Victoria me lo dejaba claro esta mañana en la acampada de Valencia: “yo soy empresaria desde los 23, tengo 31”. Tiene un estudio de diseño. Por eso, dice, para demostrar que todo tipo de gente se está acercando hasta la plaza del Ayuntamiento, ha creado con unos colegas Reflexionando.org. Me enseña la web desde un Mac conectado a una toma eléctrica que les ha prestado uno de los quioscos de flores del centro de la ciudad. Se trata de un proyecto fotográfico que retrata a todo aquel que desea posar en el improvisado estudio, un lienzo blanco colgado en un costado del quiosco. La idea se les ocurrió anoche. Al mediodía de hoy la web estaba montada y más de 300 personas habían sido retratadas por Tania y Xaume, fotógrafos de prensa. Todos ellos, más Sonia, interiorista, comparten un espacio de coworking, SN4. Durante la asamblea de ayer decidieron hacer algo para la jornada de reflexión.
(El equipo de Reflexionando.org)
Y, como tantos otros decidieron en esta revolución tan ordenada, la decisión implicaba trabajar. Rápido, bien. Una de las cosas que más ha sorprendido de las protestas españolas a todos los que se pasaban por las plazas era la eficiencia con la que se han organizado pequeñas ciudades con todo tipo de servicios. Cada uno va allí y hace lo que mejor sabe hacer. Quizá es porque si la revolución es contra la opresión masculina, quemas el sujetador; si es contra la opresión religiosa, quemas la iglesia, y si es contra un sistema que no te deja trabajar y frustra tus talentos, curras hasta quemarte, literamente, por el sol primaveral. Lo sé: es una revolución de lo más raro.
La red wifi que alimenta el portátil de Victoria viene del “barco pirata”, una especie de bungalow hecho de cartones y coronado por una sombrilla que reparte ancho de banda a toda la plaza. Desde allí se actualizan las páginas y cuentas en las redes de la acampada. El barco lo han ayudado a montar Juan, Vicent y José Vicente, que tienen veintimuypocos y estudian Telecomunicaciones en la Universidad Politécnica de Valencia. “Hace 22 horas estaba clavando un palo a un cubo”, me cuenta José Vicente, que lleva desde entonces sin dormir y señalando, efectivamente, el palo clavado en un cubo que hace de antena… y de mástil de la nave pirata. Lo de pirata es una licencia romántica. Tienen permiso para usar la red, que se la ha cedido un hotel de una calle adyacente. Aprovecharon que una de las habitaciones estaba siendo pintada para instalar en ella una antena que lanzara la señal hasta el barco. “Podíamos robar wifis, pero decidimos no hacerlo. Es más interesante que la gente colabore”.
(La tripulación del barco pirata que reparte wifi a la acampada de Valencia)
Además de la red, en el último día han montado un canal que emite en directo las asambleas a través de Megalive, una división de Megavídeo. Fue lo más visto anoche en esa web, y de hecho la emisión quedó colapsada de éxito. Una televisión sin televisión. Tiene bastante mérito teniendo en cuenta que la electricidad viene de baterías y que tienen que dejar de emitir cuando se agotan las reservas de energía de un portatil para pasarse a otro. José Vicente lleva pegado en su camiseta un recorte del Google Map donde la gente va apuntando cada nueva acampada que surge en el mundo.
Como los chicos de Teleco, Kelsang también es muy joven y estudia en la universidad de Valencia. Tiene 20 años, está en segundo de periodismo y atiende a la prensa con profesionalidad. Vino el miércoles con amigos de la carrera; los demás se fueron, él se quedó. Se puso a hablar, a tomar decisiones, a trabajar y de pronto, dice, descubrió que era el organizador. En este juego, a diferencia del mundo real, las posibilidades están abiertas y las horas pasan veloces. “Me he sentido más periodista en dos días que en lo que llevo de carrera”, cuenta. Le pregunto por qué en otras asambleas a veces se trata a la prensa con reticencia. Él dice que atiende y atenderá a todo el mundo. Que si los medios quieren manipular, lo harán. Es lógico, pienso, porque los medios son buena parte del sistema contra el que se protesta. Pero también pienso en la asamblea de Sol, donde llevan toda la semana metidos muchos de mis amigos periodistas en cuanto terminan su jornada. En realidad, las asambleas están llenas de periodistas, una profesión especialmente precaria, y en Sol se ha montado una asamblea de Periodismo Real Ya. La división entre lo que hacen los medios y lo que piensan sus trabajadores es cada vez más grande y evidente.
Un grupete coloca en vertical al lado de una pancarta la portada de El País, que lleva hoy la imagen que un fotógrafo aficionado capturó en el momento justo en el que unos indignados cambiaban el nombre de la plaza del Ayuntamiento por el de Plaza del Quince de Mayo. Ayer la destacaba en este blog sin saber que iba a ser portada porque se estaba convirtiendo en un viral y la gente no paraba de compartirla. Me dicen en el periódico que encontraron la imagen porque alguien la retuiteó en Twitter, la vieron en Flickr y localizaron al autor en Facebook. La compra se cerró por teléfono. Una cadena de casualidades y oportunidades impensable hace unos años.
Las botellas de agua y los botes de crema solar del Mercadona ciculan de mano en mano. Periodistas, telecos, fotógrafos y diseñadores intentan hacer su trabajo, comunicar. De otra forma, en otro sitio.