Traspasando la línea

Traspasando la línea

Una mirada constructiva y crítica sobre el impacto del mundo digital en la educación. Aunque su punto de partida es la educación en línea y todo el potencial que se suele desconocer, atraviesa esa línea para analizar y comentar la emergencia de nuevos y discutidos enfoques en el uso de las tecnologías digitales para la mejora de la educación.

Sobre el autor

Albert Sangrà Morer

ha transitado por la docencia y la organización de los distintos niveles educativos de nuestro país, y la evolución de la tecnología le ha ido acompañando en esa travesía. Profesor e investigador de la Universitat Oberta de Catalunya, UOC, estudia cómo hacer que las tecnologías aporten un valor añadido a la educación y a sus resultados en el marco del grupo Edul@b. Es Vicepresidente de la European Foundation for Quality in E-Learning (EFQUEL), y ha escrito diversos libros y artículos sobre esta temática.

Firmas nacionales

  • Jordi Adell (UJI Castellón)
  • Manolo Area (U. de La Laguna)
  • Mercedes González (U. de A Coruña)
  • Cristóbal Suarez (U. de Valencia)
  • Pablo Muñoz Carril (U. Santiago de Compostela)
  • Lourdes Guàrdia (UOC)
  • Marcelo Maina (UOC)
  • Montse Guitert (UOC)

Firmas internacionales

  • Mark Bullen (Commonwealth of Learning, Canada)
  • Larry Ragan (Penn State University, USA)
  • Rebbeca Medder (USA)
  • Terry Anderson (Athabasca University, Canada)
  • Tony Bates (Canada)
  • Insung Jung (ICU, Japón)

Archivo

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Creatividad, currículum y tecnología

Por: | 26 de agosto de 2013

Hablar sobre creatividad siempre levanta pasiones. Todos desearíamos ser grandes inventores, personas capaces de imaginar futuros y, posteriormente, convertirlos en realidad para cambiar el orden de las cosas.

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Fuente: www.3dsign.es

Últimamente existe una cierta profusión de debates en distintos espacios, unos más mediáticos que otros, en los que se ponen en contraposición la creatividad y el currículum. He releído el que se publicó hace unos meses en este mismo periódico, en el que discutían, de forma indirecta, José Antonio Marina y Ken Robinson.

Por un lado, se ponía en boca de Robinson que la escuela fue concebida durante la revolución industrial como herramienta para apoyar la producción en cadena. Eso hace que el docente persiga que el alumno solo dé respuestas a lo que establece el temario, y tal como lo establece el temario. No se da margen a la improvisación ni a la imaginación, y mucho menos al error. A su vez, Marina critica la posición de Robinson asegurando que este desprestigia la “respuesta correcta” y niega que tenga que haber soluciones creativas a cualquier planteamiento, apostando por lo que llama el pensamiento convergente.

No puedo estar enteramente de acuerdo con ninguno de ellos, a pesar de que a los dos les asista parte de razón. En realidad, lo que la escuela ha pretendido durante siglos es perpetuar un bagaje cultural determinado. Un bagaje entendido como denominador común, que deja poco espacio a la diversidad. La herramienta por antonomasia que ha hecho esto posible ha sido el currículum. Establecer los conocimientos obligatorios, mínimos (aunque a veces se hayan convertido en máximos), comunes, convergentes. Y el currículum ha acostumbrado a tomar cuerpo en el mencionado temario.

Sin embargo, quizás ahora no sea tan necesario el establecimiento de este cuerpo estándar de contenido, dado que el almacenaje y recuperación de la información es muchísimo más fácil y asequible para la gran mayoría. Además, el bagaje cultural es mucho más rico, más amplio, más diverso, difícil de hacerlo caber en un espacio tan limitado como lo es un currículum educativo. Ahí, la tecnología juega un papel importante, pero no lo resuelve todo como algunos pretenderían. Deviene necesario saber pensar, saber analizar e interpretar, sacar conclusiones para que el conocimiento no sea un cuerpo estático, sino un ente dinámico que se aplica y que está sujeto a cambios permanentemente.

Creo que el problema no es la escuela, sino la visión que se tenga de ella como instrumento de transformación social o de conservación cultural. Hay escuelas de muchos tipos. Algunas matan la creatividad porque su objetivo no es transformar, no es crear, sino conservar, mantener. Aplicar el unamuniano “que inventen ellos”. Otras, en cambio, y puedo asegurar que existen, y muchas, propician la imaginación, la invención, el cuestionamiento de lo establecido, la búsqueda permanente de la mejora. En ambos tipos de escuela puede estarse usando la tecnología de manera intensiva, pero la forma de hacerlo puede ser completamente diferente. La metodología es el elemento central que distinguirá unas y otras. Como titulaba el artículo al que me he referido anteriormente, la buena escuela no asfixia la creatividad. Pero yo añadiría que el currículum sí puede hacerlo.

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Fuente:  http://monica-vidaysociedad.blogspot.com.es

En la mayoría de los casos, los profesores se ven obligados a ceñirse estrictamente al temario establecido, so pena de que, si permiten cualquier itinerario alternativo generado por la imaginación y la voluntad creativa de los alumnos, se le cuestionen los resultados que esos alumnos van a obtener. Y aquí llegamos a la cuestión nuclear, que pocas veces se pone de manifiesto en estas discusiones: la evaluación.

Aunque ya se ha vivido en épocas anteriores, nos encontramos en un momento en que existe una verdadera obsesión por cuantificarlo todo. Creemos que algo que esté cuantificado es más cierto que algo que no lo esté, aunque por supuesto esto no es cierto en absoluto. A través de las evaluaciones cuantificadas, todos nos controlamos a todos: los docentes a los alumnos, los padres a los alumnos y a los docentes, la Administración a los docentes… Con lo que el proceso de enseñanza y aprendizaje se convierte en una permanente espada de Damocles donde lo más importante es superar un examen.

Los alumnos estudian para aprobar: eso es, pasar pruebas. Eso limita su creatividad. Se ciñen a alcanzar su objetivo. No se preguntan otras cosas, no se cuestionan casi nada, solo aquello que los separa de su meta. Sin embargo, y como ha dicho mi buen amigo Jordi Adell en un reciente tuit (22/07/13), “educar no es enseñar a pasar pruebas”.

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Fuente: http://www.josebernalte.com

Por supuesto que debemos evaluar los aprendizajes de nuestros alumnos, pero la evaluación nunca debe ser un fin en sí mismo, sino una herramienta para mejorar el proceso de aprendizaje. Geoge Ball, presidente de la Burpee Seed Company, una empresa agrícola estadounidense, y mencionado en un post de Diane Ravitch, cuestiona la evaluación de tipo único a la que se enfrentan los alumnos para alcanzar los objetivos del currículum norteamericano, el “Common Core”. Ball afirma que este tipo de evaluación vinculada exclusivamente a resultados cuantitativos priva a alumnos y profesores de la libertad y la creatividad, que son el oxígeno del aprendizaje.

Volveremos sobre la evaluación, pero para acabar hoy me permito sugerir un interesante recurso que propone 30 cosas que podemos hacer para promover la creatividad en nuestras aulas. La tecnología nos puede ayudar. Que no sea dicho.

Mark Bullen vive en Vancouver. Actualmente trabaja como experto en E-Learning en la Commonwealth of Learning, donde se encarga del desarrollo de políticas educativas y de desarrollo del uso apropiado de la tecnología en la educación. Anteriormente fue director de Enseñanza y Aprendizaje en el British Columbia Institute of Technology y director adjunto de Educación a Distancia en la Universidad de British Columbia.

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Fuente: http://www.moringacommunity.org/

Desde que los MOOC (cursos en línea masivos y abiertos) irrumpieron en los medios en 2012, me he esforzado por comprender mi incomodidad respecto a este fenómeno. Son tantos los aspectos relativos a los MOOC que me preocupan, que no sé por dónde empezar. Por un lado, está el hecho de que quienes están detrás de las tres grandes compañías norteamericanas de MOOC con fines de lucro (Coursera, EdX y Udacity) parecen no saber nada sobre la historia del aprendizaje en línea, la gran investigación que se ha desarrollado sobre el mismo y la riqueza de conocimiento que existe sobre cómo desarrollar cursos de calidad en línea y enseñar con eficacia en un entorno virtual. Por otro lado, el hecho de que la fascinación por los MOOC parece estar más relacionada con solucionar la crisis financiera de la enseñanza superior norteamericana que con mejorar la calidad o llegar a las poblaciones más desatendidas. Asimismo, está el tono de charlatanería del discurso de venta, cargado de historias alentadoras de lo que Jon Beasley-Murray llama “patetismo idealizado”  sobre cómo los MOOC han cambiado las vidas de los pobres y de los más desfavorecidos. También nos encontramos con la interpretación superficial de lo que constituye un apoyo tutorial de calidad en el aprendizaje en línea. Este es, por supuesto, el talón de Aquiles de los MOOC. La calificación por pares en línea, los trabajos corregidos por ordenador y otras soluciones automatizadas, así como los debates en línea supervisados por estudiantes de posgrado mal remunerados, no pueden sustituir el tipo de apoyo en línea que ofrece un instructor virtual cualificado. Pero el modelo financiero de los MOOC se desmorona por completo si hay que introducir este tipo de apoyo tutorial humano.

Sin embargo, considerando los MOOC desde la perspectiva de alguien que trabaja en una agencia de desarrollo internacional, creo que lo que más me inquieta son dos aspectos:

1) La contradicción fundamental entre los objetivos humanitarios derivados de su calidad de abiertos y accesibles, que aparentemente conforman la base de los MOOC, y el modelo de negocio que se predica al utilizar estos cursos como una herramienta lucrativa para reclutar estudiantado internacional de pago de países en vías de desarrollo.

Lo siento, pero cuando alguien me dice que el objetivo es liberar a las masas de la pobreza ofreciendo educación gratuita para todos y acto seguido empieza a explicar cómo van a ganar dinero con ello atrayendo a estudiantes de países pobres en vías de desarrollo a costosas universidades norteamericanas o europeas, me veo en la obligación de cuestionar su sinceridad.

2) La mentalidad neoimperialista que da por sentado que todo lo que necesitamos para solucionar los problemas económicos mundiales es encontrar un modo de transmitir el conocimiento y la pericia existente en Norteamérica a las masas con escasa formación de países en vías de desarrollo.

Este aspecto fue abiertamente destacado por Thomas Friedman quien, en una audaz exhibición de chovinismo americano, presentaba los MOOC no solo como un modo de ofrecer toda esa pericia estadounidense de alta calidad a los países en vías de desarrollo, sino también como una forma de ahorrar dinero, al mismo tiempo, en ayudas exteriores. “Imaginen cómo puede cambiar todo esto la ayuda exterior de EE. UU. Con relativamente pocos recursos, Estados Unidos podría alquilar un espacio en una aldea egipcia, instalar dos docenas de ordenadores y acceso a Internet de alta velocidad por satélite, contratar a un profesor local como orientador e invitar a cualquier egipcio que quisiera realizar cursos en línea con los mejores profesores del mundo, subtitulados en árabe.” (NY Times, 26 de enero de 2013). Es increíble que alguien con la inteligencia de Friedman pueda creer realmente que el modo de solucionar los problemas educativos en Egipto consiste sencillamente en subtitular clases impartidas por docentes estadounidenses y retransmitirlas a los egipcios. Lo que más me preocupa es, precisamente, este tipo de visión mundial miope y superficial subyacente en el discurso de los MOOC.

Además, a pesar de su “apertura” (que, por cierto, es una apertura restringida, ya que no se trata de recursos educativos abiertos en su mayor parte), difícilmente llegarán los MOOC a las poblaciones más desfavorecidas de los países en vías de desarrollo. Los MOOC pueden ser gratuitos, pero para acceder a uno de ellos se necesita una conexión a Internet de alta velocidad, electricidad y un ordenador (por no hablar de un alto nivel de conocimiento del inglés). El acceso a Internet se está extendiendo rápidamente, pero aún queda a años luz de ser universal. En África, por ejemplo, solo el 15,6% de la población tiene acceso a Internet. En Asia, el porcentaje es del 27,5% y en todo el mundo todavía es de tan solo el 34,3%.

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Fuente: http://www.shopmarketing.com/

No tengo ningún problema con los MOOC como tecnología educativa. Después de más de treinta años trabajando con tecnología educativa y más de 15 enseñando en línea, sé que un curso virtual bien diseñado y enseñado puede ser tanto o más eficaz que un curso presencial similar. Por tanto, no rechazo los MOOC. Pero, tal y como argumentaba claramente Ian Bogost, los MOOC son algo más que una simple tecnología educativa. Pueden ser concebidos como un tipo de marketing, una política financiera para la educación superior, una política laboral académica, instrumentos financieros especulativos, una expresión de los valores de Silicon Valley o un medio de entretenimiento. Los educadores deben comprender estos matices para poder determinar si este tipo de cursos se adecúan, y de qué modo, con sus objetivos de aprendizaje virtual. Los defensores de los MOOC deberían hablar claro sobre sus ventajas y limitaciones, y ser transparentes acerca de sus objetivos y motivaciones.

Y, por favor, coincidamos en que la solución a los problemas educativos mundiales no está en la exportación masiva de contenidos de países desarrollados a países en vías de desarrollo.

Wikis y aprendizaje colaborativo

Por: | 12 de agosto de 2013

Insung Jung es profesora de Educación en la International Christian University de Tokio, Japón. Sudcoreana de nacimiento, estudió y trabajó como directora del Multimedia Education Center de la Ewha Women's University de Seúl. Incansable viajera, más allá de su interés por el uso de la herramientas tecnológicas que pueden facilitar la educación, y de su concimiento de la educación en el continente asiático, colabora con diversos organismos internacionales  (UNESCO, World Bank) como experta en calidad de la educación en línea.

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Fuente: Propia

¿Alguna vez has creado un documento, junto con tus compañeros o colegas, usando uno de esos procesadores de texto en línea que, como el Google Docs, facilitan un espacio en el que se puede escribir, editar y formatear documentos de texto y colaborar con otras personas tanto sincrónica como asincrónicamente? En caso afirmativo, has llevado a cabo una colaboración basada en wiki.

Actualmente, estamos siendo testigos de un cambio de paradigma educacional: la instrucción hasta ahora dominada por el profesor está dando paso al constructivismo, que pone el acento en la implicación activa y la colaboración de los estudiantes en el proceso de aprendizaje. Las wikis son una herramienta muy útil a la hora de respaldar este nuevo paradigma. Permiten que los alumnos creen, editen, mezclen, replanteen, vinculen y compartan contenidos, hablen de temas diversos, colaboren entre ellos y se presten apoyo cognitivo y afectivo mutuo. La Wikipedia, una enciclopedia en línea gratuita y multilingüe, es el ejemplo de wiki más conocido. La redactan los usuarios de Internet en colaboración mutua. Estoy convencida de que, de un modo u otro, todos habréis recurrido alguna vez a la Wikipedia, y algunos incluso habréis participado en la edición o creación de algunas de sus páginas. ¿No es asombroso que, desde que se creó en 2001, Wikipedia haya crecido hasta convertirse en el sitio web de referencia más popular? ¡Atrae a 15 millones de visitantes al día! Cientos de miles de voluntarios de Internet de todos los rincones del mundo editan decenas de miles de páginas o artículos, y crean miles de nuevos artículos colectivamente y sin conocerse unos a otros. Como Wikipedia, las demás wikis nos brindan la posibilidad de actualizar y crear información continuamente. Al conservar historiales de páginas muy extensos, las wikis también nos permiten referirnos a versiones anteriores de nuestros textos y ayudan a los demás a seguir el progreso realizado y los avances en la comprensión del tema.

Veamos un ejemplo: varios profesores que imparten clases de idioma extranjero en la universidad se han dado cuenta de que las wikis son muy útiles para corregir errores gramaticales y mejorar las expresiones lingüísticas por medio de la revisión por pares; favorecen, asimismo, la implicación de los estudiantes en la redacción de textos, la edición de textos de los demás, así como la colaboración y el trabajo en red en un entorno de aprendizaje basado en las wikis. Las wikis gratuitas que más se utilizan en educación son MediaWiki, DokuWiki, PmWiki, ZohoWiki y WikkaWiki. Cctext, Google Sites, PBWorks y WikiSpaces también son aplicaciones wiki muy populares.

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Fuente: Propia

Pero ¡recordad! El uso de una wiki no garantiza por sí solo la colaboración del estudiante ni tampoco sus progresos en el aprendizaje. A pesar de que la nueva generación de profesores y alumnos son muy partidarios del uso de estos sitios web, la enseñanza basada en wikis mal diseñadas o insuficientemente contrastadas puede tener consecuencias negativas. Es necesario que los profesores sepan cómo integrar las wikis en su estrategia pedagógica y se fijen en el diseño educativo y el tipo y nivel de apoyo necesario para ayudar a los estudiantes a seguir y aprovechar al máximo el aprendizaje colaborativo.

He aquí tres estrategias efectivas para el aprendizaje basado en wikis: 1) Asegurarse de que, al principio de la actividad, se den explicaciones claras y precisas de los procesos de aprendizaje propuestos y de sus resultados. Hacer una demostración paso a paso de cómo usar las funciones de la wiki, cómo colaborar eficazmente con los demás y cómo completar una tarea es una buena estrategia para explicar los pasos de una solución y sus resultados, especialmente a los alumnos principiantes. 2) Determinar los miembros de los grupos de forma adecuada para promover la colaboración basada en la wiki. La creación de grupos heterogéneos de estudiantes en función de diversas características ha demostrado tener un gran potencial a la hora de fomentar la colaboración basada en la wiki. 3) Asegurarse de que hay un facilitador/moderador que anime a participar a todos los miembros del grupo y que asegure que sus aportaciones cumplen el objetivo esperado.

Yo he usado wikis cuando he trabajado en colaboración con investigadores o escritores geográficamente dispersos y me ha parecido que son una herramienta útil para añadir información o actualizarla, y también para intercambiar opiniones. En mis clases, suelo usar la wiki que hay en el Moodle ―el sistema de gestión de aprendizaje de mi centro― para promover la redacción colaborativa de informes. ¿Cuál es tu experiencia? En tu opinión, ¿qué ventajas e inconvenientes tienen las wikis?

 

Un tesoro por descubrir (todavía)

Por: | 05 de agosto de 2013

Conseguir un equilibrio entre la lectura y la escritura, si no eres propiamente un escritor, es algo difícil de conseguir. Entre los distintos blogs a los que puedo dedicar un poco de tiempo a seguir sin descuidar mis otras obligaciones profesionales, se encuentra Hack Education. Su autora es Audrey Watters, quien se define como friki de la literatura, entusiasta de la tecnología, madre y periodista en el  ámbito de la educación desde hace 15 años. También se define como una “fracasada” escolar, aunque últimamente me empiezan a cansar aquellas personas que consideran que ese supuesto fracaso es un valor distintivo que los hace superiores a los otros. Personalmente, de la misma forma que creo que todos aquellos que no consiguen los objetivos que el sistema educativo imagina para ellos no son unos fracasados, tampoco creo que elevar ese resultado a categoría de valor sea el camino adecuado.

Volviendo a Audrey, hace unos días leí una entrevista que le hizo la revista digital InformED. En ella, Watters manifiesta que era una descreída acerca del papel positivo que la tecnología podía tener respecto a la educación hasta que se vio envuelta en una situación personal: haber abandonado el instituto y ser madre a los 20 años. Reconoce que la tecnología le abrió puertas, y le permitió acabar sus estudios básicos y formarse de manera que no hubiese podido conseguir sin su contribución. Mientras leía sus palabras, recordaba el caso de Samantha, la muchacha que es la protagonista del primer capítulo del libro que escribimos conjuntamente con Tony Bates, que también pudo resolver la
difícil situación en que se encontraba gracias a los beneficios de la aplicación de la tecnología a la educación en general, y a la educación en línea en particular.

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Fuente: http://elearnmag.acm.org/featured.cfm?aid=2076443

Pero lo que más me llamó la atención fue un comentario suyo respecto a cómo, en general, estamos utilizando la tecnología en la educación. Audrey señala que, dada la forma cómo algunas tecnologías consideradas educativas se están desarrollando, convendría discutir a fondo sobre lo que significa un buen modelo de enseñanza y de aprendizaje. En concreto, se pregunta si las tecnologías que se están utilizando son simplemente sistemas más eficientes de transmisión de contenidos: Grabar una clase y subirla a YouTube, ¿es realmente una innovación pedagógica? Debo manifestar una profunda simpatía por esa forma de pensar, pues coincido plenamente con ella, a pesar de que siempre había creído que Audrey Watters era mucho más transgresora que yo. Pero es que, precisamente, la transgresión no viene de la mano de aplicar los mismos modelos tradicionales con el maquillaje de nuevas tecnologías, sino de hacer las cosas de manera diferente. Y ahí es donde mi pensamiento converge con el de Audrey.

Como ella, creo que la tecnología dispone de un enorme potencial para hacernos cambiar las formas de enseñar y de aprender. Pero muchas de las propuestas que se están haciendo en estos días –especialmente, las más mediáticas- no están cambiando nada. Diría más, están contribuyendo a anquilosar el sistema pretendiendo, con un cambio cosmético, presentarse como nuevas metodologías cuando no lo son. ¿Y quién sale beneficiado con ello? Pues ahí también coincido con Watters, cuando afirma que “muchas empresas han visto ahí una inmensa oportunidad para vender a escuelas y estudiantes una nueva gama de productos y servicios (que no necesariamente cambiarán nada, excepto cómo se va a gastar nuestro dinero dedicado a educación).” Sinceramente, yo no podría haberlo dicho mejor.

En este contexto, creo que vale la pena analizar algunas de las iniciativas que han hecho fortuna. Una de ellas es la “flipped classroom” (o clase invertida). Se presenta como, probablemente, la mayor innovación pedagógica de los últimos tiempos. La base sobre la que se sustenta es impecable: hagamos en clase aquello que no puede hacerse de otra forma sino presencialmente, y utilicemos las tecnologías para hacer fuera de ella aquello que presencialmente no aporta ningún valor añadido. Sin embargo sucede que de nuevo, utilizaremos la tecnología para perpetuar los modelos docentes tradicionales. Como Watters ponía de manifiesto, el profesor continuará dictando la lección correspondiente, solo que la grabará en vídeo y los estudiantes tendrán que verla en casa… ¡Gran innovación pedagógica utilizando la tecnología! ¿Y por qué no nos planteamos usos distintos, más innovadores, más allá de la lección en vídeo? ¿Acaso muchas actividades de debate que entonces se hacen en el aula de clase no podrían también llevarse a cabo en línea? No cuestiono la idea original del modelo, pero sí la aplicación que se hace de ella, por limitada y limitadora. No dudo que muchos defenderán el valor de esta iniciativa diciendo que ya vale la pena si se consigue un pequeño cambio de hábitos entre los docentes. Pero ya no es este el caso. Necesitamos ir mucho más allá, porque si no, no estamos aprovechando de verdad la tecnología para transformar la educación. Aunque haya empresas que nos lo vendan así.

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Fuente: http://www.edudemic.com/wp-content/uploads/2011/12/flipped.jpg

He puesto solo un ejemplo, pero hay muchos más que quizás comentemos más adelante: los exámenes automatizados, el software adaptativo, los MOOC –de los que ya hemos hablado-, etc. La tecnología es de gran ayuda, pero el verdadero tesoro –su potencial para transformar la enseñanza y el aprendizaje- está aún por descubrir.

El País

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