Asistimos al bombeo de la Selección española desde medios de información, bares, partidos políticos, vecinos en su balcón y compañías que se suben al carro de vender patriotismo. Todos unidos con la Selección, aventuran en titulares. Bebemos cócteles llamados “La Roja”, comemos colores nacionales, nos regalan camisetas “de tu Selección”. “Es un orgullo un día más sentirte español con esta Selección que es la envidia de todo el mundo”, dijo Miguel Cardenal, el comisario superior de deportes. Pero, ¿el fútbol es simplemente un mundo de shorts, héroes, novias modelos, figurines de anuncio publicitario y orgullo patrio?
El fútbol tiene un largo historial de instrumentalización política. Desde Giorgio Vaccario, antiguo presidente de la Federación Italiana de Fútbol, que dijo en 1934: “la última meta del acontecimiento [el Mundial, que se celebró en Italia] es demostrar al universo el ideal del fascismo en el deporte”; pasando por Joseph Goebbels, ministro de propaganda del III Reich, para el que “ganar un partido internacional es más importante para la gente que capturar una ciudad”. Sin olvidar la liturgia política que el franquismo imponía antes de cada partido de liga con el Cara al sol y el Viva Franco. Hoy se discute acaloradamente sobre vetar los pitidos al nacionalismo español y al Rey, dos de los grandes pilares de lo atado y bien atado, mientras los políticos asisten a los partidos como si su presencia no fuera significativa. Que Rajoy fuera a ver el España-Italia el día después de haber rogado por unos manguitos comunitarios que le mantengan con la cabeza fuera del fango de la deuda, es solo un ejemplo de cómo el mundo de la alta política se apropia de la españolidad de las masas futboleras para legitimarse.
Pero vayamos a lo práctico. La mayoría de los sueldos multimillonarios de los futbolistas tienen la mínima retención del IRPF: el 24%. Esto se debe a que la derogada Ley Beckham (que viró para imponer un porcentaje más alto sólo a los contratos que superen los 600.000 euros anuales) todavía está vigente para los contratos realizados antes del 2010. Es decir: casi todos, incluyendo al tercer jugador que más gana del mundo, Cristiano Ronaldo, con 29’2 millones de euros/año; o algunos de los figurines de la Selección, como Iker Casillas, que en 2008 renovó su contrato hasta el 2017. A ello se une la facilidad para declarar en otros países o en el creciente negocio de las sociedades de inversión especiales (SICAV), donde casi no se les gravan los ingresos.
Estos privilegios fiscales coinciden en un momento en el que desde las Agencias Tributarias repiten por activa y por pasiva que los impuestos los pagamos todas. Al mismo tiempo, se aprueba otra amnistía fiscal para los defraudadores. ¡Basta ya! No tratemos como héroes a los chicos de la camiseta nacional. Por cierto, en el art. 31.1 de la Constitución de 1978 leemos: “todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo, inspirado en los principios de igualdad y progresividad”. ¿Qué sentido tienen entonces las declaraciones del mencionado Miguel Cardenal cuando dice que los jugadores de la Selección española “ya han ganado esta Eurocopa moralmente” por “llevar la satisfacción a un país que lo está pasando mal”? ¿De qué tipo de moral hablamos?
No es que clubes y jugadores de fútbol sean los que promulgaron una ley para atraer a las grandes fortunas, pero se aprovechan de ello. Si la Liga española es de las más punteras del mundo, hay que vincularlo no sólo al éxito de nuestros futbolistas, sino al alto grado de corrupción y las ayudas políticas. Sin ir más lejos, es paradigmática la relación ruinosa de los últimos gobiernos de la Comunitat Valenciana, el Valencia C.F. y la desaparecida Bancaja.
Nace una sensación de estupidez cuando nos damos cuenta de que la afición se deja los ganglios animando a quienes tienen sueldos multimillonarios y eluden los impuestos, por la simple razón de tener el poder de crear ese sentimiento visceral, patriótico y tan manejable políticamente. La Selección ondea la bandera de un país al que no contribuyen de “forma justa, igualitaria ni progresiva”. Y, pese a ello, siguen siendo Los Héroes. Si la Selección gana, no saldremos a celebrar los 300.000 euros que cada jugador se llevará. El fútbol no es un remanso de alegría aséptico y apolítico. Ni los jugadores son héroes que nos representan, ni el mundo de la política institucional merece apropiarse de esa heroicidad.
Fotografía: Milton Font