Hoy todas los infomativos y tertulias políticas están centradas en analizar desde todas las lecturas posibles el discurso de investidura del hasta ahora hermético Rajoy. Después vendrán las réplicas aunque lo cierto es que éstas no merecen ser muy escudriñadas en su contenido por lo inútil de sus propuestas. El PP tiene mayoría absoluta y está dispuesto a utilizarla como ya lo demostró con la torpe decisión de no aceptar que Amaiur tengra grupo parlamentario propio. La política y la economía son las reinas de la casa. La cultura, una vez más, es un apartado secundario, tan irrelevante que de forma periódica y con constancia se plantea la posibilidad de que desaparezca su rango ministerial.
Nadie sabe, o no lo dice, los ahorros que supondría rebajar dicho ministerio a secretaría de Estado ya que el grueso de su presupuesto se va en las nóminas de los funcionarios y, al parecer, no está previsto ninguna regulación de empleo sobre ellos, si es que fuera posible legalmente. Lo que sí se sabe es que cualquier rebaja en el rango administrativo conlleva pérdida de influencia, de capacidad de incidir en las leyes y decisiones que adopte el Gobierno. En un nivel menor, cabe recordar la dimisión de Milagros del Corral al frente de la Biblioteca Nacional precisamente por haber devaluado el rango administrativo de dicha dirección general.
Resulta sorprendente el que en unos tiempos en los que la imagen de los políticos se ha convertido en la esencia de los mismos hasta el punto en que sus especializados asesores impongan la táctica electoral, y la televisión se convirtiera hace ya tiempo en la base de sus campañas, la Cultura -que no es sino la imagen más atractiva de un país- se cuestione constantemente desde los puntos de vista de la Administración, de la clase política y de los más reaccionarios representantes de los medios de comunicación conservadores.
Para la Administración el dilema es su rango. Para los políticos, o una parte de ellos, o es un problema (Centro Niemeyer de Avilés) o un delirio propio de los faraones (la Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela), además de una estupenda fotografía en cualquier inauguración. Para la caverna mediática, la cultura es un nido de rojos subvencionados que, entre otras cosas, se opusieron a la guerra de Irak bendecida por su gurú José María Aznar y cuyos resultados, nueve años más tarde ahí están: más de cien mil muertos iraquíes, cerca de 5.000 muertos norteamericanos y 800.000 millones de dólares gastados para mayor gloria de no se sabe qué ni de quién. Pero nadie o casi nadie de los que ocupan los centros de poder piensa que la Cultura es la mejor imagen interior y exterior de un país, el territorio en el que el talento y la sensibilidad son sus mejores instrumentos para dejar constancia del presente, para proporcionar entretenimiento cuando lo que impera es el desánimo o para encontrar la belleza en medio de tanto pragmatismo mercantilista.
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