Si se pudiera definir con una sola palabra a la mayoría de la clase política española sería "hipocresía", es decir: "fingimiento de sentimientos, ideas y cualidades, generalmente positivos, contrarios a los que se experimentan". Es lo que está sucediendo con la agonía de Alfredo Pérez Rubalcaba, probablemente uno de los políticos más brillantes, honestos y eficaces que hemos conocido desde la muerte del dictador.
Ya se sabe que en política lo que se afirma hoy se desmiente mañana, que la inflexibilidad puede ser sinónimo de totalitarismo pero ver y escuchar a los líderes conservadores elogiar a Rubalcaba después de los años de insultos y calumnias que le dedicaron, de las denuncias ante la justicia, sobrepasa los límites de la decencia. Conviene recordar que en julio de 2011 a raíz del llamado "caso Faisán", el PP elaboró un informe con el revelador título "El jefe directo de los imputados por colaboración con ETA era Rubalcaba". Tiempo después la Audiencia Nacional exculpó a los dos policías procesados por colaboración con la organización terrorista, ya que consideró que la finalidad del chivatazo fue no entorpecer un proceso que había en marcha para lograr el cese de la actividad de ETA. El 20 de octubre de 2011, la banda terrorista ETA anuncia el cese definitivo de su actividad armada. Rubalcaba era Vicepresidente segundo y ministro del Interior. Nunca le escuchamos autoelogiarse o sacar pecho por haber consguido acabar con esa lacra, nada que ver con esa mezquina mediocridad de quienes permanentemente se atribuyen el falso éxito económico de "haber sacado a España de la crisis" cuando en realidad han dejado el país como un sembrado en el que aumentó la desigualdad, se han recortado los derechos sociales, se ha empobrecido a la mayoría y enriquecido a la minoría, se ha saqueado la hucha de las pensiones y se han volatilizado más de 40.000 millones de euros en los rescates bancarios.
Cuando Rubalcaba se despidió de la política activa, y ante los elogios que le dedicó Durán i Leida, no pudo por menos que afirmar que "los españoles somos gente que enterramos bien". Está claro que los del PP son españoles y mucho españoles, como señaló el casi añorado Rajoy.
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