El presidente es consciente de que su alzheimer avanza con una rapidez mayor de la prevista. Ya tuvo algún pequeño fallo de memoria en una de sus múltiples reuniones. Está en Londres y todo su afán es conseguir un nuevo tratado militar con su Gobierno. Es precisamente en Londres en donde se desarrolla la nueva temporada de una excelente serie: 24. Vive otro día (Fox), una nueva demostración de la eficacia de la industria norteamericana en la que sobresalen sus guionistas y, por supuesto, sus enormes medios económicos.
Hay momentos en los que la actualidad política nacional exige un respiro: demasiada pelea doméstica, demasiadas corruptelas, demasiadas contradicciones judiciales, demasiados datos desalentadores, demasiados signos de incompetencia, de ofuscación ante lo nuevo, de desprecio a la ciudadanía. Tiempo pues de reencontrase con la ficción, de adentrarse en los terrenos de la fábula por mas que los guionistas traten de acercar cada vez más lo imaginado a lo cotidiano.
El presidente estadounidense es consciente de que su alzheimer avanza con una rapidez mayor de la prevista, de lo que no es consciente es que en un distante país se está investigando a una empresa que ha incrementado su patrimonio 400 veces el valor inicial en base a los tutelajes judiciales de enfermos de alzheimer, una entidad privada bajo la sospecha de que ha esquilmado los ahorros de algunos de sus tutelados enfermos. Eso entra dentro de otras coordenadas menos vistosas, menos espectaculares. Se podría decir que corresponde más a un cine de autor, un relato en el que el intimismo surge desde la necesidad: a menos medios, más narración introspectiva. Ken Loach, por ejemplo, frente a Riddley Scott.
El exagente Jack Bauer es ahora un fugitivo internacional, uno de los hombres más buscados del planeta que, sin embargo, toda su energía, su propia vida, la pone al servicio de una buena causa: salvar al mundo de los maléficos planes terroristas. La síntesis es equívoca: nada es tan sencillo. 24. Vive otro día es mucho más compleja. Su protagonista, como el de la extraordinaria Homeland, se mueve entre la heroicidad y la villanía, el blanco y el negro se alternan constantemente y con él, otra amplia serie de personajes secundarios que deambulan por las moquetas del poder y los sótanos de los servicios de inteligencia. Dos mundos que están en éste.
Mientras tanto en aquel lejano país, unos altos ejecutivos de una caja rural son condenados a una penas menores por haber defraudado unos 30 millones de euros a la entidad en la que trabajaban y de la que cobraban unos salarios más que dignos. Han aguantado hasta el último momento para reconocer su delito. Han permitido que se desarrollaran las correspondientes investigaciones policiales, que se fijara fecha para el juicio oral, que dedicaran tiempo y medios los abogados, los policías y los jueces, y cuando estaban a punto de oir la sentencia, alcanzaron un pacto con la fiscalía: devolvemos el dinero y las penas impuestas nos eximen de pisar la cárcel. Dicho y hecho. Por su parte, dos profesoras de gimnasia en las piscinas públicas de Campolongo (Pontevedra) acaban de ser condenadas a tres años de cárcel por una protesta sindical de 2010 en la que alguien de su grupo dio un empujón y tiró pintura a una piscina. Dos mundos que están en éste.
Bauer tiene en Chloe O'Brien a su aliada más fiel. También trabajó en la Agencia, también fue criminalizada y perseguida. Ahora en Londres forma parte de un grupo de hackers que recuerdan absolutamente a Wikileaks, con un líder, Adrian Cross, tan inquietante como Julian Assange. La red, las nuevas tecnologías, son, también, coprotagonistas de la trama. Ya se dijo que los guionistas estadounidenses tratan de acercar la fábula al documental. Con un buen equipo informático y unos jóvenes expertos, se puede hacer y deshacer casi todo. Bauer lo sabe y lo utilizará.
En el remoto país, un grupo de jóvenes son conscientes también de la importancia de las redes. Con un pie en las manifestaciones populares surgidas del descontento por los recortes sociales y otro en la utilización de todos los medios de comunicación tecnológicos a su alcance han creado un movimiento político que ha alterado las estancadas aguas partidistas. "Tras el impacto de la noche electoral, el fenómeno Podemos no ha dejado de multiplicar su impulso en las redes sociales. Solo 48 horas después de conseguir cinco escaños en el Parlamento Europeo se convirtió en el partido político español con más seguidores. Tanto en Twitter, con 194.000, como en Facebook, con 380.000. El perfil @ahorapodemos de la red de microblogs, donde es más activo, ha superado a todos. Al PP, con 141.000, al PSOE, con 140.000, a UPyD con 83.000 y a Izquierda Unida con 63.000". Los expertos en estas cuestiones están deslumbrados por el buen hacer de un equipo de jóvenes (su edad media es de entre 25 y 30 años). Según Ana Aldea, consultora de Redlines y una de las expertas preguntadas por El País, "la preparación que hay detrás es muy buena y no han tenido que formar a su militancia en redes sociales porque ya era muy activa. Por tanto, no hay consignas como en los grandes partidos, se funciona en red de forma natural". Si a eso le añaden los desaforadas y agresivas descalificaciones de tertulianos y políticos de casi todo el espectro parlamentario, el resultado está a la vista. Bauer y Pablo Iglesias saben que viven otro día en un mundo fascinante y peligroso.