"Considerando en frío, imparcialmente,/ que el hombre es triste, tose y, sin embargo,/ se complace en su pecho colorado;/
que lo único que hace es componerse/ de días;/ que es lóbrego mamífero y se peina...".
Releyendo el espléndido poema de César Vallejo y contemplando la actualidad política nacional se comprende que la poesía es un arma cargada de futuro, como escribió Celaya. Pocas reflexiones más inteligentes y certeras que las del peruano, escritas hace más de 80 años, para describir el comportamiento de lo que llamamos "clase política", un gremio que no necesariamente es muy diferente del resto de la ciudadanía, para qué engañarnos, pero que se justifica por su afán de resolver los problemas y hacer más razonable la convivencia, lo que, visto lo visto, son incapaces de hacer.
El matemáticamente ganador de los comicios generales, y matemáticamente el mayor perdedor de votos, es triste, ni tose ni se le escucha y, desde luego, se complacía en su pecho colorado al menos mientras disfrutó de una mayoría absoluta. Tuvo a bien entremezclar las elecciones con los villancicos con el convencimiento de que las cifras macroeconómicas harían olvidar sus desmanes insolidarios, su, incluso, crueldad legislativa. Se equivocó: ya no habla del PIB ni él, ni de la creación de empleo o de la admiración, cuando no envidia, que siente Europa por su gestión. Lo poco que ha dicho desde las elecciones es algo sobre la estabilidad, y lo ha dicho desde su inestable sillón.
El que declaró públicamente que no se resigna a ser el segundo partido, aunque sí fue el segundo que perdió más votos, ha conseguido que no se hable de macro o microeconomía con las misma eficacia que consiguió, también, que no se hable de corrupción. Para él y los suyos el mayor problema que existe es la unidad de España. Dicho de otra manera: han conseguido catalanizar al resto del país. Eso y la celebración del congreso socialista: ¿febrero, abril?, algo que, por supuesto, tiene en vilo a la ciudadanía, que ya no da abasto para acumular lexatines.
Y puesto que nos han catalanizado a todos (¡Ay, Wert, Wert, ¿dónde quedó tu empeño de españolizar a los niños catalanes?!), veamos si en esa irredenta porción de Hispania, rodeada de los pérfidos centralistas, son capaces de superar su condición de lóbregos mamíferos. De entrada tienen ya una poción mágica: Aromas de Monserrat, y tienen a un Abraracúrcix en funciones que lo único que hace es componerse de días. Su problema añadido es que tiene a un grupo de jóvenes rebeldes que aún no se han enterado que el Palacio de Invierno se tomó en 1917, es decir, que pronto se celebrará su primer centenario por más que me temo que sólo lo celebrarán unos pocos.
Pues bien, estos jóvenes rebeldes, en su torpeza, han desperdiciado una ocasión de oro para divulgar a los cuatro vientos la fecha emblemática de sus reivindicaciones y, con ello, llevar hasta los últimos rincones del mundo la buena nueva. ¿Qué les habría costado decir que la tercera y última votación de la asamblea de Sabadell había dado un empate de 1.714 votos a favor y 1.714 votos en contra? ¿Que habría que haber añadido unos cientos de votos mas? Pues sí, pero el resultado seguiría siendo un empate, no se habría modificado el hondo sentir de sus militantes y seguirían teniendo la última palabra los mismos que tuvieron la primera, es decir, los que mandan.