Visto lo visto casi sería mejor que nos dijeran a todos con quien no se entrevistó Villarejo, se ahorraría espacio y tiempo. Ya se hizo en su día una película sobre un personaje impresentable como fue Buesa. Estamos esperando la que se haga sobre un excomisario que supera con creces al peor de los pícaros imaginables. Claro que no es el único.
Que el redentor de la derecha española y amantísimo discípulo del gran estadista de las Azores se escape de los micrófonos cuando le preguntan por las conversaciones de Cospedal con el presunto delincuente y de la callada por respuesta, no deja de ser un comportamiento tradicional entre nuestros entrañables políticos. Todo es poco si la torpeza es de los otros y nada si es de los nuestros.
Si la ministra de Justicia, cuando no lo era, califica de maricón a quien ahora es compañero de Gobierno, tiene que dimitir. Si la secretaria general del PP, cuando lo era, busca la manera de entorpecer el procedimiento judicial sobre financiación irregular y pagos en negro a su partido, es una santa. Todo resulta tan burdo y patético que podría ser hasta gracioso salvo porque sus comentarios y actitud surgen de una convicción molesta: que la ciuadadanía es idiota.
Claro que pícaros hay muchos y variados. Por ejemplo Puigdemont. Tiene tanto tiempo libre para pensar en nuevas ocurrencias que ayer presentó por videoconferencia desde Bélgica la, de momento, última: un Consejo para la República, catalana, por supuesto, sin atribuciones y que, además, es una fundación privada de jurisdicción belga. Demasiado complicado para encubrir algo más simple: que hay que pagar una pasta para el alquiler del casoplón de Waterloo (4.400 euros mensuales) y para el mantenimiento de los que están dejándose la piel por la independencia catalana en Bélgica, Escocia o Suiza, países en lo que todo está muy caro. Otros, como el compañero Torra, se la está dejando en los aeropuertos. Ya lo dijo en su día Antonio Gamero: "En ningún lugar como fuera de casa".