George Siemens, el creador de los primeros MOOC juntamente con Stephen Downes y David Cormier, sostiene que si bien 2012 fue “el año de los MOOC”, el actual 2013 es “el año de los anti-MOOC”. Y lo celebra, pues entiende que la crítica es absolutamente necesaria para hacer avanzar cualquier iniciativa. Siempre que, por supuesto, detrás de la crítica se haya llevado a cabo un adecuado análisis del hecho en cuestión.
Es importante que Siemens celebre los análisis críticos que se puedan hacer a los MOOC. Sobre todo porque, como ya decía en el anterior post, en cuanto aparece el mínimo indicio de crítica, se levanta airada una multitud de seguidores incondicionales que entienden por blasfemia cualquier propuesta de mejora.
En un par de comentarios al anterior post, que agradezco de veras, se me sugiere que al lado de la crítica convendría hacer propuestas o que se identifiquen bien los problemas que van a tenerse que resolver. Pues bien, aunque no lo haremos todo de una sola vez, vamos a ello.
Una de las fórmulas de las que disponemos para ese análisis es la de escuchar la voz de los participantes. Hoy nos concentraremos en uno de los motivos que aducen muchas de las personas que han experimentado un MOOC para justificar su abandono. Motivo que, por otro lado, debería ser uno de sus buques insignia, pues buena parte de la su filosofía se basa en ello: el aprendizaje colaborativo. Los postulados de Siemens propugnan que las personas aprenden a partir del intercambio de ideas, y del apoyo y el conocimiento que se comparte, que contribuyen a crear nuevo conocimiento que, a su vez, se pone a disposición de todos.
Una de las justificaciones que se utilizan para defender la “masividad” de los MOOC es que, a más participantes implicados, mayores las posibilidades de interacción entre iguales. Esas interacciones son las que servirán de apoyo permanente a quien se marque como objetivo aprender. El profesor reduce su rol para dejar esas oportunidades de interacción en manos de los estudiantes. Sin embargo, ¿sucede esto en realidad? O mejor, ¿sucede en la proporción y calidad necesarias para que los postulados antes expresados puedan alcanzar el objetivo de proveer de aprendizaje a los participantes de un MOOC?
Por supuesto que hay muchas
opiniones que abonan este hecho. Pero a la vez, sabemos que el índice
de abandono se sitúa entre 80 y el 95%. Una parte de los
estudiantes que abandonaron no están tan satisfechos de su experiencia respecto
a la interacción y el aprendizaje colaborativo en los MOOC. Por un lado,
algunas opiniones cuestionan la colaboración del resto de participantes: “-Pregunté pero nunca obtuve ninguna respuesta. En cualquier caso, yo me
relacioné fundamentalmente con mis otros dos compañeros que se inscribieron en
el mismo curso que yo”. “-A veces compartimos información errónea y no puedes
fiarte de que tus compañeros sepan más que tú: ¿quién lo garantiza?”. “-Dejé
de intentar que algunos compañeros valorasen mis ejercicios porque a algunos se
les trataba de forma muy desagradable”. “-¿Hasta qué punto sé que quienes han
revisado mi trabajo sabían lo que hacían? Tienes que confiar en la suerte”.
Esto comentarios, con éstas y con otras palabras, se encuentran de forma suficientemente
reiterada para que los hayamos escogido entre los motivos por los cuales
algunos participantes manifiestan su insatisfacción y justifican su abandono.
No todos los MOOC son así, que quede claro, pero estamos intentando identificar puntos débiles para proponer mejoras. Es obvio que una de ellas sería que el profesor tuviese un papel más activo como facilitador, que ejerciese el rol de “nodo de calidad” de esa red para aprender que vamos constituyendo. Pero claro, esto aumentaría los costes y dificultaría que los cursos pudiesen ser gratuitos.
De entrada, tenemos la opción de crear grupos dentro del curso, de manera que una menor cantidad de estudiantes por grupo facilite la relación y la interacción entre ellos, aunque esto ponga un poco en duda la virtud de la masividad.
Como posible solución, aunque también es posible que esto encarezca algo el proceso, podemos sugerir un mejor diseño previo del curso, en el que las actividades en equipo y la discusión colaborativas estén planificadas, bien expresadas y dispongan de los recursos necesarios para llevarse a término con éxito. Proveer a los estudiantes de una “netiqueta” para la participación en las actividades colaborativas, preparar y compartir rúbricas para la evaluación por pares, de tal manera que estén elaboradas y validadas por el profesorado responsable del curso, establecer también reglas respecto a la calidad que deben contemplar las distintas intervenciones, o exigir evidencias de aquello que se está afirmando, evitando que el aprendizaje se convierta en la asunción de una continuación de opiniones de dudosa veracidad.
En suma, lo más importante va a ser diseñar y promover actividades y tareas en las cuales la colaboración sea un verdadero valor añadido.
Hay 2 Comentarios
Te invito a leer este comentario http://366-dias.blogspot.com/2013/07/desnudando-el-mooc-la-organizacion.html
Publicado por: Carlos Bravo Reyes | 11/07/2013 5:40:37
Sin haber leído este artículo, el trabajar en grupos fue mi propuesta en un MOOC que participe y mejor aún si dentro del grupo surge un líder "facilitador".
Publicado por: Ricardo Matta Canga | 10/07/2013 22:41:18