Cuando el gigante del comercio electrónico Amazon abrió una sección dedicada a la venta de obras de arte, el pasado seis de agosto -un día después de que su fundador, Jeff Bezos, anunciara que había comprado The Washington Post-, no solo estaba haciendo lo que prácticamente nadie había hecho antes de Internet, que es ofrecer al cliente virtual obras originales de 4.500 artistas de cualquier época por valor entre los diez y los casi cinco millones de dólares. También estaba uniendo un mundillo tan generalmente elitista como el de la crítica del arte con uno de los géneros literarios más populistas de cuantos ha creado la Red: las críticas que escriben los clientes sobre cada producto de Amazon.
Una de las características más sonadas de la madre de todas las tiendas online era que su sección de críticas había pasado de ser una referencia útil para que futuros clientes pudieran consultar la opinión de sus homólogos antes de comprar un producto a ser una mina de literatura absurdista, en la que los usuarios daban rienda suelta a su imaginación. El año pasado, por ejemplo, en la página en la que uno podía comprarse una máscara de unicornio de plástico se encontraban críticas tan delirantes como: "Me decepcionó un poco la calidad porque me derritió la cara. En serio, ya no tengo cara. Goteó de mi cuello como el queso de los nachos. ¡No es para niños!", escribió un usuario que había compuesto una narración épica y -esperemos- ficticia sobre llevar la máscara mientras tomaba LSD. Otro usuario apostilló: "Como unicornio, he de decir que me encuentro muy satisfecho con la verosimilitud de este producto. Sospecho que el resto de especies tiene una idea muy poco científica de nuestro aspecto y esta máscara les da una idea de cómo es vivir bajo nuestra guisa".
Quien quiera saber hasta dónde puede llegar el arte de redactar críticas sarcásticas para Amazon no tiene más que leer estas legendarias crónicas que describen el uso de una crema que elimina en vello corporal cuando se aplica sobre los genitales masculinos. O, ya para avanzados, las inefables descripciones de esta camiseta con tres lobos aullándole a la luna.
Tales eran hasta la fecha los límites del género de la crítica. Máscaras de plástico, camisetas y peladores de plátanos Hutler 571 que cuestan dos dólares y 74 centavos. Cosas tan absurdas que, al venderse en una tienda virtual tan comme il faut, resultaban doblemente absurdas. Eso cambió la semana pasada, cuando los autores de la misma prosa dadaísta se encontraron con un mercado que pretende vender Monets, Norman Rockwells y Andy Warhols. Las ideas geniales son la mezcla de dos conceptos opuestos y esto ha sido, en definitivo, precisamente eso: en la misma tienda que tanto te vende un libro como un juego de sartenes, se podía comprar lo que, se supone, era la máxima expresión del espíritu humano. La juerga de críticas de bromas estaba servida. Entre los mejores ejemplos encontramos: