Los comentarios machistas han ido, como era de esperar, reafirmándose en los discursos políticos más retrógrados desde que ya hace unos años el actual Ministro de Agricultura, Arias Cañete, afirmara que “el regadío hay que utilizarlo como a las mujeres, con mucho cuidado, que le pueden perder a uno”. Una escucha y piensa: ¿habrán visto estos señores Mad Men y se han creído que, en lugar de ser un reflejo del machismo de finales de los 50, se ha vuelto a poner de moda (¿o siempre lo ha sido?) eso de juntarse con los amigotes a beber whisky y hablar de trabajo mientras comentan cómo es el culo de las mujeres que les rodean? O eso, o creen que la igualdad es que Ana Botella frivolice sobre el aborto diciendo que es “triturar niños de siete meses” y luego publique un libro de cuentos donde vierte sus ideas sobre ello. Y todo ello sin vomitar.
A medida que la protesta social se ha ido intensificando, los comentarios se han hecho más sofisticados. Ahora pretenden apropiarse de los conceptos que intentan contradecir. Así, según el Ministro de Justicia, el aborto es producto de la violencia estructural, esa que los estudios feministas definen como la perpetrada por el entramado social e institucional. Dan ganas de recitarle, en el mejor de los casos: Violencia estructural/ ERES TÚ.
Y va a más. El juego de pervertir los conceptos les ha gustado. La retórica política se ha llenado de grandes novedades consistentes en que las palabras no defiendan aquello que prometen. La libertad es la privación del derecho a elegir sobre tu propio cuerpo; la autenticidad como mujer se basa en que cumplas tu determinación a ser madre y, ahora, la igualdad es segregar por razón de sexo. Entonces nos viene Wert(güenza), el ex respetable tertuliano de Intereconomía, con que el Tribunal Supremo se equivoca, y que la educación basada en el sexismo en realidad no discrimina. Menos mal que ellos eran los que siempre aceptaban las decisiones judiciales, "máxime" cuando provenían del Tribunal Supremo. O eso decían, por ejemplo, cuando el Supremo inhabilitó a Baltasar Garzón.
El argumento principal con el que Wert y los colegios sexistas defienden esta postura es el siguiente: hay que adaptarse a los diferentes rumbos de aprendizaje de cada sexo, ya que entre hombres y mujeres existen diferencias cognitivas probadas por estudios científicos que diferencian ambos cerebros. Esto, según ellos, es la prueba de que a) las mujeres somos buenas con el macramé y b) los hombres tienen más capacidad para las matemáticas.
Aparte de la politización que se hace de los textos científicos, cabe también cuestionar la presunta inocencia de dichos estudios. ¿Por qué la prioridad es probar científicamente que los cerebros de H y M son distintos y no lo es investigar sus semejanzas? ¿Por qué se parte de la hipótesis de que existen tales diferencias entre hombres y mujeres, si hay numerosos estudios que arguyen que los sexos son una creación cultural? Más claro aún: puedes intentar probar una teoría basada en valores positivos, o puedes partir de una hipótesis machista y discriminatoria forjada en una sociedad patriarcal. Los estudios que prueban la inferioridad del cerebro de las mujeres (sí, porque ya sabemos a dónde lleva eso de “se os da bien por naturaleza cuidar del hogar”) no son novedosos. Solo se limitan a defender con un nuevo discurso los estereotipos de género. Esto lo dicen feministas como la bióloga Anne Fausto Sterling y también revistas científicas de gran prestigio como Science, que en su artículo “La seudociencia de la escolarización por sexos”, concluye que los estudios sobre diferencias cerebrales entre sexos no justifican una educación por sexos, y su instrumentalización política lleva a solidificar los prejuicios existentes.
Qué casualidad que antes de que se utilizaran estos estudios para justificar la educación sexista, la ley franquista ya obligara a los colegios –todos diferenciados– a que incluyeran, en el caso de las niñas, la materia de Hogar (porque si son buenas con el macramé, hay que potenciar su habilidad). Qué casualidad también que casi la totalidad de los 150 colegios sexistas de España estén vinculados a la Iglesia Católica, esa a la que le importa un pepino si es científico o no decir que “la escuela mixta promueve la promiscuidad y la igualdad”.
¿No será que la educación diferenciada intenta disfrazar con un discurso pseudocientífico prejuicios sociales y morales, al igual que en el gobierno existen jerarcas católicos disfrazados de Ministros que quieren seguir subvencionando la educación sexista? A lo mejor lo que a Wert (y a Gallardón, y a Cañete), y a los defensores de las escuelas sexistas les gustaría, es institucionalizar que “la mujer sea mujer” mientras que el hombre decide todo lo demás, tal y como dijo Aznar y defiende hoy (tanto como ayer) la Iglesia Católica. Que no lo llamen ciencia, ni igualdad ni libertad: llámenlo prejuicio, esencialismo, conservadurismo y utilización de las estructuras del Estado para conservar un sistema retrógrado y patriarcal. Llámenlo machismo institucionalizado.
Collage: Barbara Kruger
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