constancia de su torería.

El joven David Galván se la jugó con un manso de Fuente Ymbro y sufrió una cornada que le ha impedido hacer el paseíllo en Madrid.

Y se acabó. La Maestranza cerró sus puertas. Nada se sabe ni se sabrá sobre las cuentas de la feria, pero es lógica la sospecha de que si salen los números será porque hayan disminuido sensiblemente los emolumentos de los toreros. Y, con toda seguridad, ha perdido la propiedad, que recibe una parte de los ingresos en taquilla.

Nadie sabe qué pasará a partir de ahora. Pero la ausencia de noticias será la peor noticia para la fiesta. Ojalá alguien sufra un ataque de cordura y alerte del peligro.

Julián López me quiere camelar

Por: | 16 de abril de 2014

No tengo el placer de conocer a Julián López El Juli; ni siquiera hemos hablado por teléfono para una de esas entrevistas exprés previas a un gran acontecimiento ferial. Pero me cae muy bien, como torero y como persona.

Al igual que otros locos aspirantes a figura, ha sacrificado su vida entera por una vocación. Mientras el resto del mundo ha tenido infancia, adolescencia y juventud, Julián solo ha visto toro desde que era un mico; y siempre desde abajo, desde el seno de una familia humilde que se ha sacrificado toda ella y a todas horas por la ilusión enfermiza del chaval. Un mérito grande el de sus padres, sus hermanos y el propio Juli que se han trabajado de verdad la búsqueda del éxito. Un referente de cariño, de generosidad, de esfuerzo y sacrificio que debe ser reconocido, y que la vida, afortunadamente, se lo ha recompensado.

Julián López El Juli ha alcanzado la meta soñada. Es una gran figura del toreo. Y debe estar desbordante de orgullo, pues su ánimo vigoroso ha sido su compañero inseparable..

Asentado en la madurez que da la experiencia, se ha revelado, además, como un hombre reflexivo, comprometido y convencido de que debe trabajar por ocupar un liderazgo vacío en su profesión. Su reciente comparecencia matinal en TVE fue una bocanada de aire fresco entre tanto taurino trasnochado y vetusto. Da muy bien ante las cámaras, sonríe con naturalidad, transmite credibilidad, tiene ideas, maneja argumentos y ofreció, sin duda, una imagen moderna y novedosa del torero del siglo XXI.

Decididamente, El Juli quiere ser un líder, y alguien lo ha convencido inteligentemente de que la comunicación es un arma imprescindible para alcanzar esa meta.

El problema de Julián es que se mueve en el terreno pantanoso de una profunda contradicción entre el torero y el hombre. Julián ha sido educado para sufrir y gozar como una gran figura del toreo, pero no para protagonizar la revolucion para que la que está predestinado un líder. Lo primero ya lo es, pero lo segundo es materia reservada para unos pocos elegidos. Joselito El Gallo, con quien él inmodestamente se compara, fue uno de ellos a pesar de los pocos años que vivió. El Juli, por su parte, ha sido modelado para ser un icono de la modernidad; adornado con las mejores cualidades toreras, dueño del poder y la técnica en grado sumo, sufre en sus carnes y en su prestigio los cuidados extremos que su entorno familiar y profesional le ha diseñado para mantenerse ahí arriba muchos años con un riesgo calculado y siempre aminorado por el toro-torete de laboratorio elegido para el triunfo relativamente fácil. Su padre y su apoderado le han facilitado el camino como figura y se lo han cerrado para ser líder. Nadie, ningún aficionado serio, no fanático, sectario ni radical de los tantos que abundan, le reconoce hoy a El Juli la categoría de revolucionario a la que parece aspirar. Porque El Juli, y quizá él sea el menos culpable, ha tirado de su carrera, pero no del toreo.

Y lo malo es que las contradicciones obnubilan, tanto o más que una corte de aduladores. Dijo El Juli en TVE que pretende ser un torero a lo antiguo, profundo; y, días más tarde, en un portal digital, añadió que 'hay que trabajar por la fiesta y no por el interés particular'. Óle... Es la reflexión de Julián, un hombre inteligente.

Pero cuando Julián se enfunda el traje de El Juli, la cosa cambia. No puede evitar entonces, como ninguno de nosotros, la educacion que ha mamado; y surge el taurino listo, que no inteligente; el torero pícaro, el veedor que manda en las ganaderías, el apoderado que presiona sin compasión en los corrales, y el diestro que no duda en saltarde a la torera la norma y burlarse de los aficionados en la búsqueda desesperada de una inconcebible comodidad. Así, es El Juli y no Julián el que ha tenido la osadía de anunciarse el Domingo de Resurrección en Málaga en un mano a mano ficticio con Morante, en el que cada cual se presenta con tres toros elegidos por sus colaboradores. La autoridad incurre en un presunto delito de prevaricación al evitar el sorteo, pero le da igual porque la fiesta no le importa nada. Los toreros mienten, nos engañan a todos, nos toman por tontos, y parecen desconocer que en el pecado llevan la penitencia. El Juli y Morante acuden a Málaga como portavoces del antitaurinismo galopante, pues su actuación es una falta de respeto inadmisible a la fiesta de los toros.

Por eso, digo que Julián López me quiere camelar; pretender hacerme creer que es un torero comprometido. Falso. Sin duda, será un buen hombre, pero es un torero -gran figura, eso sí- más. Una pena que no lo hayan educado para tomar las riendas de la fiesta. Aptitud no le falta; de lo que carece es de actitud.

En Sevilla nos engañan como a chinos

Por: | 12 de marzo de 2014

MoranteMorante de la Puebla mientras ve torear a Talavante en la Feria de Abril de 2013. / JULIAN ROJAS
Se consumó el drama de la Feria de Abril. Las cinco figuras -El Juli, Morante, Manzanares, Talavante y Perera- cumplieron su amenaza, y los empresarios han debido confeccionar los carteles con el resto del escalafón. El resultado ha sido una de las ferias más extrañas de su historia, de contenido devaluado y de incierto futuro, pues se desconoce la decisión que adoptará el cliente, que es el personaje más importante de esta historia, y al que parece que ninguna de las partes ha prestado la menor atención. Baja el precio de los abonos, se mantiene inexplicablemente el de las entradas sueltas -un tendido de sombra sale a la venta por 89 euros-, y los toros son los mismos que, año tras año, fracasan estrepitosamente y que exigen las figuras.

Los carteles no son ni buenos ni malos; mejorables siempre, pero la viva expresión de la realidad torera actual. Bien es cierto que podrían estar otros toreros que han hecho méritos para ello, aunque su presencia hubiera hecho honor a la justicia, pero no a la calidad final del producto.

Ojalá tengan razón los empresarios y las figuras del mañana estén en los carteles presentados; y ojalá la feria sea un éxito para bien, sobre todo, de la fiesta de los toros.

Pero mientras sí y mientras no, conviene poner las cosas en su sitio, quizá porque algún aficionado -este que escribe es uno de ellos- pueda tener la sensación de que unos y otros nos están engañando como a chinos. Parece que tanto los toreros -las cinco figuras del veto- como los empresarios -Eduardo Canorea y Ramón Valencia- mienten descaradamente; parece que todos tienen mucho que ocultar, y lo que está claro en que ambas partes están protagonizando una gravísima agresión a la fiesta en unos momentos en los que la vida se le escapa en mil frentes abiertos.

¿Tienen razón los toreros cuando reclaman dignidad y respeto de la empresa sevillana y denuncian incumplimientos económicos y trato poco elegante? Seguro que sí. Pero la pierden, primero, cuando ellos han hecho de la opacidad moneda de cambio. Todo a su alrededor es un misterio calculado: los dineros que perciben, que podría entenderse, el contenido de sus negociaciones con las empresas, sus exigencias en las ganaderías, en los despachos y en los corrales, y, especialmente, sus supuestas relaciones con la manifiesta manipulación que sufre la mayoría de las reses que se lidian. Ahí está el caso de El Juli, reconocidisíma figura, que no ha tenido empacho en imponer el toro impresentable en plazas como Madrid o lidiar becerros vergonzosos en la feria de Huelva, por poner solo dos ejemplos. ¿Acaso no es esa una falta de respeto a la afición? Que hable su apoderado, Roberto Domínguez, que mucho podría contar sobre el asunto. Y lo que hace El Juli es lo mismo que imitan sus compañeros, pues todos están convencidos de que su condición de figura equivale a una patente de corso para imponer sus caprichos. En una palabra, las figuras callan mucho y, aparentemente, mienten.

Es de justicia exigir dignidad y respeto, del mismo modo que a ellos se les debe exigir igual trato con los aficionados, que sufren las consecuencias de actitudes y decisiones lamentables.

Y un detalle más: hay que saber medir las fuerzas. El enfado y la exigencia, por muy justos que sean, no pueden cerrar la puerta a la negociación cuando se vislumbra un grave daño a terceros. En este caso, a los aficionados sevillanos y a la propia tauromaquia. Es decir, que las figuras han dado una patada a los empresarios en el trasero de los clientes. Y eso está muy feo. Y es muy serio porque más de uno, cansado de esta fiesta anodina y carente de emoción, encontrará en lo sucedido en Sevilla la excusa perfecta para decir adiós a su afición.

¿Y los empresarios de la Maestranza?

Es comentario general que se han ganado a pulso esta triste y penosa situación por su falta de tacto, su lenguaje inapropiado, su soberbia y sus métodos destemplados a hora de negociar con los toreros.

Tan opacos o más que los toreros (piden que estos se rebajen los honorarios, pero ellos no ponen sobre la mesa las cuentas de facturación, gastos, pérdidas y beneficios), no han sido capaces de gestionar la crisis con la inteligencia que se les supone a los rectores de una de las primeras plazas del mundo. En ausencia de las figuras, la única ocurrencia ha sido cambiar de fecha la corrida de Miura, y aumentar la nómina de toreros injustamente olvidados. No es eso, no es eso.

Sevilla y su afición exigían un derroche de imaginación, alguna iniciativa innovadora, algún gesto, alguna gesta, una sorpresa... Nada. Parece inaudito que ni a los empresarios ni a sus asesores se les haya ocurrido una idea novedosa.

Todo lo han reducido a una rebaja en el precio del abono de algo más de un 15 por ciento, y argumentan que hacen un enorme esfuerzo porque el veto de las figuras solo afecta un 9 por ciento al presupuesto general. ¿Solo un 9 por ciento? El dato será verdad, pero no es creíble. Es más, suena a broma. Y más inexplicable es que para evitar la estampita del abonado se penalice al cliente espontáneo que deberá pagar una entrada suelta en taquilla al mismo precio del año pasado por un producto de menor interés.

Se les debe reconocer, no obstante, que en el acto de presentación de los carteles tuvieron un detalle inteligente: no hablar sobre los ausentes, porque cualquier palabra hubiera sido utilizada en su contra y enfangadoaún más el problema.

La conclusión es que en Sevilla existe la impresión de que los toreros y los empresarios callan y ocultan, y eso no es propio de gente digna y con categoría.

Pues que sepan los toreros y los empresarios que ellos, y solo ellos, están haciendo más contra la fiesta de los toros que todo el antitaurinismo andante. Y que no tengan duda de que la historia, más pronto que tarde, les pasará factura por su manifiesta irresponsabilidad. Porque la mentira tiene las patitas muy cortas. Y la fiesta está necesitada de transparencia, honorabilidad, integridad, verdad y emoción, conceptos que no parece que se hayan barajado en esta crisis.

Mientras tanto, la impresión generalizada es que unos y otros nos toman el pelo y pretenden engañarnos como a chinos... Una verdadera pena.

Por el capricho de aquellos toros

Por: | 21 de febrero de 2014

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Entrada al jardín de El Capricho donde se aprecia el el recinto circular original de su plaza de toros.

Los madrileños tienen un tesoro en las entrañas del distrito de Barajas desde hace algo más de dos siglos. El Capricho es un jardín histórico creado por la IX duquesa de Osuna, un espacio de recreo que constituía el buen gusto de una mujer poderosa con decidida voluntad de mecenazgo en todos los ámbitos culturales. También en los taurómacos. Y para ello construyó a la entrada de su bellísimo paraíso una placita para la lidia a pie con acceso directo a la cañada por la cual eran conducidos los toros desde las fincas junto al río Jarama hacia la calle Alcalá y a las plazas de Madrid que siempre han estado ubicadas en sus proximidades.

Recordar la historia de la fiesta de los toros y la relación con sus gentes es la iniciativa que ha puesto en marcha la asociación cultural Barajas Distrito BIC con el apoyo de la Junta Municipal del distrito madrileño. Será un recorrido intenso y se desarrollará en dos fases. En la primera jornada -que tendrá lugar este próximo domingo 23 de febrero- se rescatarán la leyenda de aquellos fieros toros criados en la vera del Jarama, el testimonio de la placita de toros del romántico jardín histórico de la Alameda de Osuna y el protagonismo de la finca La Muñoza que hizo las funciones de descansadero para los toros que serían lidiados en Madrid desde 1751 hasta 1970. María Isabel Pérez Hernández, Rafael Cabrera Bonet y Julia Rivera pondrán recuerdo a la vieja tradición por los toros y a las gentes que se aficionaron en este rincón de intenso brío taurino durante los siglos XVIII y XIX.

 

Julia Rivera en El Capricho (Alameda de Osuna, Madrid). 

 

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Alguien no se olvidó del artículo treinta y tantos

Por: | 14 de enero de 2014

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Fotografía de Claudio Álvarez.

 

Anotaciones reglamentarias (8)

El reglamento reconoce la posibilidad que los aficionados presencien el reconocimiento de las reses en la plaza pero su asistencia es anecdótica. Joaquín Monfil cuenta su experiencia en este texto póstumo

En este repaso por las particularidades reglamentarias se recuerda un artículo olvidado. La actual normativa taurina recoge el derecho de los aficionados a presenciar los reconocimientos de los animales en la plaza y que, sin embargo, después de más de veinte años, desde la aprobación del reglamento taurino de 1992, apenas ha sido materializado. La vigente regulación taurina de 1996 limita igualmente el número a un máximo de dos integrantes en los reconocimientos de las reses en el recinto de la plaza, pero acota la designación por parte de “las asociaciones de aficionados y abonados legalmente constituidas que tengan el carácter de más representativas” y que previamente deben “solicitarlo con antelación suficiente a la autoridad competente”. Esta iniciativa en la norma venía precedida por el requerimiento de la Ley Taurina de 1991 para garantizar los derechos y obligaciones de los espectadores de la fiesta, así como aportar trasparencia en su realización y la persecución del fraude. Estas bases garantistas, dice la ley, “reglamentariamente determinarán los demás derechos y deberes que puedan corresponder”.

Este texto debía cerrar la serie Anotaciones Reglamentarias que se ha abordado en este blog y que a modo de decálogo pretende hacer un repaso por la normativa taurina nacional vigente y, concretamente, sobre cómo se aplica. Para ello se ha contado con las reflexiones de los aficionados. Pero las circunstancias mandan y trastocan. El autor del texto -que iba a ilustrar este punto olvidado del reglamento-, Joaquín Monfil, moría de manera repentina en Madrid el pasado 20 de diciembre. Se le había pedido su opinión al respecto pues en su dilatada pasión por los toros fue de los pocos aficionados que había asistido a los reconocimientos como representante de esa afición y ahora contaba su experiencia. Que este escrito póstumo de Monfil sirva como deferencia al respeto que mantenemos por los personajes de esta afición siempre comprometidos con la verdad de la fiesta.   

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El público del tendido 7 de la plaza de toros de Madrid (en una imagen de archivo realizada en la corrida del 25 de mayo de 2010) protesta por al cambio de ganadería. Fotografía de Samuel Sánchez.

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El PENTAURO, un ejercicio de 'buenismo' taurino

Por: | 20 de diciembre de 2013

El Plan Estratégico Nacional para el Fomento y la Protección de la Tauromaquia (PENTAURO), presentado el pasado jueves por el ministro de Cultura, José Ignacio Wert, ha vuelto a encandilar a los distintos sectores taurinos, como ya ocurriera con la ley que declara la tauromaquia patrimonio cultural. Es un amplio documento de cincuenta páginas en el que se recogen las propuestas de matadores de toros, banderilleros, empresarios, ganaderos, juristas, periodistas, universitarios, escuelas taurinas, algunas comunidades autónomas, la Federación Española de Municipios y Provincias y la Administración General del Estado. Como todos, a excepción de las asociaciones de aficionados, se sienten reflejados en sus reivindicaciones, el texto ha sido refrendado por una inmensa mayoría.
Y bien es cierto que el PENTAURO es el evangelio taurino. En él están contenidos los mandamientos que hay que cumplir para que la fiesta de los toros, -la tauromaquia, según la terminología legal-, vuelva a resurgir de sus cenizas y recupere el prestigio de antaño y el honor que hoy se le debe reconocer como elemento cultural de primer orden. El problema, quizá el verdadero problema, es que esta medicina milagrosa aparece cuando el enfermo tiene las defensas muy bajas y el mal parece ya incurable; y cuando sus protagonistas están contagiados por un conservadurismo transnochado y un egoísmo repelente.
De ahí, que los cinco ejes, con sus correspondientes programas y medidas en los que se estructura, configuren un conjunto de objetivos teóricos y deseables, muchos de los cuales se presentan claramente inalcanzables en función del momento que atraviesa el espectáculo taurino.
Bueno es, sin duda, que un Gobierno asuma la tauromaquia como problema que requiere análisis y soluciones, le dedique tiempo e imaginación y trate de amparar a los millones de ciudadanos que la sienten como algo propio. Bueno es que un grupo de respetables expertos se devanen los sesos para plasmar en un papel los caminos que debe seguir la tauromaquia si pretende pervivir en los próximos años. Así, el trabajo resultante es, con sus conflictos, estimable, plausible y necesario; ilusionante e ilusorio, también, en gran parte de sus cometidos.
El punto de partida está cargado de interés: la consideración de la tauromaquia como patrimonio cultural y fenómeno económico habilitan al Estado para proponer un plan para el fomento de las actividades artísticas, creativas y productivas que la conforman. Y sigue: además de cultura, la tauromaquia es un sector económico de primera magnitud, con incidencia en los ámbitos empresarial, fiscal, agrícola-ganadero, medioambiental, social, generador de empleo, industrial y turístico.
Pero, a continuación, se produce la primera carencia porque el diagnóstico de la fiesta es blanco, vago, impreciso, incompleto y políticamente correcto. Se entiende, no obstante, que así sea para no molestar a ninguno de los que después dieron su aprobación al texto.
Asegura el documento que existe consenso (¿?) en el sector sobre una necesaria renovación interna  y de posicionamiento estratégico frente a la sociedad; que falta unidad -es verdad-, y que sufre 'cierto' inmovilismo; se refiere, además, a la multiplicidad de competencias administrativas, a las dificultades que padecen muchos profesionales a la hora de cobrar, a la disminución de espectadores, y a la emocion y el riesgo, como núcleo esencial del festejo taurino; añade que falta integridad en 'algunos' espectáculos; que existe un problema de comunicación de la tradición y los valores de la tauromaquia, 'enfatizada por cierta sensibilidad social de protección de los animales', constata la ausencia de subvenciones oficiales, y cita casi de pasada la 'disminución' de espectáculos retransmitidos sin hacer mención de TVE, que, desde año 2006, solo ha retransmitido dos corridas de toros.
La primera conclusión es contundente y de perogrullo: hay que lograr que el producto taurino sea más atractivo; y promover una fiesta más abierta, viva y participativa, cercana y accesible, con capacidad para adaptarse a los tiempos y a los cambios políticos, sociales, económicos y culturales. ¡Evidente...!
Y llega el capítulo de los cinco ejes, donde aparece el 'buenismo' oficial, tan cercano a los Gobiernos acomplejados con la fiesta de los toros.
He aquí algunas perlas: fomentar la formación de los futuros profesionales, mejorar la casta, la bravura y la integridad del toro, trabajar por la autenticidad de la fiesta con presidentes, veterinarios y delegados más preparados; y aprobar una nueva ley taurina y un nuevo reglamento de carácter nacional.Y la guinda final: impulsar los trámites para incluir la tauromaquia en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco. Por lo visto, se solucionan de un plumazo las competencias exclusivas de las Comunidades Autónomas en materia taurina, y las dificultades extremas que, con toda seguridad, encontrará la fiesta taurinas entre las paredes de la Unesco.
Quizá, lo más efectivo y posible, con permiso de Cristóbal Montoro, es que se pueda llevar a cabo una simplificación administrativa y una reducción de cargas fiscales y de la Seguridad Social, lo que facilitaría la celebración de espectáculos y rebajaría el precio de las entradas.
En fin, que el PENTAURO debe ser recibido con comedida esperanza porque encierra una meritoria voluntad de afrontar los muchos y graves problemas de la fiesta; pero, lamentablemente, no parece que pueda convertirse, como muchos piensan, en una oportunidad histórica. Este enfermo, a pesar de la probrada capacidad de tantos expertos, tiene muy mala cura. Quizá por eso, solo por eso, el PENTAURO corre el peligro de quedarse en un ejercicio de 'buenismo' taurino.

En la Gipuzkoa de fiestas, aficiones, plazas, toros y toreros

Por: | 05 de diciembre de 2013

 

Entrevista con Antonio Fernández Casado

El autor de Diccionario Taurino de Guipúzcoa reafirma la tradición de los toros en la provincia vasca y plantea para el futuro de la fiesta una evolución comprometida e imaginativa del espectáculo

Este pasado verano la plaza de Illunbe no abría sus puertas a los toros. La decisión política antitaurina de la agrupación Bildu -que gobierna el consistorio de San Sebastián- quedó materializada en la posibilidad de no renovar el arrendamiento del coso. Se inició entonces un nuevo capítulo en la larga e intensa historia que vincula la vieja Gipuzkoa con la fiesta. Pero, en la capital vasca, en agosto, sí se dieron toros, aunque fuera en el recuerdo. Antonio Fernández Casado presentaba su último libro, Diccionario Taurino de Guipúzcoa. De la plaza de toros de Arrasate al torero-pintor Zuloaga, publicado por La Cátedra Taurina, en el que se da cuenta documental de la tradición de este rincón norteño con la tauromaquia.

Un estudio bien traído –dentro de la inexplicable coyuntura social de rechazar lo taurino en “uno de los primeros territorios en los que se practicó el toreo a pie”, asegura el autor- y bien llevado a través de la recopilación de abundantes ensayos antropológicos y culturales que relacionan el espectáculo de los toros con las costumbres del pueblo vasco. Es un recorrido ordenado y observador, en la que no olvida ningún tercio de la lidia. Desde la relación original entre hombre y animal; el ganado betizu, pues “parece evidente que existe una raza de toro fiero autóctono, un estilo y diversas suertes de la lidia de inequívoco origen vasco-navarro”, hasta la enumeración exhaustiva de los abundantes recintos fijos e improvisados en todos los rincones guipuzcoanos; la ganadería de San Nicolás de Lastur; la asociación privadísima del toro de cuerda o sokamuturra; la raigambre en su folclore; los afamados toreros como Martintxo y Mazzantini; la personalidad de la saga empresarial de los Chopera; incluso la particular entrega por la fiesta del púgil Paulino Uzkudun y el pintor Ignacio Zuloaga.

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Los Tablas de la Ley Belmonte (I)

Por: | 25 de octubre de 2013

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El joven novillero Juan Belmonte, en el verano de 1913, durante un almuerzo en la terraza del estudio que el escultor Sebastián Miranda tenía en la calle Montalbán, esquina con Alfonso XII, de Madrid. De izquierda a derecha, Sebastián Miranda, Ramón Pérez de Ayala, Ramón del Valle Inclán y Juan Belmonte. Al fondo se puede apreciar el Parque del Retiro. Esta fotografía se incluye en el libro El tiempo de Sebastián Miranda. Una España insólita, de Marino Gómez-Santos. 

 

Los aposentos del Pasmo de Triana en Madrid

De cómo y dónde vivió en la capital Juan Belmonte en los primeros años de esplendor torero y de su nostalgia por la calle Alfonso XII 

El pasado 16 de octubre se conmemoró el centenario de la alternativa de Juan Belmonte. Aquel año de 1913 fue en la vida del torero sevillano delirante. Desde su presentación en Madrid como novillero el 26 de marzo hasta la conclusión al séptimo mes de este advenimiento glorioso al mundo de los toros como matador, Belmonte llegó, triunfó, simpatizó con la intelectualidad del momento y se transformó en el fenómeno taurino con la rapidez de un meteorito que revolucionó los cánones del toreo establecido hasta el momento y lo hizo con la solidez imprescindible para que pasado un siglo aún se hable de aquellas intuiciones que convirtieron el arte taurómaco en mandamientos de ley.

Es abundantísimo el volumen de escritos, en forma de libros, biografías, artículos, crónicas taurinas y sociales, sobre la figura de Juan Belmonte. Nuevos y viejos. Extraordinarios algunos, anecdóticos otros, y pocos olvidados, porque la figura del torero sevillano es revisada continuamente desde todos los pareceres posibles. Por tanto, no se hace necesario condensar la singularidad de su vida, ni de su toreo, ni de su leyenda, aunque sí se pretende a través de este imaginario decálogo belmontiano, que da comienzo en este soporte digital, poner recuerdos a la vida y obra de un personaje sobresaliente.

Esta andadura romántica la iniciamos a pie de calle, al borde mismo del Parque del Retiro, en la calle Alfonso XII, número 42, donde el Ayuntamiento de Madrid ha colocado una plaza conmemorativa para recordar a los caminantes que en este casa vivió el torero Juan Belmonte desde el año 1940 hasta la fecha de su fallecimiento en 1962. Sin embargo, el torero sevillano ya había elegido esta calle madrileña para vivir el año de su llegada a la capital, en estos mismos meses de 1913 en que se convertiría en la revelación taurina del momento. ¿Por qué eligió Juan Belmonte esta calle para vivir, tan aristocrática también entonces? ¿Por qué en los posibles traslados de vivienda nunca se alejó de sus límites? Demos un paseo por el viejo Madrid de principios de siglo; por las maravillosas interviús que Parmeno realizara al Pasmo de Triana; por los elevados retratos de Chaves Nogales y Antonio de la Villa al matador de toros y amigo; por los recuerdos del escultor Sebastián Miranda, en definitiva, el personaje que más y mejor se acercó a la vida y obra del torero convertido en fenómeno de gentíos muy a su pesar. Recordemos cómo y dónde vivió Juan Belmonte en Madrid aquellos maravillosos años de esplendor.

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Toros, ¿cultura o tortura?

Por: | 22 de octubre de 2013

Hace unos días, Canal Sur Televisión organizó un debate titulado '¿Cultura o tortura?', referido a las corridas de toros. Entre los antis, una profesora de instituto, una portavoz del Partido Animalista y un antropólogo; entre los defensores, el director del programa 'Toros para todos', de la cadena andaluza, el diestro José Luis Moreno y un expolítico municipal. Y el resultado, un auténtico bochorno.

El moderador no supo o no pudo cumplir con su labor, y aquello quedó reducido a un gritón corral de vecinos, que produjo más sonrojo que interés. Personalmente, sentí un rechazo incontrolable al comprobar que, una vez más, una agria y vacía discusión sobre los toros hacía un flaco favor a la fiesta.

 Para empezar, dio la impresión de que solo la portavoz de los animalistas había preparado el debate. Los demás se presentaron allí 'chungos' de papeles, con esa actitud tan jactanciosa como española de 'esto es pan comido para mí'. Los de enfrente -los antis, se entiende- acudieron a los conocidos argumentos del maltrato, la tortura y las dichosas subvenciones. ¿Y los taurinos? A excepción del torero cordobés, callado, comedido y sensato, los taurinos prefirieron interrumpir a todo el que osaba abrir la boca, abusar de tópicos y hacer gala de una absurda prepotencia inexplicable en personas inteligentes.

Total, que lo quedó claro es que los 'taurinos' carecían de argumentos contundentes para defender la fiesta de los ataques inmisericordes de los contrarios; y algo más: que los aficionados solemos confundir nuestro amor a la tauromaquia con una actitud apasionada que raya en la falta de educación.

Quedó claro, además, que los debates sobre la existencia de los toros en el siglo XXI son inútiles y vanos. La sociedad actual es más sensible, ha humanizado a los animales por la persistente influencia de Walt Disney, y una parte de ella considera que el ritual taurino es patrimonio de un grupo de morbosos desalmados que goza con el sufrimiento de los toros. Y esta opinión la tienen, primero, porque les asiste un perfecto derecho para ello; segundo, porque el toreo es un misterio y no es fácil descubrirlo en un espectáculo cruento; tercero, porque se empeñan en no conocer la vida del toro bravo; y porque 'se equivocan creyendo -en palabras de Vargas Llosa- que la fiesta es un puro ejercicio de maldad en el que unas masas irracionales vuelcan un odio atávico sobre la bestia'. Pero hay más: hay quien considera la fiesta una tortura y se empecina en no reconocer que el toro bravo ha nacido para la lucha, del mismo modo que la gallina para poner huevos y hacer un buen caldo, o el cerdo para deleitarnos con un buen jamón. ¿Acaso -el argumento es de Fernando Savater- alguien ha preguntado a la gallina si desea vivir estabulada y hervir en la olla, o al cerdo que lo cuelguen de un pincho cuando está gozando en la montonera?

 'Entiendo el toreo como una caricia', decía hace algún tiempo Curro Romero. 'Y hacer feliz a la gente con mi toreo', añadía. ¿Quién es capaz de afirmar que Curro ha sido un torturador de toros, un amante de la violencia contra los animales, que ha cimentado su gloria en los estertores agónicos de uno de los seres vivos más bellos de la naturaleza?

A pesar de todo, cada cual seguirá pensando lo que su educación y sensibilidad le dicte. Pero no hay que reñir por ello, ni interrumpir, ni dejarse envolver por la soberbia del supuesto entendido. Basta con defender la cultura del toro y la libertad de elección.

Por cierto, que nadie crea ver en estas letras una crítica al compañero que dirige 'Toros para todos'. Allá los cainitas con sus conciencias. Es un periodista muy respetable que desarrolla una magnífica labor de divulgación del toro bravo desde la pantalla de Canal Sur. Solo tuvo un mal día, como cualquiera. Quizá, un exceso de confianza en sus muchos conocimientos. Le honra, no obstante, que, al final, pidiera perdón por su apasionada defensa del toro, que, por momentos, le hizo perder la razón.

Por cierto, ¿cultura o tortura? A mí también me repugna la sangre y el sufrimiento ajeno; y no creo que pertenezca por mi afición a un grupo de enfermos morbosos. Por el contrario, me siguen conmoviendo un animal bravo y un héroe artista. Rechazo todo tipo de violencia del mismo modo que me emocionan la gracia y el sentimiento de un torero y la raza y la casta de un toro. Y nada puedo hacer por evitarlo...

 

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Los miembros de la cuadrilla de Javier Castaño -de izquierda a derecha, Marco Galán, Tito Sandoval, David Adalid y Fernando Sánchez- dan la vuelta al ruedo al término del segundo tercio al quinto toro de la ganadería de Celestino Cuadri en pasado 1 de junio en la plaza de toros de Madrid. Nunca se había producido un acontecimiento torero igual. Fotografía de Kote Rodrigo (EFE)

Anotaciones reglamentarias (7)

La vuelta triunfal que protagonizara la cuadrilla del diestro Javier Castaño en Madrid provocó el entusiasmo de la afición y la suspicacia de una parte de la jerarquía taurina. Se trata de un hecho excepcional que no está regulado ni prohibido por la normativa vigente. 


El pasado día 1 de junio se produjo un acontecimiento extraordinario en la plaza de toros de Madrid y posiblemente en la historia de la tauromaquia. Por primera vez, cuatro miembros de una misma cuadrilla –en este caso de Javier Castaño- daban una vuelta al ruedo al terminar el segundo tercio de la lidia al quinto toro perteneciente a la ganadería de Celestino Cuadri. La petición de la vuelta al ruedo surgió en un acto espontáneo por parte de la mayoría del público que pedía el trofeo para los toreros David Adalid, Fernando Sánchez, Marco Galán y Tito Sandoval, que habían protagonizado los dos tercios bien ejecutados: el toreo a caballo en la suerte de las varas; la técnica de los subalternos que colocaron cuatro pares de banderillas con gracia y perfección; junto a la demostración de una brega tan inusual como dogmática. No hay un acontecimiento que se recuerde de estas características en la Plaza de Las Ventas, en la cual se habían concedido trofeos para algunos miembros de las cuadrillas, como la vuelta del picador Anderson Murillo junto al diestro Luis Francisco Esplá el 5 de junio de 2001, pero jamás se había producido en el transcurso de la lidia del animal, la cual fue interrumpida hasta que los toreros recibieron las aclamaciones en el recorrido del albero. 

Han pasado cuatro meses y Javier Castaño junto a su cuadrilla regresan a Las Ventas -este próximo domingo 6 de octubre-, durante el ciclo ferial de otoño para aspirar a esta sobresaliente eventualidad que provocó en la afición madrileña como si se tratara de un perfume de rosas. Lo que pudo ser para estos hombres la temporada abierta a la gloria se ha convertido en un camino de espinas por las insistentes críticas que han recibido de la jerarquía taurina que premeditadamente rebajan la excepcionalidad de dichos toreros y cuestionan la autorización por el presidente del festejo de la vuelta al ruedo. En este periplo por el recordatorio de la normativa taurina se pone el punto de mira en la concesión de trofeos, que unas ocasiones concede el público y en todas es el presidente del festejo quien permite. El escritor Víctor Pérez es el encargado de exponerlo: “si el reglamento nacional no precisa cualquier excepcionalidad no queda el hecho ni regulado ni prohibido y, por tanto si están de acuerdo el matador y público, no hay razón ni motivos para no dar dicha vuelta al ruedo”. El peligro pudiera estar en la estandarización de la singularidad como en otra ocasión ocurriera con la concesión de las orejas a los matadores cuando ningún reglamento las calificaba.

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Primer Aviso

Sobre el blog

El mundo de los toros visto por los periodistas de EL PAÍS. Rigor, exigencia y sensibilidad para analizar un arte que vive uno de los momentos más complejos de su historia.

Sobre los autores

Antonio Lorca es crítico taurino en El País. Amante del toro en el campo, en la plaza y en el plato. Hijo del Capitán Trueno, venera a los héroes de carne y hueso ya vistan de oro o plata, vayan a pie o a caballo. Por favor, no le digáis a mi madre que soy periodista; ella, orgullosa de mí, cree que soy banderillero...

Rosa Jiménez Cano. Periodista de EL PAíS especializada en Tecnología, aficionada a los toros desde su niñez. Como cualquier abonado de Las Ventas reparte su corazón entre Chenel, Esplá y los hierros más duros. Se derrite cuando a Morante le da por torear.

Quino Petit es periodista de EL PAÍS. Desde 2006 escribe reportajes en El País Semanal. Durante la adolescencia sufrió un shock leyendo la biografía de Chaves Nogales sobre Juan Belmonte y persiguió a Curro Romero y a Rafael de Paula hasta que ambos se cortaron la coleta. Desde entonces no persigue a nadie. Tampoco ha vuelto a ver torear tan despacio.

Paz Domingo, periodista de El País y admiradora de la portentosa belleza que atesora el toro de lidia, cuando se da con toda la integridad física y temperamental, con la fuerza descomunal que representa su genio, acometividad, defensa, y resistencia al sometimiento.

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