Traspasando la línea

Traspasando la línea

Una mirada constructiva y crítica sobre el impacto del mundo digital en la educación. Aunque su punto de partida es la educación en línea y todo el potencial que se suele desconocer, atraviesa esa línea para analizar y comentar la emergencia de nuevos y discutidos enfoques en el uso de las tecnologías digitales para la mejora de la educación.

Sobre el autor

Albert Sangrà Morer

ha transitado por la docencia y la organización de los distintos niveles educativos de nuestro país, y la evolución de la tecnología le ha ido acompañando en esa travesía. Profesor e investigador de la Universitat Oberta de Catalunya, UOC, estudia cómo hacer que las tecnologías aporten un valor añadido a la educación y a sus resultados en el marco del grupo [email protected]. Es Vicepresidente de la European Foundation for Quality in E-Learning (EFQUEL), y ha escrito diversos libros y artículos sobre esta temática.

Firmas nacionales

  • Jordi Adell (UJI Castellón)
  • Manolo Area (U. de La Laguna)
  • Mercedes González (U. de A Coruña)
  • Cristóbal Suarez (U. de Valencia)
  • Pablo Muñoz Carril (U. Santiago de Compostela)
  • Lourdes Guàrdia (UOC)
  • Marcelo Maina (UOC)
  • Montse Guitert (UOC)

Firmas internacionales

  • Mark Bullen (Commonwealth of Learning, Canada)
  • Larry Ragan (Penn State University, USA)
  • Rebbeca Medder (USA)
  • Terry Anderson (Athabasca University, Canada)
  • Tony Bates (Canada)
  • Insung Jung (ICU, Japón)

Archivo

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La realidad aumentada y su aplicabilidad en el ámbito educativo

Por: | 29 de julio de 2013

Pablo C. Muñoz Carril es profesor en la Universidad de Santiago de Compostela, y un entusiasta del uso de las tecnologías para mejorar la calidad de la educación. Ha experimentado la educación en línea tanto en la vertiente del docente y el investigador, como en la del estudiante.

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Fuente: ttp://dosisgadget.com/lg-optimus-3d-y-la-realidad-aumentada.html

Como ya lo anticipaba el informe Horizon 2010, la realidad aumentada (RA), conocida en inglés por las siglas AR (Augmented Reality), se está convirtiendo progresivamente en una tecnología que poco a poco se está incorporando a diferentes ámbitos, entre ellos, también el educativo.

Pero, ¿qué es la realidad aumentada?

Como su propio nombre indica es un tipo de tecnología relativamente emergente que “aumenta” la realidad, es decir, permite combinar el mundo real con elementos del ámbito virtual. En otras palabras, es posible añadir información virtual a la información física ya existente. Para ello se necesita un dispositivo (como puede ser un Smartphone, Tablet, Videoconsola, Netbook…) que disponga de una pantalla, una cámara, un software de realidad aumentada, así como “activadores” de RA.

Algunas de las aplicaciones de RA más conocidas son: Layar, Aurasma, Junaio, Wikitude, Aumentaty, entre otras. Este tipo de software permite al usuario acceder a la información de una forma diferente, modificando el modo de aprender y mejorando el conocimiento de la realidad. Para ello, este tipo de tecnología emplea lo que se suele conocer como “activadores de RA”, como por ejemplo códigos QR,
activadores basados en marcas, en imágenes o en coordenadas GPS (geolocalización).

A nivel educativo, son diversas las potencialidades que la realidad aumentada nos ofrece. Algunas de las más relevantes nos las muestra Raúl Reinoso a través de las excelentes presentaciones que están a libre disposición de los usuarios en Slideshare.

Así pues, ¿qué se puede hacer con RA en el ámbito educativo?

a)   Los libros de texto mejorarían su nivel de interactividad, permitiendo visualizar objetos en 3D, integrando ejercicios en donde el alumno/a pudiese explorar dichos objetos desde todas las perspectivas posibles. Por ejemplo, pensemos en principios básicos de anatomía, en artefactos de ingeniería o en obras de arte que pudiésemos ver desde diferentes ángulos.

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Fuente: http://www.laimprentacgonline.com/blog/wp-content/uploads/2012/12/realidad-aumentada-21.jpg

b)   La realidad aumentada también permitiría conocer información sobre ubicaciones físicas concretas o, inclusive, que profesores, alumnos y familias puedan crear itinerarios, escenarios y experiencias basadas en la geolocalización. Tal es el caso de aplicaciones como Eduloc o de iniciativas como Espira.

c)   Es una tecnología que puede resultar muy interesante para que los más pequeños exploren su realidad más cercana desde otra perspectiva.

d)   También es posible integrar la RA a través de metodologías de trabajo más activas y de corte constructivista como WebQuests, mejorando la motivación del alumnado y contribuyendo al aprendizaje por descubrimiento.

e)   Desde el punto de vista del e-learning, puede integrarse en cursos on-line para la adquisición de aprendizajes prácticos e inclusive incorporarse a través de juegos virtuales basados en el reconocimiento gestual y la geolocalización.

f)    Otra de las ventajas de uso de realidad aumentada es su integración con diversas áreas curriculares como matemáticas, ciencias, educación física, idiomas, conocimiento del medio, etc. Un claro ejemplo de ello lo tenemos en learnAR.

A continuación se incluyen algunos enlaces con recursos interesantes para aquellos profesores, educadores y formadores que quieran profundizar en el uso de la realidad aumentada en sus aulas.

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P.S.: El conjunto de colaboradores de este blog quiere expresar su más sentido pesar, a la vez que manifestar su apoyo, a los familiares de las víctimas del accidente de tren sucedido en Santiago de Compostela.

 

El modelo educativo ideal

Por: | 22 de julio de 2013

Me encuentro a menudo con personas que, después de escucharme en un seminario o conferencia hablar de educación en línea, se aproximan a mí para seguir la conversación que se ha iniciado en el turno de preguntas. Es entonces cuando una buena parte de esas personas me hace una pregunta en tono algo retórico: “-¿Verdad que el modelo educativo ideal es el que toma lo mejor de la educación presencial y lo mejor de la educación en línea?”.

Debo admitir que, a pesar de haber respondido a esta cuestión en muchas ocasiones, la misma no deja de sorprenderme, porque pone de manifiesto la intensa búsqueda de certezas en una sociedad turbulenta como la nuestra, cada vez más expuesta a cambios constantes, que exige una capacidad de adaptación permanente y la relativización de cualquier situación en función del contexto y del momento, aún preservando los principios, que los hay.

Mi respuesta a esta pregunta es voluntariamente ambigua: “-Depende”. Y no juego con mi interlocutor, sino que realmente creo que la respuesta no puede ser un “sí” incondicional, aunque nos gustaría que así fuese, porque nos daría mucha más seguridad. Va a depender de diversas variables, pero la más importante es la de nuestros estudiantes.

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Fuente: Vanderbilt University

Efectivamente, es posible que cuando disponemos de un grupo de estudiantes a los que podríamos llamar “cautivos”, aquellos que están matriculados en una institución educativa presencial y que asisten –o mejor dicho, pueden asistir- regularmente a clase en un contexto de país desarrollado, podamos desarrollar un modelo híbrido en el que nosotros podemos decidir qué vamos a hacer presencialmente y qué en línea, con que tecnologías y cuál va a ser el peso ponderado de cada bloque.

Sin embargo, cuando tus estudiantes son personas que no pueden asistir a clases presenciales, ya sea por falta de dificultades de desplazamiento, por incompatibilidades horarias, o por obligaciones familiares, entenderemos que para ellos y ellas, el supuesto modelo “ideal” no va a ser híbrido, sino que se va a basar en el máximo aprovechamiento de las opciones que pueda ofrecer la educación en línea.

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Fuente: Flickr (Ben Terret)

Por lo tanto, el “mejor” modelo será el que más se adecúe a las necesidades de nuestros estudiantes, a la vez que sacamos el máximo partido al potencial de las tecnologías… que estén disponibles. Ahí el contexto, otra de las variables, juega también un papel fundamental: deberemos tener muy en cuenta las posibilidades tecnológicas de los estudiantes a los que nos dirijamos. Estamos muy acostumbrados a pensar que aquel producto tecnológico que utilizamos en nuestro entorno con suma facilidad, se puede utilizar de tal modo en cualquier lugar del mundo. Desgraciadamente, y a pesar de que últimamente parece que la tecnología llega con facilidad al lugar más recóndito del planeta, eso solo es así para unos cuantos privilegiados –que a su vez, son mucho menos privilegiados que nosotros.

Llegados a este punto podemos concluir que los modelos de formación más adecuados, los más eficientes y, por tanto, los mejores, son los que saben equilibrar mejor las opciones de flexibilidad y personalización con las posibilidades que ofrezca la tecnología en un contexto determinado.

Este análisis nos lleva a considerar la importancia de estos dos conceptos anteriores, aplicados al aprendizaje, flexibilidad y personalización, tienen cuando la tecnología intermedia con ellos y expande las oportunidades para aprender.

Si empezamos a pensar en las personas como individuos que cada vez tienen más opciones de tomar sus propias decisiones respecto a cómo cubrir sus necesidades de aprendizaje a lo largo de la vida, observaremos como estas decisiones van a ir diversificándose, volviéndose cada vez más híbridas y huyendo de soluciones únicas. Las personas decidirán mezclar la educación formal, la informal y la no formal, la presencial y la que se lleva a cabo en línea. 

Ecologias aprendizaje

Fuente: Propia

El conjunto de elementos (cursos, recursos, materiales, relaciones, redes, PLE, MOOC, grupos de interés, etc.) a los que cada uno tenga acceso son los que configurarán su ecología de aprendizaje. Y será el conjunto de sus decisiones el que dibuje los itinerarios que cada uno vaya a seguir, activando los elementos que desee, los cuales generarán sus correspondientes oportunidades de aprendizaje. Volveremos sobre este concepto.

Educación abierta: ¿la solución MOOC?

Por: | 15 de julio de 2013

El profesor Terry Anderson, de la Athabasca University de Canadá, es docente, investigador y editor, y un apasionado del uso eficaz de la tecnología educativa para la enseñanza y el aprendizaje. Es autor de libros de referencia, como Theory and Practice of Online Learning, y e-Research.

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La tendencia general a la apertura ha sido una característica definitoria de la práctica social, gubernamental y académica en las primeras décadas de este siglo, o al menos de sus aspiraciones. Un gobierno abierto, una democracia abierta y, finalmente, una enseñanza, unas publicaciones y una educación universitaria abiertas: la apertura se asocia a la libertad personal, la responsabilidad, el acceso y la transparencia. En oposición a esta tendencia está la pérdida de oportunidades asociada al incremento de las tasas de matriculación, las plazas limitadas y los costes crecientes de la enseñanza universitaria presencial.

Recientemente, los emprendedores de la era de Internet han aprovechado la oportunidad para invadir
este espacio y ofrecer cursos en línea masivos y abiertos (MOOC [Massive Open Online Courses]) que prometen educación de calidad sin coste alguno. La idea de los cursos gratuitos, por supuesto, resulta atractiva para estudiantes, padres y gobiernos con preocupaciones económicas. Pero ¿cómo es posible entregar un producto sin cobrar nada a cambio? Google y otras empresas web 2.0 ofrecen servicios gratuitos en muchos de sus productos, pero todas reciben, o esperan recibir, ingresos generosos gracias a la publicidad dirigida. La educación huye de la parcialidad asociada a la publicidad y, por tanto, se siente incómoda con los modelos de financiación que se basan en ella.

Pero aún hay algo más importante: ¿cómo pueden las empresas MOOC crear experiencias educativas evitando los costes de las universidades presenciales? Dejando a un lado que se ahorran los gastos de infraestructura y la tradicional aportación universitaria a la investigación y los servicios públicos, estas empresas ofrecen sus servicios alterando la naturaleza de la interacción estudiantil.

En la educación formal hay tres tipos de interacción estudiantil: con los profesores, con otros estudiantes y con el contenido. En una universidad presencial, los dos primeros tipos de interacción (estudiante-profesor y estudiante-estudiante) tienen lugar en el aula y la interacción estudiante-contenido está cubierta en su mayor parte por la compra, por parte de los estudiantes, de libros de texto de elevado coste. En el modelo MOOC, la interacción estudiante-profesor es “enlatada”, filmada en vídeo y divulgada por Internet, de modo que deja de ser una interacción estudiante-profesor para convertirse en una interacción estudiante-contenido escalable y accesible. La interacción estudiante-estudiante es sustituida por grupos de discusión en línea, trabajos en wiki, Meetups, reuniones en Google y un buen número de sistemas de colaboración basados en la web. La interacción estudiante-contenido deja de depender de los libros de texto para centrarse en las fuentes en línea, tanto abiertas como privadas. Este modelo es escalable (el massive [masivo] del acrónimo MOOC) y los costes de las tres formas de interacción son mucho más bajos que los de la educación universitaria presencial.

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Entonces ¿qué problema tiene este inquietante nuevo modelo educativo? En primer lugar, cabe citar la cuestión espinosa del reconocimiento oficial. Durante siglos, los educadores han puesto todo su empeño en asegurarse de que solo obtenga un título oficial quien haya alcanzado el nivel de conocimiento requerido. El modelo MOOC ofrece muchas más oportunidades de copiar y plagiar, a pesar de los esfuerzos y las pruebas que las empresas MOOC han llevado a cabo con sistemas de evaluación automática, evaluación de pares y otras innovaciones. En segundo lugar, hay que tener en cuenta los importantes papeles subsidiarios que desempeñan las universidades ―investigación, enseñanza, servicios diversos, refugio y socialización― y que no ofrecen las empresas MOOC. En tercer lugar, debe destacarse la importancia de la implicación personal con el profesor, en ocasiones crucial. Todos recordaremos al menos un profesor cuya presencia e interacción con nosotros (no mediante un vídeo) ha tenido un impacto profundo en nuestras vidas. Y, finalmente, está la sostenibilidad del modelo. Los modelos de financiación basados en la publicidad son hoy en día inexistentes o insustanciales, y tanto la preparación de nuevos profesores como la creación de contenidos tienen un coste que las empresas MOOC no están en condiciones de pagar.

Las empresas comerciales MOOC dan alas a las opciones abiertas, pero también pueden servir para acabar con la financiación y el apoyo públicos a las universidades. La mejor opción para las universidades públicas es esforzarse más en crear alternativas educativas escalables que reduzcan los costes. Tienen que aprender a usar con mayor eficiencia las tres formas de interacción estudiantil y a
adaptarse con más eficacia al mundo digital. De este modo seguirán siendo merecedoras de recibir apoyo público para el mantenimiento de los servicios universitarios, la investigación y la oferta de experiencias educativas de máxima calidad (pero económicamente asequibles).

¿Cuánto colaboramos en un MOOC?

Por: | 09 de julio de 2013

George Siemens, el creador de los primeros MOOC juntamente con Stephen Downes y David Cormier, sostiene que si bien 2012 fue “el año de los MOOC”, el actual 2013 es “el año de los anti-MOOC”. Y lo celebra, pues entiende que la crítica es absolutamente necesaria para hacer avanzar cualquier iniciativa. Siempre que, por supuesto, detrás de la crítica se haya llevado a cabo un adecuado análisis del hecho en cuestión.

Es importante que Siemens celebre los análisis críticos que se puedan hacer a los MOOC. Sobre todo porque, como ya decía en el anterior post, en cuanto aparece el mínimo indicio de crítica, se levanta airada una multitud de seguidores incondicionales que entienden por blasfemia cualquier propuesta de mejora.

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En un par de comentarios al anterior post, que agradezco de veras, se me sugiere que al lado de la crítica convendría hacer propuestas o que se identifiquen bien los problemas que van a tenerse que resolver. Pues bien, aunque no lo haremos todo de una sola vez, vamos a ello.

Una de las fórmulas de las que disponemos para ese análisis es la de escuchar la voz de los participantes. Hoy nos concentraremos en uno de los motivos que aducen muchas de las personas que han experimentado un MOOC para justificar su abandono. Motivo que, por otro lado, debería ser uno de sus buques insignia, pues buena parte de la su filosofía se basa en ello: el aprendizaje colaborativo. Los postulados de Siemens propugnan que las personas aprenden a partir del intercambio de ideas, y del apoyo y el conocimiento que se comparte, que contribuyen a crear nuevo conocimiento que, a su vez, se pone a disposición de todos.

Una de las justificaciones que se utilizan para defender la “masividad” de los MOOC es que, a más participantes implicados, mayores las posibilidades de interacción entre iguales. Esas interacciones son las que servirán de apoyo permanente a quien se marque como objetivo aprender. El profesor reduce su rol para dejar esas oportunidades de interacción en manos de los estudiantes. Sin embargo, ¿sucede esto en realidad? O mejor, ¿sucede en la proporción y calidad necesarias para que los postulados antes expresados puedan alcanzar el objetivo de proveer de aprendizaje a los participantes de un MOOC?

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Por supuesto que hay muchas opiniones que abonan este hecho. Pero a la vez, sabemos que el índice de abandono se sitúa entre 80 y el 95%. Una parte de los estudiantes que abandonaron no están tan satisfechos de su experiencia respecto a la interacción y el aprendizaje colaborativo en los MOOC. Por un lado, algunas opiniones cuestionan la colaboración del resto de participantes: “-Pregunté pero nunca obtuve ninguna respuesta. En cualquier caso, yo me relacioné fundamentalmente con mis otros dos compañeros que se inscribieron en el mismo curso que yo”. “-A veces compartimos información errónea y no puedes fiarte de que tus compañeros sepan más que tú: ¿quién lo garantiza?”. “-Dejé de intentar que algunos compañeros valorasen mis ejercicios porque a algunos se les trataba de forma muy desagradable”. “-¿Hasta qué punto sé que quienes han revisado mi trabajo sabían lo que hacían? Tienes que confiar en la suerte”. Esto comentarios, con éstas y con otras palabras, se encuentran de forma suficientemente reiterada para que los hayamos escogido entre los motivos por los cuales algunos participantes manifiestan su insatisfacción y justifican su abandono.

No todos los MOOC son así, que quede claro, pero estamos intentando identificar puntos débiles para proponer mejoras. Es obvio que una de ellas sería que el profesor tuviese un papel más activo como facilitador, que ejerciese el rol de “nodo de calidad” de esa red para aprender que vamos constituyendo. Pero claro, esto aumentaría los costes y dificultaría que los cursos pudiesen ser gratuitos.

De entrada, tenemos la opción de crear grupos dentro del curso, de manera que una menor cantidad de estudiantes por grupo facilite la relación y la interacción entre ellos, aunque esto ponga un poco en duda la virtud de la masividad.

Como posible solución, aunque también es posible que esto encarezca algo el proceso, podemos sugerir un mejor diseño previo del curso, en el que las actividades en equipo y la discusión colaborativas estén planificadas, bien expresadas y dispongan de los recursos necesarios para llevarse a término con éxito. Proveer a los estudiantes de una “netiqueta” para la participación en las actividades colaborativas, preparar y compartir rúbricas para la evaluación por pares, de tal manera que estén elaboradas y validadas por el profesorado responsable del curso, establecer también reglas respecto a la calidad que deben contemplar las distintas intervenciones, o exigir evidencias de aquello que se está afirmando, evitando que el aprendizaje se convierta en la asunción de una continuación de opiniones de dudosa veracidad.

En suma, lo más importante va a ser diseñar y promover actividades y tareas en las cuales la colaboración sea un verdadero valor añadido. 

MOOCs: ¿Ángeles o demonios?

Por: | 01 de julio de 2013

El presidente de la Universidad de Stanford, John Hennessey, dijo hace unos meses que los MOOC (Massive Open Online Courses) eran un “tsunami” que iban a revolucionar la educación superior. Aunque personalmente tengo mis dudas al respecto, lo que sí es cierto es que este fenómeno ha levantado unas expectativas impresionantes.

Hace unos meses, escribía en este mismo periódico tres artículos que querían hacer énfasis en los beneficios y en las contradicciones del fenómeno, y lo hacía con un único título que ponía de manifiesto que se estaba convirtiendo en un término de moda: ¿MOOCmanía? (1) (2) (3).

En estas últimas semanas se ha pasado definitivamente a la acción y la inquietud respecto a este concepto se ha plasmado en la celebración de distintos seminarios, públicos o internos, que se han llevado a cabo en distintas universidades españolas. Sin ir más lejos, y sin ánimo de ser exhaustivo, en la ciudad de Barcelona se han celebrado cuatro en sólo dos semanas, a tres de los cuales fui invitado a participar.

El primero de ellos estaba co-organizado por las Cátedras Telefónica de dos universidades: la Pompeu Fabra y la Politécnica de Catalunya. Michael Gaebel, de la European Universities Association fue el ponente inaugural, y dio una visión muy equilibrada del fenómeno. A continuación siguió una mesa redonda que se centró, entre otras cosas, en el papel que las plataformas tecnológicas tienen que jugar en el universo MOOC. Plataformas que permitan la interacción, pero sobre todo que permitan recoger el mayor número posible de datos de los estudiantes y de sus interacciones con el objetivo de ser capaces de mejorar la experiencia de aprendizaje de los participantes.

Unos días más tarde fue el Instituto de Ciencias de la Educación de la UPC el que celebró la V Jornada Atenea, dirigida a su profesorado, y a reflexionar sobre el impacto y las posibilidades de los MOOC en la docencia universitaria. Ahí tuve el placer de compartir mesa con el Dr. Andrés Pedreño, exrector de la Universidad de Alicante, y actual director de UniMOOC. La jornada sirvió para poner de manifiesto aquellos aspectos en los que los MOOC deben avanzar necesariamente: en particular, los mecanismos de evaluación y acreditación.

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El seminario organizado en la Universitat de Barcelona contó con la presencia del Dr. Jordi Adell, profesor de la Universitat Jaume I de Castellón. El enfoque de esta sesión se concentró en la dimensión pedagógica de los MOOC. Adell puso en cuestión muchas de las asunciones que se tienen actualmente sobre el fenómeno, aportando una interesante ración de realismo con preguntas que exigían un posicionamiento menos ambiguo e incondicional que el habitual.

Finalmente, la ACUP, asociación que engloba las universidades públicas catalanas, dispuso una interesante jornada de trabajo, con la participación de las propias universidades y de las empresas que están impulsando el fenómeno MOOC, como Coursera, edX y MiríadaX. Su enfoque se centró en la perspectiva institucional, para ayudar a las universidades a tomar decisiones respecto a los MOOC.

Como se puede ver, la densidad de actos ha sido considerable. Lo cierto es que algunos creemos que el impacto de los MOOC se ha sobredimensionado, en particular porque proviene de los Estados Unidos y porque se ha utilizado el nombre de universidades de élite en aquel país. Pero de lo que no cabe duda es de que está sacudiendo el día a día de nuestras instituciones de educación superior: ¿Miedo? ¿Oportunidad? ¿Ninguna de las dos cosas? ¿O quizás las dos a la vez?

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Debo confesar que cuando te encuentras en estos foros, o cuando escribes sobre el tema, tienes la sensación de que debes pedir disculpas por plantear una voz crítica, que no contraria. La presión hacia la aceptación incondicional del fenómeno es tan fuerte, que solo acepta la adhesión sin luces ni sombras. Algunas universidades norteamericanas están empezando a decir que no. Un 55% de las instituciones de Estados Unidos aún no saben qué harán, y un 32,7% ya han dicho que no tienen previsto hacer nada. ¿Pasará lo mismo aquí? Como ya he manifestado en alguna de mis intervenciones estos días, yo creo que los MOOC se van a quedar, aunque no sé exactamente en qué forma, ni con qué finalidad. Ante la actitud “algo tenemos que hacer”, puede contraponerse una actitud más reflexiva, de valoración serena de pros y contras.

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No está nada claro por qué tipo de MOOC se va a apostar. La mayoría de ellos, muy distintos a los que planteaban Siemens y Downes en el primer MOOC conectivista que se creó en el 2008, replican los métodos docentes más tradicionales. Para los profesores es facilísimo, es más de lo mismo, solo que con un soporte diferente. En Estados Unidos, la educación a distancia se basó en la videoconferencia porque eso no exigía al profesor hacer nada distinto a lo que hacía presencialmente. Sin embargo, la investigación demostró que los entornos virtuales de aprendizaje aportaban ventajas que superaban los resultados de los sistemas de videoconferencia. Quien no conoce la historia está condenado a repetirla, y ahora podemos encontrarnos en la misma tesitura.

Sin embargo, también hay profesores entusiastas que están viendo en los MOOC una oportunidad para cambiar sus métodos docentes, para mejorar, para enseñar mejor, para hacer que sus alumnos aprendan más y mejor, para ofrecerles más oportunidades de aprendizaje. Bien por ellos. Esa va a ser la revolución real: cambiar lo que hemos estado haciendo durante tantos años para apostar por hacerlo no igual, sino mejor. Sin réplicas, con innovación real.

Al final, todo dependerá del uso que se les dé. Lo más importante es qué queremos conseguir con ellos. Ángeles o demonios. ¿Lo sabemos?

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El País

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