Si Rush Limbaugh no fuera Rush Limbaugh, tendríamos que reconocerle potencial de buen tuitero. He aquí un hombre que decide sumarse a Twitter cuando casi todo el mundo quiere que se calle, una personalidad pública que sabe que cada vez que abre la boca tiende a enfadar a alguien y que, aún así, a sus 61 años no quiere que nadie tuitee por él.
Pero no nos engañemos: Rush Limbaugh es Rush Limbaugh. Uno de los miembros más histriónicos del panorama radiofónico ultraconservador de Estados Unidos. Uno de los máximos exponentes de esa teoría de que, en la zootecnia de desquiciantes republicanos ortodoxos, es más efectivo provocar a los demócratas que adoctrinar a los propios. El miembro más veterano de la estirpe de Bill O'Reilly y Glenn Beck (el que organizó una multitudinaria manifestación ultraconservadora en Washington DC en verano de 2010 solo para vender uno de sus incoados ensayos políticos). Un hombre que se dedica a llamar a Hillary Clinton "sex-cretaria de Estado" y a Obama, "negro mágico" en público; un hombre que, cuando no habló bien de Mitt Romney en noviembre de 2011, creó titulares que decían "Mitt Romney tiene un problema llamado Rush Limbaugh"; el considerado ideólogo encubierto del impeachment al que casi se somete a Bill Clinton en 1995 cuando lo de Monica Lewinski. Es, en definitiva, un pornógrafo ideológico que sabe muy bien cómo masajear el punto G ultraconservador.
Limbaugh pasa, pues, por ser una figura polémica. En enero de 2011, poco después del tiroteo en Tucson (Arizona) que llevó a la representante Gabrielle Giffords al coma, fue la comidilla de las redes sociales por anunciarse en pancartas por carreteras de todo el país con una imagen en la que se veían impactos de bala y el eslógan "Rush Limbaugh tira a dar". Su propia emisora retiró la campaña para dejar de producir trending topics.
Pero nunca había estado tan en el ojo del huracán como últimamente. A principios de marzo, llamó en su programa "zorra" y "prostituta" a una estudiante de derecho de la universidad de Georgetown llamada Sandra Fluke por estar de acuerdo con la política abortista de Obama. Mediáticamente hablando, fue la gota que colmó en vaso. Por mucho que el agravio fuera pecata minuta en su descabellado libro de estilo, ha provocoado que se ponga de moda odiarlo. Al igual que pasó con La noria a finales de 2011, la norma ahora es que los anunciantes se retiren de su programa. Es lo más parecido a la censura popular que existe, pero no es necesariamente lo más eficaz: The New York Times cifra las pérdidas en unos dos millones de dólares (Limbaugh genera unos 64 al año él solito) que la emisora recupera poniendo el mismo anuncio en otro programa. Pero no deja de ser lo que para la prensa liberal es su debacle definitiva.
Así las cosas, y al contrario que cuando las pancartas tras el tiroteo de Arizona, Limbaugh ha decidido multiplicar su presencia y se ha hecho a Twitter. El viernes pasado anunció en su programa que pensaba reactivar la cuenta abandonada que se hizo en 2009 y que solo podía seguirse con su consentimiento. A las pocas horas, tenía 100.000 seguidores. La mayoría de ellos, cabe suponer, esperando una de sus características y descabelladas peroratas.
Tal y como augura Forbes: Limbaugh + Twitter = Catástrofe.