El partido Portugal-España lo vieron más de 14 millones de espectadores. La prórroga la vieron más de 16 millones, y los penalties, más de 18 millones. Un disparate porque, además, los medidores de audiencias no cuentan las multitudinarias aglomeraciones en locales y plazas públicas. Estamos hablando de un 83,3% de cuota en el final del partido. Dicho de otras manera: el programa más visto en la historia de la televisión en España. Pero es que el especial que Telecinco realizó tras finalizar el encuentro, es decir, conociendo ya el resultado, lo vieron más de 7 millones de espectadores. Naturalmente, tales datos dejaron para el arrastre al resto de los programas de las otras cadenas. Programas como El Hormiguero (Antena 3) o El Intermedio (La Sexta), rebajaron sus audiencias en un 80%. Pocas veces una inversión como la que realizó Mediaset al comprar los derechos de retransmisión se vió más y mejor recompensada.
Por supuesto, las tertulias deportivas de las cadenas echaban humo. Todos analizaban lo ya visto con discutibles pretensiones de aportar algo nuevo. Algunos se dejaban llevar por un patrioterismo elemental, algún insulto al juego de los portugueses y, siempre, con esa nueva modalidad publicitaria que consiste en que el presentador del programa hace la apología de un pegamento, de un coche o de un taller de lunas de automóviles con la misma convicción que nos cuenta lo del doble pivote o jugar sin delantero. El periodista alcanza así la condición de hombre anuncio en un alarde de pragmatismo mercantilista.
El que hizo poco alarde de algo relacionado con el talento fue Juan Rosell, presidente de la CEOE, la patronal. Si hace unos días tuvo a bien darnos una pequeña lección de ética sin citar a su inmediato predecesor en el cargo, Gerardo Díaz Ferrán, multiprocesado y con un curriculum empresarial absolutamente impresentable, ayer tuvo a bien confesar que le cuesta explicar a sus colegas europeos por qué España "ha pasado de ser un país modelo a ser un desastre". Tal reveladora declaración la hizo en una intervención en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander. Que el presidente de los empresarios no entienda por qué ha pasado lo que ha pasado, explica muy bien la situación actual de la economía española. Con líderes económicos como el señor Rosell, que confiesan no entender nada, y con dirigentes tan espabilados como Josep Maria Loza, responsable que fue de la quebrada y nacionalizada Caixa Catalunya por un descontrolado afán de aventurerismo inmobiliario, que se concedió una indemnización de 10 millones de euros tras dejar a la entidad financiera como un sembrado, se va entendiendo algo de lo que ocurre.
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