Ayer fue un día de gloria para ese portento de la jurisprudencia que es Rafael Catalá, ministro de Justicia, si bien es verdad que aprovechó las primeras horas del día, cuando el cuerpo y la mente están más relajados, para dejar constancia de su finura analítica pues dejó perpleja a la ciudadanía en un desayuno convocado por El Economista.
Habían sido unos días confusos: el jefe de los fiscales anticorrupción, probablemente mal asesorado, se reconvirtió en abogado defensor de un presunto desvalijador de las arcas públicas. La rebelión de sus subordinados le hizo rectificar aunque, eso sí, siempre con el apoyo de su superior, el Fiscal General, quien, naturalmente, negó lo evidente: que estaba justificada la alegría del presunto desvalijador cuando se confirmaba, meses antes del nombramiento del nuevo Fiscal Anticorrupción, que sería "uno de los suyos", del PP.
Es entonces cuando aparece Rafael Catalá. De Hemingway se ha dicho que tenía la especial habilidad de aparecer en el momento oportuno para salir en la foto. Con Catalá ocurre exactamente lo contrario: tiene la especial torpeza de aparecer en el momento más inoportuno, por ejemplo, en plena vorágine procesal del, entonces, presidente de Murcia y su púnico auditorio. También se fue a la fiesta de cumpleaños que celebraba en Baqueira el empresario Manuel Torreblanca, condenado en 2015 por siete delitos contra la Hacienda Pública, en una clara muestra de solidaridad con los perseguidos. Promovió, o consintió, varios cambios entre los fiscales anticorrupción, los del 3% entre otros, suponemos que en un nuevo gesto solidario con quienes sufren persecución de la justicia.
De nuevo en el desayuno del comienzo, Catalá tuvo a bien de calificar de "anécdotas puntuales" las polémicas en torno a la fiscalía en la investigación de los casos de corrupción que afectan al PP en la operación Lezo. Querer impedir algún registro o pretender que se eliminara la calificación fiscal de "organización criminal" a una organización criminal son para el ministro "anécdotas puntuales" "Frente a los que creen que pueden hacer daño a las instituciones porque de ahí hacen daño al Gobierno, yo quiero defenderlas en sus funciones", afirmó con esa seguridad que da el cemento en el rostro de algunos elegidos.
Tiene una actitud tan servil con sus superiores que no tuvo el menor reparo en comunicar a la concurrencia su satisfación porque el presidente Rajoy, enterado de que se había hecho público un SMS suyo al presunto desvalijador comunicándole su deseo de que "Ojalá se cierren pronto los líos", le había llamado desde Uruguay para darle su apoyo y, eso sí, dejar constancia una vez mas de la gigantesca talla de nuestro Max Weber del siglo XXI al señalarle al ministro su acertada síntesis del problema: "Estas cosas pasan. Sigamos trabajando".
P. D.- Conocidas éstas y otras varias interferencias del ministro Catalá en diversos procedimientos judiciales, cabe recordar ahora que Mariano Fernández Bermejo, a la sazón ministro de Justicia con Rodríguez Zapatero, presentó en febrero de 2009 su dimisión por el escándalo mediático de la derecha a consecuencia de haber coincidido en una cacería con el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, quien investigaba la trama corrupta vinculada al PP. Bermejo dimitido, Garzón expulsado, Catalá en la poltrona y la ciudadanía, perpleja. Tot controlat, que diría Carles Puigdemont.