La épica con la que Esperanza Aguirre se ha plantado en la actualidad presenta el problema de siempre: viene empaquetada en tantas narrativas diferentes que uno nunca sabe a cuál atenerse. Está la conocida versión del parte de la policía, que ya promete: los agentes en cuestión vieron un Toyota blanco aparcado en pleno carril bus de la plena Gran Vía, 44, a las plenas cuatro de la tarde de un jueves, que resultó ser el vehículo de la ex presidenta de la Comunidad de Madrid. El documento cuenta, homérico, lo que pasó cuando se intentó multar a la señora: “Poniéndose la conductora muy nerviosa y bastante alterada, momento en el cual se sube al vehículo y, sin darle la documentación, arranca el mismo y golpea la moto” del otro agente, “que se encontraba delante del vehículo, tirándola al suelo”.