Las exportaciones agrarias y de las empresas alimentarias constituyen una salida indispensable para el mantenimiento de las producciones agrarias y del sector de la industria. Aunque en algunas producciones como leche, derivados, quesos, maíz, soja, algunas conservas vegetales chinas o peruanas somos un territorio invadido, en otras dependemos de vender en el exterior. De una producción de 17 millones de toneladas de frutas y hortalizas, se exportan once millones de toneladas. España exporta el 35% de la producción de porcino y despojos, el 18% de vacuno, el 9% en avicultura. De una producción media de casi 40 millones de hectolitros de vino, en la campaña anterior se exportaron 22,4 millones de hectolitros frente a los 10 millones que se exportaban hace una década. En el aceite de oliva, de unas producciones medias de 1,4 millones de toneladas, en la campaña anterior se exportaron 875.000 toneladas, una cifra equivalente a lo que era hace unos años la cosecha, mientras el consumo de aceite de oliva en el mercado interior se halla estancado y no pasa de los 10 litros por persona y año. En los últimos tiempos, con la crisis instalada en la actividad económica, el sector agrario y la industria alimentaria han sido unos de los pocos que ha seguido tirando hacia fuera con unas ventas en permanente crecimiento en una media anual del 10% hasta los 22.078 millones de euros en 2012 desde la industria alimentaria y otros más de 10.000 millones solo de frutas y hortalizas frescas. Unas cifras agradecidas desde la política.
Pero, nadie mejor que los protagonistas de ambos sectores saben de los esfuerzos necesarios para mantener y aumentar esos niveles de ventas frente a la competencia de otros países comunitarios en sus propios mercados y, sobre todo, en terceros países, ante la oferta de productos baratos que los invaden bajo el empuje de economías emergentes,de los grandes grupos mundiales de la distribución instalados en vender el producto más barato, o las barreras proteccionistas creadas bajo argumentos sanitarios para la defensa de sus producciones. Se trata de una situación compleja de la que hoy son conscientes los responsables de Agricultura desde donde, la próxima semana, se presentarán las líneas estratégicas para la internacionalización del sector agroalimentario por las que se pretende actuar en cuatro aspectos claves para seguir avanzando con unas bases más sólidas: En casa, lograr una mayor coordinación de todas la Administraciones implicadas en esos procesos, con las empresas o sus agrupación para lograr la máxima eficacia. Un segundo aspecto es poner a disposición de las empresas la máxima información. El tercer pivote sería el apoyo a las empresas para implantarse fuera y, finalmente, colaborar para la apertura de nuevos mercados.
A pesar de esa mayor competencia y de las dificultades internas y externas, el sector agrario y la industria alimentaria pueden sacar pecho porque han seguido consolidando viejos mercados en el marco comunitario y abriendo otros en terceros países; porque la tasa de exportación de la industria sobre sus producciones se acerca ya al 30%, porcentaje que se supera en algunas de las producciones agrícolas; porque la tasa de crecimiento anual en la industria supera en los últimos años la media del 10% o por sus esfuerzos en materia de logística y en la apertura de nuevos nichos de ventas vía la innovación y la calidad. Pero por debajo de esos datos, de ese avance tan fuerte y, en algunos casos, hasta espectacular de las ventas, el desarrollo de las exportaciones tiene sus lagunas, sobre todo, algo que se manifiesta muy especialmente en dos de los productos que hasta la fecha han sido unas de las principales banderas de cara a esos mercados exteriores, el aceite y del vino.
En aceite de oliva, las exportaciones han experimentado un crecimiento espectacular hasta esa cifra record de 875.000 toneladas en 2012, aunque casi la mitad sean de graneles para los italianos. Desde la interprofesional del aceite de oliva y, en medios oficiales, se sacaba pecho asociando ese aumento con el desarrollo de las campañas de promoción con elevadas inversiones costeadas en su mayor parte por el propio sector. Sin embargo, ha bastado una campaña con precios ligeramente al alza, tampoco para salirse, para que esas ventas hayan caído en lo que va de campaña más del 30% .Y, es una pena que la venta de un producto donde su calidad, sus valores alimentarios y de salud deberían ser el motor de sus ventas, se hunda simplemente por una subida discreta de los precios frente a unas cotizaciones anteriores de saldo. Algo no funciona y lleva tiempo avanzar por el camino de que se reconozca el aceite por su calidad más que por el precio. Aunque, mal se puede vender hacia el exterior la imagen de un producto de alta calidad y a un precio elevado, cuando esos millones de turistas ven el producto en el mercado interior casi permanentemente a precios tirados de oferta.
Una situación similar ha pasado con la exportación de vino, aunque aquí sí funciona otro mercado caro para los vinos de calidad. Las ventas en el exterior llegaron en 2012 a la cifra récord de 22,4 millones de hectolitros, más de la mitad den graneles baratos, sin denominación de origen, frente a unas producciones medias de casi 40 millones de hectolitros. Ha bastado igualmente una campaña corta y una subida de los precios para que esas ventas cayeran el pasado año a poco más de 20 millones de hectolitros y que, en lo que va de año hayan descendido ya otro 20%.
En conjunto, funciona el mercado exterior en volumen, pero con un soporte excesivo en los precios. Exportar es una salida indispensable para la actividad de las industrias y del sector agrario. Pero la marca España agroalimentaria no puede basarse en los precios de oferta.
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