A partir del próximo uno de enero, según un real decreto de Agricultura, se prohibirá del uso de envases rellenables para su utilización directa por el cliente en la hostelería y la restauración y se exigirá además que figure en el envase el tipo de producto que contiene. Con ello, los consumidores sabremos cuál es el aceite de oliva que se nos ofrece, frente a la situación actual donde, no se puede hablar directamente de fraude al no estar identificado con una etiqueta el contenido, pero donde en la botella o la vinagrera uno se podía encontrar cualquier tipo de aceite de oliva, solo, mezclado o de girasol.
Han tardado mucho tiempo las Administraciones habidas en Agricultura para clarificar este tipo de oferta donde el producto que se podría encontrar en el envase era una caja de sorpresas, generalmente no para bien. Los actuales responsables de Agricultura, a instancias del sector, se han tomado un tiempo hasta adoptar esta decisión tras dar una primera batalla en Bruselas para que esta misma exigencia se cumpliera en todos los países comunitarios. Bruselas, siguiendo las posiciones de los países del norte, rechazó en su día esa petición olvidando que, al margen de que fuera una propuesta que interesaba más a los países del sur, en el fondo era medida en la lucha contra el fraude, una de las banderas de la Comisión en otro tipo de productos. No obstante, al margen de la UE, cada país tenía la posibilidad de adoptar esa decisión por su cuenta, que es lo que ha hecho finalmente la Administración española.
No se puede decir que esta decisión de Agricultura vaya a suponer un gran aumento en una demanda de aceite de oliva en España, prácticamente estabilizada e incluso a la baja en unas 550.000 toneladas frente a producciones medias de 1,3 millones de toneladas. Tampoco se puede decir que sea una medida que vaya a encarecer el coste de una tostada, el sector aceitero habla de tres céntimos de euro o de seis en una ensalada. El sector de la restauración que ahora recela, asumió la prohibición de la venta de alcohol de garrafa y parece normal que un consumidor sepa qué tipo de aceite consume cuando riega una tostada o la ensalada. Sin embargo, se puede decir que se trata de una medida importante que va mucho más allá de los números si consideramos lo que ello puede suponer de información y de imagen, no solo ante el consumidor español, sino para los millones de turistas en el objetivo de crear una nueva cultura sobre el aceite de oliva.
En España, a pesar de ser por goleada el primer país productor de aceite de oliva del mundo, ha faltado una cultura del aceite, salvo en las zonas más olivareras. Se ha considerado además históricamente al aceite como ese producto relegado, que, por haber mucho, debía ser barato y de ello se sigue ocupando todavía la gran distribución cuando lo utiliza como producto reclamo. No se han sabido vender todas las bondades y cualidades del producto, tanto desde la perspectiva alimentaria como de la salud. Han tenido que ser otros países, muy especialmente Estados Unidos, quienes reconocieran y airearan las virtudes del aceite de oliva, que algunos investigadores españoles publicaran sus trabajos en otros países y otros también en España, para que poco a poco se comenzara a dar valor a un producto cuya trayectoria en los mercados habría sido, sin duda, muy diferente, si su producción se ubicara en otros países.
El aceite de oliva, como el de los vinos, es todo un mundo de matices pero, a diferencia de los vinos donde, para muchos, saber tomar y agitar la copa, manejar cinco conceptos se ve como un signo de modernidad, de ir por delante, en los aceites está casi todo por andar. La exigencia de envases no rellenables, junto con las campañas de información sobre cada tipo de aceite impulsadas en este momento desde la interprofesional del sector, que actualmente dispone de unos ocho millones de euros anualmente aportados por olivareros e industriales, son unos pasos adelante que deberían ser el colofón de los trabajos en la misma dirección desarrollados en los años precedentes en campañas que se han repetido durante varias décadas con fondos españoles y comunitarios.
Aunque por las superficies y el volumen de las producciones se habla fundamentalmente de cuatro variedades, la picual, especialmente cultivada en Jaén, la cornicabra en la zona centro, ambas, simplificando al máximo, de sabor potente y la arbequina, extendida desde Cataluña a todo el territorio y la hojiblanca, en Andalucía, de sabores más suaves y afrutados, la realidad es que hay otras muchas variedades con sus cualidades específicas que ofrecen al consumidor un mundo interminable de sabores y sensaciones. Una nueva cultura que supondría pasar de “usar” aceite, a disfrutar de los aceites de oliva. Y, de entrada, como punto de partida, simplemente convencer a una buena parte de los consumidores que un aceite virgen extra para disfrutar en crudo, no es un producto caro a poco más de tres euros litro frente a otros productos básicos en la cesta de la compra. Saborear un buen aceite en una botella rellenable puede ser una vía para apoyar el aumento de la demanda, pero sobre todo, para divulgar el aceite; y en este objetivo, no sería una mala vía potenciar el desarrollo de acuerdos de colaboración con la restauración.