Esta claro que los de Telecinco saben lo que hacen. La gala de Acorralados de ayer, jueves, fue ejemplar respecto a los recursos, trucos y triquiñuelas de la productora para conseguir lo anhelado: una audiencia de 3.047.000 espectadores, récord total del concurso si bien por debajo de esa inacabable serie de la 1, Cuéntame (4.547.000 espectadores), con el muy indignado Imanol Arias al frente (indignado con el Gobierno de Zapatero ahora que llega la hora del relevo).
Del que no se sabe nada es de Iñaki Urdangarin desde que todos los medios de información le han relacionado con las investigaciones que lleva a cabo la fiscalía anticorrupción por varios presuntos delitos del Instituto Nóos que presidió entre 2004 y 2006. Dar la callada por respuesta no parece lo más inteligente pero está en su derecho, sobre todo cuando, de momento, no está imputado. Lo que ya no es de recibo es que en su biografía que figura en la página web de la Casa Real no se mencione nada de su etapa como empresario. Textualmente dice: "En los últimos años, ha cultivado el interés por las cuestiones sociales y culturales, amén de las deportivas, intentando establecer caminos de diálogo entre unas y otras". Por lo que se deduce de las informaciones de estos días no sólo ha intentado establecer caminos de diálogos entre las cuestiones sociales y culturales, amén de las deportivas, sino que además algunos de esos caminos han llegado hasta paraísos fiscales como el de Belice. Es lo que tiene ser deportista de elite.
En terrenos mucho más plebeyos, hay que reconocer la habilidad de Magnolia TV, productora del concurso Acorralados, para enganchar a la audiencia. En la gala de ayer se mantuvo hasta bien entrada la noche la convicción de que la expulsada del día sería Blanca de Borbón, nominada junto con María Angeles Delgado (madre de la inefable Aída Nízar) y Dionisio Rodríguez, el Dioni. Finalmente la expulsada fue María Angeles para sorpresa del personal, desolación de el Dioni y alegría extraordinaria de Blanca de Borbón.
El concurso de la casona de Lodeña (Asturias) admite toda clase de lecturas, interpretaciones o visualizaciones. En todo caso, la más sensata, probablemente, es la de contemplarlo como si fuera una película cómica de producción discreta. Contemplar al concursante Liberto López de la Franca, autonombrado en su día jefe de gabinete (¿?) de Leandro de Borbón, regresar a la casona con una vara en la mano tras haberse caído por no se sabe qué barranco, arrastrando los pies, con marcas en la cara y un tono vital triste y melancólico, por cruel que parezca nos recordaba a una comedia italiana cutre.
Las broncas entre los dos irreconciliables grupos de concursantes son memorables y muy cercanas a las trifulcas de corralas. Si uno no las coge desde el comienzo alcanzará el éxtasis cuando se entere algo más tarde que la tormenta dialéctica, los insultos y juramentos lanzados tienen su origen en el reparto de unas morcillas. También es verdad que ante la cada vez mayor proclividad de todos los informativos a satisfacer el morbo de los espectadores por los sucesos más desgarradores (secuestro de niños en Córdoba, asesinato de una hija de 18 meses por su desequilibrado padre, violencia de género, etcétera), se agradece la pasión desatada en una destartalada granja asturiana por media morcilla, un tomate o una botella de sidra.