Han pasado 12 días desde las elecciones municipales y autonómicas y la única conclusión indiscutibles es la necesidad de pactar entre varias opciones política si se pretende alcanzar la poltrona del mando. El resto, es interpretación subjetiva, literatura. Y, naturalmente, la hay mejor y peor. Para Ciudadanos y Podemos, la gente ha votado el cambio. Para el PP y el PSOE, continuidad y estabilidad, respectivamente. Para el ciudadano común, es decir, el que suscribe: un punto de perplejidad y dos de desazón.
Los partidos emergentes parecen saber la intención subliminal del votante, ese anhelado cambio. Bien. Sin embargo su reacción ante tan sutil sabiduría no deja de ser ramplona, elemental: si no quieres taza, taza y media. O dicho de otra manera: a todos nos encantan las poltronas y el sacar tajada. La gente ha votado el cambio, nosotros somos sus amados representantes y eso tiene un precio: la cultura del pacto entendida como una de las bellas artes del chalaneo endogámico o el "estos son mis principios; si no les gustan, tengo otros", de Groucho.
Los que se han pasado toda la campaña con lo de que "o nosotros o el caos", siguen sin pillarlo: el caos. En un mismo informativo se deja constancia de las nuevas previsiones de la OCDE (España crecerá del 1,7 al 2,9%) y el dato de que medio millón de niños se quedan sin beca de comedor al pasar al horario escolar intensivo. También se informa que dimiten Victoria y Figar, es decir, que dejan la poltrona unos días antes de lo previsto (ninguno iba en lista electoral alguna) para satisfacción de Albert Rivera que se atribuye el éxito (¿qué éxito?) y, por supuesto, se anuncia una nueva modificación en la Ley de Enjuiciamiento Criminal, la llamada por los ignorante jurídicos Ley Mordaza, en la que se prohibirá tomar imágenes de las detenciones de los presuntos culpables. La prohibición surgió de una propuesta de CiU inmediatamente respaldada por el PP y, al parecer, con el visto bueno del PSOE al que no le parece mal que se impida "la condena del Telediario", en palabras de su portavoz en el Congreso, Antonio Hernando. Señalar que precisamente esos tres partidos son los que más aportaciones históricas han hecho a la corrupción política (el Palau, los Pujol, la Púnica y Rato, y los ERE y los cursos de formación, entre otros, están y estarán en el ojo del huracán) sería de una simpleza que, de hacerlo, nos calificarían con razón de "políticos". Lo dicho: el caos.
Y al desconcierto, además, se suma la grosería. Que el presidente del Gobierno se reúna con los líderes de Ciudadanos y del PSOE y se niegue a recibir al líder de Podemos supone, cuando menos, dos cosas: un desprecio a los más de dos millones de personas que decidieron votar al nuevo partido y que el señor Rajoy, y su partido, no sólo confunden lo público y lo privado en cuanto a financiación irregular o enriquecimiento personal o colectivo sino que confunden también lo personal con lo institucional. Le puede caer fatal un político pero si decide efectuar una ronda de conversaciones no puede, o no debe, aplicar otro baremo que no sea estrictamente el democrático. Alegar, como han hecho, que "no tienen sentido reuniones porque no vamos a participar en acuerdos de gobernabilidad en ningún lado" es una visión tan a corto plazo, tan imbuida de un pragmatismo de andar por casa, que hubiera sido mejor buscarse otra coartada, por ejemplo, que le dolía la cabeza o que estaba enfrascado en tratar de recuperar algo más del, hasta ahora, 4% de las ayudas concedidas a la banca de las que, ya se sabe, se dan por definitivamente perdidos unos 26.000 millones de euros.