Lady Gaga, durante un concierto en Estados Unidos (GTRESONLINE)
A Lady Gaga se la comen últimamente. Resulta que la cantante tuvo la ocurrencia de tuitear, la semana pasada, que estaba almorzando una ensalada pero que, si fuera por ella, preferiría una hamburguesa. Toma cafrada, le respondió medio mundo. Según fue pasando la semana, el tuit fue comentado en infinidad de blogs, e incluso en algún medio serio, tan consternados porque Lady Gaga no comiera hamburguesas como lo han estado porque la cintura de Adele mida un poco más de la cuenta.
Es cierto que Gaga remachó el asunto con un hashtag desafortunado: #PopSingersDontEat, puso. Que las estrellas del pop no comen. Una broma, vale. Para eso están los hashtags. Pero en Estados Unidos -donde los trastornos alimentarios están tan extendidos como el culto a la figura de la celebrity- no están para que la netiquette les arruine un buena polémica. Que si mira que seguir dieta. Que si mira que no seguir dieta. Que si sus 23 millones de seguidores, que si los ocho millones de americanos que sufren estas cosas. Que si dónde vamos a ir a parar... La clásica bola de nieve 2.0. La matrona de los little monsters, eso sí, decidió no pronunciarse.
Y bien que hizo. Su imagen depende más de una docena de tocados parabólicos que de su línea. Y a ella, que la registren. Una hamburguesa y una broma mal interpretada no son más que eso, no vayamos a perder la cabeza. También Miley Cyrus hace poco animó a sus fans a no comer gluten y fue tachada de bulímica para arriba hasta que explicó que lo que era en realidad era celíaca.
Pero las redes sociales llevan ya unos años amparando a famosos (perdón, las famosas; ellos cuando hablan de cuidarse tuitean sus ciclos de cardio, véase al muy monotemático Russell Crowe; eso sí que es transparencia) que encomiendan a sus seguidores a que se apunten a dietas suicidas que a ellas les tienen encantadas, y las autoridades han decidido no pasar ya ni media.