Ministerio de Agricultura y las Comunidades Autónomas acaban de dar luz verde en la Conferencia Sectorial a la aplicación efectiva de la reforma de la Política Agrícola Común que, en principio, estará en vigor hasta 2020. Tas su aprobación en junio del pasado año, quedaba por saber lo más importante, cómo sería su aplicación, a la vista del margen de flexibilidad que se dejaba a cada Estado miembro para la distribución de sus recursos. Esas incógnitas ya se despejaron inicialmente y de manera general en la Conferencia Sectorial celebrada el pasado mes de junio y se acaban de concretar hace unas fechas, salvo en la división del territorio en regiones donde debe existir una cierta convergencia de las ayudas.
En relación con esta reforma, se puede señalar, en primer lugar y, en la parte positiva, que España no salió mal parada globalmente si se considera que se ha mantenido el volumen de fondos del periodo anterior, 35.700 millones de euros para ayudas directas, y más de 8.000 para desarrollo rural. Estas cifras no contemplan el efecto de la inflación para este periodo, pero se debe hablar de un logro importante el conseguido por Arias Cañete dado el escenario económico de ajustes y además, teniendo en cuenta que en los pagos comunitarios directos Bruselas nunca hizo una revisión anual de los mismos por ese mismo motivo.
A partir de este dato positivo, se puede decir que la reforma de la PAC ha sido una ocasión perdida para llevar a cabo más cambios necesarios en la distribución de los recursos dando por buena la aplicada en base a los derechos históricos. La aplicación de la reforma ha estado dominada más por la filosofía de la estabilidad territorial, que por lograr un mayor equilibrio en la distribución de los fondos con la mirada puesta en los profesionales y en quienes dedican su tiempo y arriesgan su dinero a esa actividad. Con esa estabilidad como objetivo, el ministro y todo el equipo de Agricultura habían insistido hasta la saciedad sobre la necesidad de que la misma no supusiera un trasvase de fondos entre territorios, superficies, cultivos y explotaciones, pero ha sido igualmente una posición defendida con uñas y dientes por cada una de las Comunidades Autónomas donde el triunfo para sus gobiernos era mantener los mismos niveles de ayudas.”Reforma sí, pero a mí que no me quiten ni un euro”. Es lo que ha sucedido con un acuerdo donde sólo se ha producido una oscilación al alza o a la baja del 0,67% entre lo que recibía en el pasado y percibirá en el futuro, por lo que alguna organización agraria hablaba de una reforma hecha más desde las posiciones y los intereses de las Comunidades Autónomas que desde los intereses de los profesionales.
Con la aplicación de esta reforma se vendría a dar por hecho, a confirmar, que la distribución de los pagos por derechos históricos, el modelo aplicado hasta la fecha, era el sistema más justo para todos. Ello ha supuesto que los sectores y las producciones que recibían las mayores ayudas las van a seguir recibiendo y los que no estaba apuntados a ese modelo de pagos históricos, se quedan fuera sólo con unos mínimos ajustes. Hay además casos significativos donde la aplicación de las ayudas en base a los derechos históricos es aún más sorprendente al estar una parte de la producción con ayudas y otra sin ellas. En el viñedo, tiene ayuda quien en su día entregó producción para la quema en destilación y no las tiene quien comercializó sus vinos en los mercados. Algo similar sucede en los cítricos. Quienes hicieron entregas a la industria tiene derecho a cobros y se quedan fuera quienes operaron con sus producciones en los mercados. En otras palabras, sin generalizar, premio a quien acudió a la transformación o industrialización y castigo al que luchó por vender la producción directamente.
Un segundo aspecto clave en la reforma a partir de esa estabilidad en la distribución, ha sido la asignación los recursos a partir de las definiciones de actividad agraria y agricultor activo. En principio, la definición de actividad agraria parece suficiente para excluir de la misma en los pagos a las superficies sobre las que no haya actividad, agrícolas o ganaderas, siempre que funcionen los necesarios controles. En lo que afecta a la definición de los activos como personas físicas o jurídicas con derecho recibir los pagos, las exigencias se han quedado cortas, y mucho más habría sido si, a última hora no se aumenta del 10% al 20% el porcentaje de ingresos por la actividad, tras la posición de las organizaciones agrarias. Será activo quien en sus ingresos en la explotación obtenga sólo hasta un 80% de ayudas y al menos el 20% sea consecuencia de la actividad productiva .Es corto ese 20% y el mismo, obviamente, no parece pensado para explotaciones de secano con bajas ayudas, sino para determinados cultivos en regadío con ayudas muy altas en base a los derechos históricos y desligadas de la producción. La reforma ha sido una ocasión perdida para enmendar muchas injusticias y para lograr una mayor concentración de ayudas en manos de profesionales, lo hagan labrando directamente la tierra o que dediquen, inviertan y se jueguen los cuartos en el sector. Con esta reforma, dice Agricultura, se van a excluir a poco más de 70.000 perceptores que no llegaban a ese 20% de ingresos por la actividad frente a más del 80% en el volumen de las ayudas, una quita de unos 550 millones. Con la reforma se eliminarán también a unos 100.000 perceptores que reciban 100 euros en 2015, 200 en 2016 y 300 en 2007, aunque se deja la puerta abierta para seguir cobrando esos fondos si en este tiempo desarrollan una política de integración a efectos de las solicitudes. Sin embargo, no se abordó el mecanismo para ajustar la cifra actual de 900.000 perceptores a menos de la mitad para lo cual habría sido necesario poner sobre la mesa una cuestión delicada, pero muy importante como las ayudas a los jubilados, apoyos en muchos casos indipensables para la supervivencia dada la baja cuantía de sus pensiones, en el marco de un del relevo generacional.
Finalmente, hay otro debate clave como es el proceso de despoblamiento del medio. Obviamente se trata de una cuestión que se enmarcaría en los programas de desarrollo rural. Pero, no habría estado de más que, a la hora de definir agricultores activos se hubiera tenido también en cuenta, como un plus muy importante, a quienes viven y sufren día a día el medio rural donde son la pieza clave para el sostenimiento de pueblos, patrimonios y territorios, desde la biodiversidad a la seguridad, a falta de los cuarteles de la Guardia Civil.