Traspasando la línea

Traspasando la línea

Una mirada constructiva y crítica sobre el impacto del mundo digital en la educación. Aunque su punto de partida es la educación en línea y todo el potencial que se suele desconocer, atraviesa esa línea para analizar y comentar la emergencia de nuevos y discutidos enfoques en el uso de las tecnologías digitales para la mejora de la educación.

Danzad, danzad, benditos ...

Por: | 05 de mayo de 2014

Acabo de llegar de Huesca, donde estos días se ha celebrado la fase final de un concurso estatal de danza, en el que se han reunido chicas y chicos llegados desde diversos lugares de la península y de las islas.

La danza es un arte, la expresión de unos sentimientos a través del movimiento. La danza te alegra, te entristece, te anima, te sobrecoge. El artista juega con el espacio, con el ritmo, con el sonido para convertirte en un espectador activo, un espectador que siente. Es probable que cualquier expresión artística persiga, y consiga, cosas parecidas. La danza lo hace con el cuerpo y sin utilizar la voz.

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Fuente: http://lauripinicatu-danza.blogspot.com.es/

Hay quien baila simplemente porque le gusta, porque disfruta haciéndolo y así se siente recompensado y feliz. Hay quien pasa a un estadio superior y la convierte en su profesión, ya sea como bailarín o bailarina, ya sea como docente dedicado a hacer crecer a otros el amor a la danza mediante el dominio de la técnica. La danza es, en cualquier caso, un placer para los sentidos, la antítesis de lo que Sydney Pollack planteaba en la película “Danzad, danzad, malditos” (cuyo título original era “They shoot horses, don’t they?”), donde se convertía en una pesadilla. Bailar nunca debe ser un sufrimiento, y no lo es para los que aman la danza.

¿Y qué tiene que ver la danza con la educación en línea? Seguramente, no mucho. O, al menos, probablemente, muchos no entiendan necesario relacionarlas. Puede que tengan razón. Sin embargo, yo que estoy ligado afectivamente con la danza, aunque mis capacidades en ese campo sean algo más que limitadas, creo que –como en casi todos los campos- el desarrollo de Internet y de la educación en línea puede contribuir positivamente a la mejora del aprendizaje de la danza.

Por un lado, es evidente que resulta un complemento excelente en aquellos programas donde debe aprenderse una parte del contenido que no trata del desempeño práctico de la danza. Así la historia de la danza, las tendencias y sus máximos exponentes pueden ser estudiados y aprendidos no solo a partir de textos, sino también con recursos audiovisuales que permiten a los estudiantes adquirir conocimientos mucho más consistentes en un menor tiempo y más agradablemente.

Por otro, puede ser de una ayuda inestimable disponer de grabaciones que nos indican exactamente cómo deben ser los movimientos que es necesario ejecutar y cuáles son los puntos de mayor dificultad en el momento de aprender y dominar una determinada técnica.

Complementar el estudio de la danza con la educación en línea y sus recursos no presupone, en ningún caso, reducir la participación del profesorado. Ni tampoco este post aboga por enseñar solo en línea. Sin embargo, sí que, a pesar de muchas instituciones ya han adoptado las metodologías y los recursos de la educación en línea para mejorar el aprendizaje de la danza, otras aún no han iniciado este camino y se lo podrían plantear.

De hecho, distintas universidades y escuelas superiores de danza ya han incorporado la educación en línea en sus programas, como la University of Washington, o la Rutgers University.

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Fuente: http://plataformac.com

El mundo digital es una puerta abierta a las oportunidades para la mayoría de profesiones y para la enseñanza de la mayoría de ellas. Las posibilidades que se han abierto para los bailarines de disponer de “books” en línea, de fácil acceso, y multimedia: en realidad son los “e-portfolios” de los que hablaba Lourdes Guàrdia en este mismo blog hace unas cuantas semanas.

Nunca sabremos si Nijinsky o Nureyev habrían valorado el uso de la educación en línea en su formación, o si lo hubieran hecho grandes bailarines aún vivos, pero a los que el desarrollo de la tecnología en la educación les alcanzó ya con su carrera hecha. Pero estamos a tiempo de aprovecharla para los futuros bailarines y bailarinas que esperan su turno en el escenario mundial.

Pablo C. Muñoz Carril es profesor en la Universidad de Santiago de Compostela, y un entusiasta del uso de las tecnologías para mejorar la calidad de la educación. Ha experimentado la educación en línea tanto en la vertiente del docente y el investigador, como en la del estudiante.

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Fuente: http://vaprofesional.com

Desde hace unos años son diversas las universidades españolas que han apostado por invertir parte de sus recursos tecnológicos en aulas Polimedia. En su mayoría, la configuración de este tipo de aulas permiten al profesorado compartir y grabar sus clases magistrales en un estudio profesional, con la particularidad de que los docentes pueden centrarse exclusivamente en el contenido de sus lecciones más que en velar por cuestiones de índole técnica (ya que por lo general la gestión y soporte de dichas aulas suele estar bajo el amparo de los correspondientes servicios de recursos audiovisuales).

Este tipo de tecnología resulta especialmente interesante no sólo para modalidades de aprendizaje basadas exclusivamente en la virtualidad –donde el alumnado tiene a su disposición, las 24 horas del día, los vídeos explicativos del docente-, sino también para ámbitos basados en el blended learning.

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Fuente: http://www.interclase.com

En este último caso, el profesorado podría apostar por el desarrollo de metodologías innovadoras basadas en lo que se conoce como “flipped classroom” (clase invertida), de modo que el tiempo de clase se podría dedicar a resolver problemas, dudas y, en definitiva, a fomentar una participación más activa entre los estudiantes (gracias al previo análisis y visualización del material audiovisual creado y facilitado por el docente).

Si bien este tipo de metodología puede resultar interesante en determinados momentos, hay algunas cuestiones básicas a considerar que actuarían como barreras potenciales; en primer lugar, el tamaño del grupo-clase puede ser un condicionante importante, sobre todo si contamos con grupos amplios con setenta u ochenta alumnos (como suele ser habitual en determinados grados universitarios). En segundo lugar, no todos los centros educativos cuentan con sistemas similares a los Polimedia, por lo que el profesorado que quiera grabar sus propias lecciones o vídeos didácticos deberá ingeniárselas de forma autónoma para producirlos y editarlos de modo “más casero”. En este sentido, hoy en día existen diversas soluciones tecnológicas (de pago y gratuitas) para realizar nuestros propios screencast o videotutoriales y compartirlos con el alumnado.

Veamos algunas de ellas:

Camtasia Studio. Es una herramienta bastante intuitiva y estable, se puede utilizar tanto con Windows como con Mac. No sólo permite la grabación del área concreta que queramos sino que integra un potente editor para mejorar el vídeo que se ha grabado incorporando fondos animados, gráficos, anotaciones, edición de sonido, etc. Igualmente, da la posibilidad de producir vídeos con zonas activas (hipervinculadas a otros recursos),  exportarlos a diversos formatos o elaborar tablas de contenidos.

CamStudio. Es una alternativa gratuita ante programas de pago como Camtasia Studio y que permite grabar audio y vídeo exportando nuestras creaciones en formato AVI o SWF.

ActivePresenter Free Edition. A pesar de que existe una versión estándar y otra profesional, la versión gratuita no tiene límite de duración en la grabación y tampoco inserta ningún tipo de marca de agua cuando se finaliza la misma. Igualmente, permite la exportación a formatos comunes como MP4, WMV, WEbM y AVI y realizar diversas acciones de edición como añadir efectos de zoom, sincronización de audio, vídeo y overlays (superposiciones), añadir comentarios, etc. Otro aspecto interesante es la posibilidad de empaquetado en formato SCORM para integrarlo posteriormente a una plataforma de e-learning.

Xsplit. Es un software realmente potente e interesante. Entre sus principales características destaca el hecho de que no sólo permite la grabación de contenidos (en diferentes resoluciones) que visualicemos a través de nuestra pantalla, sino que también es una herramienta a través de la cual es posible emitir en directo. Igualmente, Xsplit destaca por ser un pequeño “estudio de grabación” en el que integrar y combinar de forma rápida y sencilla diversas cámaras.

Adobe Presenter. Uno de los principales usos de este programa es la grabación de una presentación de powerpoint, de forma que automáticamente se sincroniza vídeo y audio. También permite incorporar elementos como cuestionarios de autoevaluación, juegos de preguntas, etc. Asimismo, es posible integrar los vídeos en un LMS y realizar un seguimiento de los estudiantes (quién ha visualizado la lección, qué resultados han obtenidos los alumnos en las pruebas incluidas en el vídeo, etc.).

Wink. Es un programa gratuito (compatible con Windows y Linux), especialmente orientado hacia la creación de videotutoriales para el aprendizaje, por ejemplo, de diverso software. Dispone de numerosas características y está traducido a diversos idiomas, entre ellos el español.

Otras alternativas de rápido uso y que no requieren la necesidad de instalar ningún programa son: Screenr y Screencast-O-Matic.com. Para su uso se recomienda tener actualizado el plug-in de Java.

Como se ha podido constatar en líneas precedentes, existen diversas soluciones para aquellos profesores que se embarquen en la aventura de digitalizar de forma audiovisual sus clases magistrales, sus apuntes o sus explicaciones para la realización de diversas prácticas con los estudiantes. Tan sólo hace falta una adecuada predisposición, ánimos y energía para desarrollar materiales didácticos de esta índole.

 

 

Grupos y páginas de Facebook en educación superior

Por: | 21 de abril de 2014

La Dra. Rebecca Meeder es diseñadora de procesos de enseñanza y aprendizaje. Después de desarrollar su trayectoria formativa en la University of Hawaii, donde se doctoró, ha trabajado en la University of Seattle, en el departamento de Educación de la University of Hawaii, y en Nintendo América. Mantiene un interesante blog.

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Fuente: http://www.travactours.com

En educación superior se está incrementando el uso de las redes sociales por parte de las universidades con finalidades formativas y administrativas. Los docentes universitarios incorporan los grupos y páginas de Facebook para sus clases, así como las redes sociales en general para darles publicidad. Aunque Facebook se conoce principalmente por facilitar a sus usuarios compartir actualizaciones personales, fotos y vídeos con amigos, también permite a grupos de personas y grandes organizaciones compartir y discutir colectivamente aspectos de interés común mediante sus funcionalidades de “páginas” y “grupos”. Los docentes universitarios utilizan las páginas de Facebook para mantener comunidades de estudiantes y promover el debate en sus clases, mientras que los administradores las usan para incrementar la presencia social de la universidad en la World Wide Web.

Muchas plataformas de redes sociales, como Google+, Twitter y Facebook, están disponibles en línea, de manera que los docentes y los administradores pueden utilizarlas fácilmente. Se ha señalado que “Facebook es la forma más común utilizada para generar redes sociales, pues un 98% de las universidades tienen página en Facebook (en comparación con el 86% del año anterior)”. Además se trata de la red social con más éxito entre las tres citadas. Según el estudio anterior, cuando se les pregunta a las universidades sobre los resultados que les han aportado las herramientas sociales en sus actividades, responden con entusiasmo señalando que son Facebook (95%) y YouTube (92%) con las que han cosechado mayor éxito. Los grupos y las páginas de Facebook han sido las más utilizadas.

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Fuente: http://www.marismith.com

Por ejemplo, la Carnegie Mellon University tiene una página en Facebook. Incluye muchas fotos y vídeos, así como enlaces a otras importantes páginas web. Cada vez que la facultad se menciona o aparece una entrevista en un periódico, programa de televisión o revista, se comunica a través de la página de Facebook. Este método es utilizado también por otras instituciones para dar a conocer al público cualquier información que reciben.

En la University of Hawaii, el Dr. Leon James utiliza un grupo de Facebook para su clase de Psicología de la Conducción, donde solo él y sus estudiantes pueden intervenir. El programa de doctorado en Tecnología Educativa de dicha universidad también dispone de un grupo en Facebook. En ese grupo, sus miembros pueden publicar anuncios, artículos que desean compartir, o pedir ayuda para llevar a cabo una investigación. Todos estos usos de los grupos de Facebook ayudan a mantener la comunicación y la colaboración entre los estudiantes, profesores y/o los exalumnos de la institución.

Sin embargo, existen algunos retos en relación a un uso aceptable de dichas redes entre los estudiantes y el profesorado. Los asuntos relacionados con la privacidad, los derechos de autor y el ciberacoso son temas frecuentes. Las sugerencias para enfrentarse a esos retos incluyen crear una política de uso aceptable para los estudiantes, profesorado y personal de gestión en las instituciones de educación superior, tanto a nivel institucional, como de clase. Del estudio de Barnes y Lecault citado anteriormente se desprende que el 44% (en comparación con el 32% del año anterior) de universidades disponen de una política de este tipo para su personal o para los estudiantes que participan en conversaciones en línea relacionadas con su labor en la institución. Estas políticas se ven ahora como elementos importantes en el desarrollo de la estrategia en las redes sociales de la institución. Entre las políticas de uso aceptable se pueden encontrar guías para el uso del lenguaje en la publicación de textos, como también qué imágenes se pueden considerar aceptables para ser publicadas.

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Fuente: http://www.entrepreneur.com

Junto con la construcción de una presencia social o facilitar la comunicación, las universidades pueden explorar el uso de las redes sociales de distintas maneras. En uno de sus posts en su blog, Lynn O’Brien sugiere la utilización de Facebook como instrumento para la recogida de datos en trabajos de campo o cuando se viaja por el extranjero, para mostrar intereses personales de investigación o “agregando imágenes e información para compartir con compañeros de clase o grupos de interés vinculados a cursos e instituciones”. ¿Tu universidad usa grupos o páginas de Facebook de formas distintas a las que se han explicado aquí? Podéis compartir en los comentarios aquello que hacéis en vuestras instituciones.

Medir el aprendizaje informal

Por: | 14 de abril de 2014

Si evaluar los aprendizajes ya es de por sí complicado, sobre todo si apostamos por mecanismos que nos ofrezcan información significativa sobre lo que los estudiantes aprenden o no, cuando queremos evaluar los aprendizajes que adquiridos de manera informal la dificultad crece exponencialmente.

Es evidente que las personas aprendemos de manera informal, probablemente mucho más de lo que aprendemos formalmente. Solo que no siempre somos conscientes de aquello que hemos aprendido. Tan difícil resulta a veces disponer de evidencias, que ni nosotros mismos las tenemos.

Sin embargo, las tecnologías de la información y de la comunicación están expandiendo las oportunidades de aprendizaje y hacen posible que estemos expuestos a multitud de experiencias de las cuales podemos obtener nuevos conocimientos, cambiar nuestras actitudes o incrementar nuestras competencias.

La apuesta por desarrollar mecanismos de evaluación de los aprendizajes informales ha calado hondo, e incluso la Comisión Europea en su nuevo programa de investigación y desarrollo Erasmus+ la ha señalado como una de las prioridades para los próximos años.

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Fuente: http://www.josemanuelmartin.com

En esta línea, han existido diversos intentos iniciales que han confluido, casi todos, en el establecimiento de sistemas de evaluación consistentes en exámenes –más o menos tradicionales- automatizados que defendían la promesa de una fácil identificación de todo aquello aprendido informalmente. A pesar de ello, estas soluciones no han resuelto el problema de evaluar las competencias que se hayan adquirido de esta forma.

La exploración que se está llevando a cabo se divide en tres grandes ámbitos: la evaluación por parte de un docente o de personas externas al proceso de aprendizaje (heteroevaluación), la que se lleva a cabo por pares (coevaluación), y la que lleva a cabo el propio interesado (autoevaluación).

La primera es, probablemente, la que ofrece más credibilidad, pero exige poder disponer de evidencias de que los aprendizajes se han llevado a cabo, y de que esos aprendizajes son los necesarios para poder adquirir las competencias que se persiguen. Desde hace muchos años existen programas, en algunas universidades, que se dedican a evaluar los aprendizajes que se obtienen a partir de la experiencia vital de las personas. Así, programas como el PLAR de Athabasca University, o EXCEL, de la University of Maryland-University College (UMUC), son dos ejemplos clásicos y contrastados.

La coevaluación puede ser un excelente complemento, pero a su vez reclama una gran experiencia y formación por parte de los pares que la lleven a cabo. De lo contrario, el otorgamiento de una competencia por parte de un colega a otro compañero puede ser resultado del intercambio de favores, perdiendo el proceso toda credibilidad. Experiencias de este tipo son las que encontramos en la Mozilla Foundation, con sus Open Badges, o incluso en LinkedIn.

Finalmente, la autoaevaluación se encuentra con la gran dificultad de que el propio individuo puede no ser consciente de aquello que aprende, o por el contrario puede dar por aprendidas cosas en las que su conocimiento es aún muy superficial. La elaboración de portfolios profesionales es un ejemplo de este tipo de autoevaluación. Hay quien sostiene que quien mejor sabe lo que ha aprendido es el propio sujeto, pero eso es más bien un deseo que no una realidad constatada.

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Fuente: http://blog.occeducacion.com

Como podemos observar, ninguno de los caminos explorados nos da una solución suficientemente completa, lo que nos hace pensar que, probablemente, lo mejor sea un conjunto orquestado por los tres. La obtención de datos por parte de tres fuentes distintas nos aporta mucha más información y, además, triangulada, de forma que aumenta su fiabilidad.

Sin embargo, después de la evaluación, aún aparece otro obstáculo importante: el reconocimiento o acreditación de lo evaluado.

Algunos de los mecanismos comentados anteriormente devienen útiles solo cuando existe algún colectivo que está dispuesto a reconocer su valor. El sector corporativo se está moviendo mucho en los últimos tiempos para intentar desmarcarse de la universidad. A tenor de sus manifestaciones, porque necesitan personas con unas competencias que la universidad no evalúa. A tenor de otros, porque pretende rebajar las compensaciones económicas exigidas por los titulados universitarios, y una forma de hacerlo es encontrado un sistema alternativo de reconocimiento que no pase por la universidad.

Sea cual fuere el motivo, lo importante es que se está buscando la forma de reconocer aquello que se aprende en un contexto que no es el tradicional, que se genera normalmente a partir del procesamiento individual de experiencias que no tienen voluntad formativa y que, sin embargo, acaban contribuyendo al incremento competencial de la personas. Las preguntas básicas son: ¿cómo saber lo que hemos aprendido? Y sobre todo, ¿cómo demostrarlo?

Medir el aprendizaje informal

Por: | 14 de abril de 2014

Si evaluar los aprendizajes ya es de por sí complicado, sobre todo si apostamos por mecanismos que nos ofrezcan información significativa sobre lo que los estudiantes aprenden o no, cuando queremos evaluar los aprendizajes que adquiridos de manera informal la dificultad crece exponencialmente.

Es evidente que las personas aprendemos de manera informal, probablemente mucho más de lo que aprendemos formalmente. Solo que no siempre somos conscientes de aquello que hemos aprendido. Tan difícil resulta a veces disponer de evidencias, que ni nosotros mismos las tenemos.

Sin embargo, las tecnologías de la información y de la comunicación están expandiendo las oportunidades de aprendizaje y hacen posible que estemos expuestos a multitud de experiencias de las cuales podemos obtener nuevos conocimientos, cambiar nuestras actitudes o incrementar nuestras competencias.

La apuesta por desarrollar mecanismos de evaluación de los aprendizajes informales ha calado hondo, e incluso la Comisión Europea en su nuevo programa de investigación y desarrollo Erasmus+ la ha señalado como una de las prioridades para los próximos años.

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Fuente: http://www.josemanuelmartin.com

En esta línea, han existido diversos intentos iniciales que han confluido, casi todos, en el establecimiento de sistemas de evaluación consistentes en exámenes –más o menos tradicionales- automatizados que defendían la promesa de una fácil identificación de todo aquello aprendido informalmente. A pesar de ello, estas soluciones no han resuelto el problema de evaluar las competencias que se hayan adquirido de esta forma.

La exploración que se está llevando a cabo se divide en tres grandes ámbitos: la evaluación por parte de un docente o de personas externas al proceso de aprendizaje (heteroevaluación), la que se lleva a cabo por pares (coevaluación), y la que lleva a cabo el propio interesado (autoevaluación).

La primera es, probablemente, la que ofrece más credibilidad, pero exige poder disponer de evidencias de que los aprendizajes se han llevado a cabo, y de que esos aprendizajes son los necesarios para poder adquirir las competencias que se persiguen. Desde hace muchos años existen programas, en algunas universidades, que se dedican a evaluar los aprendizajes que se obtienen a partir de la experiencia vital de las personas. Así, programas como el PLAR de Athabasca University, o EXCEL, de la University of Maryland-University College (UMUC), son dos ejemplos clásicos y contrastados.

La coevaluación puede ser un excelente complemento, pero a su vez reclama una gran experiencia y formación por parte de los pares que la lleven a cabo. De lo contrario, el otorgamiento de una competencia por parte de un colega a otro compañero puede ser resultado del intercambio de favores, perdiendo el proceso toda credibilidad. Experiencias de este tipo son las que encontramos en la Mozilla Foundation, con sus Open Badges, o incluso en LinkedIn.

Finalmente, la autoaevaluación se encuentra con la gran dificultad de que el propio individuo puede no ser consciente de aquello que aprende, o por el contrario puede dar por aprendidas cosas en las que su conocimiento es aún muy superficial. La elaboración de portfolios profesionales es un ejemplo de este tipo de autoevaluación. Hay quien sostiene que quien mejor sabe lo que ha aprendido es el propio sujeto, pero eso es más bien un deseo que no una realidad constatada.

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Fuente: http://blog.occeducacion.com

Como podemos observar, ninguno de los caminos explorados nos da una solución suficientemente completa, lo que nos hace pensar que, probablemente, lo mejor sea un conjunto orquestado por los tres. La obtención de datos por parte de tres fuentes distintas nos aporta mucha más información y, además, triangulada, de forma que aumenta su fiabilidad.

Sin embargo, después de la evaluación, aún aparece otro obstáculo importante: el reconocimiento o acreditación de lo evaluado.

Algunos de los mecanismos comentados anteriormente devienen útiles solo cuando existe algún colectivo que está dispuesto a reconocer su valor. El sector corporativo se está moviendo mucho en los últimos tiempos para intentar desmarcarse de la universidad. A tenor de sus manifestaciones, porque necesitan personas con unas competencias que la universidad no evalúa. A tenor de otros, porque pretende rebajar las compensaciones económicas exigidas por los titulados universitarios, y una forma de hacerlo es encontrado un sistema alternativo de reconocimiento que no pase por la universidad.

Sea cual fuere el motivo, lo importante es que se está buscando la forma de reconocer aquello que se aprende en un contexto que no es el tradicional, que se genera normalmente a partir del procesamiento individual de experiencias que no tienen voluntad formativa y que, sin embargo, acaban contribuyendo al incremento competencial de la personas. Las preguntas básicas son: ¿cómo saber lo que hemos aprendido? Y sobre todo, ¿cómo demostrarlo?

Medir el aprendizaje informal

Por: | 14 de abril de 2014

Si evaluar los aprendizajes ya es de por sí complicado, sobre todo si apostamos por mecanismos que nos ofrezcan información significativa sobre lo que los estudiantes aprenden o no, cuando queremos evaluar los aprendizajes que adquiridos de manera informal la dificultad crece exponencialmente.

Es evidente que las personas aprendemos de manera informal, probablemente mucho más de lo que aprendemos formalmente. Solo que no siempre somos conscientes de aquello que hemos aprendido. Tan difícil resulta a veces disponer de evidencias, que ni nosotros mismos las tenemos.

Sin embargo, las tecnologías de la información y de la comunicación están expandiendo las oportunidades de aprendizaje y hacen posible que estemos expuestos a multitud de experiencias de las cuales podemos obtener nuevos conocimientos, cambiar nuestras actitudes o incrementar nuestras competencias.

La apuesta por desarrollar mecanismos de evaluación de los aprendizajes informales ha calado hondo, e incluso la Comisión Europea en su nuevo programa de investigación y desarrollo Erasmus+ la ha señalado como una de las prioridades para los próximos años.

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Fuente: http://www.josemanuelmartin.com

En esta línea, han existido diversos intentos iniciales que han confluido, casi todos, en el establecimiento de sistemas de evaluación consistentes en exámenes –más o menos tradicionales- automatizados que defendían la promesa de una fácil identificación de todo aquello aprendido informalmente. A pesar de ello, estas soluciones no han resuelto el problema de evaluar las competencias que se hayan adquirido de esta forma.

La exploración que se está llevando a cabo se divide en tres grandes ámbitos: la evaluación por parte de un docente o de personas externas al proceso de aprendizaje (heteroevaluación), la que se lleva a cabo por pares (coevaluación), y la que lleva a cabo el propio interesado (autoevaluación).

La primera es, probablemente, la que ofrece más credibilidad, pero exige poder disponer de evidencias de que los aprendizajes se han llevado a cabo, y de que esos aprendizajes son los necesarios para poder adquirir las competencias que se persiguen. Desde hace muchos años existen programas, en algunas universidades, que se dedican a evaluar los aprendizajes que se obtienen a partir de la experiencia vital de las personas. Así, programas como el PLAR de Athabasca University, o EXCEL, de la University of Maryland-University College (UMUC), son dos ejemplos clásicos y contrastados.

La coevaluación puede ser un excelente complemento, pero a su vez reclama una gran experiencia y formación por parte de los pares que la lleven a cabo. De lo contrario, el otorgamiento de una competencia por parte de un colega a otro compañero puede ser resultado del intercambio de favores, perdiendo el proceso toda credibilidad. Experiencias de este tipo son las que encontramos en la Mozilla Foundation, con sus Open Badges, o incluso en LinkedIn.

Finalmente, la autoaevaluación se encuentra con la gran dificultad de que el propio individuo puede no ser consciente de aquello que aprende, o por el contrario puede dar por aprendidas cosas en las que su conocimiento es aún muy superficial. La elaboración de portfolios profesionales es un ejemplo de este tipo de autoevaluación. Hay quien sostiene que quien mejor sabe lo que ha aprendido es el propio sujeto, pero eso es más bien un deseo que no una realidad constatada.

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Fuente: http://blog.occeducacion.com

Como podemos observar, ninguno de los caminos explorados nos da una solución suficientemente completa, lo que nos hace pensar que, probablemente, lo mejor sea un conjunto orquestado por los tres. La obtención de datos por parte de tres fuentes distintas nos aporta mucha más información y, además, triangulada, de forma que aumenta su fiabilidad.

Sin embargo, después de la evaluación, aún aparece otro obstáculo importante: el reconocimiento o acreditación de lo evaluado.

Algunos de los mecanismos comentados anteriormente devienen útiles solo cuando existe algún colectivo que está dispuesto a reconocer su valor. El sector corporativo se está moviendo mucho en los últimos tiempos para intentar desmarcarse de la universidad. A tenor de sus manifestaciones, porque necesitan personas con unas competencias que la universidad no evalúa. A tenor de otros, porque pretende rebajar las compensaciones económicas exigidas por los titulados universitarios, y una forma de hacerlo es encontrado un sistema alternativo de reconocimiento que no pase por la universidad.

Sea cual fuere el motivo, lo importante es que se está buscando la forma de reconocer aquello que se aprende en un contexto que no es el tradicional, que se genera normalmente a partir del procesamiento individual de experiencias que no tienen voluntad formativa y que, sin embargo, acaban contribuyendo al incremento competencial de la personas. Las preguntas básicas son: ¿cómo saber lo que hemos aprendido? Y sobre todo, ¿cómo demostrarlo?

Smart cities y ciudadanos inteligentes

Por: | 07 de abril de 2014

La palabra inglesa “smart” (inteligente) se ha convertido en una suerte de prefijo que acompaña muchas palabras para dotarlas de un aire innovador, estratégico y decididamente ligado a la evolución tecnológica. Así, nuestros teléfonos móviles se convierten en “smartphones”, nuestros coches pueden ser “smartcars”… y nuestras ciudades devienen “smart cities”.

Una ciudad se considera inteligente si su capital humano mantiene una relación con las comunicaciones y las infraestructuras de forma que la hace sostenible desde un punto de vista económico. Para ello, el papel de las tecnologías de la información y la comunicación es fundamental. Su uso se aplica a los distintos ámbitos de la sociedad en búsqueda de una mejora en la calidad de vida de los ciudadanos.

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Fuente: http://www.maatg.com

La incorporación de las tecnologías en la vida ciudadana se pone de manifiesto tanto en aspectos sociales, como sanitarios o de transportes, por citar los más destacables. Los avances en este sentido son evidentes. Conocer cuánto va a tardar el autobús que estamos esperando, poder saber cuál es la farmacia de guardia más cercana cuando tenemos una urgencia, o poder avisar a los servicios sociales con solo pulsar un botón son claros ejemplos de ello.

La ciudad, con el apoyo tecnológico, deviene un sistema ecológico sostenible donde se entrelazan muchos procesos que se condicionan los unos a los otros. El trabajo conjunto de arquitectos, ingenieros y sociólogos es importante para dar consistencia a esa idea de “ciudad inteligente” que sirve mejor a sus ciudadanos, y que les permite participar con más intensidad en su propio funcionamiento.

Una “smart city” potencia la interacción del ciudadano con los distintos elementos que conforman el ecosistema ciudadano, incluyendo los ámbitos culturales y educativos. Sin embargo, en el discurso al uso se echa de menos un mayor énfasis en los aspectos educativos. Especialmente si pensamos que la inteligencia es una función vinculada a la educación.

La digitalización de los recursos educativos y el acceso a los mismos, así como el incremento de la oferta de la educación en línea, hacen pensar que las redes que se generan y se mantienen en las ciudades tienen una capacidad y un potencial educativos que se multiplican cuando pensamos en las ciudades inteligentes.

La pedagoga Marta Mata llevó a cabo un gran trabajo acerca de las llamadas “ciudades educadoras”. El concepto de educatividad de la ciudad, entendida como un sistema educativo y educador, ya se concebía hace varias décadas. Fue en 1990 cuando se celebró el I Congreso de Ciudades Educadoras, que tenía como principal finalidad dialogar, intercambiar experiencias y reflexionar sobre el potencial educador de las ciudades y sobre el rol que los gobiernos locales debieran jugar en ello.

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Fuente: http://ciudadeseducadorasla.org

La ciudad debe desarrollar un importante papel como extensión del derecho a la educación de todas las personas y, en especial a la educación a lo largo de la vida. Debe promover la educación en la diversidad, pues diversa es su propia constitución, y debe también fomentar el diálogo intergeneracional. Para todo ello debe tener en cuenta las modalidades de educación formal, no formal e informal. Estos requerimientos, que podrían encontrarse en cualquier documento actual, forman parte de los principios contenidos en la Carta de las Ciudades Educadoras, elaborada con motivo del congreso anteriormente citado y actualizada en 2004.

El reto que tenemos delante de nosotros es, en estos momentos, saber conciliar las enormes posibilidades que nos ofrecen las tecnologías en nuestras ciudades con las necesidades educativas de nuestros conciudadanos. Hacer que la tecnología no solo facilite aspectos instrumentales o de entretenimiento, sino que realmente contribuya a mejorar las capacidades de una ciudad para educar. En resumen, hacer que no solo las ciudades sean inteligentes, sino conseguir que puedan serlo todos sus ciudadanos.

Quizás no se necesiten docentes

Por: | 31 de marzo de 2014

Hace unas semanas presentaba en este blog un estudio de la Higher Education Academy en el que habían analizado la importancia y el rol de los docentes en los cursos en línea abiertos y masivos (MOOC, por sus siglas en inglés). El estudio hacía hincapié en la necesidad de la persistencia de los docentes en este tipo de recursos formativos, y ahondaba en la línea de reformular las funciones y roles de los docentes en dichos contextos.

Imagino que más de uno o de una extrapoló esa información y la relacionó con mi actitud, a veces escéptica, ante los MOOC entendidos como una innovación educativa. Yo estoy convencido de que el potencial de la educación en línea aún nos tiene que traer un forma distinta de ejercer la docencia y de facilitar el aprendizaje a las personas. Va a ser necesario definir nuevas pedagogías que tengan en cuenta los nuevos contextos intercomunicados en los que se mueven las personas hoy en día y que se van a generalizar cada día más. Pero también es importante entender que por nuevas pedagogías no podemos entender cualquier cosa, aunque estemos en una época  en la que los eufemismos y la redefinición de las palabras con la intención de crear nuevas “etiquetas” que nos favorezcan estén a la orden del día. Como ejemplo, solamente poner de manifiesto que una operación quirúrgica solo la podrá hacer un cirujano, y bajo pena de delito los que no dispongan de esa formación deberán abstenerse. Lástima que la educación sea un campo de batalla donde cualquier arma esté permitida.

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Fuente: http://reflexionesvetero.blogspot.com.es

Sin embargo, y porque soy partidario de una educación lo más abierta posible, y entiendo también como abierta que no esté condicionada por los intereses de determinados lobbies empresariales, estoy siempre dispuesto a aceptar otras visiones –especialmente cuando se fundamentan en evidencias- aunque no coincidan con las mías. Como ejemplo, hoy quiero poner un estudio que contradice en cierta manera las conclusiones a las que llegaba el que mencionaba en el post al que me he referido al principio.

Se trata del estudio que han llevado a cabo los profesores estadounidenses Jonathan H. Tomkin y Donna Charlevoix, y que presentaron en el congreso de la Association for Computing Machinery “Learning at Scale”, celebrado en Atlanta los pasados 4 y 5 de marzo. Gracias a mi colega y amigo Terry Anderson, a quien ya habéis leído sus contribuciones en este blog, por la información que me ha facilitado.

Tomkin y Charlevoix llegan a la conclusión de que no existe una relación significativa entre la presencia de un profesor en un MOOC y la finalización de dicho curso, las certificaciones obtenidas y la posterior inscripción en un nuevo curso. Es decir, que la presencia y la interacción docente no son determinantes para el éxito en un MOOC. El mismo Anderson destaca que estos resultados están en consonancia con su teoría de la interacción equivalente.

Esta teoría parte de la base de que para el estudiante existen tres tipos de interacción –algo que ya determinó Michael G. Moore en uno de sus artículos más brillantes, allá por los años 80-, que son la interacción entre estudiantes, la interacción entre el estudiante y el profesor, y la interacción entre el estudiante y el contenido. Pues bien, a partir de este supuesto, Anderson sugiere que si una de estas interacciones se lleva a cabo a un alto nivel, las otras dos podrían reducirse o incluso eliminarse, puesto que mantenerlas incrementa el coste y puede limitar el acceso.

Personalmente, creo que la teoría de Anderson está bien fundamentada, pero al basar su justificación en dos de los vértices del “triángulo de acero” que ya presenté en otro post (acceso-coste-calidad), es necesario poder afirmar que al incrementar el acceso y disminuir los costes, no va a disminuir la calidad como resultado evidente de una reacción sistémica. Y eso es lo que aún está por demostrar, aunque el trabajo de Tomkin y Charlevoix intenta contribuir a ello.

Por otro lado, cabría ver también el grado de presencia docente de los cursos analizados y si, en casos donde el diseño del MOOC ha conferido un valor añadido significativo al rol docente, los resultados hubieran sido los mismos o mejores. Puede existir la sospecha de que, igualados por abajo todos los MOOC obtendrían los mismos resultados. En cualquier caso, eso no es lo que dice el estudio en cuestión y su buena elaboración hace que lo tengamos que tener en consideración positiva.

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Fuente: http://www.elpremionobel.com

El reto que nos plantea este estudio es que si la presencia docente no es determinante para que un estudiante aprenda, entonces debemos poner de manifiesto el valor añadido que aporta, si es que lo hay.

¿Es la ausencia del docente el futuro de la educación superior? ¿Será suficiente con escuchar a un premio Nobel que ha grabado un vídeo? ¿De hecho, puede la calidad estar solo vinculada a que quien aparezca en un video sea un premio Nobel? ¿Cómo podemos garantizar que un premio Nobel sabe enseñar? Aunque claro, no será necesario enseñar, sino aprender. ¿Y cómo vamos a aprender cómo aprender? ¿Habrá algunas instituciones o corporaciones que harán de “samaritanas” para que sepamos aprender aquello que “debamos” aprender? En fin, muchas preguntas y seguimos con pocas respuestas. Quien se anime a responder algunas de ellas para que dispongamos de algo más de claridad, será bienvenido/a.

Mientras tanto, para todos aquellos que –de momento- sigan creyendo que la presencia docente es crucial para el éxito en el aprendizaje de sus alumnos, os dejo algunas recomendaciones para gestionar mejor vuestra comunicación con los estudiantes y el aprovechamiento de los debates que llevéis a cabo.

Mark Bullen vive en Vancouver. Actualmente trabaja como experto en E-Learning en la Commonwealth of Learning, donde se encarga del desarrollo de políticas educativas y de desarrollo del uso apropiado de la tecnología en la educación. Anteriormente fue director de Enseñanza y Aprendizaje en el British Columbia Institute of Technology y director adjunto de Educación a Distancia en la Universidad de British Columbia.

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Fuente: http://www.crossfitamrap.com

Siguiendo la línea que inicié en el anterior post, voy a completar el análisis de la evolución de la agenda social que nace con la educación a distancia y que continúa en nuestros días con la educación en línea.

Otra consecuencia del enfoque miope en las TIC para el desarrollo de capacidades, al que me refería en mi post previo, es la posibilidad de que los tecnólogos “secuestren” el programa educativo, pasando el énfasis a las habilidades informáticas frente a otras competencias educativas más amplias que son desarrolladas y potenciadas mediante el uso de las TIC. Las TIC en la educación se confunden con la estrategia de implantación de las tecnologías a escala general. Prueba de ello es la repentina urgencia por implantar iniciativas nacionales de uso de la tableta antes de que se hayan elaborado planes coherentes sobre el uso que se hará de este dispositivo como herramienta de apoyo a la consecución de los objetivos educativos. Se dedican grandes esfuerzos a elaborar especificaciones técnicas, pero se dedica mucho menos tiempo a pensar en las especificaciones educativas. ¿Cómo se utilizará la tecnología como medio de apoyo a la enseñanza y el aprendizaje? ¿Qué contenidos estarán disponibles en los dispositivos empleados? ¿De qué manera se explotarán las prestaciones comunicativas de la tecnología? Michael Trucano afirma lo siguiente en su reciente reseña y análisis acerca de las iniciativas relacionadas con las tabletas: “Con demasiada frecuencia, la (...) pregunta que se plantea no es ‘¿qué dificultades pretendemos superar, y qué enfoques y herramientas podrían ser los más útiles para conseguirlo?’, sino ‘sabemos cuál es nuestra 'solución' tecnológica, ¿puede ayudarnos a dirigirla a los problemas correctos?’”.

En esta carrera febril por subirse al tren de la tecnología también se ha pasado por alto la preparación de estudiantes y docentes. La aceptación sin reservas del discurso de la Generación Net nos ha llevado a pensar, erróneamente, que nuestros estudiantes se sentirán como pez en el agua cuando se les pongan los dispositivos en la mano. La evidencia sugiere lo contrario. Así, en este estudio se concluye que los 17.000 doctorandos investigados “trabajan en un entorno en el que su comportamiento investigador no explota todo el potencial de la tecnología innovadora” y que están “poco formados o informados para poder aprovechar al máximo las últimas posibilidades que ofrece el entorno de la información digital”.Al menos somos más realistas en lo que atañe a la preparación de los profesores. A pesar de ello, con demasiada frecuencia estas iniciativas tecnológicas se ponen en marcha sin contar con un plan sólido de capacitación del profesorado.

Los cursos en línea masivos y abiertos o MOOC, por sus siglas en inglés, también han influido en este cambio apropiándose sutilmente del programa de acceso a la educación. Expresado de forma sumamente simplista por Thomas Friedman en su tristemente célebre columna del New York Times de 2012, los MOOC son la fórmula mágica. Todo el que quiera estudiar en una de las universidades de la Ivy League podrá hacerlo con solo matricularse en un MOOC. No habrá reconocimiento académico y es probable que en los cursos no se trate ningún asunto que tenga relevancia local para el estudiante, pero es el pequeño precio que hay que pagar por tener acceso a una prestigiosa universidad estadounidense.

Incluso la narrativa subyacente al programa de los OER (recursos educativos de libre acceso) ha pasado sutilmente del acceso emancipatorio al acceso como apoyo a la economía del conocimiento. Esto se evidencia en la alineación de los OER y las TIC en las políticas educativas, viéndose impulsadas estas últimas por un imperativo tecnológico/económico.

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Fuente: http://www.xiskya.com

¿Qué se puede hacer frente a esta preocupante tendencia? En primer lugar, los que trabajamos en el ámbito del aprendizaje abierto y a distancia tenemos que recordar cuál es (o debería ser) nuestra misión: educar, permitir el acceso a la educación y promover el cambio social y el desarrollo económico. Nuestro uso de las TIC en la educación y el aprendizaje en línea debe tener siempre en cuenta estos principios.

En segundo lugar, debemos recordar que, a pesar del discurso sobre la globalización y la rápida difusión de la tecnología, sigue habiendo enormes diferencias en todo el mundo en cuanto al acceso físico y también “cognitivo”, como yo lo llamaría, a la tecnología. Las soluciones que podrían funcionar en Sudáfrica no son necesariamente las adecuadas para Guyana o Belice, y no debemos asumir que la mera posibilidad del acceso físico redundará en el uso eficaz de la tecnología.

Por último, es momento de que recordemos que la educación a distancia surgió como respuesta a un problema social que todavía existe: ¿cómo facilitar el acceso universal a una educación de calidad? Dejar que la prioridad pase de ser solucionar este problema de acceso a preparar para la “economía del conocimiento” puede parecer una cuestión de semántica, pero a mi juicio puede mermar nuestra capacidad para alcanzar nuestra meta de facilitar el acceso universal a la educación.

¿Qué sucede con la agenda social de la educación en línea?

Por: | 17 de marzo de 2014

Mark Bullen vive en Vancouver. Actualmente trabaja como experto en E-Learning en la Commonwealth of Learning, donde se encarga del desarrollo de políticas educativas y de desarrollo del uso apropiado de la tecnología en la educación. Anteriormente fue director de Enseñanza y Aprendizaje en el British Columbia Institute of Technology y director adjunto de Educación a Distancia en la Universidad de British Columbia.

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Fuente: http://estudiomundialupiicsa.wordpress.com

La educación a distancia moderna surgió en la década de los sesenta del siglo pasado como respuesta a la demanda de un acceso más amplio e igualitario a la enseñanza postsecundaria. A partir de la fundación de la Open University del Reino Unido en 1969, se crearon universidades abiertas en todo el mundo con la clara misión de contribuir a eliminar las barreras sociales y económicas a la educación superior, que efectivamente habían restringido el acceso a ella a las clases sociales media y alta. Esta situación era especialmente grave en los países en desarrollo, y las universidades abiertas que se crearon en países como la India, Pakistán, Sri Lanka, Indonesia y Tailandia han tenido un impacto considerable en las tasas de participación en la enseñanza postsecundaria de dichas regiones. Hasta el cambio de siglo, los temas centrales de la educación a distancia giraban básicamente en torno al acceso: intentar llegar a las poblaciones menos atendidas, ofrecer una segunda oportunidad y cubrir las necesidades de estudiantes no tradicionales, así como intentar ayudar a los países en desarrollo a ofrecer educación a muchas personas con recursos limitados. Este era el programa social de la educación a distancia. Sin embargo, con la aparición del aprendizaje en línea a finales de los noventa se produjo una erosión gradual de este programa social, que fue sustituido por un programa funcionalista y tecnológicamente determinista.

A finales de la década de los noventa, surgieron las modalidades de educación a distancia mediada por la tecnología y el uso de Internet como método para ofrecer educación se hizo cada vez más popular. Al mismo tiempo, los centros públicos de enseñanza postsecundaria fueron sometidos a incesantes presiones económicas que les obligaron a buscar alternativas menos costosas para satisfacer la creciente demanda de educación. Muchos dirigieron su atención a la educación a distancia en línea recién legitimada, que consideraron una forma de evitar la costosa construcción de nuevos edificios. Sin embargo, en lugar de utilizar la tecnología en línea para llegar al estudiante no tradicional, esta fue incorporada a la enseñanza en el campus para crear las denominadas modalidades de educación mixta o semipresencial y, más recientemente, e-learning o aprendizaje en línea. Esta modalidad de aprendizaje en línea comenzó a eclipsar los programas de educación a distancia de orientación social.

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Fuente: http://www.mansunides.org

La otra fuerza motriz del aumento del uso y de la presión para utilizar el aprendizaje en línea y, en un sentido más amplio, las TIC en la educación es la idea de que “las nuevas tecnologías están cambiando el mundo y, por lo tanto, las instituciones educativas no tienen otra opción que adoptar las tecnologías digitales, diseñadas en otros lugares y para otras finalidades, por temor a ‘quedarse atrás’”, como han dicho Selwyn y Facer.

Los temas predominantes en el discurso sobre la tecnología educativa ya no están relacionados con el acceso a la educación, sino con el imperativo tecnológico y con la necesidad de preparar a los estudiantes para el siglo XXI, para la “economía del conocimiento”. Si analizamos cualquier política pública reciente sobre el uso de las TIC en educación, veremos que este tema es de máxima prioridad. El acceso, entendido como acceso participativo, rara vez se menciona en dichas políticas.

Este cambio de discurso me llena de inquietud. En primer lugar, el problema del acceso no se ha solucionado. Continúa siendo una cuestión preocupante, sobre todo en el mundo en vías de desarrollo. A pesar de que la participación en la educación superior aumentó un 53% a escala mundial entre los años 2000 y 2007, solo una mínima proporción de este incremento se ha producido en países de rentas bajas. La participación en la educación superior en estos países experimentó un aumento marginal de entre el 5 y el 7%, según datos de la UNESCO.

En segundo lugar, este enfoque limitado en la “economía del conocimiento” pasa por alto la realidad actual de numerosas economías del mundo en desarrollo, que dependen en gran medida de los servicios, como el turismo, y de la agricultura, lo cual seguirá siendo así durante algún tiempo. Resulta ingenuo pensar que se producirá una transformación económica en todos estos países. Sí, es cierto que habrá una creciente necesidad de “profesionales del sector del conocimiento”, pero un enfoque centrado exclusivamente en una educación para la “economía del conocimiento” podría tener la consecuencia no deseada de obligar a la gente a irse de su país para buscar trabajo en otra parte, circunstancia que debilitaría aún más estas ya frágiles economías.

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Fuente: http://www.ambergristoday.com

Asimismo, pasa por alto el hecho de que muchos de estos países carecen todavía de la infraestructura básica. En Belice, por ejemplo, el 27% de los centros de enseñanza primaria no tienen electricidad y solo el 31% de los profesores de secundaria cuentan con una capacitación profesional formal, según su Ministerio de Educación. Realizar grandes inversiones en tecnologías educativas basadas en Internet no tiene mucho sentido en contextos como el descrito. Tampoco es de extrañar que el acceso a Internet sea bajo en muchos de estos países. En 2012, solo el 25% de los habitantes de Belice, por ejemplo, utilizaban Internet. Con todo, todavía más revelador es el hecho de que existan 73 países en el mundo con índices de uso de Internet incluso más bajos.

En el próximo post, incorporaremos los recientes fenómenos de los recursos educativos en abierto (OER, por sus siglas en inglés) y de los MOOC a esta reflexión sobre la agenda social de la educación en línea.

Sobre el autor

Albert Sangrà Morer

ha transitado por la docencia y la organización de los distintos niveles educativos de nuestro país, y la evolución de la tecnología le ha ido acompañando en esa travesía. Profesor e investigador de la Universitat Oberta de Catalunya, UOC, estudia cómo hacer que las tecnologías aporten un valor añadido a la educación y a sus resultados en el marco del grupo Edul@b. Es Vicepresidente de la European Foundation for Quality in E-Learning (EFQUEL), y ha escrito diversos libros y artículos sobre esta temática.

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