A lo largo de su historia, la humanidad ha tenido que resolver multitud de retos, algunos de ellos muy apremiantes, en los que la subsistencia como especie estaba en juego. Otros han sido fruto de la propia evolución del género humano. Entre estos siempre ha destacado la necesidad de desarrollar mecanismos que permitan transportar a las personas o a sus bienes de un lugar a otro, ya sea para poder obtener alimento o materias primas para guarecerse de los elementos, o bien para comerciar e intercambiar unos bienes con otros.
Canadá es uno de los países en que lo que acabamos de decir se hace bien patente en toda su historia. Una historia de pioneros, de personas que desafiaron las dificultades y se sobrepusieron a distancias inimaginables, a un clima durísimo y a una naturaleza salvaje, construyendo el país que es ahora.
Fuente: http://www.canadianheritage.org
En un determinado período histórico, en Canadá, “todo” tenía que ver con la Hudson Bay Company (HBC). La vida estaba tan ligada a esa compañía que, probablemente, cualquier tipo de negocio o comercio estaba relacionado, necesariamente, con ella. Y aún hoy en día los vestigios de ese hecho son claramente identificables. La Hudson Bay Company empezó siendo la compañía que transportaba de un lado a otro de Canadá las pieles de los animales que se cazaban, para su comercialización en otros continentes, especialmente el europeo, en el siglo XVII. Atravesar Canadá, desde las Montañas Rocosas hasta la propia bahía de Hudson, donde las pieles se embarcaban hacia el Reino Unido, llevaba un año de tiempo. Un año atravesando valles helados, navegando por ríos caudalosos, y enfrentándose a los animales que salían al paso. Y otro año para volver de nuevo al lugar de origen.
Al igual que sucedió con sus vecinos del sur, los Estados Unidos, la llegada del ferrocarril supuso una particular revolución, al poner en contacto poblaciones y comunidades tan alejadas entre sí que apenas se comunicaban entre ellas. La Canadian Pacific Railway facilitó, en gran manera, que las actividades de la HBC fuesen más llevaderas y que los tiempos se acortasen.
Fuente: http://upload.wikimedia.org
A todo esto se le tiene que añadir, en el siglo XIX, lo que algunos han llamado la “Internet Victoriana”: el telégrafo.
Viene todo eso a cuento de la importancia que el acceso a las redes de comunicación y, en particular, a Internet tiene para el desarrollo de las personas, las comunidades, las ciudades… Internet es uno de los medios actuales de transporte. Mediante ella transportamos información. Datos con formatos diversos: documentos, cartas, fotografías, felicitaciones… algunos incorporan el transporte de dinero, incluso, cuando llevamos a cabo transacciones económicas. Internet ha reducido drásticamente el tiempo necesario para transportar la información, los datos, de un lugar a otro. Y a veces transporta también sentimientos, miedos y alegrías.
Canadá también es pionero en la educación en línea. Lo fue al desarrollar el primer sistema de gestión del aprendizaje (LMS, por sus siglas en inglés) que se comercializó, y lo ha sido hace unos pocos años al ser también el lugar donde nació el primer MOOC. Sin lugar a dudas, siempre ha sido la primera referencia en el desarrollo de la tecnología aplicada a la educación, por delante de los Estados Unidos.
El impacto de Internet pone de manifiesto la extraordinaria importancia que tiene poder acceder a la información, y hacerlo en el menor tiempo posible, para el desarrollo de comunidades. El acceso a la información y su explotación son, por lo tanto, y en palabras de Audrey Watters pronunciadas en Edmonton esta semana, “el nuevo petróleo”. Lo dijo en una ciudad donde saben lo fundamental que ha sido este combustible para su propia riqueza y desarrollo.
Pero el mero acceso no es suficiente. No lo es si hablamos de educación. A veces nos parece que con solo garantizar las infraestructuras, el conocimiento llega a las mentes de las personas. Eso no es nada más que una gran ingenuidad, bien aprovechado por las empresas cuyo negocio se basa en el uso de los canales por los que fluye la información. Es necesario un proceso de elaboración personal, a menudo mediado, para que la información se transforme en conocimiento.
Fuente: http://www.justamerica.co.uk/
En estos momentos, en algunos estados de Canadá se están discutiendo estrategias que se basan en el poder de la Era Digital para posicionarse en un escenario de futuro. Se abren distintos interrogantes, como por ejemplo, valorar si Internet debe ser un derecho básico de las personas en una determinada comunidad, o incluso en el mundo entero. No es una pregunta fácil de responder, puesto que mientras algunos argumentarán que tiene que serlo porque se trata de facilitar al máximo el acceso a la información y al conocimiento, como con anterioridad lo hicieron las bibliotecas públicas, municipales o nacionales, garantizando el acceso libre y gratuito a los libros, otros mantendrán que se trata de un elemento prescindible y que, en todo caso, debe ser el propio mercado el que se autoregule, proponiendo ofertas a los usuarios que puedan ser de su interés y conveniencia.
La discusión sobre el acceso gratuito a Internet está relacionada con la discusión sobre el derecho a la educación. El acceso es el primer paso. No nos quedemos solo en él, pero no lo dejemos pasar de largo sin manifestarnos.
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