El 14 de mayo de 1984 nacieron unas 10.135 personas en Estados Unidos. Por otro lado, nació Mark Zuckerberg. Al creador de Facebook podríamos llamarlo el bebé 10.136 pero mezclarlo con los demás sería un error taxonómico: hemos invertido demasiado tiempo en convertirlo en un personaje mitológico como para dar marcha atrás ahora. Aquel rorro hijo de dentista y con orejas de soplillo cumple hoy 30 años con el peso de ser más icono que hombre. Icono de los genios de Silicon Valley: esos visionarios que, más por instinto que por experiencia, convencen al mundo de que necesita algo que no sabía ni que existía. Icono de la creciente industria tecnológica, capaz de soltar 13.800 millones de euros por una aplicación de mensajería. Icono de la cultura de la juventud que valora cada vez más a los cada vez más jóvenes y se deja fascinar por su creciente narcisismo. Icono del poder de Internet para cambiar el mundo. O lo que es peor: icono del llamado mundo 2.0 que empezó a desarrollarse con Facebook y que aún no ha encontrado límites a la capacidad de un humano para retratarse a sí mismo solo para que lo vean los demás. Hay muy pocas cosas del siglo XXI que no encarne Mark Zuckerberg. Es probablemente la persona culturalmente más importante de nuestros tiempos.
Este textito no va sobre él. Esto va de las otras 10.135.
No es por la obviedad de que sin ellos –ni las alegrías, decepciones, emociones, fotos, y recuerdos que hayan publicado en la Red a lo largo de los años–, Facebook no sería nada. Es que esa red social lleva con nosotros más de una década y ya se ha hablado bastante de iconos. Hoy, cumpleaños de Zuckerberg, santo y patrón de iconizar a cualquiera que tenga un ordenador o un móvil, de ayudarle a destacar por encima de todos sin brillar por nada (no hace falta ni sonreír al teclear jajaja ni ser feliz al posar para un selfie), lo verdaderamente revolucionario es hablar de los que no destacan. De esos 10.135 que se quedaron en número.
No destacar fue una gran virtud en su día. Un libro reciente sobre este tema, Quiet, de Susan Cain, habla de cómo en el siglo XX pasamos de la "cultura del carácter" a "la cultura de la personalidad". De repente cobraron más importancia los rasgos que nos definieran rápidamente que los que cultiváramos con el tiempo. Conocerse a sí mismo estaba bien, sí, pero el reto en estos entornos cada vez más frenéticos era ser conocido.
Hay quien culpa a la migración de los campos, donde a uno le conocen hasta los desconocidos, a las ciudades, donde no le conocen ni los conocidos. Y hay quien culpa a la publicidad, según la cual siempre estamos en un escenario (y necesitamos muchos amuletos, muy nuevos y muy brillantes, para hacernos valer). Pero en general nadie duda que las redes sociales remataron la faena cuando democratizaron el márketing personal. Ahí se completó el cambio. La acción mató a la contemplación. El mírame mató a ese hogar de toda vida interior que es lo cotidiano.
Hoy, lo cotidiano ya no es sexy; no destacar es no existir y la vida interior de uno es algo secundario. Nuestro metabolismo emocional se ha acelerado y se alimenta de Me Gustas; nuestro metabolismo intelectual necesita historias simples pero tremendamente grandes para estimularse, como esa en la que un empollón de Harvard acabó dominando un mundo que odiaba a los empollones con solo 19 años. Tanto es así, y tan rápido es el cambio, que merece la pena reivindicar la importancia de todo lo demás. Porque lo épico no necesita ser grande. Y porque Walter White ya era fascinante como profesor de química en un instituto perdido, mucho antes de convertirse en un narcotraficante internacional.
Por ser cursi poniendo ejemplos: lo cotidiano es donde se cimentan las familias del mundo, donde se crían los niños y donde se fijan los valores de cada sociedad. No destacar es la razón de ser del médico, el profesor, el bombero que ejercen por vocación, que es más heroico que ser milmillonario. Y la vida interior es donde enterramos a nuestros muertos, donde guardamos el significado de los recuerdos trascendentales y donde formamos el carácter que nos define como personas.
Mark Zuckerberg merece una gran celebración de cumpleaños. Es probable que los medios se la den. Se usará el adagio mundo más conectado que nunca; se comparará Facebook con General Motors por enésima vez este año, y a lo mejor se vuelve a hablar de invasión de la intimidad como en los buenos tiempos. Es lógico. Zuckerberg un genio, más que por haber inventado Facebook, por haber sobrevivido a su invento durante diez años con la cuenta corriente llena de dinero y la cabeza llena de ideas.
Pero en el aniversario de este arquetipo, de personaje tremendo, de categoría inabarcablemente simple, merece la pena recordar todo lo que nadie recordará porque hace tiempo que no se recuerda. El valor de no destacar. De ser una persona cualquiera. Feliz cumpleaños a los otros 10.135 bebés.
Hay 2 Comentarios
La persona culturalmente más importante de nuestros tiempos. En serio? lo dice usted? Desde cuando facebook es considerado cultura.
La cultura te aisla, te hace más vulnerable, te hace vivir una realidad ilusoria de amigos que en su mayoria jamas conoceras? La cultura te aleja de los que estan cerca y te acerca a los que están lejos?
Curiosa comparación.
Publicado por: Este | 16/05/2014 1:28:50
''Hay muy pocas cosas del siglo XXI que no encarne Mark Zuckerberg. Es probablemente la persona culturalmente más importante de nuestros tiempos.''''Quizá sea la persona viva más fascinante que haya en el mundo.''
leea, viaje, vuelva a leer...y antes de ponerse a escribir en un diario de tirada nacional PIENSE UN POCO MAS LO QUE ESCRIBE...
Publicado por: will | 14/05/2014 10:16:08