Probablemente una de las peores consecuencias del mediocre Gobierno de la Generalitat catalana sea el de la confusión de términos y conceptos políticos. Desde que los conservadores nacionalistas optaron por el independentismo como fuga hacia adelante de una situación corrupta, la del 3% entre otras, su rasgo distintivo ha sido el de la manipulación histórica. El fin justifican los medios. Se gritaba en la calle, las Diadas alcanzaban un éxito multitudinario, la televisión pública catalana se ponía al servicio de la causa y todo ello mientras se reclamaba absurdamente una "libertad de expresión" que se ejercía cotidianamente. Naturalmente, la situación laboral era tan lamentable como en el resto de España, en donde también gobernaba un partido corrupto. La sanidad se privatizaba para alegría de los comisionistas, la educación pública sufría los mismos recortes, o mas, que en el resto del territorio nacional pero los líderes políticos se enrocaban en una idea: la República catalana, una entelequia que borraba todos los desmanes previos cuyo ejemplo supremo serían los Pujol.
Y ahí comienza lo imperdonable. Que nombres propios como el citado Pujol, Artur Mas, Puigdemont o el supremacista Torra sean los portadores del ideal republicano es una ofensa para todos los que creemos que la República es la opción política más racional, civilizada y coherente con el siglo que vivimos. Un sistema político el republicano basado en el respeto de toda la ciudadanía -no sólo de la que comparte sus mismas ideas-, que favorece la enseñanza y la sanidad públicas, la que admira experimentos educativos como la Institución Libre de Enseñanza, la que fomenta y difunde la cultura sin necesidad de boicotear una conferencia sobre Cervantes ni llamar fascistas a quienes desean asistir a ella, la que también denuncia la represión policial sin manipularla ni convertirla en un icono de la barbarie- ¿hay algún libro de fotografías de la represión de los Mossos d'Esquadra durante las protestas de la huelga general en noviembre de 2012, con Felipe Puig de conseller de Interior, en la que una dama perdió un ojo?-, una República que considera que el victimismo es un síntoma de debilidad argumental y la que nunca confundiría exilio con fuga. En resumen, un sistema político que no depende de la genética familiar y que aspira a una sociedad más justa en la que los corruptos paguen lo que han robado y los demagogos y manipuladores sean apartados de cualquier cargo público de responsbilidad.