“No hay una situación de plena normalidad política y democrática en España cuando los líderes de los dos partidos que gobiernan Cataluña, uno está en prisión y el otro en Bruselas”. Como frase no está mal aunque no es de plena normalidad informativa. Falta explicar, por ejemplo, por qué esos dos líderes están donde están. Quizá el vulnerar la Constitución y despreciar las sentencias del Tribunal Constitucional son actitudes de plena normalidad política y democrática, incluso el gobernar sólo para los que comparten sus ideas y vetar al resto -ahí está ese "cordon sanitario" firmado por los partidos independentistas para vetar cualquier posible acuerdo con los socialstas, con lo que los equiparan, por ejemplo, a VOX, al PP y a Ciudadanos, es decir, una nueva prueba del sectarismo de los que poseen la verdad absoluta-, pero resulta difícl aceptarlo. También es cierto que si esa frase del vicepresidente Iglesias (en la foto de Alberto Estévez, EFE/RAC1) se hubiera dicho después de las elecciones del domingo y no antes, tendría menos réditos electorales pero algo mas de sinceridad.
El que toda la nomenklatura de Podemos saliera en defensa de su jefe es algo de plena normalidad monolítica. La lista de cadáveres más o menos exquisitos que ha dejado el líder en su irresistible ascensión deja poco espacio para la disidencia. Sí lo hay, en cambio, para argumentar con más finura la defensa de su rotunda afirmación. Decir que “estoy diciendo lo evidente y si molesta a tantos y se ofenden tanto es que a lo mejor estamos diciendo la verdad”, es de un simplismo alarmante. Si molesta mucho y a muchos, a lo mejor es que es una provocación, o una tontería, como cuando equiparó a Puigdemont con los exiliados republicanos.
La plenitud democrática, como la perfección, es inalcanzable pero señalar unas hipotéticas deficiencias, en absoluto justificadas, en vísperas electorales es de un oportunismo rampante.