Túnez. Egipto. Y antes, Moldavia e Irán. Si en el pasado las grandes movilizaciones sociales tenían nombre de flores o de días del calendario, ahora a todas les cae el apodo de "revolución de internet", "de Twitter", "de Facebook", o de "las redes sociales". Cuando en el titular cabe "la primera", mejor aún, aunque ya hace dos años que un twitt de la veinteañera Natalia Morar desencadenó la gran protesta contra el gobierno comunista moldavo. También fue en 2009 cuando la foto de Neda (en realidad un frame congelado de un vídeo colgado en YouTube) sirvió de llama y símbolo dentro y fuera de las redes en la revuelta contra los ayatolas.
Pero ¿han sido de verdad Twitterrevoluciones? ¿Existe eso? La pregunta es un trending de la red y entretiene desde hace meses a los gurús. Se trata, junto a la pregunta de si internet nos está volviendo lerdos neurológicamente hablando, del debate del momento. Creo que en el fondo se encuentra la cuestión, ingenua, compleja y fascinante, de si internet sirve para cambiar el mundo. Los hay optimistas y pesimistas, los que creen que una tecnología sirve como punto de apoyo para moverlo, los que creen que las palancas siempre las tienen los que mandan y los que creen que las herramientas son una consecuencia, no una causa.
Esta vez -argumentan los que defienden el poder de cambio de la red- es distinto: en el hartazgo del pueblo tunecino han tenido que ver las revelaciones de Wikileaks, Anonymous les ha proporcionado apoyo desde todo el mundo y el gobierno Ben Ali, además de encarcelar blogueros, utilizó las redes para suplantar identidades y robar contraseñas en Gmail y Facebook de opositores. En el caso de Egipto -se dice- imaginad si ha sido importante el papel de la red que por primera vez un gobierno ha usado el botón de apagar internet, ese que Estados Unidos está pensando instalar. Ha sido fascinante, explican, el papel de Al-Jazeera, cuya emisión en inglés por internet ha mantenido informados también a los occidentales.
Para entender la evolución del debate hay que echar la vista atrás y fijarse en los gurús de internet. La pelea entre Clay Shirky y Evgeny Morozov es clave porque representa la evolución dos posturas enfrentadas. Shirky es un celebérrimo profesor, autor de la biblia del social media "Here comes Everybody" y defensor del poder de cambio a través de la colaboración que posee internet. Morozov es un investigador bielorruso que últimamente se ha convertido en el máximo exponente del tecno-escepticismo. A finales de 2009 Morozov publicó en la revista Prospect el artículo "Cómo los dictadores nos vigilan en la web", donde defendía la tesis de que la potencia de las redes es mejor aprovechada por los malos que por los ciberdisidentes y ya de paso llamaba a Shirky "el mayor responsable de la confusión intelectual sobre el papel de internet". Shirky le contestó en esa misma revista que no, que internet era bueno para la democracia. Morozov le volvió a responder a cuento de Irán. Shirky volvió a la carga defendiendo que la revuelta iraní había sido conformada por los medios sociales. La pelea aún colea, porque el moldavo acaba de publicar un libro llamado "The Net Delusion" donde desmonta la visión ciber-utópica de la Twitter-revuelta iraní, argumentando que dar por hecho el carácter democrático de la red es contraproducente. Que los regímenes autoritarios utilizan las redes conscientemente como un circo barato con el que tener entretenido al pueblo, una excepcional herramienta de propaganda y una gran forma de mantener identificados a los disidentes y la relación entre ellos.
Tras Túnez, el debate volvió a plantearse en los blogs anglosajones como bien explica GigaOm y estos dos han vuelto a lo suyo. Que si nadie dice que los medios sociales sirvan por sí mismos para cabrear a la gente (Shirky). Que si la gran pregunta es si se hubiera producido la revuelta sin Twitter y Facebook (Morozov).
Otro flanco del debate es el abierto en septiembre del año pasado por el sociólogo escritor y super-gurú Malcom Gladswell, que publicó un artículo en The New Yorker titulado "Small Change: Why the revolution will not be tweeted" contestado por todo internet. En él también da cera a Shirky, diciendo que sí, que gracias a internet se pueden hacer muchas cosas. Pero que la estructura de las redes sociales favorece los lazos débiles, un tipo de lazos muy útiles por ejemplo para la circulación de información. Sin embargo, dice, el activismo es una cosa de lazos fuertes, cercanos y articulados. O sea, que uno no sale a tirar cócteles molotov por el tweet del amigo del amigo de uno que conoce por internet. Por si alguien quiere seguir esta pista, el guante de Gladswell lo recogieron entre otros The Guardian o The New York Times.
Y para complicar aún más la cosa Gladswell y Shirky se han enredado entre sí este mes en Foreign Affairs. Uno le dice al otro que no ha demostrado que los medios sociales fueran cruciales en las últimas protestas: "sólo porque sucedan innovaciones en las tecnologías de la comunicación no significa que estas importen". El otro le responde que sí lo son y que han cambiado la forma de coordinarse en la esfera pública. Entre otros pone como ejemplo los SMS pro Zapatero de 2004, el famoso "pásalo".
Supongo que en el fondo se trata de la misma pregunta que nos planteábamos aquí hace muy poco tras la proliferación de la palabra ciberguerra en los titulares a cuento de Anonymous y Wikileaks. Las guerras de hoy utilizan la tecnología como un arma más, enviando virus informáticos a paralizar centrales eléctricas, pero las guerras siguen siendo guerras, con su sangre y sus soldados y sus países. Las revoluciones de hoy utilizan Twitter y Facebook pero el tipo se lo sigue jugando la gente en la calle. Me atrae la forma de explicarlo del digital francés Owni hace unos días: "Algunos quieren hacernos creer que lo que pasa en Túnez es una revolución de Twitter y Wikileaks. Ese análisis no es sólo insultante para el formidable coraje de los jóvenes tunecinos y de sus mártires. Traduce una época donde el tiempo se reduce y el peso de la historia y de las dinámicas sociales son sistemáticamente borrados".
Después de varios días navegando entre artículos de gurús, siento la tentación de simplificar (como dice Ramón Lobo) y asumir la teoría ciberescéptica que dice que lo único que han cambiado son los canales de comunicación, y que igual que la Revolución Francesa no fue la revolución de la imprenta, las que vemos estos días en los países árabes no son las revoluciones de Twitter. Y que si lo son, lo importante es la revolución, no el medio por el que se consigan. Pero entonces llego a la opinión de mi gurú favorito, el español Manuel Castells, catedrático de Berkeley, que llama en La Vanguardia a la de Túnez "Wikirevolución del jazmín". Y no porque las revelaciones de Assange hayan incendiado las calles, sino porque la estructura social de la revuelta, distribuida y sin centro, le recuerda a un Wiki. Dice también una gran verdad: que las revoluciones son cosa de jóvenes, y los jóvenes usan las redes. "La conexión entre juventud y la cultura de internet está en la raíz del nuevo poder popular: en Túnez, como en muchos países musulmanes, la mitad de la población tiene menos de 25 años".
Y añade: "Obviamente, no es la comunicación la que origina la revuelta. Esta tiene causas profundas en la miseria y la exclusión social de buena parte de la población, en la pantomima de democracia, en el oscurantismo informativo, en el encarcelamiento y tortura de miles de personas, en la transformación de todo un país en la finca de las familias Ben Ali y Trabelsi con el beneplácito de EE.UU., los países europeos y las dictaduras árabes. Pero sin esa nueva forma de comunicación la revolución tunecina no hubiera tenido las mismas características: su espontaneidad, la ausencia de líderes, el protagonismo de estudiantes y profesionales, junto con los políticos de la oposición y los sindicatos jugando un papel de apoyo cuando estaba el proceso en marcha".