Un grupo de personas que no existe ha pasado toda esta semana celebrando, en ningún lugar de la Tierra, los diez años de vida de un sueño que está muerto. Hace años, este tipo de lógica sonaba estimulante: era la que prometía Second Life, aquella plataforma virtual en la que el usuario podía crear una versión digital de sí mismo y vivir esa epónima segunda vida en la que construirse faraónicas mansiones de píxeles y crear, comprar o vender bienes con los que hacer fortuna en una moneda llamada dólares Linden. Las posibilidades eran infinitas y la atención que los medios y las empresas prestaron al producto, insólito. El día en el que esta utopía abrió sus puertas, el 23 de junio de 2002, se marcó en los como el día en que se descubrió el verdadero sentido de Internet y la humanidad empezó a elevarse a otro nivel de la existencia. Diez años más tarde, sin embargo, Internet sigue acercándose a nuestra vida real, si nuestra existencia se ha elevado nadie nos ha dicho nada y el universo de Second Life está, más que vacío, cubierto por una capa de polvo digital y el nombre es más un símbolo de cómo cambian los tiempos que de cómo Second Life los hizo cambiar.