Hablar sobre creatividad siempre levanta pasiones. Todos desearíamos ser grandes inventores, personas capaces de imaginar futuros y, posteriormente, convertirlos en realidad para cambiar el orden de las cosas.
Últimamente existe una cierta profusión de debates en distintos espacios, unos más mediáticos que otros, en los que se ponen en contraposición la creatividad y el currículum. He releído el que se publicó hace unos meses en este mismo periódico, en el que discutían, de forma indirecta, José Antonio Marina y Ken Robinson.
Por un lado, se ponía en boca de Robinson que la escuela fue concebida durante la revolución industrial como herramienta para apoyar la producción en cadena. Eso hace que el docente persiga que el alumno solo dé respuestas a lo que establece el temario, y tal como lo establece el temario. No se da margen a la improvisación ni a la imaginación, y mucho menos al error. A su vez, Marina critica la posición de Robinson asegurando que este desprestigia la “respuesta correcta” y niega que tenga que haber soluciones creativas a cualquier planteamiento, apostando por lo que llama el pensamiento convergente.
No puedo estar enteramente de acuerdo con ninguno de ellos, a pesar de que a los dos les asista parte de razón. En realidad, lo que la escuela ha pretendido durante siglos es perpetuar un bagaje cultural determinado. Un bagaje entendido como denominador común, que deja poco espacio a la diversidad. La herramienta por antonomasia que ha hecho esto posible ha sido el currículum. Establecer los conocimientos obligatorios, mínimos (aunque a veces se hayan convertido en máximos), comunes, convergentes. Y el currículum ha acostumbrado a tomar cuerpo en el mencionado temario.
Sin embargo, quizás ahora no sea tan necesario el establecimiento de este cuerpo estándar de contenido, dado que el almacenaje y recuperación de la información es muchísimo más fácil y asequible para la gran mayoría. Además, el bagaje cultural es mucho más rico, más amplio, más diverso, difícil de hacerlo caber en un espacio tan limitado como lo es un currículum educativo. Ahí, la tecnología juega un papel importante, pero no lo resuelve todo como algunos pretenderían. Deviene necesario saber pensar, saber analizar e interpretar, sacar conclusiones para que el conocimiento no sea un cuerpo estático, sino un ente dinámico que se aplica y que está sujeto a cambios permanentemente.
Creo que el problema no es la escuela, sino la visión que se tenga de ella como instrumento de transformación social o de conservación cultural. Hay escuelas de muchos tipos. Algunas matan la creatividad porque su objetivo no es transformar, no es crear, sino conservar, mantener. Aplicar el unamuniano “que inventen ellos”. Otras, en cambio, y puedo asegurar que existen, y muchas, propician la imaginación, la invención, el cuestionamiento de lo establecido, la búsqueda permanente de la mejora. En ambos tipos de escuela puede estarse usando la tecnología de manera intensiva, pero la forma de hacerlo puede ser completamente diferente. La metodología es el elemento central que distinguirá unas y otras. Como titulaba el artículo al que me he referido anteriormente, la buena escuela no asfixia la creatividad. Pero yo añadiría que el currículum sí puede hacerlo.
Fuente: http://monica-vidaysociedad.blogspot.com.es
En la mayoría de los casos, los profesores se ven obligados a ceñirse estrictamente al temario establecido, so pena de que, si permiten cualquier itinerario alternativo generado por la imaginación y la voluntad creativa de los alumnos, se le cuestionen los resultados que esos alumnos van a obtener. Y aquí llegamos a la cuestión nuclear, que pocas veces se pone de manifiesto en estas discusiones: la evaluación.
Aunque ya se ha vivido en épocas anteriores, nos encontramos en un momento en que existe una verdadera obsesión por cuantificarlo todo. Creemos que algo que esté cuantificado es más cierto que algo que no lo esté, aunque por supuesto esto no es cierto en absoluto. A través de las evaluaciones cuantificadas, todos nos controlamos a todos: los docentes a los alumnos, los padres a los alumnos y a los docentes, la Administración a los docentes… Con lo que el proceso de enseñanza y aprendizaje se convierte en una permanente espada de Damocles donde lo más importante es superar un examen.
Los alumnos estudian para aprobar: eso es, pasar pruebas. Eso limita su creatividad. Se ciñen a alcanzar su objetivo. No se preguntan otras cosas, no se cuestionan casi nada, solo aquello que los separa de su meta. Sin embargo, y como ha dicho mi buen amigo Jordi Adell en un reciente tuit (22/07/13), “educar no es enseñar a pasar pruebas”.
Fuente: http://www.josebernalte.com
Por supuesto que debemos evaluar los aprendizajes de nuestros alumnos, pero la evaluación nunca debe ser un fin en sí mismo, sino una herramienta para mejorar el proceso de aprendizaje. Geoge Ball, presidente de la Burpee Seed Company, una empresa agrícola estadounidense, y mencionado en un post de Diane Ravitch, cuestiona la evaluación de tipo único a la que se enfrentan los alumnos para alcanzar los objetivos del currículum norteamericano, el “Common Core”. Ball afirma que este tipo de evaluación vinculada exclusivamente a resultados cuantitativos priva a alumnos y profesores de la libertad y la creatividad, que son el oxígeno del aprendizaje.
Volveremos sobre la evaluación, pero para acabar hoy me permito sugerir un interesante recurso que propone 30 cosas que podemos hacer para promover la creatividad en nuestras aulas. La tecnología nos puede ayudar. Que no sea dicho.