Vista desde la ignorancia, la situación política española es sorprendente y no tanto por la dispersión del voto que configura un Parlamento complicado como por la torpeza de las cúpulas de los partidos que parecen enrocados en las decisiones equivocadas y a corto plazo. Lo de "pan para hoy y hambre para mañana" es el lema que les guía a todos.
En el socialismo, como ya se ha dicho por activa y por pasiva, la convocatoria de unas segundas elecciones fue una torpeza, un cálculo equivocado que sin embargo, que se sepa, no ha supuesto la renuncia ni el cese de nadie. Es lo que tiene trabajar al servicio de la Patria, un ente abstracto y maleable que admite atribuirse los aciertos y correr un tupido velo sobre los fallos. Pero si la mencionada convocatoria electoral fue una equivocación, las negociaciones para la investidura de su líder con los independentistas catalanes demuestra una obcecación mental y táctica dignas de estudio.
Poco se sabe de las negociaciones con Esquerra, y aquí hay que señalar que esquerra en catalán significa izquierda en castellano pero no así en el ámbito político, en el que, como mucho, significa nacionalismo pequeñoburgués o si se prefiere, botiguer. Unas negociaciones en las que son los que llevan la voz cantante y las exigencias antidemocráticas. Su doble juego de pillar cacho con los de Madrid sin perderlo en la Cataluña independentista denota cierta habilidad aunque es de destacar la ineptitud de la parte contraria, incapaz de ofrecer otra alternativa que la de la cesión formal y de contenidos.
No se sabe por qué pero, al parecer, el peor escenario posible para todos son unas terceras elecciones ante la imposibilidad de alcanzar un acuerdo satisfactorio. ¿Qué pasaría si se tuviera que votar tres veces en un año? Dos cosas: o que la derecha pura y dura sumara más votos que la izquierda, o al revés. Una perogrullada con consecuencias. Si ganara la derecha, se tardaría muy poco en imponer de nuevo el artículo 155 de la Constitución, lo que Esquerra y el resto de los independentistas sabe, es decir, que volverían de nuevo a ese papel victimista que tanto les gusta pero, eso sí, sin coches oficiales, que también les encanta. Esa amenaza verosímil no se ha utilizado en las negociaciones ante las exigencias de los Aragonés, Rufián y compañía. Se podrá argumentar que con ello perderíamos la mayoría de los ciudadanos. Es posible pero para que ello ocurriera la única respuesta aceptable es que la izquierda ganara las nuevas elecciones, opción que tiene la ciudadanía en sus manos si bien parece complicado con unos líderes que han demostrado sobradamente su incompetencia.
Un ejemplo de los dicho: ¿Cómo es posible que en Cataluña el 48% de los encuestados no sean independentistas frente al 44% que lo son, según el último barómetro del Centre d'Estudis d'Opinió de la Generalitat conocido ayer y sin embargo el Govern y el Parlament son y serán de la minoría? Sólo se explica por la incapacidad de los líderes no independentistas.
Hemos pasado de un insomnio crónico a ofrecer una Vicepresidencia al artífice del mismo. Y el mismo ha pasado de asaltar el Palacio de Invierno a residir en un palacete en la Sierra. Son evoluciones respetables pero demuestran una actitud "como vacas sin cencerro", que diría la sabiduría rural. ¿Y el entrañable y delincuente Partido Popular? Pues tenemos a un Pablo Casado amamantado por Aznar y Rajoy que al llegar al destete ha pasado en un plis-plas a asociarse con la extrema derecha protofranquista y estimular al independentismo con su constante no a la investidura de Sánchez. Es esa reiterada negativa la que ha propiciado la importancia de Esquerra, lo imprescindible de su apoyo y, por tanto, su capacidad de chantaje. Y en eso estamos.